El deseo de la chica de ayer que bailaba con la flauta de Fausto

mayo 30, 2021 Jon Alonso 1 Comments




Caminos del viento que llevan al centro de la ciudad de la eterna primavera, dirigen mis pasos hacia la alborada de la existencia, por mi costado Este. En la desesperada búsqueda de la pasión desenfrenada. Mis deseos más ocultos afloran y nada me importa —quiero conocer la fuente del saber divino que deviene a lo profano, prohibido y salvaje— teñido de matices que falsean la diafanidad y enturbian la vista del ojo más agudo de un relojero tuerto. Senderos que finalizan en el más allá de la conciencia son la ruta perfilada para mi viaje, una aventura quizás sin retorno. Las farolas dibujaban en el paseo —una trémula luz— que al llegar a la altura de las moreras parecía ser lamidas en un acto de exacerbada concupiscencia. Aquellas farolas, habían perdido su encanto, ya que iluminaban, en lo radiante del día. Nadie más podría haber imaginado la sombra de una gaviota en forma de caballito de mar, lo absurdo afloraba, a cada paso, el sinsentido lo envolvía todo. La chica del sueño furtivo que flirteaba con la razón y coqueteaba con la verdad, que danzaba entre las espinas de las rosas, sin herirse pero casi tocándolas.





Ella observaba el camino de su epopeya trazada en el romance sombrío de Dionisio. Entre un montón de huellas que demarcan la ruta de lo orgiástico y la búsqueda desenfrenada de placer —en un eterno paroxismo— para encontrar una puerta gris que se abre y tras ella una oscura estancia. En medio de la noche atemporal del negro encierro; se arroja a los brazos del misterio oculto tras lo insondable. Era una chica de sueño proscrito que deseaba ver la luna reflejada en el espejo de su ego. Garbo y porte se fundían en un temperamento altivo, de emociones disonantes, cuales, dieron los compases de un arrítmica acordeón. Del otro lado de la vida, el vaivén de los sentidos, que se balancean al compás de porciones que aceleran las ideas, y agilizan la llegada de matices suavizantes tras los cuales acecha la hiedra venenosa. Una media de tersa piel que acariciaba la lujuria de aquellos personajes —que yacían— entre melancólicos escondrijos junto a la chica del sueño clandestino. 






Patibularias miradas que devoraban la perfección de las marmóreas caderas y alimentaban tentaciones con la turgencia de los senos, en deidad, como obras de un creador lejano: el amante del arrojo de sus anormales criaturas. Bebía compulsivamente escocés hacendado. Ella bailaba con una mujer que la miraba con unos ojos flambeantes de pasión. Después subimos los tres a una oscura celda, en el segundo piso. Se desvistieron en medio de arañazos de placer y mordiscos de deseo, para finalmente, arrojarse al suelo y dar rienda suelta a su frenesí. Yo las observé absorto en sus movimientos convulsivos. Comienzo a excitarme al punto de no poder contenerme y de sentirme muy extraño. Abrí la puerta, descendí las escaleras y bajé dando tumbos hasta salir a la calle. Noté que los adoquines de la calle estaban encima de mi cabeza y llegó una arcada: Uffaaarrggfff! Tiré de vomitona, durante un largo minuto.—Solté hasta la primera papilla del parvulario. Ahora, sí. Respiré hondo, entre un aliento a perro descompuesto y las sienes palpitando.



Una vez, denoté a la calle, en su sitio y mi cabeza en el suyo. Continúe para perderme en medio de la noche. La chica del sueño sigiloso, de impensables lujurias y brebajes prohibidos, que ocultaba sus ansias de luna llena bajo el manto del desenfreno, se esfumó. Aquellos ojos de eterna mirada que observaban el silencio dejado por cada orgasmo después de saciar su inquietud. No los volví a hallar. La tristeza volvió a mi encuentro, ya que no todas las chicas cautelosas tenían un trabajo de muchísimo valor. Mucho más, que el de aquel tipo, de su sueño incapaz de compensar, el pagó que debería haberle correspondido. Apenas, le dio importancia en su momento, y que hoy, si tuviera que mudarse, sería de las primeras cosas que apartaría para no olvidar. La chica de mis sueños, igual que la chica de ayer, estará pensando que ya es hora de hacer los trámites para donar sus órganos y hacer algo con su vida. No quedan promesas del este ni cancelas que separen fronteras, ni tan siquiera plegarias para la redención. Sólo llamaradas en la flauta de un tal Fausto.



                  Dedicado a Francisco Brines Bañó ​ enero1932/mayo2021 In Memoriam



Fotogramas adjuntados

Le notti di Cabiria (1957) by Federico Fellini

Die flambierte Frau (1983) by Robert van Ackeren

Faces (1968) by John Cassavetes

Lilja 4-ever (2002) by Lukas Moodysson

 

 



 

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