Wallace Reid, el Gaminedes del cine mudo y la jeringuilla de Pravaz
Cuenta la leyenda que Tros de Dardania tuvo tres hijos:
Ilo, fundador de Ilia, Asaraco, y el semidios
Ganimedes, el más hermoso de los humanos. Tros amó a Ganimedes desde lo más
profundo de su corazón. Pero el jefe, y rey de los cielos, Zeus se prendió de
amor por el los muslos del joven troyano. Los demás dioses se regocijaron de
contar con Ganimedes, pues su belleza les colmaba de gozo. Y Ganimedes vio que
maravilloso era servir néctar a los inmortales. Pero en el mundo de los
mortales; las cosas adquieren una dimensión más dura. Algo de Gaminedes hay en
toda la trágica y fulgurosa carrera del actor e icono del cine mudo de
principios del S.XX. La historia de Wallace Reid es la crónica de un Hollywood
más cercano al viejo pueblo de la soleada y árida California de EE.UU, en pleno
estado, catatónico, a la búsqueda de vetas y pepitas de oro. Aquel polvoriento
y vasto lugar, que, en 1912, lo recorría la avenida central y no muy lejos de
allí se erigía el hotel Hollywood.
Apenas una par de oficinas arrinconadas que
se configuraban como los nuevos estudios de la ciudad del cine: Hollywood.
Desde el mítico estudio Selig Polyscope Company, el cual, apenas sobrevivió
hasta 1918. En 1911 se inauguraba, la Nestor Film Company, de David Horsley, dentro
del distrito de Hollywood e inmediatamente se fundó el estudio la antigua
Blondeau Tavern, en Sunset Boulevard. En 1912, las grandes compañías de cine ya
estaban establecidas en Los Ángeles o cerca de la ciudad. En gran parte,
gracias a los impuestos de Thomas Edison sobre las patentes de cine, y al clima
cálido y soleado, que facilitaba los rodajes. Los vaqueros y los indios que de
vez en cuando se lanzaban de arriba abajo. En Hollywood Boulevard se hacían
"Westerns" y aparecían nuevos dandis pretendientes a superstars,
cupleteras, cómicos a gogó y demás mescolanza esperaban el gran festín: la
llegada de las grandes majors de la historia del cine. Chaplin, Pickford y
Fairbanks dieron el pistoletazo de salida, a
esa una nueva Babilonia, donde la ley del más fuerte prevalecía. Como
los hermanos Bros de la Warner, la
Universal de Laemmle Dintenfass, Baumann
y Cia. La Fox film Corporation de William Fox, CBC Films (Columbia) de los Cohn,
la Paramount, la RKO y la MGM de Louis de Richard A. Rowland. Nuestro amigo
Wallace esperaba pacientemente su momento de gloria, ya que él, y su director
D. W. Griffith harían historia en un film que marcó el devenir de este arte. No
obstante, esa epopeya está por llegar. Más tarde hablaremos de WR, en El
Nacimiento de una Nación. La llegada a Hollywood era el principio de una nueva
vida para Wallace Reid, una ruptura completa con el pasado. El pasado es algo
chocante y un poco surrealista cuando
hablamos del pasado de un actor que apenas vivió 31 años. ¿No les
parece? Sin embargo, la pregunta procede: ¿Quién era el auténtico William
Wallace Reid? Bien, hablamos de un joven americano: atlético, fino, limpio, culto y de un relativo
porte noble que se podría haber encontrado en los cuarenta y ocho estados que
configuraban los EE.UU. Wallace Reid vivió treinta y un años. Nació el 15 de
abril de 1892. Murió el 18 de enero de 1923. En aquellos treinta y un años
embaló la experiencia, el trabajo, el éxito, las alegrías y angustias, los
problemas y tentaciones de un periodo fascinante del 7º arte. Dicen que la
presión del star system lo mató. Demasiado reduccionista pensaran Uds. Pues sí,
detrás del personaje “Wally” para los conocidos y amigos, residía una persona
más compleja y sensible. Esos quince años de estrellato fueron los más parecido
a la supernova de Wally Reid, el joven y enérgico actor, que todo el mundo
quería estar con él, y, observar en directo el accidente del Challenger versus
Redid; cuando en pleno ascenso, el actor explotó en mil añicos. Cosa que al
hermoso Gaminides no le ocurrió, pues, él consiguió su sillón en el altar de
los dioses divinos y allí se quedó viendo pasar el devenir del tiempo. Dicen
que Wallace Reid fue un idealista; un joven lleno de bondad, generosidad y gran
entusiasta de la vida. A Wally Reid, cuando no estaba rodando películas su
adicción por la velocidad era alucinante. Aquel tipo destrozó más neumáticos
que el finlandés Raikkonen después de una juerga de lúpulo tras una carrera resacosa
por su afición por la refrescante malta. Reid era un esteta de lo selecto y no
había carretera del viejo Hollywood que no hubiera dejado la marca de las
ruedas, de su Marmon Coupe o el descapotable Stutz. Corría como alma en vilo
delante del diablo con una botella de whisky en la guantera. Entendía de
coches, de buen vestir y bellas mujeres. Mucho antes de lanzarse al Hollywood
Babilónico mostró sus dotes con la pluma. Sus conocimientos de mecánica y
modelos de cuatro ruedas le llevaron a trabajar en el Magazine Motor. Además de
sacarse unos dólares para hablar de los últimos modelos — que salían al mercado—
lo pasaba en grande en los circuitos viendo las mejores carreras de la época.
También probaba la mercancía y eso lo hacía muy feliz. Obviamente, estamos ante
uno de los protoiconos de la velocidad, que, a posteriori, ya en los 60/70,
enfundados en monos ignífugos de los caretos de McQueen o Newman. Marcarán el
estilo de la estrella hollywoodense cool y viril. Evidentemente, esta pasión le llevó a tejer una gran amistad
con famosos pilotos de carreras. Reid era tan intrépido y precipitado como su
físico. Uno de actores más atractivos de aquellos tiempos. Sin embargo su
premura libertina fue un arma de doble filo a lo largo de su corta pero
dilatada vida: unos lo idolatraban y otros lo censuraban por no decir que lo
envidiaban.
Reza la leyenda que el sagaz Griffith —descubridor de su talento— que le sacó de
más de un entuerto con la ley por sus excesivos derrapes con la velocidad y el
alcohol y las drogas. ¿Quién hubiera pensado, que el mozarrón Reid, lo mataría
la morfina, en una jeringa Pravaz, y no su veloz Marmon? Y es que la vida da muchas vueltas.
Demasiadas; por no decir volteretas mortales. Sepamos de lo que un hombre puede
ser capaz en tan sólo 31 años. Wallace Reid nació en abril de 1891, en Saint
Louis (Missouri), dentro del seno de una familia, muy unida al mundo del espectáculo.
Su padre, Hal Reid, fue un reconocido escritor, guionista y productor teatral,
que alcanzó un gran éxito representando sus obras teatrales por todo el país.
Su madre,
Bertha Westbrook, para no desentornar la variable genética llegó a ser una actriz
teatral, de las más conocidas, por aquel entonces. Wallace actuó por primera
vez en el teatro a los cuatro años de edad, y, de aquella infancia siguió participando en más obras. Empero, sus padres
prefirieron darle una educación más profunda y lo enviaron a la Freehold
Military School (una academia militar). Durante los primeros años de estudios
estuvo alejado de los escenarios, destacando en las diferentes escuelas
privadas en las que estudió, donde reveló una especial inclinación hacia la
música y los deportes (gran atleta, jinete y hábil con el piano, saxo y
trompeta). En 1910, en uno de los frecuentes viajes que su padre realizó a
Chicago para unirse a la productora Ployscope Selig, Wallace tuvo la
oportunidad de visitar unos estudios de cine. En aquél instante, se quedó
mirando toda la tramoya que le rodeaba, y no se lo pensó dos veces: su sueño
estaba delante de él. WR quería ser cámara, confesando a su padre, que es lo,
que le pedía el cuerpo. Sabía que en aquel oficio del cine, el modus operandi
era muy parecido al castrense, y lo de empezar de abajo, o congeniar varias
actividades era la nota común. Su padre aceptó la decisión, no con muy buenos
ojos. Le hubiera gustado más que se hubiera dedicado a la medicina, pero quiso
que Wallace Reid fuera feliz. Evidentemente, el joven Reid entró en el negocio del cine y comenzó a
trabajar como auxiliar de director, escritor o director y de casi todo antes
que ponerse delante de una cámara. WR observaba como el mundo donde había
aterrizado era una burbuja fascinante, embrionaria y emocionante: como un
cuento de hadas. La vieja Babilonia era el lugar donde el séptimo arte cambiaba
a la misma velocidad que la aparición de nuevos ingenios industriales. Un mundo
lleno de talento, experimentación y por encima de todo, repleto de creatividad.
Un sitio donde aquel intrépido y apasionado WR observaba —atentamente—
anonadado, todo ese parque de atracciones. Tomó notas de algunos de los grandes maestros y pioneros. Así como el que no quiere, pero
dada la ocasión, que era una perita en dulce: termina interpretando su primer
film, "El Fénix" (1910), compartiendo cartel con Milton y Dolly
Nobles, dando vida a un joven reportero. Papel que interpretó a la perfección.
Por aquel entonces, WR se encontró con apenas 17 años con su futura esposa;
Dorothy Davenport era la sobrina de Fanny Davenport, una de las mayores
actrices americanas, por antonomasia e hija de Harry Davenport, toda una
leyenda de Broadway. Actor favorito entre el público y la crítica. Ella era una
chica realmente hermosa, de una personalidad asombrosa, con un talento enorme
que demostró en algunos films de la Universal. Esa naturaleza eclipsó al joven
Wallace, especialmente, su pelo castaño rojo y sus ojos azules oscuros. Además,
tampoco era tan idiota para saber que era una chica con parné. Continúo
trabajando duro y pasó a la escritura, con mayor ahínco, en calidad de
dialoguista y ayudante de dirección. Finalmente es contratado por el
director Otis Turner de Universal, como
asistente guionista y segundo auxiliar de director de fotografía. WR creyó
haber encontrado su sitio y el lugar en la vida que anhelaba. Así, como el
devenir de la vida, el paso de los años y algo tan prosaico y natural como
trabajar. Bien, trabajando, pero claro, uno más de la empresa. En el fondo, un
joven desconocido. Eso sí, asistente de dirección. Wally Reid afrontaba una
segunda década crucial, dentro de su más inmediato futuro. Wally Reid se
enamoró de Dorothy Davenport con boda a
la vista. Además, a los pocos meses, se
inicia el conflicto de la I GM. Wally Reid. Este contratiempo dejó a WR lleno
de contradicciones. Algo así como una relativa falta de seguridad en sí mismo.
En su más remoto interior se sentía un patriota, un americano más, que tenía
que aportar su entusiasmo para librar una batalla contra el mal. Pero otro
parte de su ser dudaba de los resultados y el beneficio para él del conflicto,
dada la excelente reputación y estatus que estaba adquiriendo su carrera.
Finalmente, el registro del departamento de guerra de Wally Reid dio el
veredicto de individuo no apto para atacar en el frente. Y lo más doloroso el
sellado indeleble con una “S”, en negrilla, que se podía interpretar como
holgazán o escaqueado. A los ojos del joven Wally se produjo una desazón y
sentimiento de fracaso, incluso de traición. Interiormente, no dejaba de
cuestionarse su decencia y valía, que vía derrumbarse, por las cotas de
grandeza de la propia familia Reid. Las
emociones y estremecimientos del rojo,
blanco y azul en su sangre, maceradas por las generaciones de hombres, que
desinteresadamente ayudaron, a hacer lo que era y marcar el carácter del
apellido Reid. No obstante, colaboró desde EE.UU con la creación de hospitales
de veteranos y las diferentes colectas benéficas para todos los heridos de la
contienda. Sin embargo, la música de fondo era muy triste. Dorothy Davenport, ya se había
consolidado como una estrella de las
películas.
Así como la mayor influencia
en la vida de Wally; su comodidad envuelta de amistad y fortaleza ante
los temores internos del apuesto WR. Algo que siempre supo valorarlo y
comprender, pues, la carrera de Wally no fue muy larga. Siempre tuvo muy claro,
que una de sus mejores amistades, en el buen sentido del término fue su mejor
amiga y nunca dejó de serlo hasta en sus agónicos instantes finales de
existencia. Dorothy Davenport era la brújula que respiraba sentido común, en un
entorno de locura y excesos del propio Hollywood. Mujer de un excepcional
sentido del humor y enorme lealtad. Wally Reid estaba muy orgulloso de ella y a
pesar de sus desparrames, tormentos y desordenes nunca hubo mejor persona que
ella. De las muchas mujeres a la que WR accedió ninguna le dio lo más
importante: el sostén y la templanza que mantuvo DD. Si alguna vez una mujer
mantuvo las manos firmes, de un hombre, esas fueron las de Wallace Reid. La
vida siguió y las casualidades del destino pusieron al mocetón WR delante de
D.W. Griffith, en 1915. Aquel físico dejó fascinado al maestro del Nacimiento
de una Nación. El legendario y visionario film que descubrió al mundo: el arte
prístino cinematográfico, en estado puro. Y por ende, Wally Reid, en todo su
esplendor. El poco espacio que apareció en la pantalla tuvo —el papel del estupendo herrero— el suficiente eco para
convertirse, en ese nuevo Gaminedes, que desprendía sexualidad por los cuatro costados. Ese
eterno masculino pero con un deje de jovialidad puramente americana. Poco a
poco, WR inicia un encadenamiento de rodajes que le llevara a actuar con las
grandes divas del momento: Florence Turner Gloria Swanson, Lillian Gish o
Geraldine Farrar. Reid firmó más de cien cortometrajes, y actuó en más de
sesenta películas para la productora "Famour Players", después
llamada "Paramount Pictures". Un nombre importante y grande para la
rival del trío formado por Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin
con su audaz UA. Wallace Reid se convirtió de la noche a la mañana en el amante
más perfecto de la "pantalla". Siendo querido por mujeres, admirado
por hombres y niños atemorizados. Todo el mundo alucinaba con el chico que olía
a lavanda francesa: Douglas Fairbanks, John Gilbert o Rudolph Valentino o una
jovencísima Clara Bow que llegó a
esperar más de ocho horas para ver el aspecto personal de Wally en Brooklyn.
Tenía 22 años era grande, guapo, fuerte, lleno de la alegría por vida,
aparentemente, ya que pocos hubieran sido los que pusieran la mano en el fuego
por su final. Wally Reid ya había consumido dos terceras partes de su vida.
Aquel tipo Despertó en el corazón de la multitud un gran afecto, un afecto
durable, que todavía emite la fragancia, como la lavanda aplastada. Toda
América quería al machote bonachón de Wallace Reid que hizo las delicias, de su
público, en Carmen 1915 Cecil B Maria Rosa 1916 Juana de Arco 1917 Cecil B
Cecil B"The Roaring Road" (1919)“El Valle de los Gigantes”
(1919)Wallace Reid with serial star Ann Little in "The Source" (1918)
Excuse my Dust (1920) y Los Asuntos de Anatol (1921), trabajaron con Dorothy
Gish, Gloria Swanson, Geraldine Farrar y Bebe Daniels, cuadros de carrera
popularizados incluso Doble Velocidad (1920), Excusa Mi Polvo (1920) y
Demasiada Velocidad (1921); Forever
(1921) Too Much Speed (1921) The Charm School (1921) The World's
Champion (1922) "Thirty Days" 1922 The Ghost Breaker (1922) The
Dictador (1922). El inventario de películas y colaboradores es demasiado
extenso para poner en una lista. Alto, bien construido, generoso, era experto
con drama, romance, comedia y acción, haciéndole una fuente de dinero principal
para Paramount/Famous-Players y el productor que lo adoraba como un niño Jesús
en un Belén, Jesse L. Lasky. Empero había algo sobre Wally Reid que busco
acomodo, en los sueños, de algún recoveco de su corazón. En toda esta historia
hay un halo de amor y pena, que dependían de una fingida cara llena de
generosidad. Nadie podía encontrar el auténtico motivo de ese afligimiento que
buscaba a Wallace Reid. Ni el mismo supo donde residía. Un misterio que sólo
tendrá contestación tras los acontecimientos que ocurrieron en diferentes
rodajes. Eso sí, nadie le podrá decir al bueno y hermoso de Wally que fue el
hombre más amado de su generación. En la agreste Babilonia Californiana, la
vida era un Far West con una ley; el dinero rápido. Los estudios produjeron
películas mudas como buñuelos en la semana fallera. El trabajo era agotador y
dañino. El inicio de un día cualquiera eran jornadas de catorce a dieciséis
horas. En la mayor parte de las ubicaciones sin soporte clínico por no
denominar aquellos antros de botiquín y jeringuilla de Pravaz: infrahospitales
de veterinaria. No existían las grandes roulottes de los actores contemporáneos
con todo tipo de comodidades. La familia muy cerca, sus managers con sus
móviles preparados para la llamada, al superabogado Pitbull, ante el mínimo imprevisto.
El actor es puro capricho e imaginación, claro que estamos en 1918-19 y se nos
olvidaba que estábamos en el Viejo Oeste del inquietante cine mudo. WR,
independientemente, que fuera una máquina de hacer dinero y muy buena. En cada
escena de la película de turno, especialmente, aquellas donde la acción fuera
uno de los leitmotiv, siempre había accidentes, a veces, con final trágico. Wallace
Reid sufrió dos percances que cambiaron el devenir de futura carrera. Unos
accidentes de esos, que sales a trozos, o, en una caja de pino. El primero de
ellos se produjo en el rodaje de un cortometraje Loves Western Flight (1913) que produjo como propietario de su
compañía Flying A y su jefe el director Allan Dwan. Todo pasó muy rápido.
Mientras montaba un caballo e intentaba hacerse con varios jacos
que se habían escapado por una pequeña espantada. De repente, el caballo se
asustó y dobló las patas. La fortuna fue tan caprichosa que la posición del
equino fue con todo su peso hacía la pierna izquierda de Wally. Hasta que
pudieron levantar al caballo, WR estuvo soportando estoicamente un dolor
insoportable. El rodaje debía de seguir y apenas se pudo parar. Esto derivó en
una lesión crónica, que sólo la paliaba, a través de infiltraciones de morfina.
Su primer acercamiento a la cromada jeringuilla de Pravaz. Wally siguió
trabajando pero ya era un adicto a la morfina, además de beber lo suyo. El
alcohol se convirtió en el denominador común, de un mundo, donde el whisky y la
ginebra caían a gogó. Hasta la prohibición. Y la industria del cine, como todos
negocios de por entonces, anduvo muy bien suministrada. A pesar de su
ilegalización en los años venideros, en rodando una película llamada “El Valle
de los Gigantes” (1919), Reid se hirió gravemente,
en un accidente de tren, al descarrilar el vagón de cola que transportaba al
equipo. Wallace cayó por un puente y se llevó un golpe fuertísimo que le causo
un traumatismo y necesitó de varios puntos de sutura para cerrar la herida de
su cabeza. A partir de ese instante, WR, comenzó a soportar unos dolores
terribles de cráneo, que prácticamente le impedían actuar. Para poder seguir
con el rodaje se le recetaron innumerables chutes de morfina. Al terminar la
película, Wallace ya estaba enganchado. Al tiempo que Wallace seguía
protagonizando sin descanso un gran número de películas; su adicción a la
morfina era cada vez mayor y también sus necesidades de consumo. No tardó mucho
tiempo la prensa en comenzar a extender rumores en los que se mencionaba a un popularísimo astro de la Paramount
adicto a las drogas. Una adicción que avanzó al mismo tiempo que su consumo de
alcohol. Pronto, los periódicos comenzaron a dar señales de alarma. Aunque
intentaron, al principio, mantener oculto el nombre de Wallace. Al final,
apareció el Variety de 25 de noviembre
de 1920, donde se leía muy bien lo siguiente: Thomas Tyner fue detenido con siete paquetes de heroína en su poder.
Según, su declaración, Tyner estaba entregando la droga a una de las mayores
estrellas cinematográficas, y, ya era la segunda entrega que le hacía. La
prensa le cogió el gusto al bueno de Wally, en esta ocasión, le tocaba al
Herald de los Angeles, que el 25 de mayo de 1921 publicaba en primera página la
noticia la detención del traficante Joe
Woods. Woods era un viejo conocido dealer de los Angeles, de una larga
trayectoria en el tráfico de estupefacientes. La bomba informativa no era la
detención en sí del camello, sino que WR estaba requiriendo sus servicios en el
momento de la detención. Lo más
sórdido del affaire, es que Wallace Reid había quedado con Woods en su casa
para comprar las dosis. WR estaba de los nervios y la cosa no parecía calmarse.
Ya que en otoño del mismo año, el 23 de Septiembre, la revista Variety publica una nueva noticia en su portada, en la cual, se relacionaba al defenestrado Wallace Reid con
el problema, de su adicción a la morfina, por culpa de la mala vida y el
sempiterno dolor crónico. Esta vez apuntaba directamente a su mujer DD como cómplice,
encubridora y facilitadora del popular opioide, en vez de alejar a su esposo de
tan execrable afinidad. La situación era insostenible, pues, Reid estaba
con un síndrome de abstinencia brutal. Es más, en el rodaje de la película que
se llevaba a cabo, no quedó más remedio que sujetarlo para terminar de filmar
los últimos planos. En marzo, del año 1922 WR, ante su incapacidad para soportar
una vida dentro de la lógica, se toma la decisión de ingresarlo en una
institución, que tenía más de tétrico sanatorio, que de hospital chic para todo tipo de personajes y
patologías mentales. Wally Reid estuvo recluido el resto de los siete meses que
cubrían 1922. Completamente aislado en una celda del sanatorio. Empero, la
retirada de facto de la morfina, lo que consiguió fue descontrolar el poco
equilibrio emocional y cognitivo que Wally aún tenía. Se comentó que con
Wallace Reid se utilizó un polémico método llamado la “Cura de Barker”. DD siguió al pie de la letra, cualquier esperanza
clínica, viniera de donde viniera; estaba desesperada y accedió a los remedios
del Dr. John Scott Barker. Este extraño galeno expuso su propuesta de
tratamiento a la Sra. Reid. Según, susodicho, especialista; el metodo —venido
desde Oakland— era puramente clínico/medicamentoso. Se les presentó a la Reid
como algo novedoso, en este nuevo mundo de las adicciones. El Dr. Barker puso como ejemplo a su clienta más famosa, la actriz Juanita Hansen,
dijo que aquella cura estaba repartida, en un cóctel de píldoras desconocidas,
medicinas, vitamínicas y una estricta dieta para sacar todo el veneno que
permaneció en mi sistema. Los rumores de una historia por un sitio, y otra
por allá dijeron, que las píldoras eran tan sólo, medicinas de reemplazo, que
tuvieron un efecto de protección de una patología explicita. Sin embargo
conseguía una nueva adicción del paciente.
Entre los muchos compuestos que utilizaba este estrafalario
médico tenía todo un arsenal de farmacología letal; Adrenalina, efedrina,
luminal, emetina, escopolamina ilocarpina, tetraamina espermina y etc. Muchos
de estos productos eran raíces y hierbajos de las selvas amazónicas, sin testar
y algunas de ellas utilizadas en veterinaria. Los resultados fueron un
escenario de nueva adicción a todos estos productos. Pero todo cambio, en menos
de un mes, Wally Reid cada vez iba a
menos. Finalmente se decidió realizar este último tratamiento más agresivo en
su mansión Las medicinas y la bebida bajaron su inmunidad. Reid, era un harapo
con una percha de metro y ochenta y
cinco centímetros, que no se reconocía ni, en un espejo de feria. Reid
cayó una profunda depresión profunda, en
compañía de la del cuello largo, whisky, que entraba en su destartalado
organismo: lo único que quería tomar. La combinación de la morfina y el alcohol
iba a ser mortífera para el futuro de Reid y su espíritu. De repente, WR se
presentaba agotado entre sacudidas y temblores, delirios, boca seca y
disentería se apoderaban del joven actor. El resultado era la cura o la muerte.
Mucho más eficiente, a la hora de acabar con la vida de una persona, que
conseguir una reanimación estimular. Estas mezclas inquietantes se inyectaban
directamente, en el tórax de Reid, con la vieja conocida jeringuilla Pravaz. Los
efectos secundarios eran horrorosos y macabros en su sistema nervioso: la
pescadilla que se come la cola. Reid se iba ahogando poco a poco. Wally se
quedó allí durante seis semanas. La anécdota más espeluznante que quedó para
los anales de la historia del malogrado Wallace Reid pasó en 1922. WR estaba
trabajando en el film 30 días. Según palabras del gran Henry Hathaway ayudante
de dirección de la película comentó: la
mayoría de días era incapaz de levantarse y ponerse a trabajar delante de la
cámara. Iba dando tumbos. Había golpeado
una silla y decidió sentarse en el suelo, con la mirada completamente ida. De
repente, comenzó a gritar a lo bestia, sin sentido ni lógica. Lo levantaron y
lo colocaron en una silla. Allí
sentado y empezó a llorar. Los lloros terminaron en zozobra y finalmente se
decidió llamar a una ambulancia, que lo llevó al hospital. Obviamente era
bien sabido que Wallace Reid era un adicto politóxico; la morfina por
imposición del negocio, la heroína como
escapada y sustituta de la morfina clínica y la cocaína para estimular lo poco
que quedaba de la fortaleza de Reid. Wally se había convertido en un penoso
yonki frágil y delicado. Su devaneos con los dealers más conocidos de los Ángeles
le pasarían factura muy pronto. Wallace Reid comenzó a actuar en un gran número
de películas. A lo largo de su corta vida interpretó 100 cortometrajes y 60
films (muchos de ellos desaparecidos o destruidos por el tiempo e historias oscuras) junto a grandes
estrellas del cine mudo como Florence Turner, popularísima actriz conocida como
"Chica Vitagraph", Gloria Swanson, Lillian Gish y un montón de
actores conocidos y no tan conocidos. Cuando WR se daba cuenta que todo el
proceso de cura se estaba yendo al garete; repetía una y otra vez: me muero, me
muero… Todo esfuerzo fue en balde. Su esposa lo trasladó a un sanatorio privado
donde se desecó en un cuarto acolchado. No mejoraba. Y se moría lentamente. Aquella
noticia del internamiento en el sanatorio
psiquiátrico de Wally Reid generó un
tremendo shock entre la población de
EE.UU. Estamos hablando de una leyenda del cine mudo, en un contexto
socio-cultural, donde Wallace Reid era el tótem del ideal del joven —Made in
Usa— por antonomasia. Aquel hombretón, fuerte como una roca, guapo y sexy
estaba en su peor momento. El encantador Wally, en un triste 18 enero de 1923
con tan solo 30 años se marchaba de este mundo. No sonaba Jazz del saxo, ni
notas las bellas melodías del piano o el violín ni los ingeniosos chistes, ni
los besos a Florence. Tenía 31 años. En una de las célebres entrevistas que dio
a una periodista de crónicas cinematográficas dijo lo siguiente: “Adoro apresurarme. Si siempre me fuera en
coche gastaría probablemente la mitad de mi dinero para multas para romper las
leyes del camino. Si acelero más, en un camino abierto o a través del aire,
siento una oleada de sangre, a través de mis venas que va directamente al ritmo
de mi velocidad repentina”. El mejor amante de la pantalla muda tras la
bendición del médico patólogo cerraba sus bellos ojos para siempre. En el funeral de Wallace Reid estuvieron junto a la
viuda Dorothy Davenport: Noah Beery, William Desmond, Ed Brady, William S.
Hart, Eugene Pallette and Benny Frazee (su chófer particular). El féretro fue
sostenido por Victor H. Clark (en
representación de los actores de la productora de Lasky) Jack Holt, Antonio
Moreno, Conrad Nagel, Theodore Roberts y and Sam Wood. Así terminó la corta
historia del Ganimides de la pantalla silente: la primera gran víctima de la
aguja de Pravaz. Aquel 18 de enero fue uno de los días más tristes de la
historia de la cinematografía mundial.
Dedicado a Mauren O´Hara Agosto 1920/Octubre
Biografía consultada y recomendada
Wallace
Reid: The Life and Death of a Hollywood Idol
by E.J. Fleming Ed. McFarland&Co (2013)