David Chase, la Cultura y el Leifmotiv

septiembre 08, 2013 Jon Alonso 30 Comments







Pero, Ud. es un jukebok?— ¿Por qué?— Todo el mundo lo dice.— Eso es porque Uds. me miran con muy buenos ojos… Contestó un cínico David de Cesare. Una de las mayores grandezas de los Soprano es su BSO, obra y pensamiento del gran David Cesare. Más cercano para el ciudadano de a pie, sería su actual nombre: David Chase. Yo no voy a hablar de los Soprano. Está todo dicho sobre esa obra maestra. A pesar de que sea un adicto a Mad Men. Por encima del hombre de Madison Square está la bestia de New Jersey. Maticemos, que Mathew Weiner— el creador de Don Draper— escribió muchísimos capítulos junto a Chase y Terence Winter en aquella mítica serie de TV. Creo, que ya barrunté sobre ese cantar por esta bitácora rejuvenecida. Bien y ahora me pregunto, ¿dónde reside el trabajo del editor of soundtracks o banda sonora de edición no original? Fácil y complejo a la vez, incluso algo irrisorio cuando los eruditos de la semiótica del contexto circunstancial y praxis de la mayéutica dentro de la composición fílmica darían su aprobado. ¡Uy que don repipispedantis me ha quedado!—diría una maruja postmoderna de la troupe Almodóvar. Y alguna hostia me llevaré del grupo musical “maldita vecindad bloguera” junto con los habitantes webesféricos de la ínsula  purista e hipermoderna transmutados en una bolsa de Matutano.








Es obvio, que Mr. Chase tiene más razón que un santo. Más que nuestro gran santo nacional; el genio de Móstoles desterrado de los tres palos por obra del espíritu divino y el marqués de Jamaica a mendigar en las cadenas navarras del escudo monárquico hasta 2020. No se me pierdan, pues la cuestión es más de profesor de economía mediático, al cual se resisten determinados colectivos nacionales; eliminar costos y discusiones. Esa es la cuestión y encontrar un leitmotiv (por qué, cómo, cuándo y dónde). Este recurso es muy antiguo, pues fue utilizado en 1927 con más estilo o gracia. Siempre se podía encontrar a un buen Jazzman o bluesman para ejecutar la BSO o Soundtrack—que les gusta decir a nuestros queridos  anglosajones— en sus littles bands por cuatro perras y unas birras. Sin embargo, lo que necesitamos cuando hablamos de música es muy sencillo. El director de cine tiene que ser melómano por antonomasia; un tipo cultivado en sus pabellones auditivos: el erudito musical. Por ejemplo, Kubrick o Coppola pecaban de esta enfermedad y lo bordaban. No basta con ser un simple oficiante o funcionario de: ¡Now and Action and Cut! Los pequeños detalles y pormenores cuantos más insignificantes son, más fascinantes. En definitiva, no es más que expresión de talento innato. Es la seducción de esos tipos que su trabajo lo convierten en  pura obsesión compulsiva como Hawks, Hitchcook, Kubrick o Scorsese.









La diferencia la marca, el hecho de quien es más pobre y carece de recursos cualitativos y cuantitativos. El estatus social hace mucho más sencillo el acceso a la cultura. Porque seamos sinceros… Cuando la gente habla de cultura… Se emborracha hablando de ella. Todo el mundo sabe de fútbol, cine, ópera, teatro, toros y etc. Resumiendo, el respetable  es muy culto, por ende: sabio. Fetén. Sin embargo, la cultura sigue siendo patrimonio de las élites. No sé muy bien a dónde quiero llegar con tanta perífrasis, pero llegaré. Tranquilos no he vuelto a la ginebra ni a los polvos del altiplano. Estoy bajo control. Bien, volviendo a la esencia del leitmotiv, ése que nos mueve a escribir de nuevo: la música. A día de hoy, gracias a la recuperación de nuevos compositores por reescribir el neosinfonismo del periodo dorado de Hollywood (Herrmann, Newman,  Rózsa, Steiner,  Tiomkin o Waxman)  hace que servidor vaya a ver bodrios insoportables. Por ejemplo, el blockbuster “Hombre de Acero”, para que nos entendamos; El nuevo Superman—insoportable— mal dirigida y protagonizada por un pésimo actor. Qué pena lo del aquel tío con sus calzoncillos rojos como Dios manda, Christopher Reeve—diría mi abuela. En fin, a todos nos llegará nuestro S. Martín. Eso es seguro. En cambio, el film tiene una exquisita banda sonora que obnubila toda la cascabelería y tramoya de los FX y demás berridos de la Bernarda en 3D.  










Los nuevos Dolbys y Hi-fi del nuevo milenio producen una sensación tan agradable que crees, por un momento confundir a un tipo tan previsible como Hans Zimmer con las celestiales notas del magiar; Miklos Rózsa. Lo mismo ocurre con el ínclito Howard Shore o James Newton-Howard. Ahora mismo, mientras tecleo tengo de fondo la BSO—exquisita— de un film horroroso, pero con unos violines de JNH que dan el pego por A. Newman. Cuando lo normal y lógico por estos lares sería escuchar a W. Dixon. No obstante, si escribo me gusta escuchar BSO de compositores originales. Es una pena que no tenga a mano muchos de los Cd´s de los aludidos arriba. Las mudanzas las maneja el diablo, nunca se empecinen en ellas. Les va media vida en ese affaire. No me pregunten el porqué, pero la cuestión sigue siendo el leitmotiv, y eso lo hacía de cojones; Allen,  Kubrick y en la TV de los ochenta el inventor del videoclip Michael Mann, que ha trasladado el modus operandi, a sus obras en la pantalla grande con la misma eficacia. Sólo tienen que ver el mal gusto musical de directores videocliperos cutres y fashion victim como Luzmarh&Cia. Ahí es donde uno se prende—mentalmente— con lo del  “bad taste” que adoran las nuevas hordas teen. Luego, cuando David Chase habla de música uno tiene que agarrarse a la bacinilla y recoger abundante secreción bucal ante un desconocimiento abismal de lo que es una memoria prodigiosa de la historia contemporánea del rock.








Es reconfortante escuchar comentarios de los asistentes en la edición de la banda sonora de los Soprano sobre Mr. Chase, durante el proceso de postproducción:—“Cuando te sugieren 20 canciones por escena, lo diferentes que pueden ser... Solamente lo puede hacer una Jukebox. ¡Hey, David es que tengo una duda!… Y te aparece con un tema de 1956. Los versos de cada estrofa y repiten los coros o si tiene sección instrumental.” Ahí,  en esas observaciones reside  la esencia al enigma. Cuando alguien te dice que una película no debería haberla protagonizado el desaparecido— y que en paz descanse—, inmenso  y prodigioso James Gandolfini  sino Mick Jagger,  Bob Dylan o Elvis Costello. El duende te apabulla, una pasada escuchar esos cuatrocientos y pico temas, que por la red se pueden localizar. Otro personaje inquietante ha sido  Kubrick, uno de los grandes forjadores de este oficio. De joven fue intérprete de Jazz, y un melómano empedernido con nitroglicerina en las manos. Sin embargo, recibió una educación exquisita. El caso de Allen es similar—todavía recurre a su banda— tocando el clarinete con soltura y evidentemente, su criterio con las Sountracks es excelso. Tanto uno como el otro cambian los métodos, es decir, un compositor de renombre y música grabada; Alex North, Wendy Carlos y temas conocidísimos de Beethoven,  Mahler o similares. No obstante, el podio es  para el amo de NY, Scorsese.









Es el jefe en  este territorio porque es capaz de tararearte  un tema de 1917—rareza escrita por John Keleitte e interpretada por un elenco de estrellas a lo largo de la historia musical de EE.UU—que es el alma mater de “Enemy Public” (1931) de mi amado W. Wellman, en las voces de un dueto irrepetible; Albert Campbell e Irving Gillette, para introducir de seguido a Small Faces, Perry Como, The Almann Brothers o The Clash. Incluso, vacilarnos con Bach o Mozart y sus réquiems. Vease sus Cd,s editados desde “Malas Calles” a “Casino”, qué  películas y no ese fraude llamado Quentin… Y la historia que “el xic” saber rodar y es de uno de los pueblos que más cariño le tengo —musicalmente— hablando, Tennessee. Matizo, sobre gustos no hay nada escrito ya que los Tarantinianos estarán del higadillo, porque  no lo incluyo en el clan de los maestros. Cuando pase la reválida del videoclub, quizá para el 2021. Me gusta el número. Le he cogido cariño. Ése, es el universo de los tipos que saben donde pisan;  los detalles. Las pequeñas cosas son importantes a la hora de trabajar, porque saben que cada céntimo invertido en su aporte cultural tiene un motivo y un porqué. Saben que hay alguien detrás, que en muchas ocasiones están bien formados y quieren ganar dinero. Pero, no se confundan. Lo quieren con un buen trabajo. Dignidad y elegancia. Esa es la virtud de la cultura. Luego, cuando nos llenamos la boca de su nombre  y enarbolamos la bandera de esto o lo otro, siempre hay algo muy bizarro que se nos escapa de las manos. Y es que la cultura, no es una sartén contemporánea. Ni el patrimonio exclusivo de unos pocos indocumentados. Ven como una banda sonora da mucho de sí. Demasiado, en el fondo todo este barrunto musical del bypass reside en el leitmotiv, y al final, lo he encontrado.


                                                    

                                                                                   Dedicado a Anna Volkova 1917-2013