Aquel Santa Claus Justiciero

diciembre 21, 2013 Jon Alonso 0 Comments










Érase una vez un lugar, donde un rey vigoroso y déspota gobernaba un pequeño reino en las tierras altas del lejano Oriente. Tal era su poder que le rendían pleitesía un millón de pecheros. Rodeado de tesoros inimaginables e inenarrables, pues son imposibles de contar la cantidad de monedas de oro, plata, piedras preciosas, efebos, nubios y jóvenes hembras que acaparaban tan suculento botín. Aquel sátrapa era más rico cuanto mayor número de esclavos y súbitos poseía. Alguien dio un aviso al tirano, que un Papa Noel estaba borracho en el bar de Baltasar. Un joven negro, que todo el mundo respetaba. Su garito era el único lugar no violado por el terrorífico dictador. El joven Baltasar estaba tullido. Algo que le producía grima al célebre rey, pues pensaba que la cojera era presagio de mala suerte. Aquel bar era su mísera y desamparada morada donde ejercía tanto poder como su Señor sobre el resto de sus conciudadanos. A Baltasar le  importaba un colín todo lo que pasaba a su alrededor. La vida la había dejado en un estado de indiferencia permanente, pura ingravidez física. Mientras el Papa Noel le espetaba.—Creo que no serás tan necio de negarme otro trago, ¡por  favor! A  lo que Baltasar, le volvió a servir una nueva copa de 100 Pipers. Mientras en palacio, el rey se rascaba en los sitios más recónditos de su anatomía. Desesperado llamó al jefe de sus criados— ¡A ver, qué pinta tiene ese Papa Noel!—Bueno, para serle franco Señor. Su aspecto es algo cicatero, abatido y con el atuendo hecho jarrones.—Traédmelo. El servil consejero junto a dos soldados se presentaron en el bar de Baltasar. La sorpresa fue que cuando entraron en el local. El Papa Noel estaba vomitando en el suelo de la barra. No tenía la saca con los regalos de Navidad. Ni nada de nada.


















El bajo criado le chilló.—Vamos, Papa Noel, arriba... Mi Sr. Te requiere.—Tu qué… ¡Qué le den por el saco a tu rey y el resto de la corte, pringaos! Tirado en  el suelo. Repetía una y otra vez que quería otra copa. Baltasar, volvió la cabeza con gravedad hacia otro lado. El criado y los soldados comenzaban a desesperarse ante la atónita situación. De repente, el Papa Noel se enderezó hasta empinarse sobre la punta de los pies, pero luego, pensándolo mejor, resolvió no darse por aludido. Mientras un par de  gruesas gotas de sudor caían por debajo de su gorro, aparentó mirar a los soldados, como si no reparara en la existencia del lugar y espacio donde había aterrizado.—Qué mierda pasa, dónde hostias estoy…—¡Eh, oye, tú negrito! Ponme otra copa. Y diles a estos idiotas que me dejen en paz. Baltasar estaba de pie—un poco pálido— recostado contra la barra interior de las bebidas. Observando con desidia.—Tener mucho cuidado con ese Papa Noel, vienen de un reino donde sus  dioses son muy poderosos. El criado y la guardia escucharon estupefactos.—¿Ahora, hablas y defiendes a este borracho?—Sólo os advierto de una posible arrebato de sus dioses en el palacio del rey. —A ti qué más te da, tullido. Si eres un apestado en tu cantina.—Sólo digo lo que sé.—Cállate y ayúdanos a levantar a este elemento. Finalmente, tras un pequeño zarandero se llevaron al ebrio Papa Noel a Palacio. No sin antes lanzar varias peroratas. —No tenéis ni puta idea de  a quién estáis maltratando… Soy el mensajero real del reino de los dioses de la bondad, que llevan los regalos de Navidad a todos los niños del mundo. ¡Os vais a cagar por la pata abajo!—Seguía con la cantinela hasta que llegaron a la fortificación.  Cuando fue presentado ante el dictador. Éste, se le lanzó a degüello.¡No te da vergüenza, maldito necio verte en este estado!—¡Jódase, vuecencia—Cómo te atreves!— Que le den.


















Mis dioses están a punto de acabar con Ud. — ¡Tonterías!—Bajadlo a los calabozos…En aquel instante, cogido de ambos brazos por dos forzudos soldados se escuchó un ruido que sonaba a cólera y tronío de los Dioses. El Papa Noel borrachín se partía de la risa encima de la patena del trono. Mientras el tirano, se inquietaba y los soldados titubeaban con los brazos del mensajero de Santa Claus. De repente, las columnas de palacio echaron a temblar y comenzó la caída de cascotes. El déspota no dejaba de observar su tesoro y  se sentía enconado —furiosamente— sobre las ruinas. Observaba como las piedras se habían convertido en proyectiles, que  rompían los caños de la fuente que iluminaba el cetro. Cada nueva explosión era más espectacular. Y enormes pedruscos planeaban, a la vez que caían entre tupidas nubes de humo negro y tamo. El espectáculo era dantesco: muebles destrozados por la explosión, los cabezales despanzurrados. Papa Noel (se tronchaba) —Ja,ja,jahaha! El techo cayó por completo y un gran hueco dejaba ver una luna llena hermosa. Apareciendo un trineo con seis renos reales, posándose en el suelo de Palacio. Santa Claus, se levantó como pudo. Andando de un lado a otro—eructando. Se subió al trineo y sentenció: —¡Lo  ves payaso, quién coño eres tú para arruinar la Navidad a los más inocentes del mundo y no dejar tomarse un whisky como Dios manda. Venga idiotas levantaos es tiempo de paz! Luego, recoged lo que es vuestro y acabar con el sátrapa. —Es Navidad, amigos. Solo la magia nos hará libres. Ahora mismo este reino está liberado. Aquel Papa Noel salió por arte de puro deleite con su trineo como si se tratara de una nave espacial. Los habitantes de Palacio se dirigieron hacia el artero déspota y fueron de uno a uno apuñalándolo. Nunca más se supo del enigmático Santa Claus y los niños de aquel reino disfrutaron de una Nochebuena llena de alegría.



                                                                                                      FIN









 Fotogramas adjuntados

 Bad Santa (2005)  by Terry Zwigoff
 Reindeer Games (2000) by John Frankenheimer
 The Sopranos (1999) by David Chase 









Dedicado a Andrés y Salomé mother que están pasando un momento delicado. Así como a toda la gente que sigue siendo fiel a este lugar. Feliz Navidad y que 2014 os traiga sueños hechos realidad...












                              

Algunos hombres buenos

diciembre 08, 2013 Jon Alonso 0 Comments








No ando suelto de mielitas por debajo del parietal, así como de presteza en los isquiotibiales. Pero algún profeta barruntó aquello de la libertad acaba con la esclavitud y  por ende, el sometimiento de todo humano. La dispersión del capital empuja  a nuevas maniobras  mentales. Muchas de ellas, no son gozo de todo el arrabal. Entonces, tenemos un problema más feo que el de Houston sin mamarlo ni beberlo. Y es que, todavía quedan algunos hombres buenos en la tierra. Hombres que se visten de dignidad todos los días en sus trabajos, familias, amigos y eso que amamos: la vida. Luchadores de esa utopía, llamada libertad. A la búsqueda de un pequeño haz de luz que ilumine su camino. Enemigos acérrimos de los inmovilistas planteamientos, que siempre han macerado ese caldo de cultivo rancio y enmohecido del totalitarismo. La verdad que pocos hubieran apostado on line, por un mediocre austriaco con alma de artista frustrado,  nos creara la mayor de las miserias del ser humano; el nazismo. Algunos, no saben o no quieren nombrarlo. También están los que hacen como si la música con fuera con ellos. No está de menos recordar que la generosidad, la solidaridad, el esfuerzo y la tolerancia nos son malas recetas contra el horror de un cerebro humano capaz de diseñar el mayor de los genocidios de la historia del siglo XX; la limpieza étnica de las ideas y la supremacía de las gentilezas raciales.
















La cosa es que pensaran Uds; me he reblandecido o estoy acercándome a esa pecaminosa edad donde un hombre pintado en canas y la cara arrugada, se emociona viendo a unos chavales jugar un partido de fútbol en su antiguo colegio de la E.G.B. La gente que me conoce sabe de mi auténtico ADN. Uno, que ha sido camiseta de franela todos los inviernos se llama; juego limpio, sensatez, sensibilidad y  honestidad. Lo dicho, parece que el diablo se haya aposentado en mi alma y el que escribe es alter ego. Empero, a los hombres buenos también les gusta bailar y dejarse llevar por las más guapas del ferial. No por ello, ningún seguro de vida le cubrirá a un mandado, que te salves de una serenata intestinal y su pertinaz subidón de hematíes a los carrillos. En lo más hondo de tu corazón, quizás te quede el grito a los cuatro vientos de “tierra trágame”. Claro, que muchos de nosotros no nacimos con los zapatos de Astaire ni las zapatillas de mi tocaya, Alonso. Aunque a Duke le encantase el rock de la cárcel y tu partenaire te pidiera— insistentemente— un twist como el de Travolta y Thurman en Pulp Fiction. No soy de esos que la dejaría tirada con una copa de Cava, en vez de un digestivo y exquisito Champagne que consume algún independentista con tripa de gangster postmoderno. Por ello, es tiempo de tener la oreja expectante y un mechero a mano para ser convincente a la hora de prender el cohibas de Guevara.
















Ahora, me vienen a la cabeza muchas frases que nos ha dejado para la posteridad el gran Alvite. ¿Qué hubiera sido de mi vida, sin  su existencia? ¡A ver, qué me jode muchísimo lo mal que lo está pasando y le queda guerra para rato! Lo que tengo, muy claro, es que la piel de toro sería un lugar más aburrido. Y fíjense podría decir un montón de chorradas al respecto. Pues, en este blog se habla de todo y cada día está más cerca del precipicio desastre, que de la etiqueta cine. Aunque, el cine sea como el inglés de Martínez Soria, es decir, el decodificador lingüístico que vertebra todo este discurso para llegar a Uds. La magia del cine es imagen y palabra. A veces, bullicio, silencio y motores de todos los colores. De la naturalidad de esos tipos que no son sex- symbols ni grandes mecenas de la metrosexualidad. La rutina de hablar sobre lo que ponen los acentos, los murmullos y hasta las miradas en el patio de butacas. Aquellos tipos que enamoran con un gesto, una sílaba o un escorzo de tramoyistas. Puede que no muy cultos, aunque repletos de recatos, amantes del devenir diario del hermoso canto de un ruiseñor, de un fregadero sin Mistol, de un prado que huele a hierba recién cortada, o de un bate de beisbol.














Porque la fe en los escrúpulos, es mil veces más fuerte que toda la mezquindad del silencio de los extraños. Luego no se olviden de que existen algunos hombres buenos. Puede que  irrisorios, exhaustos de tanta ingratitud vecinal que esquivan el voltaje del oropel. No sería la primera vez que se van cabizbajos, en el crepúsculo de la bagatela  de una jornada huera y acaben llorando en el callejón del garaje de Paco el mecánico del barrio cuando los viejos Citroën no lo tapan. Existen algunos hombres que rebosan sinceridad, suelen mirar a los ojos, fijamente, y en esa obstinación cómplice de la contemplación saben si mañana lloverá o si dejarán la pelliza colgada del gastado perchero. Los hombres buenos suelen visitar esta morada y es un honor recibirlos mirándoles a los ojos y con la mano extendida, buscando un apretón de ley. Quizás, en ese instante solemos esbozar una sonrisa sutil y refinada, pues nada se oculta en nuestros destinos. Sabemos de sobra que nos volveremos a encontrar en el reino de los hombres buenos.









            Dedicado a Roy B, al maestro JL Alvite y Nelson Mandela (DEP) Julio 1918-Diciembre 2013










 Fotogramas adjuntos


 To Kill a Mockingbird by Robert Mulligan (1962)
 The Quiet Man by John Ford (1952)
 The Man Who Shot Liberty by John Ford Valance (1962)
 A Few Good Men  by Rob  Reiner (1992)







                 

Las Hermanas de Havilland y el color verde Heineken

noviembre 18, 2013 Jon Alonso 0 Comments








¿Quién no ha escuchado la manida frase?, “Se puso verde de envidia”. Honestamente, no sé el porqué de esta atribución a semejante pecado. Descartes fue quien apreció tan pustulosa imperfección, a modo forense C.S.I. Concluyó: “la envidia arroja la bilis amarilla, que proviene de la parte inferior del hígado, y la negra, que sale del bazo y se esparce en el corazón por medio de las arterias". Empero, como en el bazo no se forma ninguna clase de bilis —en su discurso— del célebre galo. No merece la pena anhelar su física. Lo que es obvio, es que la maldita envida ha traído largos quebraderos de cabeza a gentes notables y por ende, a la mediocre plebe. Pecado de tez sibilina y espinosa detección. Se habrán dado cuenta, lo raro que es escuchar a alguien confesar que tiene envidia. Eso sí, los medios de comunicación han aceptado de muy bien ver lo de “envidiable”. Sea del pelaje o color que sus buenas madres parieron. Después están los celos, que es el eufemismo de todo el maldito embrollo para llegar a la aurora de estos males; Abel y su hermanito Caín. El último, no pudo más y ¡plas!, lo fulminó. ¿Sabían que la divina Marilyn le cogió gato a los ojos violeta, de la Taylor por el millón de pavos que cobraría en el papel de reina de Egipto junto al Marco Antonio galés? No estuvo mal su jugada.














Menudo desnudo —histórico— nos dejó a los presentes, antes de irse a los cielos con su Chanel Nº5. Nunca se les hubiera imaginado a los publicistas de Mad Men, que la refrescante cerveza holandesa haya dado en el clavo con el “Piensa en verde”. Ahora la nueva botella de Heineken es más fluorescente e intenta alejarse de su viejo verde oliva más oscuro, por aquello del cartesiano y la buena dicha a un mundo más esperanzador. Una pena para aquellos devoradores de celos: los mecánicos de la felicidad cerebral. Pobres chicos, empecinados en vendérnoslos el ardid como una falta de autoestima y seguridad personal. Bien, la verdad que también es mala suerte, que las hermanas de Havilland no hayan resuelto sus diferencias deleitándose con una rubia verde bien espumosa. Su relación es y sigue siendo el hit parade de todos los affaires más enfermizos, del pecado venial o celos para los reticentes. La Fontaine o de Havilland —rivales hasta la extenuación— han hecho de esta  patología adelfofóbica el vademécum del  Centro Monte Sinaí. 














Olivia de Havilland y Joan Fontaine. Hijas del abogado británico, Walter de Havilland  y la actriz Lilian Auguste Ruse, que se ganó la vida con el nombre artístico de Lilian Fontaine. Si los hijos son como los melones, imagínense los progenitores. El ínclito letrado salió muy viajero y por razones profesionales la familia se instaló en el Imperio del Sol. El matrimonio ya estaba tocado y la rubeola cazó a Joan. Los médicos sugirieron un traslado a USA. La pareja no lo dudó un instante; nos separamos. Tú a los EE.UU y yo aquí con mi kimono. Lilian crio a las hermanas en excelsos colegios de la soleada California, donde dieron buena fe de la inteligencia que guardaban Olivia y Joan. Esta última, pulverizaba los test de inteligencia. Lo demás, para aquellos que rebosan grandes conocimientos de eso llamado cine y chascarrillos; lo conocerán de sobra. Sin embargo, vamos a simplificarlo; la madre animó en primera instancia a Olivia a hacer carrera en el Hollywood dorado y después, Joan que no le iba a la zaga, cambió su apellido original por el de Fontaine, recuperando el nombre artístico de su progenitora.
















Pero, su carrera no terminaba de arrancar, cuando de reojo veía que su hermana se iba para arriba como Induráin antaño en el Tourmale. Su nombre ya había hecho historia en el mítico film de Fleming y el productor D. Selznick. Las vueltas y venidas de la vida, hicieron que un día se dieran de bruces el lince productor y la ladina Joan. Bebiendo, fumando y charlando comentaron los días de casting del pelotazo “Lo que el viento se llevó” y como ella, estuvo a punto de ser Melania. Pues bien, lo tuvo claro y le asevero a D. David. “Ese papel de pava sólo lo podía hacer mi santa hermana”. La cuestión es que de la noche a la mañana estaba trabajando con el halcón Hitchcock en “Rebeca” y posteriormente en “Sospecha”. La cosa es que las dos eran buenas de cojones y  el asunto terminó en una doble nominación. La prensa del higadillo estaba expectante en el backstage de los elegidos.
















Ahí, en ese instante se cruzaron ambas hermanitas y cuando Olivia intenta felicitar a Joan, ésta levantó la barbilla pasando —olímpicamente— de la sempiterna Melania. Dicen quienes las conocen que ese odio las mantiene vivas a los 96 y 95 años: no quieren perderse el placer de enterrar una a la otra. Al final, siempre nos quedará la sospecha de que el genio  “Hicht” estaba detrás de todo este affaire y le dijo a la Fontaine. —Cuando veas a tu hermana, atenta al guion: —"Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja, Melania". ¿Quién quiere la paz con estas dagas? La empresa de pacificación puede ser tan deprimente, como en los mejores años de sus vidas para haberse tomado una rubia holandesa y dejar rencillas. Al final, todo se va a reducir a la acción de un pisapapeles mental entre las piernas. Vayan Uds a saber… Igual lo descubren. Tippi Hedren que era una rubia —no de bote— daría  buena fe de la bilis de D. Alfredo. Yo, con el permiso de todos Uds. Me tomaré una Heineken a la salud de sus interpretaciones e intentaré no pensar en verde.








 Dedicado a mi sobrino, Mario Alonso 10/Julio/ 2013-¿?) y Doris Lessing (Octubre 1919-Noviembre 2013)












                                       

Alburquerque; dinero y píldoras

noviembre 08, 2013 Jon Alonso 0 Comments




Todos los otoños vuelven esos extraños dolores secos y punzantes sin aroma a nada, y que te dejan encharcado de amargura. Aquella tarde se preveía una más, en mi eterna soledad. No lo dude ni un instante y tal como me lo prescribe el comité galeno fui a por la caja de Tramadol. Tomé dos píldoras. La morfina se ha convertido en la perpetua compañera y moneda que mendiga salvedad. El efecto es rápido. A los cinco minutos todo se convierte en abulia y el latir de tu corazón se hace muy lento. Tan lento que apenas se escuchan las sístoles. Mis párpados comenzaron a cerrarse, mientras las gigantes pupilas desaparecían del gesto. Creo que me dejé caer en el sofá. No lo sé. Todo se ralentiza: mi  apetito, la sed, la libido y los sentidos… Empero, el dolor ya no lo notas: desaparece. Perdí la orientación y entré en una nebulosa de difícil comprensión. ¿Se han preguntado alguna vez si New Mexico es hermoso? Lo es y cuanto más abajo mejor. Huele a enchilada, flor de cactus y tequila. Se atisba la frontera y la casa de ese hombre que conocí una vez, Walter White. En el fondo una alma desdichada; víctima de su superioridad intelectual y ególatra que trataba de ocultar, tras el rictus facial de una máscara esterilizada en polivinilo trasparente. Nunca puse en duda su capacidad de esfuerzo y trabajo; encomiable. Me enseñó algo muy importante: el dinero. — ¡chaval, es lo único que se queda en esta vida! Seguí mi trabajo en la Universidad de New Mexico (Alburquerque), como profesor adjunto de Filología Hispánica. A White sólo me lo encontraba en el comedor y muy de vez en cuando en el parking del centro comercial del Plaza city. He escuchado si quería agua. No puedo contestarles con mesura está todo muy borroso. Sin embargo, les puedo hablar de otro hombre que conocí en Alburquerque muy conocido por sus poderosas caricias balsámicas casi inmaculadas. Un tipo de individuos que mi abuelo odiaba y solía maldecirlos: el mundo está repleto de ellos.




Esos hombrecillos, que nunca tienen ni una mala palabra ni una buena acción. Todos los días solemos tropezar con ellos; en el ascensor, en un semáforo, en una consulta médica, a la salida de un parking comercial o en la cola del supermercado. Al final llegan a cautivarte con ese estilo que muestran para  acatar las cosas con el sempiterno gesto de aceptación. No suelen preguntar, ni decir exabruptos. Apenas hablan, si no es para decirle al operario de gasolinera cuánto combustible quieren echarle al utilitario. Bien, volviendo al hombre que nos interesa. Una tarde de Octubre me di de bruces con él. Alguien me advirtió de su profesión: cirujano vascular,  pero lo echaron del colegio de médicos por un asunto muy turbio, que nunca me desveló. Únicamente, cometió un error; encontrarse conmigo e intentar epatar a la primera de cambio. No soy persona de grandes amistades, pero sí de grandes lealtades. No frecuento los levantamientos sociales, ni el sollozo constante. Siempre he pensado que la mierda se la limpia uno sólo. Hasta donde te llegue el brazo. Por eso me gusta el boxeo y el ajedrez: tienes a la gente en la distancia corta, donde se ven sus escorzos y carencias. Ahí, me gusta ver quién es quién. Mi tía siempre dijo de mí que tenía el porte de los grandes hombres afrancesados; el rasgo luminoso de la justicia y el alma triste de los trovadores en la semana santa sevillana. Nunca terminé de entender semejante estimación. Y todavía sigo en ello. Ya son años. Aquel ex cirujano y yo tuvimos la maldita ocasión de compartir trabajo en una lujosa hacienda sobre las colinas sombrías del viejo chaparral de Durango: la villa de “Los Nogales”. Era algo así, como la mansión donde habitábamos todo tipo de especímenes.




Una prole indescifrable: pintores, soldadores, carpinteros, fontaneros, gigolos, mozos de cuadra, mecánicos de automóviles y motocicletas, canteros, ferrallistas, soldados de fortuna, ex toxicómanos, enfermeros, administrativos, ingenieros informáticos y claro está bioquímicos y cocineros de nouvelle cuisine. El día había sido muy duro: insoportable. Y ahí estaba el inamovible Dr. S.O.S. Un tipo que según los mozos de cuadra, tendría como 72 años, pero que apenas aparentaba 58. Un rostro limpio, piel bruñida sin ojeras y el ceño casi plano. Juraría que el tipo se habría hecho un lifting— por la tersura de su piel—  algo menos de tres años. Muy bien trabajado. Junto a sus gafas de patilla de titanio Flex, Hugo Boos recubierta en baño de oro. Un día no me quedó más remedio que decirle a la cara, lo mal que se trabajaba en aquel sótano remendando heridas de bala de los soldados del dueño de la estancia, el  Sr. Solís-Cuevas. Estaba decidido a elevar una queja. Fue cuando pude darme cuenta de que lo que estaban viendo mis ojos. Juraría que no era de este mundo, o por lo menos la forma real humana. Un tipo pasó a toda velocidad, con un Impala chirriando ruedas que sacaban una polvareda de cojones. Ni Rommel en el Afrika korps. Lo sentí tan cerca que no sabía si acordarme de su parentela o  quería reírme de este espectro al volante en su puta cara.  Ahora él, se estaba riendo de mí. Pude observar que la cara de este julandrón se estaba desternillando, mientras trompeaba con el volante. No pensé más que en tener un Mustang y pisar el acelerador. Salir raudo y veloz de ese lugar y ni siquiera mirar por el retrovisor.




De sopetón, me vi cómo se abría la puerta del copiloto y escuché una  voz grave e inquietante: el Dr. S.O.S. ¡La hostia! —¡Sube idiota! Me subí al Impala y salimos a toda velocidad. Quién sabe si prestos a una nueva aventura. —Dame las gafas. Saqué del estuche forrado en piel de cocodrilo sus Hugo Boss. Miré por un lateral del cristal y pensé: el cielo es brillante y refulgente. El aire es traslucido  no muy diáfano; la tierra es de un color rojizo y cobrizo. Y sobre los oteros sombríos, ceñudas inundadas de romeros, tomillos y lentiscos que extienden su follaje mordaz, allende al otro lado de la frontera. Escucho—Te gusta conducir en México… No entendía muy bien lo que me decía aquel tipo de las Hugo Boos.—Mira detrás de ti. El asiento trasero estaba repleto de billetes.—¡Idiota, sólo queda el dinero y si no tienes: lo  pasarás muy mal! Ahora veía lejanamente, a mi asistenta. Parecía renegarme. Este Sr. Siempre  igual, cogiendo pildoritas de morfina y luego lleno de babas por debajo de la cama. ¡Ándale qué el gringito nos petará un día! Ya le he dicho que se tome las pastillas con el agua Sr. ¡Qué no vive en Yankeelandya— Lo pilla! Por cierto, deme 50 euros que he de bajar al Mercadona a comprar algo de comida y cachivaches de limpieza. Me quedé mirando mi cartera  inmóvil junto al vaso de agua milenaria. Un agua ciega que hace un ruido indefinible cuando la bebes, dicen que se llama Bezoya. Eso farfulla la alcahueta que me las sirve. Siempre el mismo vaso de agua y las mismas píldoras de color crema. Las mismas que un día dejé en Alburquerque entre lamentos y sollozos. 










                                                  Dedicado a Antonia Bird y Lou Reed  D.E.P






 Fotogramas adjuntos de los films:
“Border Incident” 1949 by Anthony Mann
 “Breaking Bad” (2008) TV Created by Vince Gilligan
“Shallow Grave” (1994) by Danny Boyle
“Get the Gringo” (2012) by Adrian Grunberg







            

De asesinos en serie y otros ejemplares

octubre 20, 2013 Jon Alonso 0 Comments









No hace muchos días comenté en las redes sociales mi estado de autocomplacencia, que he desarrollado en estos últimos tres años de lejanía del mundo criminal. Me han aburguesado y domesticado en la indiferencia. Un estado tan interesante como el de la ingravidez. Estoy contagiado de ella, mientras me atraganto de empacho del nuevo “Caso” en HD por la gracia de Mediaset. Formato presentador mozarrón de buen ver, con trazas a lo Gere y polifacético autor de gasolinera Best-séller. Dispara asesinatos que ni una Thompson en manos de Cagney. Eso sí, por una excelente soldada anual. Mi amigo, Gorka dice que me estoy haciendo viejo, y yo  le replico que he encontrado la píldora número 18—de entre las 17— que me tomo todos los días para poder seguir en la tramoya.



















La maravillosa píldora 18 se llama Matrix y me le envía desde Shanghái, el gurú Botín. Se las esconde destrangis en los tirantes rojos de tiburón a lo Michael Douglas empachado de botox. El sistema capitalista, ha creado una densa amalgama para entender el dolor y la incomodidad de un algoritmo matemático llamado ideología del crimen. Esto si quieren decodificarlo mejor, lo hablan con la OCDE que es una gran organización criminal con patente de corso. No confundir con el informe Pisa. No es culpa mía. O busquen sobre la comprensión de una realidad universal: el propio crimen. Don Draper lo hubiera resumido en una de sus geniales campañas publicitarias del siguiente modo; ver cine, leer un libro, prensa en internet, hablar de tú a tú con las personas de carne y hueso.















Escuchar un chiste de “martes y trece” —en enésima reposición— por el canal pseudocultural de la 2 o ir al baño a hacer un pis. Como ven quehaceres diarios convertidos en rutina anodina del día a día. Procesos de tensión que muchas veces se resuelven por la vía rápida del cloroformo. En el fondo el K.O. pugilístico de los que ya no tengo el placer de gozarlos en directo, porque este deporte se lo cargó la grey chochona de Zapatero y  los niños bien del sequito Rajoy. Algunos dirán que ahí estaban los del canal friki de MARCA. También, habría que preguntarle a Kim Basinger por Oscar de la Hoya, igual  los de Fotogramas hacían una tirada especial ante semejante chascarrillo, no vaya a ser que Twitter reviente el soplo. Luego, es evidente que mi acercamiento al perfil de psychokiller es una obviedad. No obstante, mis voces interiores me han aconsejado un alejamiento progresivo de círculos y actividades convencionales.














¿Ahora, ya se empieza a entender el sentimiento de inhibición al devenir de la vida tras la mampara de policarbononato traslucido, entre la abulia forzada y mis silencios obligados? Me la suda. Empero, ese aislamiento me está llevando a la marginación y sobrevivir al caos económico—nuevamente— como sicario repleto de ansia. No sé cómo he caído en esto, pero conociendo al que escribe en este inquietante lugar, se entiende la coyuntura de supervivencia en la cultura del crimen. No hay que ser una lumbrera para pensar ¿por qué asesinar nos proporciona placer? ¿Tienen Uds la respuesta? Venga a 1 el euro quien ilumine el tresillo.  Bien, pues los ayudaré un poco. A la gente le pone—muchísimo— este tipo de individuos de lo que podemos llamar industria criminal –pero no aislada– centrada en el procesamiento de los indicios de transferencia y en la interpretación científica de los datos de la transferencia.
















¡Uy, qué se me lían! Es decir, posibles candidatos... Todos aquellos que hayan sufrido un problema psicológico que quizá sea consecuencia de un trauma vivido en su infancia, prácticas satánicas o sumisión a voces infrahumanas. Raras veces tienen los sentimientos desarrollados, carentes de alma, como si no sintieran nada. No se sabe por qué matan, simplemente les gusta. La pregunta es: ¿puede alguien disfrutar viendo morir a alguien? Nuestra respuesta sería que no. Cualquier persona con un mínimo grado de sentimiento respondería que no. Bien, un asesino común, hubiera respondido que sí. O sea, qué seguimos sin tener respuesta al  porqué. Si al final, lo he de resolver todo. ¡La hostia!, cómo el pobre Poe en sus novelas.

















¡Ay qué joderse! Pues, todo asesino es un producto inespecífico de la sociedad capitalista—el culmen— lo que  denominan los jornaleros del perfil psicológico, non plus ultra de los asesinos en serie y ahí me encuentro con mi psiquiatra preferido: el Dr. Hannibal Lecter.  Esteta del  asesinato en 3D y Dolby Surround, con un desarrollo integral de la iconografía del terror exquisita y pompa en do mayor. La misma que nos produce esas pulsiones, mientras admiramos a nuestras estrellas del celuloide entre colores, sabores y aromas  conjugados en pretéritos pluscuamperfectos del  acto vil: en un largo aplauso sonoro de la platea. ¿No me digan que son de los que aplauden, lloran y patalean en un cine, cuando aparece el malo, el bueno y el psychokiller? Lo dicho, no somos mala gente y más tarde o más temprano, seguro que nos vemos por la calle Morgue. Como decía el genial Elmore Leonard, al final todos nos encontraremos en la vejez.









                                                   Dedicado a Patrice Chéreau D.E.P (1944-2013)





Fotogramas adjuntados



Cape Fear (1962) J. Lee Thompson
Es geschah am hellichten Tag  (1958) Ladislao Vadja
The Boston Strangler (1968) Richard Fleischer
Fargo 1995 (1996) The Coen Brothers
Les yeux sans visage (1960) Georges Franju
Hannibal (2001) Ridley Scott












                    

La crisis, la cultura y lo indeterminado

octubre 11, 2013 Jon Alonso 0 Comments








En estos últimos días, voy mal de tiempo para escribir en mi  bizarra e inquietante bitácora, que ya tiene una relativa veteranía—un año y medio— poca esterilla para su apabullante precocidad en todo este engendro webesférico. Quisiera darle una mayor periodicidad. Pero no puedo. Ni me apetece, hay más vida. Recuerdo con agrado un comentario— de entre los exquisitos y generosos— que se han visto por estos lares. Aquel lector y colega bloguero me dijo que mis artículos eran imprescindibles. Llegó a exponer, que este espacio daba la sensación de estar, como siete años creando historias alrededor del cine. Yo fui muy cortés—al igual que con el resto de lectores— porque en ningún momento mi prosa será algo que se quedará en la posteridad. 


















Esa, ya ha pasado su criba, previa firma en la orgía de los negros tinteros (de la que soy participe). Indudablemente, el dinero sí que importa mucho más que mi parrafada, la de Vargas Llosa o el resto del contenedor bloguerístico. Dándole vueltas al cacumen he llegado a la conclusión que lo más importante en la vida; es todo niño en un catre, sin un cacho de pan dentro del estómago. Estoy exhausto de ver como este país se consume entre desidia, hartazón y desilusión. Mi amada piel de toro, tiene más mierda en sus omoplatos, que la camioneta de Fonda a la búsqueda de uvas rancias. Los castizos le hubiéramos puesto unas habichuelas infestadas por título. Ni Steinbeck, ni la sintaxis son asuntos vitales de unos autores que vivimos por amor al arte y en descubierto, con la puta sucursal —gracias a la plutotroika— cada final de mes, antes llamados 25 o 26. Ahora por orden divino adelantado a los 15 o 14 de cada mes: la gente está rota. 















Algunos barruntan que es cosa de su color de gloria y opulencia, una esfera blanca que encierra la eternidad; mil números, mil facturas, mil veces: —cállate niño porque no hay para las zapas de tu futbolista de moda… O esta noche la cena va a ir floja de ración, prenda. Luego, tengamos la mesa en paz. Al instante, escucho —absorto— el nivel de comprensión lectora y algebraica que presentan los paisanos mi tierra, nación, patria o país es paupérrimo. O lo que queda de él y como mejor Uds. deseen llamarlo ¿Para qué hostias perdí el tiempo en la biblioteca pública y la puta universidad? ¿A quién escribo en esta maldita tramoya de los Golden boys  Made in Mountain Wiew? Entre la fijeza del aturdimiento, las opiniones de los tomboleros tertulianos, y el invariable ritmo de un gobierno sagrado y empalmado, mientras destrangis miran el tetamen ucraniano. ¡A la mierda la redención porque  a este país ya no lo amo! Ése, de la subvención, el contacto trifásico y su corazón postmonárquico muy anticuado e impavido.


















Si la cultura es esa; yermas bibliotecas públicas que apestan aburrimiento, y colegios convertidos en frenopáticos donde Fernán Gómez pide auxilio entre arcadas y la pérdida de atribución. ¡Adiós! Cómo no  sirvo de ejemplo, estipulo en público mi contrato con Fausto Noir ediciones. La fraseología del disoluto bypass asomará en manos de algún mediático contado memorias o el porqué de su adicción al clembuterol y la cocaína. Sin remordimientos, ya que los donaires de pedaleador de máquina de coser en la escritura es una falacia. La vida se llama Lampedusa y en esa pequeña isla sobreviven los idiotas y los desheredados. Esos que no tienen ni siquiera una oportunidad como mi viejo amigo, que se desvivía por leerme con su único ojo que le funcionaba. Empero, ¡a qué precio! Mínimo seis meses, mientras su retinopatía avanza como la lava de un volcán excitado. 


















Los tesoros de Velázquez en el Prado no los volverá a ver. El tic-tac siniestro acecha. Tengo la edad del hombre indefinido, que al mirarse por dentro se encuentra reo de la captura intrascendente. Muy cerca de ese viaje entre lo anómalo o contranómalo; tal como una vaga larva humana. Como mi amigo, como mi país, como lo indeterminado. Heinsenberg hubiera aplicado su ecuación preventiva. Sin embargo, con Hispania ni efecto túnel ni conexión hoyo. Abortada la acción moral y desactivada la acción intelectual el resultado de la incógnita es: laxitud especulativa. No es lugar para viejos empecinados, que reivindican una gramática impoluta y ejemplar  en los libros de primaria. Vivimos tiempos de espantosa frivolidad ante la hecatombe y el pueblo anda con el intestino flojo porque las ofertas del DIA se acaban y los vales caducos no cuelan. La política de todo al vapor no funciona.


















Ahora muertos de miedo sin potestad a renunciar; ¿qué nos queda de la cultura escrita y leída, si el personal está rogando a los evangelios de Mediaset? No se preocupen. El espíritu de Raoul Walsh, sigue buscando al lúcido roedor que le rompió el parabrisas aquella mañana cristalina en la vieja Arizona. Ya no sé qué pensar, pues creo que lo del azar es como los tsunamis. Nadie sabe quién los pone en marcha. Los mismos que miran al horizonte esparciendo cenizas entre mares de lágrimas. El papel húmedo se llevó las últimas gotas de tinta en este absurdo país. La comida escasea, más que la belleza y ahora se nos sonda con esa confitería lujuriosa de colesterol fragoso en un bypass cansado de mi existencia y la miseria del día a día.







                                                                      




                                                  Dedicado a María de Villota 1980-2013 (D.E.P) Y Alice Munro









Fotogramas adjuntos:



  The Grapes of Wrath (1940) by John Ford
  Fotograma del libro Weegee's New York: Photography 1930-1960 Ed.Te neues
“Honkytonk Man” (1982) by Clint Eastwood
“Sounder” (1972) by Martin Ritt
“Road to Perdition” (2002) by Sam Mendes