El singular olor del remordimiento y el hastío navideño

diciembre 18, 2018 Jon Alonso 1 Comments








“Vuelve a casa por Navidad”, dice la añeja casa turronera de este país —ahora con el almendro boca abajo—, pero sin Eloísa. Algo que truena y chirría por la vía de la velocidad más pope webesférica. Una tierra grande y orgullosa. Dirán unos. Una piel de toro infecta y proscrita, para otros. No tengo la menor duda. El problema de esa España tan orteguiana es su viciosa adicción al aroma del remordimiento que —hasta los vendedores de crecepelos más genuinos— caen en el embrujo de su efluvio. Luego, están esos de lo público y lo político —que apelan a la solidaridad— y ahí; somos demasiado especiales. Seré un bicho muy raro. Pues, sigo sin entender esa gran llamada de alerta máxima y reclutamiento a las plazas castrenses para ser solidarios. Me pregunto: ¿Acaso es que a lo largo del año no hemos sido los suficientemente fraternales con nuestra alma y la del vecino? Sí, la jodida Navidad es el tiempo, donde se invita a todo el mundo, a ser mejores y todo eso. No sería la primera ocasión, en la cual, a más de uno nos ha traído un mal de tripa. Probablemente, el remordimiento ha puesto su mecanismo a trabajar y comienza el primer conato de angustia: ir de visita a la residencia, donde sobrevive esa tía anciana, la cual, no hemos visitado en todo el año. Segundo, ir a la patética cena de empresa y observar langostinos congelados, al lado del madridista Rodríguez y enfrente, a Gálvez fororo culé (siendo nativo de Fuenlabrada). Por no decir, al nauseabundo trepa, del jefe que milita en el partido de la republica de Gilead y es un consabido maltratador de multigénero: no jode a los tíos, a las tías y los transex. Los quiere exterminar y eso me preocupa.













¿Por qué cojones, hay que ir allí? Nos espera el Dorado, el Minerva o el gordo… Es imposible de refrenar. El sinuoso perfume del remordimiento me ha llevado a la primera gran diarrea, y busco Loperamida por todos los cajones de casa. ¡Joder! Es el caos. Mierda por todos los sitios. ¿Por qué en todos los rincones de nuestro territorio sean terrenales o virtuales nos piden caridad y generosidad para los menos afortunados? Si acabamos ciscados, en los mismos, a las 15h, delante del telediario de turno, cada primavera, verano u otoñó. Creerán que soy uno de esos malvados, que detestan la Navidad. Sí, ya lo estoy viendo. ¿Piensan que es puro postureo? Una de las palabras más buscadas en el puto Google. Pues, no. El arte de posar, no lo he llevado muy bien. Lo mío es genético y no van muy desencaminados, aquellos que habrán denotado mi falta de devoción con el espíritu navideño. No me gustan los regalos, ni que me regalen ni regalar. ¿Y de las celebraciones familiares? Fetén. Al final, voy a echar de menos a los plastas de Gálvez y Rodríguez. Pero, no puedo dejar pasar la ocasión para recordar esas modisitas conversaciones familiares, en la puta mesa, sentados como pinceles de escaparates del Corte Inglés. Hablando de intrascendencia consumista y climatología invernal. Mirándonos en el vacío de la futilidad más letal. De verdad, que por momentos, uno piensa en el estercolero de Mediaset, y le parece la Academia de Atenas: un lugar para la reflexión y el enriquecimiento personal. Al final, terminas apalancado a una botella de vino. La agarras con las manos fuertemente y entras en el divino aburrimiento. Ya no hay deseo, ni motivo que lo justifiquen. Ni guirnaldas ni Mirra.












Cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Mal asunto. Se huele lo que está por llegar. Empero, también se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de las cosas (el hastío es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de las propias personas (de otros o hasta de nosotros mismos). Aunque también podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Esto le pasa con mucha frecuencia a la lumbrera de mi cuñada y pregunta porque Marco Aurelio fue un emperador filósofo. Lo peor es que, al enunciarlo insistentemente, el aburrimiento se vuelve compulsivamente tedioso. El hastío es un estremecimiento ornamental ante la mediocridad y la vulgaridad de todo lo que rodea al ruedo ibérico. Muchos de Uds. me acusarán de puto estirado y engolado. Añadan enfermo crónico, gamberro y trastornado. Claro que también, a uno le da por acordarse, de Saturnino: un  profesor de filosofía de 3º de BUP —enfermo crónico, como este amanuense— que la palmó por un asunto de corrupción de los gestores sanitarios y las mordidas; que sacaban a cuenta de las máquinas de hemodiálisis. Habría que sacar el spray antinavideño del entumecimiento que magnifica la religión y aquello de la reconexión, a través, de la fibra de alta velocidad con Pascal. La propia dinámica de la acción y el trabajo, de la mano, de ese señor llamado Kant. El entretenimiento frente a la moralina burguesa y sus faenas, con un tal Schlegel.













O probar con el enamoramiento y el hábito artístico, arrimándose a  Kierkegaard. Comienza a sonar música de fondo ¿la oyen? Es el momento, en el que  la velada sube de tono, para dejar sitio en la mesa a la gestión del puto aburrimiento: la bestia de Warhol. Hasta caerse de la silla por el superpedo que ha cogido de la mano de Arnol Huelen. Intentando agarrar con el meñique a Nico y Lou. Finalmente, podrán experimentar la sensación de esas palabras que se quedan retenidas en sus mentes, chocando entre sí, como si quisieran abrir un espacio, de que no saben si  existe; en algún confín de sus psiques. Aquellas, que no se acuerdan de cuando, estuvieron por última vez, mientras bailaban a son de David Gahan. Cuando todos me hablaban y yo no decía una sola palabra, porque las palabras que esgrimiamos supuraban sufrimiento. Oímos como gemían Jim Morrison y Pamela Courson. Recuerdos y momentos que fuimos enterrando en la zona oscura de nuestro cerebro. Al final, es mejor silenciarlas para que no padezca nadie. Lo curioso es que todos esos silencios contenidos, en lo más profundo, del tedio han despertado de su reposo. Ahora, sí. España, parpadea y rechina. Como las luces led que zumban al superabeto de latón, del majadero corregidor vigués y su arbolito mágico. El gacho dice que es más grande que la polla de mi amigo Nacho Vidal. Vamos lo mejor del mundo. Al final, solo nos quedan los resquicios de las viejas bombillas Philips. La luz de aquellos casquillos con cadena de váter. El albor del aburrimiento se abre paso, entre el jolgorio, y la arrogancia de la Navidad. Como dijo otro tipo, de esos, que uno suele echar de menos en estos días; Voltaire dixit: El secreto de aburrir a la gente consiste en decirlo todo. El almendro de España está crujido y pide silla, en la mesa engalanada, con Eloísa y una caja de Loperamida.   








               Dedicado a toda esa gente, que en estos días, siempre se echan de menos. In Memoriam






Fotogramas adjuntados


Le Monte-charge (1962) by Marcel Blüwal
Black Mirror: White Christmas (2014) by Carl Tibbetts
Lady on a Train (1945) by Charles David
White Reindeer (2013) by Zach Clark









                  

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La cuestión meteorológica y la flaqueza del héroe

septiembre 26, 2018 Jon Alonso 0 Comments







Hace unos cuantos inviernos, demasiados para un mortal, que les pierdo la cuenta meteorológica.  Por aquel entonces, una lóbrega noche, la luna se posaba sobre un oscuro telón profanado por millones de pequeñísimas e incontables estrellas apagadas. Mi curiosidad me perdió y no pude evitar acercarme al marco de la puerta para contemplar aquel mar infinito; yermo y quemado. La bestia de la que siempre me había hablado mi abuela, estaba ahí, delante de mi nariz. Aquel animal, mitad humano, mitad cuerpo mitológico era completamente real. Sus ojos rojizos iluminaban la senda que llegaba a la fuente de la aldea. De pronto, rugió un aullido grave, que se quedó alicatado en mis tímpanos. Una la loca carrera comenzó desde los nogales de Fresno; el animal atacaba con espantosa furia y yo estaba exhausto de oponer mi parca resistencia, a tanta lucha continuada. Cuando, una lanza acertó, en uno de los ojos de la bestia y cayó entre la abundante sangre que salía de su cuenca orbital. Me quedé vigilante, mientras escuchaba sus agotados gruñidos y expulsaba una anaranjada espuma por sus fauces. El cazador se tiró sobre él —con salvaje rabia— hundiendo su cuchillo una y mil veces en el cuerpo de aquela alimaña. Aquel tipo estaba tan roto como la bestia; fatigado y herido se desplomó seminconsciente a su lado. Yo pensé que haría ahora, ya que si la bestia volviera a recuperarse: ¿Continuará su camino? ¿Se acercaría hasta nuestro caserío?... Las ideas se agolpaban y enmarañaban en mi jodido cerebro; extrañas alucinaciones me embargaban el ánimo, y terminé como aletargado.











No habría pasado media hora, cuando del espeso ramaje, donde había quedado abatida la bestia. Una mediana sabina se estremeció y entre dos ramas asomó la cabeza de un nuevo ser —supuesta cría de la bestia derribada— que el cazador había matado. Se erguía, como un humano, con la cabeza de un cabrito y sus cuernos bien definidos. Apenas, 60cms. Pero, me puso los pelos de punta. Aquella noche, era la más extraña de mi vida, cuando mi cerebro dio con el acertijo. Pues, aquel cabrón había pasado la noche acurrucado bajo las hojas, muerto de miedo, presenciando la gran pelea que su madre sostenía con aquél enemigo. En ese instante, observó que todo estaba en calma. Se atrevió a salir de su escondrijo —apoyando sus patas a lo largo del tronco— y comenzó a bajar muy despacio.
Eh, venga! Muévase—gritó el cazador.—Hablaba conmigo.
Sin salir de mi estado fantasmagórico. —Es a mí—¡Sí, venga, corriendo, o la bestia acabará con todos!
—Sr. ¿Quién es Ud?
—Soy Nimrod; el cazador del mal.
—Aquí nunca ha pasado nada.—Me sentía desbordado por los acontecimientos.
—Hasta que llega, chaval. El mal convertido en una criatura letal.
—Podría llamarme, Edmundo.
—Edmundo… (Risas, vaya nombre) En fin, ponte a cubierto. Voy a acabar con el demonio de Cernunnos.
—¿Cernunnos?
—Sí, amiguete. Luego, ponte a buen recaudo… 












A partir de ese instante, todo fue un baño de LSD. Desde una mirada volcánica que salió de los ojos de Nimrod, hasta el primer zarpazo que le arreó la criatura. Ésta, en apenas 30 minutos, pasó crecer 120cts más. Aquel desgarrón en el pecho le sacó de su letargo. En mi mente, sonaba, esta frase: una liebre que oye a la jauría, no corre más deprisa. Del héroe de la noche, Nimrod “el cazador” no quedaba nada, apenas un hombre despavorido, loco, muerto de miedo, sólo en el mundo que— corría y corría, para salvar el pellejo— se había desinflado de ese ardor guerrero, que apenas, unos instantes alardeaba. Cuando Nimrod pudo darse cuenta de sí, vio inclinado sobre él, el cariñoso rostro de mi madre.—Acojonante, yo la había perdido cuando tenía 7 años. —Ahí estaba, hermosa y sonriente. No soñaba, era ella la que le reía, la madre de sus hijos, viva y salvada, sin duda alguna por un milagro. Gruesas y ardientes lágrimas corrieron por las curtidas mejillas del cobarde guerrero.—Estaba atónito.











No obstante, me pregunté por esas lágrimas… ¿Eran las de la alegría del padre que despierta entre los suyos, o lágrimas de vergüenza de un orgulloso cazador que se cagó de miedo? Luego, se escuchó una voz celestial, y una plegaria; se dejó caer como algodón de azúcar, en aquel trozo de bosque. Un momento de paz que acariciaba, en la hora del inminente peligro. El mismo que siempre veló por el sino de aquellas criaturas humanas que luchaban por perder su anhelada mortalidad. Al final, uno dejó de soñar, durante un largo tiempo, para no convertirme en ese monstruo gris cobrizo que respira en los primeros días cálidos de los nuevos otoños. Esos que hacen que los veranos parezcan entremeses y los inviernos menos grises. Es el tiempo de los mortales. Debería de serlo. Ese, en el que se miran a los ojos. Empero no se confíen, los dioses son tan osados; que nunca sabrán si te ven, a través de los tuyos, o si tú te ves reflejado en los suyos. La mediocridad es conformista y el cambio climático tan repetitivo como el Tramadol y la previsión meteorológica.




                                      Dedicado a Celia Barquín Julio 1996/Septiembre 2018 In Memoriam








Fotogramas adjuntados


Lanka Dahan  (1917) by Dhundiraj Govind Phalke
American Gods (2017) by Bryan Fuller
La corona di ferro (1941) by Alessandro Blaseti
Ulises (1954) by Mario Bava & Mario Camerini




                  

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El aroma de la Sra. Shelley

julio 27, 2018 Jon Alonso 1 Comments







Aquel día perdí el rumbo y el cuaderno de bitácora, donde recogía las últimas notas. La tormenta se mostró con una fuerza inusual. Cayeron bártulos y soldados de plomo, como enormes bolas de granizo. Era un tobogán sin final y claro; el libro de bitácora despareció. A pesar de aquel desastre; la Sra. Shelley se acariciaba el pelo, mientras contemplaba el hundimiento de nuestras vidas. Desgraciadamente, las horas se volvieron erráticas y tediosas. Afortunadamente, llegó el momento, donde la pantalla del viejo teatro mostraba el The End. El silencio se volvió jolgorio y la oscuridad luz de cristal, hasta la siguiente semana. Desde los urinarios llegaban inquietantes efluvios a orina rancia y lejía. A través, del pasillo se atisbaba una figura sentada, remarcando una sombra inmóvil. En la calle del viejo Londres; la oscuridad terminaba de impregnar la nebulosidad total. Incluso nos dejó ver los últimos destellos de las luces de gas.
















La figura inmóvil toma vida y comienza a seguirnos. Gira su cabeza hacia la derecha y baja la escalinata del teatro con desparpajo. Allí se queda en la penumbra. En el último rincón del boulevard, el viento ciega a los peatones y cambia el itinerario, de aquellos que no saben dónde ir. Conversaciones avisan de la muerte del verano. Los silbatos y las voces de la policía llaman al orden, y éste aparece, como espuma de diazepam, en el capuchino del aguerrido personal. La noche en tormenta no era apetecible para aquellos chavales tímidos y pudorosos que vimos en la terraza del puerto. Otra vez, el rostro resplandeciente de la Sra. Shelley desistía de la atemporalidad momentánea —no hizo ningún gesto expiatorio— mientras mantenía la compostura. La pérdida de la inocencia y la caída meteorológica de la moral, dejó a la vista un panorama lleno de prejuicios hacia su persona.















Se escuchaba el tic-tac del grupeto de relojes de los estados del tiempo. Era el mismo artilugio que nos acompañaba allá donde fuéramos y tan inexacto como una predicción apocalíptica. No obstante, confiábamos ciegamente en su mecanismo, que velaría por nuestra seguridad. La noche se arrancó con unos truenos que nos generaban taquicardia. Era el preámbulo de la función. Inesperadamente, el telón no subió en esta ocasión. Cuando todos lloramos la caída del reloj de arena. De inmediato, se esparcieron las areniscas del runrún de la tragedia. Todos mirábamos a la Sra. Shelley con el anhelo de una inocencia confundida. Nuestros sueños se quebraron —de la misma forma violenta, que el reloj— nunca más despertamos de aquella pesadilla. La Sra. Shelley se marchó envuelta entre tinieblas y sombras con el gigantesco monstruo de la mano.
















Ahora, si se escuchaba el tic-tac del reloj, y ella llevaba un gran ramo de lirios, en los brazos. Se giró y nos sonrió, mientras daba un inocente beso a su querida criatura. Después, arreció el viento y su melena de cabellos blancos desapareció en el horizonte de la bahía. Alguien, pensó que éramos demasiado viejos para estar muertos.—Yo sólo me preguntaba: ¿alguna vez vimos, antes de la tormenta, un bergantín en algún lado del otro, por aquel viejo Londres? ¿Somos los últimos habitantes del viejo cementerio? La Sra. Shelley parece feliz, pero se marchó sin invitarnos a tomar su rico pastel. Finalmente, Las calles estaban anegadas de agua y se formaron riachuelos que terminaron arrastrándonos, uno a uno, al lado de cosas sin valor. En el fondo, sólo creí en Dios, aquella tarde de otoño, cuando la Sra. Shelley nos invitó a su morada. 





                                                                                                  


                                                                                        FIN


                                 Dedicado a  Macario Gómez Quibus Marzo 1928/Julio 2018   In Memoriam
                              








Fotogramas adjuntados


Frankenstein 1931 by James Whale                                                      
The Frankenstein Chronicles 2015 (TV) by Benjamin Ross
The Bride of Frankenstein 1935 by James Whale
Mary Shelley's Frankenstein1994 by Kenneth Branagh,









                    

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Braulio, amor mío

junio 30, 2018 Jon Alonso 0 Comments








Me hubiera gustado se un poco más feliz. Tampoco lo sabía muy bien. Aunque una cosa es experimentar y otra quebrantar. Nada más lejos de la realidad, querido Braulio. Es inefable, el jodido dolor que me causas, día a día. Tu ausencia es como el veneno dentro de un ambientador de marca blanca esparcido por toda la casa. Aún puedo sentirte, olerte y escucharte. Sí, Braulio. Te veo en cada rincón, de este lánguido y enorme casoplón que construimos juntos. ¿Dónde estás? ¿A dónde te fuiste? ¿Por qué lo hiciste? ¿Tanto te costaba aguantar un poco más? ¿Cómo pudiste ser tan egoísta para marcharte, y dejarme sola? Me muerdo las uñas y el pelo se me cae. No sé si estarás pasando frío en la gélida noche. Si te has ido al otro lado del charco o si estás cerca, riéndote de mí. No sé qué pensar. Empero este sinvivir sigue dentro de mi cerebro. Deseando que aún respires, que sigas con vida, allá donde estés. Ya está bien, Braulio. ¡Basta de esta lenta agonía! ¡Por favor! Te lo pido de rodillas, mientras mis lágrimas crean un estanque de agua salada. Veo el sofá, nuestro dormitorio y el estudio, Braulio. Pero no te veo a ti. Sin embargo, Braulio, no era la primera vez que cometía el error de desaparecer. 













A la búsqueda de un afán desesperado por intentar definirse a sí mismo, por ordenarse mentalmente. Braulio era uno de esos tipos que nunca podía decir: “yo soy...” Del mismo modo, que sus labios pronunciaban las palabras, de turno. Ese maldito ser desaparecía... Sólo existía el pasado, ese que únicamente podía definir un borroso esbozo de lo que había sido: enturbiado, ex profeso, por las diferentes tonalidades que se mezclaban en la paleta de la circunstancia. Braulio, no podría llegar a conocerse nunca a sí mismo. La angustia le asaltaba de un modo repentino y caprichoso. En cualquier momento, estallaba. No llamaba a su puerta, entraba así de sopetón, sin previo aviso. Era la llegada del ese momento de desnaturalización del personaje; que lo inundaba todo. Braulio, era demasiado joven... posiblemente, le faltaba mucho por experimentar, y ahora le asaltaba la duda de vivir o morir. 











El mero hecho de percatarse de ello se lo impedía, y entraba entonces en una vorágine de enlaces racionales que deberían haberle permitido comprender su agonía absurda y sin sentido. Braulio, intentaba bucear en sus contrasentidos, causas, consecuencias, emociones, esperanzas y humillaciones. El resto de sensaciones quedaban muy lejos, como los humores etéreos que se arremolinaban, en ese molde, donde ninguna pieza encajaba; que seguía siendo, su atribulada cabeza. — Sí, lo sé todo de ti y lo desconozco todo. Braulio ¿por qué no me dices dónde estás? Te he buscado por los rincones más extraños que pudiera pisar mi honor. Estoy enloqueciendo, siento mi locura, más intensa de lo habitual. Y sólo sufro por ti. ¿Braulio, sabias que nadie más, denota tu desaparición? Pero, solamente es mi imaginación, mi mente que se niega a aceptar la realidad.


                                                                                     Dos años después



Unidad de investigación de personas desaparecidas en un lugar de Segovia…El cuerpo de Nekane Iturralde López ha sido localizado, en un viejo cauce, a la altura de una pedanía cercana a la población de Pedraza. La portavoz de la Undad ha comunicado a los medios de comunicación presentes; que entre las pertenencias localizadas de los restos del cadáver; se encontraba un sobre con una carta, en su interior. 









Una vez levantado el acta del cadáver, por el juez, éste  ha sido enviado al Instituto de Patología Forense del Hospital Ramón y Cajal. Esa misma tarde un medio digital reproducía parte de un extracto de la misiva que llevaba NI. “Braulio, amor mío, vuelve... Yo te quiero. Eres la persona más importante de mi vida. En tantos años pasados; quemaría todo lo escrito y retrocedería a las vigilias que me llevaron al borde del suicidio (a pesar de haber nacido en el seno, de una añoranza de perpetua tristeza, de tú extraña dependencia, siempre me rondó la misma pregunta: ¿se sentiría cómodo siendo feliz?). Posiblemente, ya no era necesario. No obstante, Nekane dijo: ya no lo aguanto más. Esta angustia me está matando. De verdad, Braulio. Es otra de tus crisis habituales o ¿Tienes pensado volver? Porque te necesito más que nunca de vuelta. ¡Braulio, amor mío! Por fin, te encontré para siempre.




                                                                        FIN




                      Dedicado a Harlan Ellison mayo 1934/junio 2018 In memoriam





Fotogramas adjuntados 


Mystery in Mexico (1948) by Robert Wise 
The Night Of The Following Day (1973) by Hubert Cornfield
Séance on a Wet Afternoon (1964) by Bryan Forbes
Le mépris (1963) by Jean-Luc Godard




                               

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El dolor sordo de los extraños

junio 01, 2018 Jon Alonso 2 Comments








Aquel instante me pareció el más importante de mi vida en mucho tiempo. Aún, tengo la sensación que, en otro lugar, el sentimiento se hubiera vuelto inexplicable. Pero no dejo de pensar, lo ocurrido ese día. No encuentro palabras para descifrar, mis sueños o la ausencia de lógica en mi comportamiento diario con ese jodido dolor. De repente, la melancolía se apodera de todo mi tronco esquelético. Hay furia y tristeza. La más exultante impotencia que uno pudiera imaginar. La desolación de un hombre excluido. No sé dónde ubicar todos estos efectos. Y de nuevo, volvió aquel intrigante pensamiento: amar o abominar la crueldad de los pinchazos en el tórax.












Las quemazones y las descargas eléctricas. En un segundo, recordé algo, esencial. Si mi mente está dividida en múltiples compartimentos: ¿en cuál de ellos encontraría la auténtica esencia de los humanos perfectos? Empero, si la mente fuera un solo ente, sin estructurar, las diferentes partes del cerebro; evidenciarían que no estarían enteradas —específicamente— de las funciones concretas. Yo lo sé, porque me lo dijeron hace mucho tiempo en la facultad. Pero como explicarle al otro yo; en el oeste de mi cerebro. A lo mejor, la solución, estaría en la frescura de cualquier alumno de primero de medicina. Tan simple, como creer en la etimología de la enfermedad, la cual, lleva expresa tan grosera falacia.











Al final, el dolor te consume, como la ceniza de un cenicero en un bingo. Al igual que la desesperación de no poder comunicarte con el de enfrente. Angustiosa y patética experiencia. Soy incapaz de explicar este sentimiento, pero recuerdo aquel instante, ese momento, en el que fuimos felices. Simplemente, sentados, uno al lado del otro. A pesar de la distancia geográfica y la casuística del lenguaje. Al final aprendimos a escuchar, a traducir, a observarnos y descubrir entre minucias de acertijos. Fue duro y desolador. Cuando, finalmente, asumimos el inexplicable secreto de la sordera del dolor. El dolor de los cuerpos extraños y su perpetua soledad.  








                              Dedicado a Philip Roth marzo1933/mayo 2018 In Memoriam





Fotogramas adjuntados


Jezebel(1938) by William Wyler
Sybil (1976) by Daniel Petrie
Lilith 1964 by Robert Rossen






                    

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6 años después, el IBP, sigue enamorado de Hubert Selby Jr. y detesta a Mr.Like

abril 04, 2018 Jon Alonso 0 Comments







Hace ya seis años, que me enrollé la manta al cuello y con la ayuda de la mejor persona del mundo, puse en marcha el Inquietante Bypass. Sepan que no soy muy de celebraciones, ni de escritura personal, ni de la autoayuda, batallitas de chaveas, y por supuesto, mi horrenda empatía social —in person—, que sólo he superado con psicoestimulantes, a lo largo de mi primer cuarto de siglo. Sin embargo, conseguí que mi vida fuera como yo quería: nada de deberle favores a nadie, ni compromisos fraternales. Puedo decir que he hecho lo que me ha salido de los huevos. Eso, sí. Sin dejar de lado mis obligaciones contractuales. Nunca he nombrado a mi familia porque no la tengo. A ver, si la tengo… ¡Demonios! ¿Quién no tiene familia, en este mundo? Aunque, haya sido tu esclavista o maltratador de turno. Una pena, pero claro ese estamento no se elige, se impone. De ahí, mi amor inconmensurable por el gran, Dickens. Me considero un engañado, a todos los efectos. Desde el salto de la placenta de mamá, hasta el lomo de la rana de S. Antonio. Pasando por el fórceps de un obstetra con Celtas emboquillado, pegado a sus amarillos labios, y bigotito falangista, en 1966. Hasta una reanimación cardiaca, debajo de un enrobinado grifo, que chorreaba gélida agua. Afortunadamente, hay algo que me hace feliz, me ha dado mucha felicidad y ha sido mi mejor compañía; el sexo, el dinero y las drogas. El dinero está ahí, no muy lejos. Si trabajas duro, tendrás tu recompensa. Yo he ganado dinero, como me lo he pulido. Una Minipipmer sin tope de voltaje. Y eso, no ha sido nada, comparado con el subterfugio de los jodidos daños colaterales. No. Sres. No conté con ello y de allí, mis malditas penurias. Nunca creí lo que me pasó hace ocho años y menos aún, como me puede estar pasando a mí. ¡Joder! Todavía, sigo sin creérmelo… La putada es que no puedo, ganar dinero como antes. No puedo entrar al campo de juego. He de resignarme, a la realidad, y ese escenario, donde lo vital es apestosamente terrorífico. Sólo quieres desaparecer. A ver, que no me vean en estas últimas letras, escorzos de lloriqueo o moquear. No me quejo, no me gusta el postureo de la lamentación. ¡Cojones! Ahora no puedo ganarme la vida con mis manos. Ya, que sí, que lo sé. Lo entiendo. Síí, medio mundo se muere de hambre para que los acomodados europeos occidentales den la murga. Como estoy de aniversario, se joden y la aguantan. Me crie en un barrio, donde la gente madrugaba mucho para ir a trabajar y las madres hacían cola en el Mercado Central para traer un poco de morralla a la cocina. Un lugar, donde existía un respeto hacía, la edad. Los gerontes tenían galones y sabían de la vida; se les admiraba. En la calle, los colegas estaban a medio camino entre el mundo quinqui, la heroína, la cárcel y la movida: Una estafa de Tierno Galván, pero era tan cool que comparado, con la acera de enfrente, pues hasta tenía su puntito. En el fondo, un hombre sabio, viejo y muy tierno. Dentro de ese colectivo, de ancianos mayores, estaban los que habían tenido sus problemillas con la ley. Es decir, entre ladrones, los códigos existen. Y al abuelo más gamberro, se le respetaba. Bueno, iba a Roma, con su pliego al Papá. Yo era un estudiante modélico de unas notas magníficas, hasta que dejé de serlo. Tenía mucha suerte, con lo del estudio, pues no estudiaba nada y me acordaba de todas las frases, los versos, las formulas matemáticas y las figuras literarias. En esos escasos segundos que, había leído el libro de turno, me colgaba otro notazo en el examen. Hasta que la memoria se empieza a marchar. Se escapa como el confeti de una noche de fin de año. El otro día mirando mi colección de cajas vintage de los mejores Maltas, me di cuenta que la de Bowmore, tenía unas anotaciones, donde se leía títulos universitarios e idiomas. La abrí y me quedé exhausto. No me lo podía creer, tendría que pasarme un día entero para introducirlos en una base de datos.  Mi casa está llena de libros, casi todos comprados en librerías de lance, rastros u ofertas de saldos. Siempre pensé que con una licenciatura, o dos, la gente te abriría una puerta y te miraría mejor, esgrimiendo debajo del brazo un título firmado por el gangoso matadumbos Borbón.














Yo crecí en un tiempo y un barrio, donde las familias eran tan pobres que le decían al vecino; mi hijo es abogado, eh! Claro, que tiene su lógica. Aquellas personas nunca pudieron leer ni un solo libro. En el fondo, es una gran estafa, lo del título de matadumbos. Todavía recuerdo el día que llegué a la universidad —uno estaba encantado— menuda breva. Trajeado como Patrick Bateman. Olía a Ferragamo y pisaba con fuerza mis Clarks. Un 127 Fura, en la puerta y un montón de nenas “Ñan”, que me miraban. No había muchos tíos de 25, todavía quedaba un mes para los 26. Ah!, aquel aspecto aniñado y guapín que daba propinas al camarero del bar de la facultad y pagaba las copas de criaturas que, llevaban la mochila del Corte Inglés pagada, con los Valecortys, de sus viejos. Era el puto amo. Y batí un record. Menuda máquina: trabajando y estudiando 5 años seguidos: me licencié, con tesina y una tesis doctoral que no quise leer, porque la quemé, tras una noche de farra hasta el amanecer. La quemé en un descampado con una botella de Jameson en la mano. Borracho como una cuba, reía y reía delante del fuego. ¡A la mierda! La cuestión es que no paraba, también compaginé un Máster de dirección de cine, guion y producción, que por cierto lo organizaba gente del ESCAC y una universidad palmera que pone la mano. No recuerdo bien, el nombre, hay tantas, como setas. Sí, esos bolos que se montan algunos de los que tan efusivamente, y a día de hoy, pintan canas por las redes sociales con sus retoños. Como Amancios, en su cumpleaños. ¡Qué tal chico, cómo estás...! Y se exhiben, Ahora, cuando, lo ven a uno, dócil y viejo. Desconchado, por las cicatrices de los quirófanos y convertido en un ser sin vida por el dolor. Todo el mundo siente pena y esa lastima por el descalabro. ¡Grande Wilder, a patadas por las escaleras! ¡Qué lejos quedan las promesas envueltas en oro y lentejuelas! A ver, un segundo, que tengo que tomarme una cápsula de morfina y un zumo. Sigamos, ¿por dónde iba? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Un par de años antes de entrar en la facultad, comenzó mi primer gran intriga por el cine. Sí, aquello fue un escándalo, de cojones. Al lado de la pija, más guay del sagrado corazón púrpura redentor, no soy muy devoto. Será porque pude elegir entre ética y religión. Poca diferencia, la maldad las separa seis grados, en el limbo. Ahí, comencé otra estafa relacionada con el cine, donde aparecían gentecillas de la divina cultura de esta villa fallera. Desde gente que ganó un Goya, pidiéndome una correa, pues se le caían los pantalones. Ahora, el cabrón agarrado como un chinche; no se pintaba una línea de la papelina que llevaba en el bolsillo. Cosas de aristócratas antisistema. Estaba fuera de órbita. Desde que tuve que aguantar una noche, a ese hijo de la gran puta borrachín, de Córdoba. En el rodaje de un cortometraje, me ponen de nani de guardería en el café de la Infanta. Menudo elemento. Por cierto, con la ley actual ¿Se le podría aplicar los cargos de acoso y violencia de género? ¿O lo acosar, a un tío no es acoso? Creo que los The Goya Corporation, me señalaron de por vida. Ahora, la vida da muchas vueltas y entré en un bombo de la champions league. Donde, yo terminé metiéndole el mejor gol, de mi vida, a todos estos niñatos de Papuchi y Mamuchi. Como lo de escribir, no se me daba mal. Alguien, a quien  le tengo un gran respeto dijo; lo haces un rato bien, criatura. Hay gente que te mira con buenos ojos. Ahora, es el presidente de mi club de fans del IBP. No todo va a ser hulla de Ponferrada. Habrá gente que les joda escucharlo y otros se la sudará. Luego, están los que lo dicen todo con la boca pequeña y los ojos ensangrentados. Lo siento, pero no tengo la culpa de escribir y follar como los ángeles de la Capilla Sixtina. Los ángeles follan, y no es mentira, hasta Versace lo dijo, antes de ser asesinado.












La cuestión es que escribí un guion. Aquel guion era para un formato televisivo de concurso. Tuve una idea cojonuda y la cosa, como el que no quiere, fue un pelotazo. El episodio piloto hizo un gran share. Algo que yo detestaba. La cuestión; es que la productora —que gestionaba el programa— no quería que yo tuviera la autoría y el copyright de aquel sarao. Y dije: Puta madre! Nos fuimos a pleito. Como me la traía floja aquel mundo, de chilicuatres, del postureo digital. Accedí a negociar en una habitación, una suculenta compensación económica. Así como la entrega de todos los derechos de autor. Se lo quedaron y felices con unas perdices los perdí de vista. Querían darme la mano o besarme el culo… Yo solo quería marcharme lejos… Ese guion es la idea original de un programa que —a día de hoy— se emite en más de 50 países. No me quejo, eso sí. Mi picapleitos que es una de las personas, a las que más quiero, junto con mi asesor fiscal. Me dijo que estaba loco de atar. ¿Por qué vender algo que lleva 20 años siendo la gran mazorca de la TVs? Te lo dicho mil veces, Isidro:—No me gustaba, esa mierda. Yo quería hacer cine. Irme lejos de este puto país, cuando se muere mi madre. ¿Inoportuna? Puede. La vida y fatalidad, separadas por un instante muy efímero. Una tragedia más, que metes en tu mochila, y se carga con ella. Fue un época convulsa y compleja. El dinero se consumía. De repente, cogí el teléfono. Al otro lado, del hilo telefónico, el depredador de Isidro. Él sabía lo de mi madre y con lo que ganó de la comisión del affaire del guion. Nunca ha dejado de llamarme y preguntar por mi vida. No obstante, Isidro, me llamaba para decirme algo muy jugoso:— ¿Oye, Jon, si no quieres ser guionista famoso, podrías trabajar como escritor negro…?—Ah, pues, tío. Tiene buena pinta. Va a ser que sí. Me consiguió un contacto con una agencia que necesitaba un escritor con estilo y oficio, para ser Ghostwriter. Así, hasta llegar a la edad, de todas mis desgracias, 43 años. La edad de mi eterno amigo Tony Soprano. No lo puedo evitar, pero lo echo mucho de menos. ¿Ven por qué sigo mustio y muy jodido? Lógico.¿No creen que podría estar ganando un pastuki? Luego, está lo de esta chica, rubia, que manda en Madrid y al parecer quiso hacer un Máster, como el sujeto, Blasito. A ver, se acuerdan de la botella de Malta de Bowmore, claro que sí, con lo bueno que está. Da la casualidad, que como no había tenido bastante con la arqueología, la prehistoria, el cine, los putos guiones y el mundo negro. También hice un Máster de Periodismo y estaba en la cadena de los curas de becario. Tenía muchos tacos y la gente me llamaba el becario científico, por lo de los espolones. Los chavalitos pagaban un pastón como la Cifuentes (perdón, ella no) para hacerlo y poder hacer prácticas gratis. ¡Hay que joderse! Venga, ya! Investiguen las universidades que son cómplices de esta mierda. Les gusta el dinero, tanto como a servidor. En ese Máster conocí a Blasito, que sin tener la licenciatura de Periodismo, acabó siendo un tipo muy importante en la consejería de cultura de fallerolandya.












No digo, sus apellidos y demás, porque esto lo tendría que hacer los de la prensa levantina. No confundir con los cachas. Y ya saben, que el dinero, es esencial para mí. Luego, no tengo ganas de joderle la vida a ese cabrón, al cual le hice hasta el trabajo de fin de Máster y tropecientas mil asignaturas. Bueno, dejémonos del puto Blasito y vean cómo se las gastaban, en la capilla del micro de los curas. Llego allí y me dan un plumero y una caja de folios. ¡A la fotocopiadora, campeón y nos traes dos aguas con gas! Pasaban los minutos y a las dos horas, aparece una chica con cara de angustiada. Me dice:—Oye, chico, que te llaman del estudio central. Allí, que voy yo. Mi voz, al igual que mi entrepierna; suena muy viril y sexy. La cosa como el que no quiere, se mascaba en el ambiente, apuntaba mal pálpito. Aquel corral tenía un gallo grande y viejo, al que mi intervención —“in live”— lo hizo polvo cuando entré en antena. Y se las ingenio, para decirles a los de la dirección del máster; que no era la persona indicada para trabajar en radio. Yo antes de marcharme le espeté: ¡Ud. es un envidioso! Lo lleva en la cara. “Arrieros somos, y en el camino, nos encontraremos.” Me marché muy enfadado, enfadadísimo. Supe con los años que, al payo, le dio un infarto, como el que me dio a mí, de los masivos. Realmente, muy jodidos y letales. Empero, él se murió. Lo siento, yo no le deseaba la muerte. Ni se la deseo a nadie. Sólo un par de hostias públicas o unas disculpas… Ahora hay un Máster de radio con su nombre y una placa. Los niños y las niñas bien que estudian periodismo en la privada pagan por hacer prácticas en la silla del rey de la radio fallera. Como diría mi amado Hubert SelbyJr. He tenido una vida realmente, muy literaria. En 2002, Selby entregó a la imprenta su último trabajo, porque ya no tenía vida pública. Atado a un tubo de oxígeno, había dejado de dar clase y padecía una terrible depresión. El bueno de Selby murió en abril de 2004 por la jodida necrosis pulmonar crónica, que soportaba, desde sus tiempos mozos en la marina. Curiosamente, Hubert rechazó la morfina durante sus últimos días de hálito. ¿Entienden porque me gustaría escribir como Hubert Selby Jr? No hay escritores como él, ni los hacen ni se fabrican. Es muy difícil ver algo tan sui generis, como aquel genio. Recordaré aquella reseña que escribió para L.A. Weekly: “Lo extraño, en realidad, es que todavía estoy vivo, y que periódicamente puedo publicar un libro. Creo que tiene que ver con aquella sentencia de muerte que me dio el médico cuando era joven. Que se vaya a la mierda, pensé entonces. Nadie me dice lo que tengo que hacer”. Durante estos 6 años, el IBP, en realidad se le debe al coraje de una mujer extraordinaria, que me empuja a ponerme delante del ordenador. Aunque, sea en una silla de ruedas. —Escribe, Jon. —No cielo, yo no soy escritor. Para ser escritor se necesita el arte de la disciplina y la técnica. Y yo nunca he sido disciplinado, aunque tenga mucha técnica. Está claro que soy una causa perdida. No tengo miedo a la muerte, sólo a no verte nunca más. Eso si que me da auténtico miedo. Aquí me he sentido libre y escribo cuando puedo, sin presión. Escribo de lo que quiero, siempre con el cine por delante. El dinero, nos da la libertad, para elegir ser muchas cosas. Lo peor, es tenerlo y no tener salud. Es obvio, cuando no tienes un céntimo no haces la declaración de la renta. Por cierto, no le den un like, al post. Pues, me importa un pimiento, Mr. Like. Y todos sus negocios de venta de datos; cuando cagamos, follamos, nos cepillamos los dientes o nos vamos de vacaciones. ¡Qué le den a Mr.Pulgar! Empero, si les ha gustado mucho, tendré que seguir escribiendo hasta que me encuentre en un bar muy canalla con el karma de Selby Jr. Palabra de cardiopata.








                                    Dedicado a Steven Bochco diciembre 1943/abril 2018 In Memoriam





Fotogramas adjuntados


Hubert Selby Jr: It/ll Be Better Tomorrow (2005) by Michael W. Dean& Kenneth Shiffrin
The Big White (2005) by Mark Mylod
Man of a Thousand Faces (1957) by Joseph Pevney
I love You Phillip Morris (2009) by Glenn Ficarra& John Requa








               

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