La gran morfosis catódica

diciembre 01, 2014 Jon Alonso 0 Comments









La realidad es ésta; no hay más cera que la que arde. Ya sé que más de uno pensará que debería ser otra. Pero no. Yo soy el único culpable de mi ausencia de sentido común, y lo absurdo de esta situación —por muy idóneo, que le pueda parecer a determinadas  hordas ilustradas— no doy para más. De verdad. No  insistan una y otra vez con aquello de una hipotética ubicuidad quimérica. No rebusquen en mi identidad  criminal y  claustrofóbica. Veamos el affaire, desde mi prisma más montaraz, es decir, dos premisas muy diferentes; los que van de enrollados y los otros. No hay terceros. Tenemos de sobra con los auténticos esperpentos histriones, opositores al gran mayestático culebrón venezolano, mientras la aristocracia catódica apura sus últimos sorbos del dulce Cacique. El nuevo escenario plausible, donde las complejidades de la superestructura nos ofrecen el perfecto remake entre un flashback de Lang y una cena de langostinos caducados Made in Namibia en los albores de la entrega de un Nadal. Sí, el mismo lugar, donde en una noche de pasión turca, Gala y el fenómeno Lara se retan a un maratón de rimas  Becquerianas. La noche a dos velas, tamizada de fariseas confesiones catódicas. Doy fe, que el sitio cuenta con un retrete de luxe; pues, el Atlántico Sur cuando se arranca de temporal hay que agarrarse a la cerámica.
















Luego, aconsejo que  no se dejen llevar por los impulsos de la frustración, posiblemente el efecto sea  una narración televisiva y algo gangosa, a la retrasmisión de un partido de tenis por Jesús Álvarez. Discúlpenme, pero sigo siendo de los que runruneo hasta la llegada de mi dosis opiácea y dejo de rechinar. Cosas tan perennes y vagas como la pasión del amor, el desengaño, el odio, la ambición, y la sed de venganza. Y sí, cuando me miro al espejo, puedo llegar a sentir asco. No por ello continúo mi odisea hacia un lugar invisible repleto de perpetuidad y opacidad. Cada día compruebo mi incapacidad para ver más allá de lo que la luz del día nos permite observar. Aunque, mi dificultad viene por defecto congénito. Empero, volverán a permitirme que me deje llevar por la incompetencia de la falta de sensibilidad a la hora de descifrar que hoy está lloviendo, cuando en realidad debería estar haciendo un calor extremo y mi erudición está tan ausente como un patético glaciar parcheado. Normalmente, es el momento de la manifestación de las imperfecciones en todos los bichos vivientes, lo cual, impide a los seres vacíos persistir e ir más allá de sus propios límites físicos. Suelen tener personajes malvados, canallas, inocentes, burlados, tramposos y el largo etcétera. ¿Les suena la música? Creo que sí. Es el territorio de lo imposible y lo indómito.

















Me conocen tanto como mi viejo cuerpo a su dueño; el mismo que empieza a agrietarse en la prisión de los apestados. Los que sólo llegaremos a un   analógico yugo de la condición humana. Déjense de monsergas, pues no tenemos tiempo para espabilar a esos  patéticos cinco sentidos que están restringiendo, día a día, la verdadera esencia de la libertad. Incapaces de ver más allá de un visible haz de luz, una ineptitud enfermiza que sólo se limita a la categoría de consentimiento asfixiante. No queda tiempo y mis trémulas manos son débiles instrumentos comparados con la fortaleza de acero que forjé allende ultramar. Hoy perdida entre mis reiteradas deserciones del deber y la lógica socrática. Cuando mis piernas reivindican inútiles su orgullo patriótico a la mezquindad humana ante una masa llena de energía que enciende los motores del horror. Mi maestro de escuela nos repetía todos los días que el mundo es un lugar rodeado y ahogado de callejones sin salida. Un pedazo de tierra lleno de risas, llantos e hipocresía; el angostillo de los sueños convertido en la indescriptible náusea humana.
















Estoy cansado de ver como los sentimientos hacen a las personas nulas y vulnerables  en su afán por mostrar diligencia y esto es de cajón, cuando la supuesta mente más racional puede llegar a ser presa de la pasión o víctima de la estupidez. No voy a extenderme en el atracón de broza que inunda los rincones de todo comedor en estas fechas tan idóneas para aleccionar y exaltar la lectura, a través de los engordados buzones por doctos catálogos del ofertón perdido. Este culebrón está muerto, pidiendo con los brazos en alto, un asesinato o un hijo putativo víctima de una efusión napolitana. No sé si el argumento daría para algo más. Quizás una nueva carga de profundidad hacía el coraje de Saviano. Pasa el tiempo y uno se pregunta, ¿le dejarían volver a la redacción de su periódico para poner mayor suspense existencialista como el su admirado Moravia a la gran belleza de Messina? Deduzco que tienen sus dudas. Evidente, ¿quién no las tendría ante tanto horror catódico? El Mediterráneo es una contante morfosis de basurero indolente. No obstante, siempre nos quedará el consuelo de un padre como Saturno y su prodiga grey. Tengan los ojos bien abiertos y no se fíen de las apariencias: el Pladur hace milagros. Felices compras y por favor, no se olviden del ticket por lo que pueda pasar. En estos lares no aceptamos reclamaciones sin él.








                                     
                                                               Dedicado a mi amigo Diego Puicercús y su hija pequeña 








Fotogramas adjuntos


Good Night&Good Luck by George Clooney (2005)
L'uomo in più by Paolo Sorrentino (2001)
God Bless America by Bobcat Goldthwait (2011)
To die for  by Gus Van Sant (1995)








                                 

Morsum Caementicium

noviembre 13, 2014 Jon Alonso 0 Comments






Es curioso comprobar en primera persona como la muchedumbre se perturba ante un muro de vergüenza, silencio y humillación. Mientras, desde el lejano malecón suenan violines y vuelan vagabundos. Los coches arden y las farolas prenden como supernovas. La última luna del otoño se presenta enorme, igual que la piscina de un nuevo opositor a ricachón. ¿Creían que no iba a pasar? ¿Pensaban que sus rutinas no se convertirían en un gran problema? Es posible que vuestra familia crea sorprenderse de vosotros. Descuiden de las formalidades, todo tiene solución como unas litronas de verbena veraniega. Da igual que el burgo se ría de nuestra somnolencia, inmovilidad e ingratitud. No se preocupen. Atisbamos los primeros síntomas de la encefalitis letárgica. Todo pariente alarmado, acaba siendo un tocinito de cielo. No olviden cargar sus teléfonos móviles y llamen a un médico de la SS— a poder ser—, que el galeno se entusiasme con el caso y les someta a una terapéutica de ensayo. Descubrirán como acaban por ponerse enfermos de verdad...Sí, amigos; los que montáis la guardia a la puerta de los estancos, los que sobornáis a un agente o compráis la adhesión de un golfo limpiabotas, los que consideráis que sin el pitillo que arde y lanza al espacio volutas de humo. No sufráis, esta vida es un desierto privado de oasis.










Nadie de los que estáis aquí recuerda lo dulce, suave e inocente del olor de la sangre que se derramaba por los ojos ajenos a la verdad; y lo triste de aquel plenilunio que alumbraba el viejo rostro. La mala suerte se cebó con los cabestros del pínchame hoy, mañana pensaré que es mejor despincharte. Ya no me gustas. Porque no me sale del pellejo escrotal o el labio colgante vaginal. No es culpa de ellos, ni de sus padres: pues su austeridad intelectual es vergonzosamente galopante. A cambió nuevas sensaciones, y hasta algunos sentimientos, con un espeso pelotón de hermosas mujeres, ya que la idea vulgar de un avance cuerdo traspasa los horizontes de la crónica mundana de aquellos caprichos mortales. Un golpe de suerte austero y amable hizo de la espesa madeja, de su pelo áureo consiguiera un tacto más maleable, que las de aquellas cuidadas mamás ochenteras empingorotadas y altivas premenopáusicas. Al fin son ricas, por la gloria del opus caementicium. Aunque, sus cuartos de baño están alicatados de travertinos Aznarianos hasta los limes del techo. Seguramente, nuevos trincones. Todo ello rezuma egoísmo, sensualidad y glotonería. No tardó en aparecer la envidia que le sacó su ambición, con la vaga esperanza de la brutalidad, mientras marcaba un brinco gimnástico hasta la riqueza más vana.










Personas precisamente como él, como el grueso y colorado burgués que se colgaba al cuello la servilleta para comer más a gusto. Observaba con alegría todo cuanto rodeaba su casa; nuevos edificios que habían sido construidos hacía poco tiempo. Una ciudad  despiadada y silente: customizada en tiempo record. La tranquilidad anidaba en el ambiente, sólo la edificación de casas y chalets nuevos para los veraneantes o gente de la ciudad que se independizaba, crispaban el sosiego del que siempre habían disfrutado. Su vida se basaba en la rutina de pasar siempre por las mismas calles. Yo en cambio, era incapaz de crear una usanza. Mi organismo mental no estaba a la altura. La rutina me podía durar una semana como máximo, después escapaba, inconscientemente, a otro camino. Se fijaba en cada detalle riéndose por la vista que tenía desde su buhardilla. Nunca lo había hecho, simplemente se interesaba por sus cosas, le conocía poco, por la monotonía de su casa, sus hijos, su marido y su familia la estaba ahogando en tensiones innecesarias.











Había crecido en un ambiente de amor y libertad. El paso del tiempo acogió al trabajo, las obligaciones, las disputas y los sacrificios. Acompañados de buenos momentos que recordaba entre detalles insignificantes como una cena y un baile de fin de año. Todo estaba guardado en el armario y ahora después de quince años de matrimonio regresaba en un arcón gigante de Amazon. Un millón de remordimientos acompañados de un zurrón de secretos y cemento fresco, que tu peor enemigo  reservó para recordarte tu miserable existencia: el desencanto de todos estos años se transformó en arena de una playa de Almería envasada en un tarro de tomate del DIA. El público aplaudía tu caída a los infiernos entre risotadas y chillidos de concierto metalero. De nuevo, los remordimientos campaban a sus anchas como el hormigón en los andamios de la ciudad dormida. El espejo de la verdad te susurraba al oído, mientras maldecías tu mediocridad y el cofre del morsum caementicium nadaba en una charca obscena. Nadie está libre de ellos. Siendo honesto, nadie. Ni siquiera el coliseo romano.










                              Dedicado a Carlos Vélez 29 octubre 1930/ noviembre 2014 In Memoriam














  Fotogramas adjuntados


  Banditi a Milano by Carlo Lizzani (1968)
  Plein soleil by René Clément (1960)
  Chinatown  by Roman Polanski (1974)
  Another Life by Philip Goodhew (2001)













               

Hellen y Lucien, mon amour

octubre 30, 2014 Jon Alonso 0 Comments








El conde Lucien de Trémoille estaba observando el oscurecer del sol, desde la lejanía de una línea marcada por un horizonte fútil y difuminado. Miró la hora en su reloj de faltriquera Édouard Bovet: marcaba las seis horas y treinta dos minutos. Apostado junto al lado del hueco de la ventana del torreón, el cuadro de su abuelo Gerard de Trémoille contemplaba el claustro del salón. Su criado, Darcy seguía dando los últimos retoques a la mesa del comedor. El conde se impacientaba, pues Sir Bedford era hombre de estricta y pulcra puntualidad. De repente, un carruaje tirado por cuatro corceles negros a toda velocidad se presentó en los portones del Castillo. Un hombre alto y con sombrero de copa bajó del coche. Era Sir Bedford junto a su amada, Lady Hellen de Hamilton. Se abrió la compuerta y tras ella, apareció la figura del encorvado sirviente Darcy, el cual, les dio la bienvenida. — Por aquí, excelencia. Sir Bedford—Espetó—Nos conocemos de algo…—No lo creo, excelencia—¿Alguna vez ha servido en Ginebra?—No, señor. (El tono no era el más amigable) —Bien, le habré confundido—Por favor, el Conde de Trémoille les espera. Hellen estaba temerosa y notaba el frío en sus hombros. Apretó con fuerza la mano de su prometido.—Ah!, por fin mi amigo Richard (saludó con gran ímpetu el conde) y miró de un modo impúdico a Lady Hellen—Encantado, Lady Hellen de Hamilton; a sus pies...(reverencia incluida). 














Cariño, este hombre es mi buen amigo el Conde Lucien de Trémoille con quien estoy a punto de cerrar un gran acuerdo para la construcción del nuevo hospital en Manchester, del cual no he parado de hablarte por el camino... (El conde los acompañó hasta el interior del comedor y les situó en las sillas de caoba con motivos medievales rematadas, en sus cabeceros por unas pequeñas gárgolas). Una vez sentados, la pareja de invitados dirigió su mirada hacia arriba. De donde colgaba una lámpara de araña que la remataba unos engarces, los cuales, sostenían unos enormes cirios que iluminaban todo el salón —Bueno, espero que el menú sea del gusto de Uds. (Sir Richard Bedford hizo una pequeña broma) —Tengo un hambre de lobo. ¡No sé tú, querida pero yo podría comerme un jabalí entero! (Hellen, seguía ensimismada y espantada de los ojos del Conde). —Lobos, curiosos animales... Dicen que son capaces de devorar en menos de un minuto un cordero cuando están hambrientos— Por supuesto, querido Lucien… No tengas la menor duda (risas) —¿Ud. No tiene hambre Lady Hellen? —Darcy estaba sirviendo la sopa de col lombarda, que dejaba un tono cercano a la sangre del cerebro.—No… No tengo mucha hambre—Je, je (sonreía Sir Bedford). —El viaje en el carruaje ha sido un poco movido…—Está deliciosa, querida—¿Lucien qué contiene esta sopa? Está riquísima—Es una sopa de coles de los Urales con frambuesas salvajes de mi jardín y murciélago cocido — ¡Qué cojones has dicho, murciélagos! Sir Richard se levantó casi vomitando y en ese instante le increpó al conde —Esto es ignominioso, no sé qué mierda de broma se ha sacado Ud. de la manga...
















—Vamos, Richard…Ya no me tuteas…—¡No cabrón, no quiero verle en su puta vida!—Puta vida (una risa macabra sonaba con candor por el eco de las paredes del castillo, ja,ja,ja,ja)—¡Ay, pequeño Richard cuánto has de aprender! Ipso facto, comprobó que Lady Hellen no estaba—¡Hellen, Hellen dónde estás cariño! Vámonos de aquí, no soporto a este majadero. Darcy (interpeló) —Sir Richard, mi amo es un poco juguetón, no tardará en aparecer…—Y Ud. Deme mi sombrero, bastón y abrigo…(Menuda gente) Ya sé de qué demonios lo conozco, cuasimodo. No era Ginebra, fue en el embarcadero del Támesis—Puede que tenga buena memoria—. ¡Hellen, Hellen dónde estás...! No lo repito más. (Todo colérico veía como la gente desaparecía de su entorno) —Dónde cojones estará el  puto cuasimodo de marras (mascullaba, Sir Berdford cada vez más agobiado)—Hola, cielo (Lady Hellen de Hamilton apareció con un tono de voz extraño) Dónde estabas —Arreglándome, cielo—Sir Richard notó algo, extraño. Como si no se tratará de la misma mujer. Un olor a azufre y un aliento fétido. Su rostro, a pesar del tono piel pálida de nuestra querida Lady Hellen; éste, se había vuelto más blanquecino tirando a un azulado violáceo. Los ojos sin brillo. Su verde turquesa se tornaba en un gris gélido.— Apártate, de mí. (No pudo evitar una mueca de espanto) —la joven se giró extrañada. -¿Qué ocurre, estás bien? Sir Berdford  se  debatía entre el miedo y la compasión. 

















Cayó al suelo por un instante, algo mareado y sintió molestias en el estómago. Lady Hamilton se acercó (sonreía, mientras un fino hilo de sangre goteaba por una de sus comisuras) —¡Bruja, vampira de mierda! ¡Qué es esto, sapristi! Intenté levantarme, como pude y cuando estaba de pie… Volvió a sonreírme, con ese destello lunático, posando la mirada en mi cuello. Eché a correr hacia la puerta. Pero la voz de Lucien sonaba en mis sienes. Su canalla risa y la macabra sombra del conde acechaban. Su cuerpo se deslizó veloz y reposado desde lo alto de la torre delante de mí. —Hellen, por favor—Lucien, mi amor. Sir Berdford no salía de su asombro—Tuya seré, mon amour. Siempre tuya… Lo he sido siempre, mi vida y mi corazón... Si el precio de tenerte es la muerte, así será... Se dieron un último beso y clavaron los colmillos al unisonó, en ambos lados del cuello de Sir Richard Berdford, para terminar de absórbele su sangre, entrañas y despellejar hasta el último trozo del cuerpo. El resto del esqueleto le fue entregado a Darcy. —Ya sabes qué hacer con él...—Si señor el próximo Halloween habrá nueva receta. Lucien y Hellen se besaban compulsivamente, entre lametones y mordiscos repletos de sangre. Mientras, en la noche oscura de aquel castillo comenzaba a caer la primera gran nevada de Noviembre.









                                   Dedicado a Ramiro Pinilla  septiembre1923- octubre 2014 in Memoriam









Fotogramas adjuntados

Drácula by TodBrowning&Karl Freund (1931)
Black Sunday by Mario Bava (1960) 
Nosferatu: Phantom der Nacht by Werner Herzog (1979)
Queen of the Damned by Michael Rymer (2002)










                              

Estafadores examanuenses, hipsters literarios y el ocaso Jané

octubre 13, 2014 Jon Alonso 0 Comments








El acabose de lo monstruoso ya está con todos Uds. Y no hace falta rematarlo en Fa, ni llamar a Radio Futura para hacer la segunda parte del futuro ya está aquí. Presente es futuro como decía un eslogan de la vieja Sanyo. Los fagocitatalentos, depravados y somarros (este palabro me ha costado un cólico inventarlo) del aburrimiento son reales, tanto como las esfinges de esa sociedad postmoderna del bienestar. Todo se parece a todo, no hay diferencias entre Praga, Basilea, Roma o Sevilla. Exceptuando, la cuestión climatológica. No así, la del amor. Ya que un romano le dirá, que ésta es la ciudad más viva del mundo y un sevillano; Sevilla es la octava maravilla. ¿No sé por qué demonios se asusta la gente? ¡Rediez! Si todo sigue igual. El viejo Prestige de la costa de la muerte ¿Lo recuerdan? Yo, sí. Hasta me comí unas uvas con playback del reloj de fin de año de la ilustre villa pescadora. Los agoreros vaticinaban que el marisco desaparecería de Galicia y ahora los postsorayos boys —aquellos de los hilos de plastilina— descubren que los africanos son los mejores preparados para contener el Ébola. Nada ha cambiado, amén de los molones Mac Air, los coches eléctricos, Google y la comida de Aldi; es mucho más barata y está bendecida por Frau Merkel. Además nadie quiere morir y las empresas de condones se forran. Todos nos hemos convertido en yonquis penitentes de la SS.













Les voy a confesar un secreto: toda mi vida he pagado por consumir drogas estimulantes y ahora la SS me las da gratis. Eso sí, me las han cambiado por asquerosos opiáceos. Nunca me han gustado los opiáceos. Absolutamente nada, ni un colín. Claro que pactar con el carcelero de Hannibal Lecter tiene sus contras, pues me han puesto fecha de caducidad; en 10 o 15 años se me acabó la fiesta y todos los días ruego que se termine esta agonía. Lo siento por los vitalistas del FB y el Twitter. Pero a mí no me gusta escribir y vivir a día de hoy. Empero, me gustaba follar como Sifredi, beber como un consejero de Caja Madrid e irme a los toros como Welles y el palangana de Ramos... Escribir es una terapia de tontos. Al igual, que pintar en un sanatorio mental: carece de toda plusvalia inmediata. Escribir por escribir, pintar por pintar, comer por comer, dormir por dormir, morir por morir ¿Nunca he oído follar por follar? Siempre hay épica en el coito y rentabilidad contigua. No considero la penitencia del amanuense un trabajo, pues no hay soldada a fin de mes. Nadie que escriba —excepto una vieja amiga de la juventud— gana la suficiente pasta para considerarse escribidor pedigrí /¿me permiten la licencia literaria, gracias?/ con Jaguar. El resto es amateurismo puro y duro. Afición y recomendación del médico de cabecera. Salvo algunos funcionarios de la educación, anacoretas del mundo universitario, cobraherencias ochenteros, hipsters subvencionados o mis adorables Peterpanes que persiguen el sueño eterno de ganar la copa del tío Lara. Pobre Lara ya se lo piensa a la hora de hacer caja... ¡Ay qué malos son los años!. Pero claro, todo esto es muy políticamente incorrecto y quizás provocará un aluvión de… ¡No te adjunto, ya no soy tu amigo, fascista(este vocablo es el más sobado por un buen rebaño de cabestros de la webesfera sin saber su significado). También el muy castizo; cabrón e hijo de puta! Jon Alonso, se le va la pinza… O quizás no vaya muy desencaminado el respetable y mi madre era una fogosa meretriz de un puticlub en la carretera de Albacete.












Me la suda. Estoy muerto. No me dejan boxear, ni drogarme, ni desvalijar cabinas (son muy jodidas de encontrar, tanto como los percebes), ni robar coches o pintalabios en el Corte Inglés. ¿A qué sabe la vida sin adrenalina? Sencillo, a leche con malta en la merienda de un hospital  o  a  salami de pavo. Me voy a morir y todo lo que hice ya está hecho. A mí me gusta el sonido del teclado de una redacción de periódico—a poder ser de las antiguas— donde, había un corrector con visera que te ponía a caldo cuando la cagabas con el sobretodo y sobre todo. Hasta que te tatúas en la piel que sobretodo es el gabán de Jesse James, andarás con más mimo que Jack Bauer desactivando una bomba, a la hora de utilizar el adverbio. Dónde tu jefe te insultaba, humillaba y leía la cartilla. Ahí se forja un periodista y los tíos. Mailer lo dijo una vez, pero claro también será uno de esos incorrectos: los hombres duros no bailan. Cuando hace muchas lunas has visto bares, donde los chupitos no existían. Poetas nórdicos con cara de anunciar Neutrogena, suspirando por una barra de un pub inglés. Mientras los poetas británicos instalados en la Barceloneta exhalaban en arameo el humo de sus cigarritos/purito. Recuerdo haber visto los párpados de la espada de Avalon en manos de un tipo llamado Boorman, un relámpago royendo una aurora boreal violeta, en un anochecer hinchado de blanca cristalina boliviana.












Terminar de bronca con una auxiliar de nefrología porque me hacía tirar una piedra del riñón por la uretra, solicitándome que le pusiera cara de Gioconda. Diciéndome al oído, mientras agonizaba que no tenía hijos pero si un perro hermoso, asertivo y bonachón llamado Lancelot. Un día cae y otro se despide en pleno otoño metafísico, presagio de habladurías afterpop e ínfulas independentistas con tarjeta de la FNAC. Un tiempo, donde la voracidad taciturna sólo tiene una salvación; la cirugía laparoscópica, al lado de la medalla del inventor de la dinamita. Según los sabios prístinos del Egeo, no  es más que el final del ritual de tiempos fatigados, en el que la gente no sabe ya lo que escribir para salir de una UCI. Cuando ese lugar tiene un color mayestático azulado, llamado planeta tierra. Es el tiempo de la voracidad, el tiempo de los canallas y los travestidos autocomplacientes. Lo dicho, no hay peor dolor que el neuropático y no hay peor dolor para una comadrona que el nefrítico. Y es que las parturientas de buen año escasean tanto, como en una película de Cuarón y los carritos Jané por un parque de Cuenca.







                                    
                      Dedicado a todo el personal sanitario del hospital Carlos III de Madrid







Fotogramas adjuntos

The Fortune Cookie by Billy Wilder (1966)
Boogie Nights by Paul Thomas Anderson (1997)
The Grifters by Stephen Frears (1990)
American Hustle by David O. Russell (2013)






                               


                                    

La mirada del lobo negro

octubre 06, 2014 Jon Alonso 0 Comments








Hace mucho tiempo, demasiado para ser exacto, que era un joven, bravo y altivo cazador de pieles, que, tuve una jornada realmente memorable. Recuerdo aquel soleado día de octubre, mientras paseaba a caballo por el viejo macizo de la cordillera olímpica, cercana al lago Washington; éste, se hallaba libre de animales feroces. En mitad del camino había una roca que aparentemente no simbolizaba gran cosa. No obstante, aquella figura me inquietaba: un perfil atípico, sinuoso y cuasi carnal. No me equivocaba; era la sombra de un lobo negro que sobresalía de su forma. Aquel depredador fijó su fiera mirada en la mía llevándome a un mundo, donde el pasado seguía más vivo que el idílico presente, que inundaba mi vida hasta ese instante. De repente, el cielo se nubló y el lobo lanzó un aullido. De inmediato, las nubes se esfumaron. Al igual que el depredador negro y su gélidos ojos azules.






 48 horas, antes















Abrí  los ojos muy lentamente y escudriñé con mi mano derecha la mesilla de noche. No la palpaba, deduje que algo extraño sucedía. Miré hacia el techo y vi un ventilador de hélice. Era evidente, que no estaba en mi casa. La cabeza me daba vueltas y me costaba abrir la boca: una pavorosa sequedad la mantenía pegada. Apenas puedo recordar nada de lo sucedido en la última noche y al girar la cabeza hacia la derecha comprobé que la cama se ha convertido en un futón sobre un suelo de parqué brillante. Todas mis pastillas de morfina habían desaparecido y un sudor frío recorría mi espalda. Mi ropa estaba tirada en uno de los costados de la cama. No llevaba pijama, estaba completamente desnudo y atisbé un perchero metálico cerca de la puerta de la habitación. De uno de sus ganchos colgaba una corbata de topos blancos y negros, junto a una cartuchera, con un revólver del calibre 38. El silencio era absoluto; como un camposanto  en una sobremesa de agosto. La mirada la dirigí hacia una de las paredes y vi un calendario de esos, que suele regalar la revista Fotogramas, a principios de año. Se veía una bonita foto de Belmondo y Seberg.












Los días no los distinguía muy bien, parecen tachados; aunque pude decodificar la letra N, en el subtitulo. Estaba claro que ese mes lleno de números tachados era noviembre, pues el edredón de pluma resultaba muy agradable sobre mi piel desnuda. No tenía morfina, ni un puto paracetamol. Juraría que empezó a nevar, pero es imposible. En ese catre estoy más a gusto que un bebe en los brazos de su madre mientras sorbe del pezón. La vista se me nubló, por momentos y prestaba atención al ventilador, y, como daba vueltas. Una tras otra, cada cual más rápida. Más vueltas… Hasta que sólo escuchaba la rotación silente de su motor. De inmediato, me doy cuenta que el fuego me está quemando parte de la pana de mi entrepierna. Y empiezo a apagar la fogata que tenía encendida. Estoy de nuevo en la cordillera. Aquí hace un frío helador. El café estaba pasado y decidí ensillar el caballo. Subía a los lomos de TJ (le puse ese nombre, eran las iniciales de mi abuelo) cabalgué como unos tres kilómetros por el valle con unos quince centímetros de nieve. Recordé que me acercaba a un cementerio indio de la tribu de los Suquamish. La verdad que no recordaba otro itinerario y cuando pasamos por aquella tierra santa; el cielo se volvió azul y negro entre las blancas tumbas. TJ, mi caballo, relinchaba muy nervioso. Comencé a silbar una canción para enardecerme y así de paso, relajar a mi corcel.














No lo conseguí, seguía temblando y encabritándose empapado por un miedo tan grande como el de un héroe griego. Logré agarrarme a las cinchas y dominar a TJ, conseguí que saliera de la tenebrosa necrópolis hasta encontrar suelo firme y avanzar como si el diablo me estuviera susurrando al oído. Pensé:—es imposible que los muertos puedan agarrarme hasta llegar a la cabaña de Nathan, mi socio cazador. El corazón parecía que iba a salirse de mi esternón, entre sudores y palpitaciones. Cerré los ojos, el alma y caí en el suelo de madera de roble. Cuando desperté estaba rodeado de lobos, con un 38 en mi mano disparando a los cánidos y con la otra devorando comprimidos de Tramadol 100mg. El cielo se tornaba oscuro como el cuarto de un enfermo de cólera: no me quedaban balas con las que repeler el ataque. Enfrente, a menos de 20 metros, se alzaban cientos de lobos negros. Sus fauces se convertían en  gárgolas, que vomitaban incesantemente la baba del festín. Atrapado, despojado e incapacitado para ejercer ninguna acción. Tan solo, comprobar cómo los destellos añil de sus ojos, en mitad de la silente nevada, iban a despellejar mis huesos. El vagar del espíritu de un indio y su canturreo incórporeo; me sonreía. En ese sosiegondel azar, placidamente, esperaba mi sentencia sobrecogida al azar de un pasmo de horror.








                                          Dedicado a Kenny Wheeler enero 1930/septiembre 2014 In Memoriam
 







Fotogramas seleccionados

Der Hund von Baskerville  by Carl Lamac (1937)
La jeune fille et les loups by Gilles Legrand (2008)
Entrelobos by Gerardo Olivares (2010)
Jeremiah Johnson by Sydney Pollack (1972)








                 

El otoño corso

septiembre 21, 2014 Jon Alonso 0 Comments












¿Cuántas veces han dejado pasar esa oportunidad de saludar a todos esos que deseaban decirles alguna palabra? Por ejemplo, a ese eco de una señal pudorosa envuelta en un gesto intemporal y perpetuo. A la magia de una arrebatadora sonrisa o al encanto de una brizna de aliento de esos que ya no están. ¿Cuántas veces han pensado coger unos ojos que no son los suyos y mirar a través de ellos? ¿De verdad, que es creíble todo lo que nos ofrece el azar o hay una razón para soportar las culpas buscadas? No sean ingenuos, el azar es la única variable capaz de darnos esa oportunidad para actuar. Igual que lo sueños son nuestros hasta que pactas con el diablo para bendecirlos en una danza macabra al albor de la noche plenilunio. Apartándolos del mismo cuerpo que guiñaba su silueta de aquel candor del elegido... Sí, lo estoy viendo en estos momentos. Siento sus incredulidades, apatías,  abulias, desregules y  desprecios por una historia absurda. ¿Demasiadas utopías? Mientras los sueños puedan ser acunados, bailados, troceados y sazonados. Todo es plausible. Además, más tarde o más temprano empezaremos a divorciar nuestra cabeza del sempiterno cuerpo, en un proceso imparable de cambio estacional. Tengo un buen amigo que suele divagar, en torno a cosas de este tipo; hermosas e impracticables. Una vez completamente ebrio empezó a hablar y no paró hasta que el tinto lo dejó callado. Era marino mercante, aunque tenía más aspecto de polizón en un circo ambulante. Decía que era de una pequeña aldea de Córcega. Ese ejemplo de personas que siempre parecen asentarse en un sitio y al poco tiempo de pisar la ciudad, intentan pasar desapercibidos o por lo menos lo pretendía. Aquella tarde/noche de otoño tras unas cuantas copas de vino se soltó la lengua y aseveró que las verdaderas escuelas de la vida son las putas, la cárcel y el alcohol.



















De repente, como una especie de déjà vu  vi pasar una gran parte de mi vida, entre la barra y el retrete de la vieja taberna. Mi alma voló entera por las  pequeñas bocas polvorientas, amañadas y malhabladas. Era una ínsula de felicidad y reía como un condenado delante de mi última cena en la tierra. Recordé como  me diluía entre días de alcohol y lluvia. Disolviéndome, igual que un pequeño pasquín de un mural bajo el tejado roto de una añeja nave industrial abandonada. El tiempo se paró otra vez. Ahora las lágrimas afloraron. Irremisiblemente, dificultándome la visión de los objetos que me rodeaban. Aquella mujer del bloque de enfrente  se recogió su melena rizada con una goma elástica y escupió sangre en la pila. Su corazón palpitaba con fuerza. Así como una mayor sensación de ahogo se apoderaba de ella. El sudor frío recorría su flaco y lánguido cuerpo. La lluvia se filtraba por el miserable techo entre goteras que se repartían un festín de orinales y cacerolas. Abrió el pardusco grifo y se sirvió un vaso de agua más turbia que trasparente; lo sostenía su mano temblorosa y llena de pecas. Empezó a beber azarosamente hasta escupir una parte de la misma en el fregadero. Algo frío e inhumano rozó levemente su espalda desnuda. El vaso se precipitó al suelo rompiéndose en mil pedazos, desparramando el agua sobre las rancias grises baldosas. Sus piernas apenas sostenían su maltrecho y debilitado cuerpo. No podía casi respirar. La ansiedad  era tan grande, que apenas podía articular alguna palabra. Su mano derecha se apoyó sobre el frío mármol de la cocina, cerró los ojos sumergiéndose en la oscuridad y se arrodilló. Yo desde mi cómoda ventana veía el patético espectáculo como se desarrollaba, a modo de un thriller del maestro Hitch.



















Pero la verdad, es que la realidad duele y genera una inquietud mucho más perversa a toda ficción revisada. ¿Ven como el otoño puede ser turbador y triste? Todavía no he terminado. Aquella mujer estaba de rodillas y las manos en alto. De pie, un tipo enorme, como mi viejo amigo el corso de la taberna, apuntándole con una escopeta de cañones recortados. Entre sollozos y gritos, un gran cenicero donde los dioses se habían poco menos que cogido hartazón de estanco. Lo cogió en un imprevisible pispás y arremetió un golpe al tuntún, dejando la rodilla del corso maltrecha y besando el suelo. La enjuta dama de la melena rizada, forcejea y espera la amorosa agresión. Pero en un golpe de suerte la escopeta vino a su territorio. La lluvia arreciaba y los cubos no daban abasto a tanto goterón. El olor a moho envejecido y tabaco negro apuntalaban la cochambrosa estancia, como en una noche de firmamento envejecido y miedoso. Empero, el corso se giró en sí  mismo y  acabó derribándola. La escopeta como una ruleta se deslizó a tierra de nadie. Hasta que sus largos brazos en un esfuerzo circense alcanzaron la escopeta. Se levantó y la encañonó. El corso, quiso tener más vidas que el gato Napoleón, cuando desde un altillo cayó como un macaco sobre su cabeza; una criatura de apenas once años con un tenedor, clavándoselo en un ojo. La sangre del óculo salió a borbotones y la niña gritó:— ¡Mamá, mamá! Rápido, coge la escopeta. Se giró, me miró a través del tragaluz, y fulminó de dos disparos al corso. Ahora soy yo quien tengo miedo. Miedo a tener miedo. A no desprenderme de este desasosiego absurdo y cruel. El miedo como compañero inseparable, como tu fiel camarada y traidor consejero. Las fábricas del arrabal contemplan el espectáculo. Yo, lloro desconsoladamente, como todos los otoños.










                                   Dedicado a todas aquellas personas que luchan contra el Alzheimer








Fotogramas adjuntados

They Made Me a Fugitive by Alberto Cavalcanti 1947
Un prophète by Jacques Audiard 2009
Leon by Luc Besson 1994