Una primavera con muy mala leche; el psiquiatra engañado y los demonios internos

abril 11, 2024 Jon Alonso 0 Comments

 


Se han preguntado en alguna ocasión, eso, de ¿Por qué no dejamos de luchar contra nuestros demonios internos e intentas negociar—contigo mismo— darte una pequeña tregua? He pasado unas semanas raras e insomnes. La culpa de todo; se rompió el Pc de sobremesa, el portátil y otro que es muy viejo y lo tengo por puro romanticismo tecnológico. Sé, que tiene un nombre anglosajón, esta manía, pero estoy asténico. No quiero rebuscados ni palabros de Don Juan Manuel.  El sábado pasado comenzó la maldición, después de una noche de sueño intranquilo, la mañana se convirtió en una montaña rusa. Pensé que las preguntas que tenía pendientes querían tomar algo; por ejemplo, cafeína. Éstas, muy gentilmente, me agradecieron mi hospitalidad y se tomaron la libertad de pedir un expreso descafeinado. Hablo de las preguntas. Recuérdenlo. Los galenos nos advierten que la cafeína nos pone nerviosos. Puede, pero que cosas que no acaben, en ina, terminan por sacarte los nervios y cambiarte los colores. Admites que estás agotado de mirar siempre por encima del hombro, esperando que ocurra lo peor. Hasta tu jefe parece haberse dado cuenta de que no cumples con los plazos y la calidad de tu trabajo es cada vez peor. Las alarmas se disparan, y uno, no puede más, como el viejo boxeador: tira la toalla. Estoy muy cansado. Trabajar de noche, mantenerte despierto, nos deja de mala leche y se paga por la mañana con quienes más quieres. Ese mal humor matinal, te está cavando tu propia cripta. Me preocupa— En serio. Sabía, de un tipo, que no aguantaba más y los remordimientos le han llevado a olvidarse del aseo dental. Siente tanta vergüenza, como mal aliento deja por dónde pasa. Hasta, la ha tomado con el agua. Apenas, tiene tiempo para ducharse, por no decir, que anda con el síndrome del gato escaldado. Huye del agua. Realmente, apesta. Alguien que se preocupa por él, le ha puesto alguna pila de litio y ha conseguido convencerlo para que ir a una terapia psiquiátrica,  una vez a la semana. Han pasado dos semanas y esta pareja se han enamorado de la jodida terapia. Ni calvo ni tres pelucas. Va vendiendo las bondades de su cháchara y el mindfulness. Evidentemente, se han comprometido a recuperar todas esas oportunidades perdidas, pero están de acuerdo en que los ataques de pánico comienzan a ser más cortos y menos intensos. Por lo menos, el asunto de la higiene y la mala uva va por buen camino.




                                      Quince días después del primer encuentro con el Dr. Elías


Los demonios personales de Luis y Elsa pueden ser sorprendentemente cooperativos si les recuerdas que una vez fueron ángeles.—Ríen, al unísono. Sólo Dios sabe lo que hacen esos bichos cuando no están arrastrándose por sus mentes, revolviendo recuerdos para revelar el jodido trauma, que se esconde debajo de sus máscaras. Se despiden con sus garras. Nos vemos el próximo martes a las 5 de la tarde. Atropellados, y tropezando, camino de la puerta de salida. Cuando, Luis espeta:— Queda pendiente…, un pequeño asunto Dr. Elías. Perdona. Por favor, quería preguntarle por los demonios internos. —El careto del comebolas, Dr. Elías, alucinante— insiste con cierto apuro; a la próxima cita… Al final, se marchan como si no les hubieran servido el postre en su restaurante de cocinero mediático, esperando 7 meses, en una lista de espera, para esa cena. Pero, el colmo, viene porque no son muy buenos con la tecnología. Pasan los días y durante dos semanas: vuelve la angustia y la apatía. Te llaman cada cinco minutos del trabajo para recordarte que el martes vuelves a tu silla. Te llenan el correo electrónico de anuncios de pastillas para adelgazar. Te envían emojis de una mujer encogiéndose de hombros y poniendo los ojos en blanco como solía hacer Elsa. Comparten publicaciones en las redes sociales de tus hijos con un  supuesto novio, que no saben de donde ha salido ni conocen. Sacan a relucir calcetines y guantes perdidos bajo el sofá del pasado invierno. Hasta que comienza un fuego cruzado por aquello del cuando te quedaste con los niños un fin de semana que no era Navidad. Bien, han pasado 17 días y la moral está muy tocada. Llega el martes a las 16:45 en la puerta de la consulta del Dr. Elías. El terapeuta, los saluda y asiente con simpatía. —No pasa nada, tengo mucho trabajo—Sólo intentábamos ser amables. No sabíamos que estabas ocupado y pensamos que te interesaría lo que hemos encontrado. De inmediato, el entrecejo de comebolas, se tuerce. Es digno de estudio antropológico y su cara un poema. Luis y Elsa con cara de vendedores del Círculo de Lectores. —De verdad, nos haría mucha ilusión.—Uno que no sabe que decir y sigue pseudocatatónico. Así, a bote pronto, nuestra pareja neurótica, le proponen una invitación para cenar. A ver, no es una peli de aquellas que hacía Allen, antes de perder los cascabeles. No, no. Esto es más cercano, casi como un momento Erasmus. Cómo si fueran esos viejos amigos de la Universidad que no has visto en 15 años. 






La cara del Dr. Es la de un tipo solitario, muy cansado de todas esas comidas en el microondas, mientras otea expedientes y un pequeño TV al que no hace ni caso. Pasa esa imagen, de nuevo, y dices; ¡Qué cojones, por qué no! Aceptas su invitación. Pues, da la casualidad, que conocemos el sitio perfecto. Es una Trattoria donde Elvira (la ex esposa del Dr. Elias) le dijo que quería el divorcio. Se escucha una canción de Lana Del Ray, en ese instante, es la misma que sonaba entonces cuando acusaste, a tu ex mujer de tirarse al vecino. Por suerte, la melodía cambia, y ahora, es Johnny Cash, el músico favorito de tu padre. Recuerdas la voz grave de Johnny zumbando en los altavoces del camión cuando te llevaba al entrenamiento de las ligas menores. Tu corazón palpita como un viejo motor que se enfría cuando recuerdas la última vez que salió del camino de entrada para no volver jamás. Cuando, los dos, a la vez:

¿No te gusta esta canción?

De repente, el Dr. Elías se teletransportó a un tiempo muy lejano. Era muy joven, abundaba el pelo por la coronilla y parietal e ir en camiseta de manga corta era un regalo para los ojos de aquella estimada vanidad. Nuestros amigos Luis y Elsa—remarcan. Ahora llega lo mejor de la noche…Su sinceridad cala más hondo con cada acto de amabilidad. Un camarero con un mostacho a lo David Niven aparece con unas cajas de bombones gourmet, seguidas de cestas de galletas de regalo y unos chupitos de Limoncello. Nuestro Dr. Entró en pleno éxtasis. Cuando Luis le advirtió—Mastica esas calorías, Hey Man! Rechinando los dientes por todas las veces que tu ex mujer te pinchó la cintura y te dijo que estabas demasiado gordo. Recordó cómo tu madre solía esconder un montón de barritas de Huesistos por toda la casa para poder tragarse su desesperación semidulce mientras dormías. —Y como murió, eh, Elías: sola y llena de remordimientos, como probablemente morirás tú. Para. Para esto—Gritó un desesperado Elías. ¿Podemos volver a como estaban las cosas? Por un momento, el camarero y el resto de los comensales alucinaban.


El Dr. Elías está hablando sólo. Haciendo ademanes a la silla de al lado. —No tienen ni puta idea de lo que es aguantar todos los días las mismas monsergas. Les ruegas que negocien otro sábado y, sorprendentemente, acceden. Sin embargo, llegan pronto y se cuelan en tu cita del viernes por la noche con esa mujer de contabilidad. Le levantan el pelo y soplan su aroma a lavanda en tu dirección.—Jodida lavanda. El olor del champú de Elvira. Piden chupitos de tequila. Siguen sirviendo margaritas mucho después de que les cuentes todos los trapos sucios de tu anterior matrimonio.— Tu cita, esa que has tenido que hacer lo más heroico de tu vida, no deja de mirar el reloj e insinúa que se está haciendo tarde. El camarero le espeta: Dr. Elías, se encuentra bien.—Claro que estoy bien, Alberto. Dame la cuenta. Enseguida. A la mañana siguiente, en casa de Luis y Elsa, apenas se oye nada. Legañas y la sensación de tener los párpados llenos de tierra. Una resaca del 29 va a marcar un lluvioso día de primavera. Posiblemente, el mismo que se encuentra a buen recaudo, bajo una almohada asfixiante. —Se oye el ruido de los platos, en la cocina moverse; y es una perforación de tímpanos. Las puertas de los armarios se cierran de golpe. Los cajones de los cubiertos se desparraman por el suelo de la cocina. El triturador de basura gorgotea enjuague bucal y Elsa con la boca llena de pasta dental contesta:— ¿Por qué no me dejas en paz? Luis: eso lo dijo ayer el Dr. Elías. Algo muy parecido. Elvira dice—¿Qué cojones—Si eso mismo dijo, qué demonios queréis? Y dijiste:— Sólo queremos ayudar.—Ayudar! Eres una venganza, tío. A ver, ya no te acuerdas de los demonios internos y tus affaires. Hombre habló D. Damien que drogó a su psiquiatra sólo porque se follaba a tu antigua novia de la facultad. Elsa, de buen rollo:—¿Tienes algo más que café descafeinado? Va a ser un día largo, cariño. Hala, ponemos el  filtro de café blanco en mano, respiras, miras al techo y consideras una nueva táctica: rendirte.—A ver, Luis lo tuyo es realmente diabólico y preocupante. Lo dicho, la primavera, tiene estas cosas.

 


                                                                                    FIN

 



                                  Dedicado a Jaime de Armiñán marzo 1927/abril 2024 In Memoriam


Fotogramas adjuntados

 

Spellbound (1945) By Alfred Hitchcock

Annie Hall 1997 (By) Woody Allen

Das testament des dr. Mabuse (1933) By Fritz Lang

Sling Blade (1996) By Billy Bob Thornton

 





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