Feliz Navidad, Ava. Aquellos días de olas y risas

diciembre 23, 2023 Jon Alonso 0 Comments


 

“No te preocupes”, decía la cortina de ducha de vinilo transparente con unas margaritas amarillas mostaza, compradas en una oferta de un Ikea—Luego las vi en un catalogo... Sí, aquel fue el último regalo de Navidad de mi hija Raquel, por entonces tenía 14 años, ahora, unos 19. O eso creía yo, cuando me dijo Ava:—No, Ernesto, Raquel tiene 34 años! “A menudo comentaba que se marchaba de viaje por negocios en la oscura noche”. Yo siempre pensé que era demasiado joven para hacer esos largos viajes en la negrura de las autovías. Ava había dejado el sempiterno cigarrillo en el cenicero mientras se secaba el pelo. A veces, como sin quererlo, sabemos —que a nosotros— también nos toca irnos de viaje. Sí, yo en muchas ocasiones, pienso, que ésta será mi última maleta o la última Navidad. Otras veces, es Ava quien le quita hierro al asunto y dice:—Cariño, qué bonita está Florida en Navidad. Suele ser hermosa; si no está apestada de alguna plaga de iguanas o una nueva horda de turistas alemanes que huyen del frío prusiano. Al final, volvemos a la carretera y dejamos el bloque de apartamentos de Kings Rivers en California. Tenemos un viaje muy largo por delante. Antes de comerzar la ruta paramos en una cafetería que estaba llena de gente vestida de Papa Noel y sonaban villancicos de CrosbyandBowie. Pedí un Chocolate caliente con Brandy. Ava estaba hambrienta y quiso comerse unos huevos revueltos con Bacon. Mire a mi esposa y le dije: Feliz Navidad. Ella me contestó:—Van quedando pocas, Ernesto. Pero queda mucho camino hasta la bella Florida. Ya dentro del coche introduje en el navegador la ruta exacta y Ava comenzó a conducir. Me encantaba ver a mi esposa al volante.



 

                                          Tampa (Florida) 24 horas después: día de Navidad


Llegaba una brisa marina que te acariciaba en la cara, la cual, invitaba a darse un chapuzón a pesar de los 3kms que distaba el mar de la urbanización. Una vez  deshechas —cómodamente— las maletas, nos dimos cuenta que teníamos la mitad de la edad media del personal que pululaba por la calle. Un sitio donde la tropa estaba entre los 70 y 80. Ava y yo, aún parecíamos dos buenos cuerpos cincuentones. Sí, amigos estábamos en el paraíso de Ybor City de la ciudad de Tampa. Decidimos irnos de compras y acabé adquiriendo unos pantalones beige junto a un polo de algodón a rombos de Fred Perry. Mientras Ava complementaba su atuendo con un pañuelo en la cabeza y unas enormes gafas de Gucci negras de sol. Teníamos suficiente con descansar entre los paseos soleados y los bordeados de setos, a lo largo del presente año o así veíamos el panorama. Bien, como el que no quiere, nos pusimos manos a la obra para ser unos buenos vecinos. Ava empezó a ir de compras con un par de señoras del edificio Green y me dijo que el señor Jackson, del número 72, se sentía solo. Tenía mis dudas, no puede resistirme a recordar el aroma de mi hija Raquel, cuando olía los jazmines del jardín. La echaba mucho de menos y era Navidad. Ava, insistió en que fuera a hablar con el Sr. Jackson, el cual, le encantaba la cerveza Lager. Decidí que lo visitaría al día siguiente para preguntarle si le apetecía una pinta de lager suave neerlandesa. Como el que no quiere, aquel tipo se fue encasquetando jarrita, tras jarrita y es que el Sr. Jackson estaba encantado con la compañía… Las siguientes semanas, es decir, nuestros días se llenaron de entretenidos culebrones e historias de inocente plenitud. Nuestra pandilla se fue haciendo cada vez más grande, en muy poco tiempo, pasamos a ser más de ocho miembros y aumentando. Hasta esos hombres que todo lo ven oscuro y sus vidas son callejones sin salida, entraron, con un relativo grado de excitación —cuasi sorprendente— al unirse a nuestro club. Se celebró la Navidad por todo lo alto. Bebimos y comimos hasta el amanecer. Ahora, sabemos porque la esperanza de vida en este estado es tan alta. El tiempo ese cruel aliado con el que hay que discutir a final de mes.



Obviamente, nuestros días transcurrían entre glorias pasadas y encontrar el Minerva de la eterna juventud como agua de mayo; la diversión cada tarde. Éramos unos chicos con canas y andares lentos para lo que cada día era Navidad. Mientras yo me dedicaba a socializar y a organizar una especie de peña de apostadores a las carreras de caballos para los chicos, Ava se entretenía ayudando a las esposas con sus dolencias. “La tetera está lista, jovencitas”, decía haciendo sonar su bolso. “Esto te aliviará cariño y relajará muy pronto”. Las tardes de las señoras también estaban impregnadas de más risas, mientras intercambiaban anécdotas, con una larga variedad de ginebras y bourbones artesanales. Así como una gran maleta llena de opiáceos recetados. Puede que los romances se habían perdido, los caminos que habían tomado antes de que ir a votar republicanosVsdemócratas se convirtiera —en algo tan accesible— para la siguiente generación de chicas. Todo se redujo al alcohol y las píldoras. En aquellos tiempos de euforia, sentíamos el subidón; nuestra peña estaba consiguiendo ganancias considerables y Ava obtenía pastillas más fuertes y fáciles de digerir. Incluso, llegamos a crear un club de surfistas categoría senior que era la sensación de la playa de Tampa, evidentemente, para las mentes más amplias de banda. Sin embargo, a medida que avanzaban las estaciones, empezamos a sufrir reveses y los altibajos eran evidentes.



En la siguiente Navidad, las grietas que dejó el otoño habían madurado por completo: jardines descuidados, cubos de basura desbordados y aquellas familias atentas del resto empezaron a dejar de visitarnos. Todo se volvió en nuestra contra y nuestros vecinos comenzaron a evitarnos, dejando las cortinas caídas, cada día más tarde. A veces, ni las abrían o ni siquiera se vestían, los alguaciles del Sheriff, venían en busca de facturas impagadas. El bueno de Doc resbaló por las escaleras y se quedó donde se cayó durante una semana. 7 días encima de la moqueta de su comedor sin asistencia. El Sr. Jackson se fue a dormir a la bañera. Todo se estaba derrumbando. Era hora de cortar por lo sano. Dejamos esta nueva vida al amanecer, caímos en la carretera de circunvalación más cercana y seguimos adelante, el sol implacable y nosotros protegiéndonos los ojos en los cruces difíciles. No había indicios de planes, ni ropa especial, ni billetes de avión encima de la cómoda, ni camisas especiales con flores tropicales por todas partes, pero ¿Qué otra cosa podía ser? Y de nuevo, el palpitar en mis sienes, de esa renqueante zozobra sobre, el que será de nosotros en la siguiente Navidad. Raquel envió un SMS, que decía, Feliz Navidad papis. Me siento en el sillón del coche y retrocedo hasta reclinarlo. Ahora extiendo los reposapiernas. Y noto un enorme alivio. Cuando prenguntó:— ¿Ava configuro el navegador de ruta?—No, déjame a mí.  Ya le mandaré un SMS—No te entiendo—Son cosas de mujeres, cariño. Estamos en Navidad. Te quiero, Ernesto. Yo también, te quiero mucho, Ava.


                                                                   FIN 


             

                              Dedicado a Ryan O´Neal Abril 1941/Diciembre 2023 In Memoriam

 

 

 

Fotogramas adjuntados

 

The Shop Around the Corner (1940) By Ernst Lubitsch

Cocoon (1985) By Ron Howard

The Apartment (1960) By Billy Wilder

The Love Boat (1977) By Douglas S. Cramer

 

 




 



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El pequeño Álvaro Mendizábal y su madre

diciembre 02, 2023 Jon Alonso 0 Comments

 


Aún, recuerdo mi lugar favorito de aquella casa antigua donde vivíamos; el salón. Tenía una gran mesa castellana y las sillas de roble a juego. Cuando estuve allí, me sentí feliz y seguro. También, me viene a la cabeza, la forma que tenía papá para encender el fuego de la chimenea. Después, sintonizaba un canal de música en la radio y yo me sentaba, en medio del suelo, sobre la gran alfombra. Ahí comenzaba a dar palmaditas con las manos, indicándome que viniera y me acompañase. La verdad que era un niño encantador. Me enseñó a sentarme al estilo indio cuando era pequeño. Nos sentábamos cara a cara y él me hacía preguntas: ¿Cómo me encontraba, me hacía la broma de la nariz desaparecida? ¿Qué es lo más divertido que me había pasado en el colegio? O si hice nuevos amigos…

Después vino mi turno de preguntas. ¿Cómo de alto seré cuando sea mayor? ¿Voy a ser un hombre rico? Y le remarcaba: ¿seré tan valiente como tú, papi? Recuerdo que respondió muchas veces, bueno ya veremos: Tendremos que esperar y ver como creces...

Mamá se sentaba en su silla favorita. Ella miraba hacia abajo y nos sonreía, mientras tarareaba la música. Normalmente, solía estar cocinando, cosiendo o leyendo novelitas de Corín Tellado. La verdad, que siempre la recordaré haciendo algo. Ella nunca se sentó con nosotros. Dijo que le gustaba más cuidar de sus hombres. Empero, aquello fue hace mucho tiempo. Hoy mamá se paró en la puerta y me hizo señas para que la acompañase. —No quise ir. Le pregunté: ¿Puedo quedarme aquí? Los ojos de mi madre estaban tristes pero decididos. Teníamos que irnos. Ella lo sabía, y aun sintiéndome como yo, asustado, yo también lo sabía. Sus ojos siempre decían más con una mirada rápida, que, lo que otras personas podían decirte en diez minutos de conversación. Lo que tú quieras, tenemos que irnos.—dijo mi madre extendiéndome la mano para que la tomara. Negué con la cabeza. Tenía siete años y era demasiado grande para coger de la mano a mi madre.—Eso creía. La seguí por fuera de la casa.



Caminábamos uno al lado del otro por la acera, pasando por casas y tiendas familiares. Íbamos a alguna parte, pero no sabía a dónde me llevaría. Simplemente caminé y me quedé al lado de mi madre. Vi un destello por el rabillo del ojo. ¡Mami, el malo ha vuelto a salir! Realmente nunca vi al hombre malo; era un relámpago que pasaba o una sombra emboscada en esa misma sombra atisbada. De alguna manera, pude ver sus ojos. Sus ojos me miraron. No sabía si quería herirme o si sentía lástima por mí. Pero sabía que él vendría a por mí y que me atraparía. Intenté subirme a los brazos de mami. Quería que ella me cogiera y correr. Teníamos que huir del hombre malo.

Ella me empujó hacia atrás y me dijo: ¡No debes de mostrar miedo, Álvaro. Nunca! Me oyes. Nunca, en la vida ¿Qué pensaría tu padre?—Hacia tiempo que no escuchaba un tono tan marcial en ella. Mi nombre es Álvaro Mendizábal Vallejo, pero mi padre me llamaba Alby. De mi padre siempre tengo aquel recuerdo de lo que fue: un hombre valiente. Tenía demasiados defectos, aunque su mayor virtud fue esa, un tipo muy valeroso. Desgraciadamente, lo mataron en la gran guerra. Saltó en paracaídas desde un B-17 en Normandía, perdido por algún lugar de Francia. Alguien le disparó. Tampoco quedó muy claro lo de su muerte… Sus amigos de escuadrilla siempre me decían lo valiente que era. Desde entonces, le extrañaba.

—Bueno, mami si no quieres ayudarme ¿Por qué estás aquí? Al final, tuve que arrepentirme de haber dicho eso, mucho antes de terminar de decirlo.—Sentí una gran impotencia. —Estoy aquí porque tú quieres que esté aquí.

 



Lo siento mamá.—dije. Tomé su mano y seguimos caminando.—Mami, ¿Y si él me atrapa? Si te atrapa, quién tú y yo sabemos. Obviamente, se queda con todos. ¿Incluso, contigo mami?

—Sí, hijo, yo también”.

Aparté la mirada del hombre. Miré al frente y seguí caminando. Podía sentirlo. Se acercaba detrás de mí, casi tocándome, pero luego desaparecía. Agarré con más fuerza la mano de mamá, pero mantuve la vista al frente y seguí andando.

Sentí que el hombre se iba. Mamá miró a su alrededor pero tampoco lo vio. Él se había ido.—Eso, creía.

Paramos, Mami. —Mi madre se arrodilló para mirarme a la cara. —No me ha entendido, mamá

Hoy no, Albo— Su voz era triste. Hoy no, cariño. Tal vez esta noche, quizás,  mañana. Pero prepárate, Álvaro, porque será pronto, muy pronto.

Me quede despagado e insistí: ¿Por qué estás aquí, mami?

Me dije, estás enfermo, Albo y no lo estás pensando bien. Esto debería ser mucho más fácil, si yo estoy cerca. Por eso estoy aquí, hijo mío. Quiero ayudarte.—Mamá me miró. Tenía esa sonrisa en su rostro que decía que me amaba mucho. La mueca que decía que ella siempre me amaría y que estaría ahí cuando la necesitase.




Reconocí el edificio frente al que estábamos pero no sabía qué era. Sabía que tenía que entrar. Escuché una voz preguntar: —¿Cuánto tiempo lleva aquí?

Desde el desayuno, salió y se sentó en la silla más cercana a la puerta. Dijo que su madre vendría a buscarlo. Es triste verlo así. ¿Sabes lo que solía ser este tipo? Y ahora, fíjate cómo se encuentra —dijo la primera voz.

 ¡Señor. Mendizábal! —La segunda voz me llamó.

 ¿No podemos dejarlo dormir? Fijaros, lo confusa que está su mente… ¿Qué hacemos. No puede seguir por aquí? Se va a perder…

—Tengo que despertarlo, es hora de cenar. ¡Señor Mendizábal!

Pude abrir los ojos sólo un poco; mi visión se notaba borrosa. Sí —Respondí.

Estabas dormido. —¿Vino tu madre?—¿Cómo? Ha venido su madre…

Mi voz era frágil y fatigosa: “La vi hoy, pero no vino a buscarme. Ella dijo que hoy no vendría. A lo mejor, esta noche o puede que mañana. Me habló muy alto y decía: que debería estar listo porque será pronto, muy pronto habrá terminado todo. No te preocupes, Álvaro. Mamá siempre cumple. Y cuando digo, siempre, lo es.

                                                            FIN



                         Dedicado a Concha Velasco noviembre 1939/diciembre2023 In Memoriam




Fotogramas adjuntados 


The Canterville Ghost (1944) By Jules Dassin                    

The Sixth Sense (1999) By M. Night Shyamalan

The Ghost and Mrs. Muir (1947) By Joseph L. Mankiewicz

The Others (2001) By Alejandro Amenábar

 





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El rey de Ítaca bajo la piel del andén Hispania

noviembre 08, 2023 Jon Alonso 0 Comments


El tren regurgitó su ración de pasajeros en el andén. Nadie notó al anciano medio acostado, medio sentado en el nicho; era invisible a todos los sentidos. No detectaron un olor acre que emanaba de su ropa, un húmedo perfume, un olor frío a muerte y descomposición. Tampoco escucharon sus silbantes respiraciones, mientras luchaba por inhalar el aire mohoso infundido por el humo quemado de los pesados discos metálicos y la transpiración de muchos miles. Sí, lo vieron. Como se ve una bolsa de basura en la calle; no lo recoges. Simplemente lo reconoces como algo malo, algo sucio, algo que desearías que sencillamente no estuviera allí. Nadie se dio cuenta del pequeño gato negro. Estaba escondido debajo del largo abrigo andrajoso del anciano, tan haraposo y gastado como la  misma prenda.




El gato tenía hambre y a pesar del calor de la estación sentía frío en su diminuto cuerpo. El anciano buscó en uno de sus bolsillos largos e insondables. De repente, sacó un sándwich. El pan estaba tieso y la carne se había endurecido pero sabía por experiencia que todavía era comestible. Separó el pan de la carne y deslizó esta última dentro de su abrigo, donde el gato la devoró. El viejo comió el pan; era como ceniza en su boca seca. Quería desesperadamente un trago de agua fresca de un arroyo prístino, pero sus piernas pesaban demasiado. Muy cansadas para levantarlo del suelo. Sintió que la criatura se movía debajo de su chaqueta y se sumía en un sueño sin sueños. Duerme, un poco, amigo —dijo con ternura y cerró el abrigo.



La danza de la estación de metro continuaba sin cesar encima y a su alrededor. A veces, se le aparecía como a cámara lenta ante sus ojos. Otras veces era como si el mundo pasara saltando, al igual que una aguja diamantina, en un disco rayado. Daba igual. Eran la una, las dos, las tres, de día o de noche, siempre sonaba la misma música. Qué esto termine así, amigo. —dijo el anciano al gato dormido: “yo, Odiseo, el rey de Ítaca, conquistador de Troya, el oficial, el viajero, el inteligente, aquel que creo el caballo de Troya, que capturo al vidente Heleno. Ahora, en mi exilio, he terminado mis días aquí, con sólo una pequeña criatura perdida para consolarme y acompañarme en mi camino por la corrupta Hispania”. El anciano sintió que las últimas fuerzas que le quedaban se filtraban desde sus huesos a la helada tierra, que tenía debajo del torcido suelo. Abrazó fuertemente a la criatura bajo su abrigo, ella también estaba perdiendo la lucha por la vida. 

 



El rey de Ítaca, el astuto embaucador de los troyanos, cerró los ojos; estaba más allá del llanto, mucho allá del dolor y del lejano amor. Nunca había llegado a casa, nunca había vuelto a ver su rostro, nunca había visto a su hijo crecer hasta convertirse en un hombre; todas eran sempiternas maravillas presumidas de un pretérito desvencijado poeta que habló con los Cimerios. Aquí donde los jueces ejercen violencia de género y esnifan Keta. Maldita Hispania me siento como el porquero Eumeo. Duerme, amigo mío —dijo, todavía con sus brillantes ojos de fuego cerrados, mientras sentía el cuerpo de la pequeña criatura adentrarse suavemente en la noche eterna. Anhelaba unirse a él, allí. Dejar de deambular, terminar todos los perennes días, pero sabía que no era así. El anciano murió, sólo un anciano más, un vagabundo, un humano indigente, un alma perdida y sin nombre en la gran ciudad de eso que siempre está vacío en farisea Hispania. Pero en algún lugar, en otro sitio lejano, puede que renazca el Rey de Ítaca.


                 Dedicado a José María Carrascal diciembre 1930/noviembre 2023 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

Il ratto delle Sabine 1910 By Ugo Falena

Death Line (Raw Meat)  1987 By Gary Sherman

The Kid 1921 By Charles Chaplin

Gatto nero 1981 By Lucio Fulci









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La verdadera historia del mestizo Eric Urrutia

octubre 07, 2023 Jon Alonso 0 Comments

 


Dicen que cuando hay una  fiesta y aparece un arma, o la policía, está, suele acabar, de igual modo, que la anteriores. Los perdigones de un cartucho de escopeta aumentan, exponencialmente, la probabilidad de dar en el blanco. Tienden a extenderse más, cuanto más se alejan del arma, a modo de acto desesperado, pero de una eficacia realmente letal. Mi abuelo siempre decía que si había que tirar de cartucho, había que llevar los de posta del 18—Esos acaban con la cabeza de un jabalí gigante. Sí, el abuelo, era cazador y tenía el gatillo fácil. Es obvio, que lo dicho por el viejo, va por del tipo de experiencia del tirador, todo haya que decirlo: nunca disparé a un jabalí ni a nada que tuviera delante. Ni siquiera sostuve un arma, pero una vez recibí un disparo, en mi propia casa, unos años después de comenzar la universidad. Mi compañero de cuarto, un chaval de un barrio terrorífico la lío parda. Era tarde en la noche de un frío otoño, donde, esa oscuridad, inundaba el ambiente y me dejaron fuera. Al ras. Sonaba el teléfono, pero no contesté. Saqué la llave de repuesto de debajo del tapete en la parte de atrás y cuando abrí la puerta había un doble cañón en mi cara. Nos reímos de ello tomando una cerveza apenas diez minutos después. No sabía que tenía la escopeta. Me dijo que la usaba para las palomas y que solía matar a más de cien de ellas, al día. Deberíamos irnos alguna vez—dijo. Asentí y me hundí un poco más en el sofá, mi corazón todavía latía con fuerza. El vidrio, tiene una característica muy peculiar y es que cuando se deja caer con suficiente fuerza, se hace añicos, pues como diría Newton, se cae. Eso, es gravitatorio. Yo, apenas, tenía nueve años. Cada fragmento del suelo era un recordatorio de lo que acababa de hacer, una promesa de lo que estaba por venir. Era el vaso con biseles blancos de mi abuela. Ella no era pobre, pero todavía no me había dado cuenta. Pisé uno de los fragmentos, a propósito, para que ella no se enojara tanto conmigo. Aunque, debí haberme cortado un nervio, porque al principio no lo sentí, sólo vi cómo la sangre comenzaba a acumularse lentamente. El dolor vino después. Todavía puedo sentir un cosquilleo si pienso en ello... Cuando levanté el pie y lo miré: la forma en que mi talón se separó en dos trozos. Me entraron arcadas y acabé en urgencias. Catorce puntos y funcionó. Afortunadamente, la abuela no estaba enojada conmigo. Me pregunto qué se siente al no pisar los cristales después de romperlos, dejar de lado los nervios sin tener que cortarlos nunca. Y qué viene después si no es el jodido dolor. Creo que mi cerebro ha llegado a un punto de agobio exagerado y todavía, va a ser peor, ya que esto va a más: Un cerebro después de que lo atravesara una bala.




Cadáveres en medio de un claro, después de que los cuervos hayan llegado a ellos. Y los cuervos, esos animalitos tan sagaces y orgullosos. La limpieza no es necesaria, pero ayuda. Hay algo revelador en ello. Eso es lo que recuerdo haber sentido primero: ese podría ser yo. Me acerqué lo suficiente para ver que era un pavo. Había mucha menos sangre de la que esperaba, pero había plumas por todas partes. Y huesos... Oh! Los huesos todavía andaban recubiertos de pellejos de carne. Al instante, me di cuenta, que posiblemente, podría haber ahuyentado a algo más grande que los cuervos. Después, estaba corriendo. Lo más rápido que pude a través de un campo de maíz en Nuevo México, me quedaban dos meses para los trece años. Así es la vida —dijo mamá cuando le conté tales hazañas. Y entonces, corroboré que tenía razón. Cuando volví al día siguiente, el cadáver ya no estaba. El cráneo era todo lo que quedaba, limpio y pulido. Jugué con él y cuando terminé lo tiré contra un árbol para ver si se rompía. Sólo ahora, después de ver las innumerables siluetas con tiza de los chicos negros, asesinados en las noticias, puedo mirar hacia atrás, al prado, al cráneo de pavo que vuela blanco por el aire, y ver la mancha. Han pensado que el alma se parece a las gotitas asperjadas después de un estornudo. ¡Salud! Un cuerpo convertido en cenizas. Tiré a mi mamá al viento demasiado pronto. Eso es lo que dice todo el mundo. Así es como ella quería que se difundiera mi heroica. Al menos tenía ese tiempo. El momento de decidir. Ella ni siquiera tenía cincuenta años. Subimos una pequeña montaña detrás de la propiedad que tenía la abuela en Arizona, llegamos a la cima y la arrojamos. Estaba tan apretada en la urna que se pegó a ella. Cuando terminamos de esparcir sus cenizas, toda la familia la teníamos bajo nuestras uñas. No me di cuenta hasta que mi hermana lo señaló. Estaba demasiado ocupada mirándola dibujar patrones en el viento. Seguía ensimismada en una especie de estado pseudotrance, lo suficiente, para fingir lo atareada que estaba para decir; que no quería dejarnos, aunque estaba demasiado ocupada. Nunca sabré la razón de por qué hostias andaba allí. Lo poco que quedaba de los Urrutia se quedó en un pequeño montón de hojas después que una ráfaga de viento que las hubiera disipado al libre albedrio. Dicen que los dientes de león son buenos para estimular el apetito. Uno de mis colegas del equipo de futbol me regaló uno después del partido, le rompió el vástago y me lo entregó. Éramos diez. Media respiración es todo lo que necesitas, inhalar o exhalar. Mandé las semillas a volar. Algunos de ellos aterrizaron en su cabello y nos empezamos a reír a mandíbula suelta. Sacó un diente de león y me lo soplé. Al final, todo el mundo estaba enfrascado en una guerra de dientes de león. Esa fue la última vez que vi a Armando, al final de la temporada.




Su papá lo recogió y, cuando se iban —su padre— me preguntó si yo era negro. Sí, he dicho. Afrovascoamericano,—se nota? Man. Él, asintió y me senté a soplar más dientes de león hasta que llegó mi propio padre. Observando lo que para mí eran miles de sus semillas flotando, girando y desapareciendo en la nada. Le di a mi papá el mismo asentimiento que me había dado el viejo de Armando. La sonrisa gingival, era tan arrebatadora, que en el fondo, era todo lo que necesitaba. Él sabía cosas de mí. Cuando sonreía parecía idiota, pero cuando fruncía el ceño: era demasiado listo, como para tragarse cualquier milonga. Unas semanas más tarde, terminó arrestado y encarcelado por tercera vez. Después de eso no lo vi con tanta frecuencia. La simiente del diente de león permite que el aire fluya a través de él y crea una burbuja de baja presión de aire llamada anillo de vórtice. Es un vuelo eficiente, lleno de propósitos y anhelos, pero para mí por entonces, eran tan solo pequeñas semillas blancas indefensas, la parte de mí que nunca podría ser, volando con el viento. Veía desde el ras del suelo a los mosquitos del césped mientras corretean por un campo de hierba. De repente, empezaron a caer horrorosos frijoles de mezquite. Aunque no es tiempo de amantes, tampoco es momento para recomendar los mezquites. Dicen que son cancerígenos. Por un montón de razones diferentes. Las razones, cuando las miras, cambian de posición y expectativa. Teníamos veintitantos años. El momento no era el adecuado. Estaba enrollado con una chica muy hermosa pero muy exigente: a punto de mandarme a paseo e iba a dejar un amante por otro. Bueno, lo mejor de todo, es que era una chica de color; una hermosa pantera. Pero una un pantera devoradora. Había aprendido una buena lección. Otro día conocí a alguien con mucho feeling. Nos reunimos en un campo de fútbol por la noche. En las gradas habían muchas parejas fumando hierba y apenas se decían una palabra. Le dije que iba a entrar en un coche. Ella dijo—Es tuyo?—No. —Idiota ese coche al que acabas de romperle la ventanilla para meterte dentro, es el mío.  Abrí la puerta y me puse a limpiarle los vidrios. Ella no podía dejar de reír.—Venga, bobo Deja de limpiar. Cuando me fui nos rozamos las yemas de los dedos y le pedí disculpas por los siguientes dos años mientras ella estuvo en mi órbita. Cada vez que la veía era una sensación de éxtasis permanente. Ella nunca me pidió que dejase de verla ni me dijo nunca que ya no me quería. Al contrario, le parecía que todo lo que hacía estaba bien. Igual, me estaba mintiendo a mí mismo. Si me iba a ir por alguien, habría sido por ella. Eso lo tengo muy claro. Además, tendría un millón de razones más; que no vienen a cuento. Una de ellas, es que yo era negro. Un negro demasiado blanco y ella era blanca muy pelirroja. Nos amábamos con locura. Me fijo en las gotas de agua son un espejo después de pasar el pulgar por las cerdas de un cepillo de dientes y mi cara dentro de ellas. La luz cuando choca con algo, difiere, en una intensidad, relativa, volviéndose arrítmica y celestial. Luego, partiendo de esa premisa física, todo lo que veo es parcial. Todo corre, muy deprisa. Lo suficientemente delicado como para pasar los dedos por un haz. Demasiado tierno como para quemarse.





                                                                                                  FIN





                    Dedicado a Mario Tascón Ruiz Noviembre 1962/Octubre2023 In Memoriam






Fotogramas adjuntados

 

Take a Giant Step (1959) by Philip Leacock

The Chase (1966) by Arthur Penn 

The Wind of Change (1961) by Vernon Sewell

American History X (1998) by Tony Kaye

 






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Aquel sótano de mi tío Herminio en Guadalajara y el Año Nuevo

agosto 31, 2023 Jon Alonso 0 Comments


 

Estoy sentado en el sótano de mi tío Herminio que falleció por culpa de eso que nos tuvo acojonados a todo el mundo, el puto Covid 19. Aquí, en Guadalajara, la vida es muy parecida a un sitio como Fargo, aquel lugar del film de los Coen. No sucede nada que sea, lo más de lo más cool, de la última revolución cultural post Avant Garde. Pero, el sótano de mi tío es un lugar fascinante, tiene una colección de más de 5000 vinilos, todos cuidadísimos, con sus fundas y ordenados cronológicamente; Rock, Blues, New Wave, Hard, Glam, Heavy, Punk, PostPunk, Techno o Synthpop de USA y UK. Un festín. Hoy es Nochevieja y hemos quedado mi novia y yo para montarnos nuestra propia fiesta particular. Olga está triste porque ha traído una botella de vino con una foto de un perro, que se encontró por el arcén de la A-2, ya hace como 4 meses que murió envenenado, por algún desalmado. Aquel perro era un setter inglés pequeño muy bello. La crueldad es intolerable. Esta es una ciudad que nunca pasa nada, pero a veces, piensas cuando te vas a la cama, en las noches de luna llena que te encontrarás con algún hombre lobo. Es mi chica, y yo, su chico. Nos amamos, jadeamos y saboreamos nuevos orujos en una tienda de licores unos días antes de las vacaciones navideñas. Olga tiene un problema, es alérgica al gluten y determinados tipos de alcohol —dependiendo de su origen no puede beberlos— a pesar de su alergia, siempre hay algún licor de Baco que congenia con ella, caso del vodka. Además, no sería capaz de probar una gota de whisky de malta delante de ella, cuando ella tiene reacción a este maravilloso brebaje.



La cosa, como que la fiesta iba por la New Wave y el Syntpop, me dio por alisarme el pelo y Olga se hizo un cardado a lo Martha Davis de The Motels que estaba atómica. Bebiendo y bailando como diría la ingeniosa de Alaska. Pasaban las horas y mis padres estaban en una aldea de la España vacía y perdida, de la provincia de esta solitaria ciudad. De repente, comenzaron a llegar amigos y amigas de la época de la escuela secundaria. Aquello fue, inicialmente, muy sorpresivo, pero con el paso del tiempo, comencé a ponerme muy nervioso y empecé a gritarles y maldecirlos. Hubo un momento de silencio —sonaba Personal Jesus de los Depeche Mode hasta que la aguja reproductora se salió fuera del surco del vinilo. Sentí una influencia tan mala como buena, que finalmente parecía que la energía fulgurante de las rimas de Martin Gore, en la voz del inefable David Gahan habían convencido, a la platea, quien estaba al mando del sótano mágico. Lo que nos hizo, estallar en una larga carcajada y todos nos emborrachamos, de la misma forma en que te duermes; a pierna suelta. Fue un pedal del 29. Aquello se fue caldeando y la temperatura corporal disparo la libido. De facto, me vi con un top encima de mi cabeza y tenía la polla de un bobo de 8 de la EGB en la planta del pie. Miré entre el pasmo y la perplejidad. Recordé un reportaje, de un magazine que hablaba sobre un estudio que decía que mucha gente se expresa mejor sexualmente cuando estás ebrio. ¡Vamos que es una experiencia, a medias, eso es, no me sale el palabro, ya, algo no muy histórico ni vital! Volviendo al keller que dicen los alemanes;  las cosas se suavizaron en ese instante —que deberían de hacerse— y son más difíciles cuando no se sospecha que debemos de hacerlo, y todo se descontrola y se recela; en la forma que tu primer beso fue negligente y la primera vez que golpeas una pared. Algo que terminará pasándote factura, en tus nudillos, y no es nada baladí.



Me que quedé dormido y soñé que llegó el deseado momento de la víspera de Año Nuevo con mi novia, y luego esa gélida mañana cuando nos despertamos juntos. No sé cómo decirlo… La cosa como el que no quiere terminó sacando y expulsando del sótano de mi difunto moderno tío ochentero; a más de 50 personajes de aquella EGB. Se preguntarán: ¿Qué coño han estado hablando todas esas personas? Porque éste es el mejor momento que mi novia y yo hemos tenido en mucho tiempo, y tal vez fue todo porque finalmente acabé bebiendo como un cosaco en la vieja Polonia y no me hacía sentir estúpido por estar borracho, o alejarme de un beso y pidiéndome que regresara directo al baño, donde un pequeño saltamontes, en el oído me susurra: “cúrratelo con la Gillette lo mejor que sepas, para rematar el  trabajo, con una cepillada de dientes gloriosa. Recuerda que hay que pasar el limpiador por  la lengua y frotarla con fuerza; huele a alcohol y ese hedor le molesta, campeón”. A la mañana siguiente, echaba de menos a todo ese puto tropel de la EGB, porque en Guadalajara todos nos conocemos y la gente, se junta en cualquier sarao; entierros, fiestas patronales, elecciones generales o profesiones de Semana Santa.




Decididamente, vamos al puto McDonald's, pero Olga y yo no nos quedamos mucho tiempo, porque tenemos que regresar a mi casa a ver Walking Dead con mi madre —qué bobo, si no habrán llegado de su fin de año— o lo que sea que tengamos que hacer durante las vacaciones de invierno del instituto en Guadalajara. Ni siquiera creo que McDonald's estuviera sirviendo nuggets de pollo todavía. Luego, lo más probable es que tuvieran las patatas camperas fritas del menú en el desayuno; que es mucho menos satisfactorio. ¿No sé por qué cojones les cuento este embrollo de las putas patatas? Creo que es por un asunto relacionado con la inflación o la hinchazón de huevos. Pero, sigo dándole vueltas al principio de año y compruebo, lo curioso que me resulta ver a la gente estar haciendo un gran drama por conseguir que el desayuno se sirva todo el día, aunque nunca obtengan un almuerzo por la mañana. Finalmente, cojo mi Smartphone y entro en Google, donde leo: estrella de fútbol femenino, de Zambia, ha sido encontrada muerta en su humilde casa. Dicen, las últimas noticias que se había ahorcado, ante las constantes vejaciones y reiteradas violaciones del entrenador de la selección nacional. Me quedé estupefacto y muy triste. En esta tierra, se ven volar las golondrinas, bandadas de golondrinas, en un largo viaje hacía la vieja África. Aquí en el congelador de mi pueblo, sólo nos quedamos los zombis, mi novia y el puto McDonald´s. Así son las cosas, cuando llega un nuevo año.



                                   Dedicado a Martin Duffy mayo 1967/diciembre 2023 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

El extraño viaje (1964) by Fernando Fernán Gómez

Buffalo 66 (1998)  by Vicent Gallo

Lásky jedné plavovlásky (1965) by Milos Forman

Thirteen by (2003) Catherine Hardwicke 






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En las fauces del blanco invierno depredador

julio 26, 2023 Jon Alonso 0 Comments

 



La tormenta lo había pillado desprevenido. Después de que lo dejaran en la casa, se dirigió rápidamente por el patio trasero directamente hacia la orilla del lago helado. El cielo parecía tan bajo que casi podía alcanzar y tocar el vientre embarazado de las nubes sobre su cabeza mientras salía de la granja. Había un silencio casi extraño en el paisaje del Monte Whittlesey que estaba vestido de blanco por la nieve. Una extraña inquietud lo había alejado de las rancias rutinas de la vida urbana hacia la naturaleza abierta de esa tarde. La invocación de la soledad y el consuelo de su propia imaginación se inspirarían en la grandeza tranquila y cristalina del paisaje invernal. Parecía un tirón irresistible en su alma. Esa llamada, a menudo, lo convocaba a salir y alejarse de sus semejantes en sus frecuentes visitas al antiguo hogar ancestral. La nieve estridente crujió bajo sus botas cuando en el hielo del lago, bastón en mano, lo golpeaba hasta hacerlo romper. El lago estaba extrañamente desprovisto de actividad humana ese día. Sin embargo, era una tarde de lunes a viernes. La mayoría de las personas, naturalmente, estarían en sus trabajos o acurrucadas, en sus cómodas casas, en lugar de estar en el exterior, donde el frío ártico penetrante cortaba el rostro. Las pocas cabañas de pesca en el hielo que mostraban columnas de humo saliendo de sus chimeneas estaban al lado opuesto de la cuenca. La mayoría de la media docena más o menos que había cerca estaban libres —en un día laborable— al final de la tarde. De vez en cuando, el sonido de un coche que pasaba por el pueblo, por la carretera frente al lago o el canto de un pájaro invernal rompían el mutismo. Por lo demás, el silencio fue ininterrumpido excepto por la cadencia de sus propios pasos. Todavía estaba demasiado cerca de lo que necesitaba para escapar. La cortesía parecía una película grasienta adherida a su piel. El área cercana al pintoresco pueblo se sentía tan contaminada por la invasión de la humanidad; como su corazón. Su alma exigía la pureza del desierto. Alargó más el paso, dirigiéndose deliberadamente al promontorio; que apenas se veía en el horizonte al otro lado del lago. Sabía que se acercaría más a lo que buscaba una vez que, pasase por la casa de bombas, que extraía el agua potable del lago antes de enviarla a la planta de tratamiento. No había más cabañas o casas visibles a lo largo de la orilla después de ese punto. Forzó sus sentidos para encontrar el momento en que los sonidos de la misericordia ya no mancillaran el desierto. Su espíritu se sentía manchado por la inmundicia de la vida urbana ordinaria en los apartamentos del complejo de viviendas subvencionadas. Una vocecita dentro de él, habló de lo que necesitaba, le aseguró que los bosques helados podrían limpiar las manchas.

 




El bocado del aire de febrero sabía a pureza. Los cristales de nieve espiritual podrían formarse alrededor de los granos de los recuerdos sucios, convertirse en hielo y nieve. Luego acabarían barridos por el aliento del invierno, dejándolo purgado a su caminar. Al menos ese era el pensamiento que —se había apoderado de él— mucho antes de llegar a la casa de la que había salido hacía el lago helado. No parecía tanto una noción como una compulsión. Era incontenible, un impulso primitivo, que lo empujaba hacia adelante sin razón ni motivación consciente. Era solo la necesidad instintiva de sentirse libre, nuevamente, sin las restricciones de las costumbres de la civilización. El fuerte estampido de un “crack rugiente” se estremeció a través del hielo bajo sus pies. Le recordó la enorme profundidad de la cuenca del lago que estaba cruzando bajo su capa de hielo vidrioso. Había estado pescando en el mismo hielo la semana anterior y ya sabía que esa capa tenía más de medio metro de espesor. Aun así, caminar sobre una profundidad tan imponente que su fondo sombrío estaba eternamente desprovisto de luz era desconcertante. En realidad, nunca abandona por completo los pensamientos de uno, sin importar qué tan seguras sean las estadísticas que le digan; el espesor del hielo. Estoicamente, caminó más y más lejos del pueblo hasta que finalmente estuvo ensimismado con sus pensamientos. Más allá, en la lejana orilla derecha, el sonido de dos motos de nieve arrancando señaló la partida del último de los pescadores, mientras regresaban a sus casas y hogares a la hora de la cena. Con satisfacción, escuchó los sonidos mecánicos desvaneciéndose en la distancia. Ahora, la paz dichosa de la soledad lo envolvió, por fin, con sus brazos. Fue un pensamiento hermoso. Sintió que la tensión que había estado cargando se desvanecía. Se detuvo y simplemente respiró el aire helado, disfrutando del sabor fresco y helador del frío. Escudriñó los troncos oscuros y distantes de los árboles a lo lejos en las orillas, ramas de hojas perenne veladas en una penumbra violeta, y sonrió. Finalmente, era solo él y la naturaleza. Fue entonces cuando empezaron a caer los primeros copos. Sabía que el pronóstico del tiempo anunciaba nieve, pero esperaba que se mantuviera hasta después del anochecer, y así, dar por concluida su caminata. Sería una tontería continuar con el anochecer acercándose rápidamente y la nieve cayendo. Como si de un suspiro se tratase, decidió dar la vuelta para regresar a la casa. A pesar de la lógica obvia, solo lo hizo con una punzada de arrepentimiento. No había viento, pero muy pronto empezó a nevar con mucha fuerza. El cielo se llenó con el tamizado silencioso de enormes copos casi del tamaño de bolas de algodón que caían a la deriva.





Sombríamente, notó lo lejos que estaba la orilla más cercana, casi un kilómetro, por donde caminaba. Ya estaba oscurecido y  la neblina blanca se dejaba notar. Pero eso no importaba. El camino de vuelta me resultaba familiar. El lote de madera primigenia de la familia se extendía a lo largo de la orilla norte del lago, que ahora estaba a su derecha: después terminó por darse la vuelta. Los senderos forestales que conocía de memoria eran un camino fácil de regreso a casa y una apuesta más segura para orientarse. Desorientarse en medio de la creciente tormenta sería un asunto complicado. No tenía sentido arriesgarse a dar un rodeo tan farragoso. Empero, la nueva nevada estaba haciendo, que cada vez, fuera menos seguro pisar el hielo del lago. Giró a la derecha y se dirigió hacia la lejana línea de árboles. Como si percibiera sus intenciones. El clima se intensificó repentinamente, arrojando nieve como si la naturaleza misma estuviera tratando de bloquear su camino. La visibilidad disminuyó rápidamente hasta que todo más allá de unos pocos metros, en todas las direcciones, no era más que un mar blanco. Era como si el cielo lo envolviera en un capullo suave. El cielo era blanco. El hielo era blanco. La nieve era blanca. Todos los colores del mundo se desvanecieron en un interminable vacío acromático. Su aliento humeaba blanco frente a él, como si el fuego vivo de su espíritu estuviera tratando de escapar para unirse a ese mundo etéreo de alabastro. Ese concepto era un poco más inmaculado de lo que esperaba. A su alrededor, en todas direcciones, no había nada más que un ominoso velo de espeluznante y plateado silencio, puntuado, sólo por los sonidos de su propia respiración y el crujido de la nieve nueva bajo sus pies. Todavía estaba bastante seguro de su porte. Aun así, era profundamente desconcertante caminar a ciegas hacia un destino que solo estaba adivinando. Todo sonido fue amortiguado por la cortina de nieve. Era como si hubiera salido del mundo y entrado en algún pasadizo metafísico. Ese tipo de caminos con historias eran del tipo que podía dejar a un vagabundo en cualquier lugar, en cualquier mundo, si supieran cómo discernir los caminos correctos. Su alma se abalanzó sobre la idea; se aferró a él con fiereza. Oh, ¿Qué tan maravilloso sería emerger del estancamiento de su existencia mundana a un reino de hadas como todas las viejas historias hablan? Seguramente, no podría haber mayor reivindicación de su espíritu melancólico que si pudiera demostrar de una vez por todas que había más en la vida que una existencia banal desprovista de magia y grandeza real. En el corazón de plata del invierno, realmente se sentía como si un sueño tan sublime pudiera existir. Si supiera lo suficiente de las viejas costumbres, podría rastrear esos pasos secretos. Tal vez podría realizar ese sueño.





El concepto ardía dentro de su corazón. ¿Qué tan maravilloso sería evitar el insensible mundo de los hombres y ser parte de algo más antiguo, más salvaje? ¿Podría el blanqueamiento elemental realmente borrar la mancha de la humanidad? Tal vez, como respuesta al amargo anhelo de su corazón. Un áspero grito de advertencia de un cuervo anunció su acercamiento repentino a la costa prácticamente invisible. Los troncos del bosque primitivo de abetos se erguían, como las imponentes columnatas, de un templo pagano de medianoche, todavía borroso a través de la nieve que se interponía. De repente, una gran mancha oscura en el hielo apareció frente a él. Era algo no blanco ni plano: como el resto de la capa de hielo, estaba rojo. Sintió que el aliento se le atascaba en la garganta. Una descarga eléctrica corrió por su columna, congelándolo en seco. El cadáver mutilado y helado de un ciervo yacía extendido en una sección de seis metros del hielo delante de sus ojos. Sus miembros fueron desgarrados. Las costillas astilladas yacían abiertas hacía el cielo como los arbotantes de una catedral profanada; un sacramento mundano que lentamente se lava con la nieve fresca. Aunque vuestros pecados sean como el tarquín, como la nieve serán lavados. La escritura familiar saltó espontáneamente a su mente. Esa caligrafía sagrada parecía más siniestra que reconfortante a la luz del espantoso descubrimiento. Parecía que la naturaleza misma estaba tratando de ocultar su lado mentiroso debajo de una mortaja blanca y suave, un depredador astuto arrullando, a su presa con una falsa seguridad. En todo el sitio, las huellas reveladoras de las patas, contaban la espeluznante historia de lo que había sucedido de manera demasiado vívida. Su sangre se congeló cuando se dio cuenta de que, sin darse cuenta, había caminado directamente hacia lo que parecía ser una matanza de lobos. Su corazón sufrió un vuelco ante las espantosas implicaciones. Sin embargo, su mente se rebeló contra el concepto. No debería ser posible. —Ya lo dijo mi padre… “En febrero cara de perro; mataste a mi abuelo en el leñero y a mi abuela en el lavadero”. La blancura se apoderó de él, perfectamente limpia y salvaje. Levantó la cara hacia los acogedores brazos de la nieve y aulló.

 


                                                              FIN



                                           Dedicado a Tony Bennett agosto 1926/ julio 2023 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

 

On Dangerous Ground (1951) by Nicholas Ray

Misery (1990) by Rob Reiner

Fixed Bayonets (1951) by Sam Fuller

Fargo Tv (2013) by Noah Hawley











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