La ingenuidad se vistió de femme fatale; Olive Thomas
La vida es absurda y sabia; naturaleza en estado puro. Las
hijas de Zeus son verdaderas adictas al dominio de la carne y los placeres más
oscuros que no caben en una cesta de huevos de oca, ni tan siquiera en la
alforja de un esbirro de Luciano. Y es que el poder de la adicción es
insobornable, infranqueable e inexplicable. La juvenal agraciada, Oliva R. Dufy—alter
ego, Olive Thomas— estaba harta del olor a hulla y el horrible frío de Charleroi
en Pennsylvania. Había una familia, como en toda historia de vecino. Empero, la
cosa iba directa al orificio lagrimal; sniff.
Su padre falleció cuando ella estaba en edad de jugar con las muñecas. Y
ahí Oliva, sacó arrojos. Había que traer un plato de alubias a casa, ya que
dos hermanos y una madre hambrientos pidiendo manduca; son estómagos en
do mayor. Este tramo de la vida familiar, seguía igual de feo. La empresa de
sacar adelante a su madre y sus dos hermanos
menores se veía como un muro de hormigón en Sing Sing. El hambre apretaba y en
1911, no lo pensó dos veces. Buscó un marido por la vía rápida. Apenas, cumplidos los 16 se casó con Bernard Krugh Thomas, en
McKees Rocks, Pennsylvania. Dos años
duró el idilio y un trabajo que le instruyó en las relaciones sociales
comerciales como dependienta en unos almacenes de Pittsburg. Lo dicho, volvió
con su familia de Pennsylvania para trasladarse a NY yendo donde, el azar de
las ondas de un boomerang le dejaron en las puertas de unos almacenes en
Harlem.
Y como en la vida, hay un día donde los boletos de la suerte
vuelan. Se agarró a uno, que ya no soltó hasta su muerte. Su nueva órbita se
antojó ganadora. La sonda del bing bang tocó su corazón y sus deseos se vieron
cumplidos, relativamente. Gracias a un concurso de belleza y, esencialmente,
las galanterías sociales del artista Harrison Fisher, aterrizó como chica pin
en el Saturday Evening Post. Lo mejor de todo es que, el colega Fisher remitió
una carta de recomendación al productor teatral Flo Ziegfeld y en unas semanas, Olive Thomas era corista
del prestigioso Follies Ziegfeld. Su celeridad en el mundo de las perlas, las
pitilleras, los bolsos de piel de cocodrilo, los perfumes de Dior de las
Romanov y las chinchillas de Paris eran reales y palpables. Inicia su carrera
en unas representaciones, cuasi,— show
nocturno— para adultos y gente VIP, donde nuestra querida femme iba bien ligera
de ropa. Solamente, le acompañaban unos globos de goma—imprescindibles— para
que la platea entrará en pleno éxtasis de gozo. El juego consistía, a ver quién
explotaba con sus Montecristo incandescentes; los balones de látex. Hasta dejar
a las artistas como los dioses osaron posarlas en el planeta Ká dingir.
Todo valía, como el collar de perlas que le obsequió el
embajador alemán. Artistas, coristas, aristócratas, ricos camuflados de ruina,
gangsters, soldados de permiso tras días de trinchera por el viejo Flandes y
etcétera. Así, como embaucadores de tres al cuarto. Ven como la vida es sabia.
Se lo había apuntado, anteriormente. Nadie quiere volver al principio de toda
esta historia. Además, la diversión es adictiva. Cuánto más mejor…Aún más,
cuando quien tienes delante es el pintor Alberto Vargas. El rey del aerógrafo art déco, así como un exquisito
ilustrador de Pin-ups. Y luego, el palacio de Nabucodonosor; el puto Hollywood
a tus pies. La vida de Miss Thomas comenzó a funcionar como un montaje
sincopado de Thelma Schoonmaker. Rueda sus dos primeros films con éxito de crítica y público. Y llegó Myron Selznick. Cuando
aparece ese apellido, fijo que firmas en una servilleta con el bolígrafo del
camarero de turno; lo que te pongan encima de la mesa. Terminó siendo la nueva
flapper de turno, al alimón de nuestra vieja amiga Bow, Brooks y la Crawford.
Sus últimos films; ”A Youthful Folly”(1920) y “Everybody's Sweetheart.”(1920) fueron
un pelotazo en las taquillas de los EE.UU. La delicada y hermosa Olive Thomas
estaba en el club de las 3000.
Es decir, aquellas actrices de la colina de Sodoma y
Gomorra, con un sueldo de tres mil dólares a la semana. Olive Thomas era el
perfecto reflejo del éxito: belleza y fama que ni Fitzgerald lo hubiera firmado
con su mejor estilográfica. Dos años antes del gran misterio del viejo edén de
Griffith, nuestra dulce ninfa se casó destrangis con el galán y exitoso Jack
Pickford, a la vez hermanísimo de la Señorísima
Mary Pickford—reina— de aquel burdel llamado Hollywood. Estoy convencido
que el apellido les suena. ¿Verdad? El primero fue
el que envolvió a la dulce y virginal Olive Thomas. La segunda la bruja de su
cuñada. La pareja se podría definir una especie de un protoconsorcio tipo
Brangelina de la época, con mentes y gustos muchos más depravados. Amantes de la
diversión, las drogas, las fiestas hasta el amanecer y las hiperorgías. Así
como su gran gusto por el fashion victim de aquellos deliciosos 20. Indolentes
a la realidad cotidiana; frívolos y divertidos.
La relación de ambos también se caracterizó por una
tormentosa convivencia, donde la lucha era la salsa y la pasión que edulcoraba el
amor diario, los cuales, se profesaban. En el fondo, según archivos policiales
del FBI y la gente de Capone: un par de yoquis insoportables. Sin embargo, el
showbussines que tenía organizado, la colina de las Vanidades seguía con avidez
esta relación, como su autovía—personal— dirección a Sumer. En una ocasión, el oftalmólogo y especialista en drogas, Aleister Crowley
quien llegó a definirse como el hombre más malo del mundo, viajó a Hollywood y
sentenció: "era una lugar lleno de locos por la cocaína y el sexo".
Eso sí, repleto de una asepsia entre crimen organizado y astrología que
dominaba aquel zigurat, el cual, anteponía su egolatría para conseguir sus
fines. El 12 de agosto de 1920, Jack Pickford y su esposa Oliva Thomas subieron a bordo del transatlántico de Cunard el Imperator
RMS en puerto de Nueva York. JP, declaró que sería una "Segunda luna de
miel".
Una legión de paparazzi de la época cubría el evento. Aquel
juego diabólico y tedioso que se convertía en algo así como un protoSálvame 24h
por vía paretal, de toda la prensa del higadillo alocada años 20. Evidentemente,
aquel Hollywood día sí, día no; recreaba en sus gacetillas los desvaríos de sus
nuevas estrellas, junto al aluvión de filmes que se hallaban en rodaje. Algo
así como los bisabuelos del twitter de Variety. La
mañana del 10 de septiembre, un sirviente del Hotel Crillon acostumbrado a usar
su llave maestra para entrar en la Suite Real, con servicio VIP de desayuno. Se
dio de bruces contra una capa de la ópera, que hacía las labores de cubre del
cuerpo de una joven desnuda. En sus manos sostenía una botella de bicloruro de
mercurio. La suite fue registrada a nombre de la Señora de Jack Pickford, la
hermosa Olive. La rumorología y diversas fuentes informaron, que Miss Thomas
había estado hasta altas horas de la madrugada, de ronda emulando a los
extraordinarios crápulas del simbolismo francés; Rimbaud&Verlaine. Una
ronda por los diferentes clubes de la ciudad de Eiffel. Acompañada por un sequito de canallas, dealers y demás
lumpen del submundo parisino. Todo
parecía indicar, que anhelaba comprar
una gran cantidad de heroína para su esposo, el cual, era un adicto. Ante la impotencia de no poder
hacerse con tan preciado botín: decidió suicidarse.
Las autoridades galas, dejaron bien claro, que su muerte fue
por envenenamiento de mercurio. Esto arrojó todo tipo de especulaciones. Se
aseguró que días antes la pareja había sido vista por la creme más fúnebre del
canallesco y peligroso Paris, donde era
fácil encontrar drogas. El tour de forcé vino con la detención de un oficial de
la armada norteamericana que trapicheaba —digamos—, a modo de pluriempleo para
sacar unos dólares de más, a fin de mes. Confesando, que la deseada pareja
estaba en lista de sus clientes habituales. A día de hoy, se confirma la tesis, en la que Olive Thomas —la
noche de autos— llegó borracha como una cuba al hotel y tomó el mercurio, por
error. Pócima pautada a su esposo para paliar el tratamiento de la sífilis. En
cualquier caso, podemos hablar del gran escándalo con visos de puzzle Agatha
Christie. Sin embargo, entre las sonrisas de pose para las portadas del coure y
la verdadera vida de los que las lucían había un abismo, que no invitaba a
cruzar. Olive Thomas, tenía 20 años. Y la historia volvió de nuevo a su viejo
cauce, es decir, el dinero—nuevamente— circulando por los bolsillos de
estrellas y productores. Así, como el polvo de colores del hampa: la cocaína en
su sitio de toda la vida y la heroína muy cerca de ella, el mismo lugar.
Matemática pura; propiedad conmutativa. De verdad, sean sinceros ¿quiénes somos
nosotros para cuestionar la ingenuidad de Babilonia? Luego, ¡Silencio y motor.
Silencio, por favor. Silencio y acción!
Dedicado a Adolfo Suárez, se le olvidó que llevó
una camisa azul y nos trajo democracia (DEP)
Biografía
consultada y recomendada
Olive
Thomas: The Life and Death of a Silent Film Beauty by Michelle Vogel Ed. McFarland&
Company (2007)