Promesas del Este

junio 22, 2014 Jon Alonso 0 Comments







Dicen que las ciudades nunca duermen, que siempre hay alguna luz encendida, algún local abierto y un montón de asfalto silente que no protesta. Siempre hay alguien naciendo o muriendo. Empero, muy de vez en cuando se dejan llevar por el asueto desenfadado y aleatorio. Algunas almas se permiten precarios instantes, en los cuales todo parece dejar de moverse. De su interior brota la oscuridad absoluta y el anhelo; a la espera de recuperar energías. Herkus Kaunas a pesar de su envergadura y mantener un físico saludable era fehaciente que sus 75 años iban pesando en la actitud y desplome moral, de antaño un carácter infalible. Miraba al cielo sólo. Cuando se atisbaba una luna llena flemática y arrogante. Hacía demasiado frío en la lejana noche de noviembre de 1998, mientras observaba por el gélido cristal de su ventana del piso doce la infinidad de edificios que descansaban. Disfrutaba de uno de esos breves momentos, en los cuales la ciudad estaba en calma y seguía con la mirada cada lágrima caída del cielo resbalar por el cristal. Había leído mil y una narraciones, en novelas y poesías, acerca del acotamiento vital de cada gota de lluvia. Cayendo sin saber hacía donde, chocando contra todo y muriendo en el anonimato. Todo el proceso ya era parte de una vida marchita. Por eso, Kaunas miraba cada gota como si fuera la última. Era un espectáculo alucinante ver como impactaban contra el alféizar de la ventana. Parándose ahí. En ese rebuscado hueco. Le daban pena. Era un momento especial. Un momento único. Apagó todas las luces y se metió en la cama, sin dejar de mirar las gotas de lluvia. Llegó un punto que le pareció vislumbrar un ligero brillo en cada una, como si estuvieran cayendo chispas.












Poco a poco se le fueron cerrando los párpados, sin dejar de escuchar el rebote de las gotas. Y recordó en lo más escondido de sus confines mentales, que las ciudades nunca duermen, porque hay humanos que las mueven. Cerca de las cuatro de la mañana algo le despertó: un ruido. Luego, escuchó unos golpes adustos. Aún en vigilia, abrió ligeramente los ojos sin captar mucho que diantres ocurría. Ni descifrar el tipo de sonido que le había parecido escuchar. El solitario Herkus Kaunas estaba acostumbrado a despertarse en las quietas noches cuando pasaban por su calle ambulancias, camiones de la recogida de basuras o algún grupo de borrachos. De repente, un golpe más contundente hizo que reaccionara, que abriera los ojos de par de par, sin moverse de la cama. Ese ruido no venía de la calle, sino de su salón. No se movió. Se quedó expectante. Pendiente de cualquier mínimo ruido. Quería saber quién estaba en su casa. Inmediatamente, el ruido aumentó. Como si alguien hubiera metido una máquina o una grúa percutora. Se asustó. Poco después se  incorporó, no sin dificultad, en la cama y miró a todos lados. El techo se abrió, las paredes parecieron desaparecer y una potente luz iluminó todo. Herkus Kaunas estaba asustado, angustiado, muy nervioso y terminó gritando al silencio del pasillo. La luz se volvió más tenue y el ruido paró. No estaba en su habitación, sino  en algún aséptico habitáculo blanco debajo una mampara de cristal opaco. Se dirigió al interruptor de la luz. Antes de encenderlo vio un destello rojo en la oscuridad, también le pareció oír un pequeño murmullo; seco y gutural.













Su corazón latía apresuradamente, estaba absolutamente consciente, y muy seguro de no haber soñado. Ni el destello ni el rezongo del eco. Llevaría tan sólo, un par de horas dormido cuando sintió una carga encima de él, como si algo le aplastase contra la cama. Intentó despertarse pero fue en vano. Se esforzaba en avivarse pero no lo conseguía, era como si algo controlara esa fase del sueño: no dejándolo escapar. Sintiendo a esa fuerza y reduciéndolo al más absoluto silencio. Notó como el colchón se hundía por el peso extra. Luchó nuevamente por despertarse: no podía. En sueños gritó de rabia, cada vez con más fuerza hasta la extenuación acústica. Aquel crudo alarido pasó de la fase inconsciente a la consciente. En ese momento, se despertó por el fuerte rugido que produjo. De algún modo, traspasó esa barrera que separaba las citadas fases a través del chillido y consiguió acceder a la consciencia que me era un territorio lleno de incógnitas. Estaban ahí, sin resolver. H. Kaunas, en  aquel  momento sintió como si pudiera tirar la pared de un solo puñetazo. Entonces la lámpara del techo se movió como si hubiera una corriente de aire. No obstante, todo estaba cerrado. Solamente un sonido que provenía de la estantería repleta de  libros. Y finalmente el silencio más absoluto. Dejó de sentir su propia presencia. Algo vino a por él, en la noche más dormida de la tierra, lo sabía. No supo nunca qué diablos era, ni cuáles eran exactamente sus intenciones. Pero si tenía algo muy claro: volverían más tarde o más temprano. Ellos no dejarán escapar a las vejaciones del pasado, pues en esta oscura ley de la vida nadie de los nuestros podrá trastocar los deseos más necesarios de las promesas del Este.




















                           Dedicado a Javier Tomeo, hoy hace un año que se marchó al ágora de Bernhard








Fotogramas adjuntados

Le Doulos (1962) by Jean Pierre Melville
Educazione Siberiana (2013) by Grabiele Salvatores
Red Heat (1998) by Walter Hill 
Eastern Promises (2007) by David Cronenberg