Ander: La bella oveja de cuadros marrones

octubre 18, 2021 Jon Alonso 0 Comments

 


Los días pasan y cada día aprendes algo nuevo, aunque no te des cuenta. En esta sociedad, se nos enseña a ser ovejitas blancas, para que el pastor y sus perros puedan manejarnos a su antojo sin temor a rebeliones. Se podría decir que nos comen la cabeza desde bien pequeñines para "caparnos", en nuestro esplendor, de toda ideología propia y sólo saber emitir berridos. Dice una vieja fábula: un pastor teme a la oveja negra porque siente pánico —a que llame la atención de las ovejas blancas y perder su control— pero éste es listo y ha educado, muy bien, a sus acólitas (más bien, les ha dado el pienso más exquisito) para que, éstas, sin pensar: ignoren, insulten y agredan a la pobre oveja negra. Empero, sin que ella, haya hecho nada malo. Sin embargo, aquí no termina la contienda. Si las ovejas blancas no pueden demoler la voluntad, que entienden, como su enemiga, los perros ansiarán inutilizarla de un modo mucho más doloroso. Y aquí, uno se pregunta lo siguiente: A) ¿Me tiño de oveja blanca, algo que me arrastraría un trastorno de compatibilidad al pretender ser lo que uno, no es. B) ¿Soportar todas las hostias sin ceder, un milímetro, pero que todos sabemos que esas heridas no cicatrizan bien y pueden acabar con una sepsis de caballo? C) El suicidio. No tiene vuelta atrás. Es tan demoledor que termina por sacar a la luz la hipocresía del silencio y la indolencia del rebaño. Nadie se atreve a decir una mala palabra de un muerto. Todo son panegíricos y abrazos venenosos en una fría tarde de otoño. —Oh! Qué pena. Era tan majo, inteligente, guapo y toda una vida por delante.  Ander San Asensio Bengoechea.



Era una oveja a cuadros marrones. Los perros del pastor estaban preparando la estrategia del nuevo lunes.— Si le das lo suficientemente fuerte, en los huevos, se le nublará la vista y es posible que se maree. Debes aprovechar ese momento para empezar a pegarle puñetazos en la cara, preferiblemente en la nariz, que es lo que más fácilmente se rompe. Y San Asensio, será nuestro. Esto era un día sí, un día no. Hasta que se convirtió en un todos los días.

 

     En el caserío de Ander en un bello pueblo entre Vizcaya y Guipúzcoa

 

Ander se hallaba semirecostado en su cama y acaba de escupir sangre en la palangana que tenía debajo de su lecho. —Estoy harto, hundido, hecho una mierda… El acusado de toda expiación de culpa, el que tiene que sentir vergüenza, sufrimiento y tormento. Todo esto va a peor. Las manos le temblaban, cogió el móvil para ver los últimos mensajes que había recibido. Simplemente, más insultos. Cogió la cuchilla que llevaba guardada en la mochila, ya no podía más. Tragando saliva se hizo el primer corte, el segundo y el tercero. Así hasta perder la cuenta. Pensaba, ensimismado, —¿por qué a mí ha de pasarme esto? ¿Por qué el mundo es tan cruel, tan depravado, tan nauseabundo, tan asqueroso, tan bestialmente cruel...Mil cosas?



Pero ya daba igual estaba decido a irse de ese jodido lugar. Se acostó en la cama  y así paso otro día. Sonó la alarma, sus ojos llenos de lágrimas y su corazón hecho pedazos se preparaba para otro día. Salió temprano, se puso los auriculares y subió el volumen al máximo. Caminaba sin prisa, tranquilo, no por ello notaba en su corazón el pálpito del miedo. A lo lejos ya se veía —de nuevo— la cárcel de sus problemas, la jaula donde le arrancaron las alas y la piel a tiras. Llego a clase, a su clásico sitio, en la esquina final de aquella húmeda clase. Dejó pasar las horas, contaba el tiempo que quedaba para poner el punto final, a su martirio diario, el de las bolas de papel y los insultos. Nunca tenían un tiempo muerto. Siempre en marcha —imparable—  como un canal de streaming, pobre criatura; nunca tuvo el mínimo apoyo de nadie y lo sabía. Miraba con la mirada perdida. —Solo dos horas más, vamos, tío, tú puedes. —Tan sólo quedan dos putas horas y fin. Su voz completamente quebrada y la cara pálida, por unos pómulos que provocaban la caída a borbotones de lágrimas. Sonó la sirena del final de las clases.





Siguiendo la costumbre, salió el último y se dirigió a un parque cercano, donde se sentó. Miraba con la pena del reo, el pueblo donde nació y donde todo estaba a punto de concluir; el lugar donde le habían triturado su dignidad. Sacó un frasco de pastillas y se lo tomó entero, utilizando una pequeña botella de agua. Cogió un cúter y empezó a cortarse las muñecas, verticalmente, mientras sus ojos enrojecidos expulsaban sus últimas lágrimas. Desde lo alto de la sima, se desplomó al suelo, la carta que sostenía su mano, comenzó a empaparse de sangre. Los ojos se cerraron lentamente y su pesadilla finalizaba. Al llegar la noticia nadie se lo podía creer, nadie se imaginaba que; el joven Ander estaba padeciendo ese tormento. Nadie se imaginó por un instante—, que ese niño, que se acababa de suicidar era yo. En aquella carta se podía leer: los perros del pastor, ya no tienen a quien morder, porque era un chaval, ni blanco, ni negro. Ander fue siempre una oveja cariñosa de cuadros marrones.



                                                                      FIN


                             Dedicado a Antonio Gasset mayo 1946/septiembre2021 In Memoriam


Fotogramas adjuntados

Der junge Törless (1966) By Volker Schlöndorff.

Carrie (1976) By John Carpenter

The Children (1976) By Terence Davies

Före stormen (2000) By Reza Parsa






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La joven del cántaro

septiembre 26, 2021 Jon Alonso 0 Comments

 


Aquel colchón de poliestireno expandido me estaba matando. La noche no bajaba de los 27 grados y la humedad relativa era del 79% Me tomé otro halcion más, a ver, si encontraba algo del gabán de Morfeo. Así, como el que nunca suele encontrarse con seres tan hermosos. Como una bocanada de viento en Pascua y salida de un prado asturiano, a través, de las entrañas del aire, una joven de grandes ojos verdes se incrusta en mi sueño. Viste ropas de montañesa, a modo, de pastorcilla con su clásico cántaro de agua en el regazo. Llega a la orilla del río y se arrodilla. Enreda el remolino del agua fresca y cristalina, formando con sus dedos ondas que la fuerza del empedrado en el agua los disuelve. Sonríe, me mira. Comienza a cantar, y arranca llantos al viento que mece a las cañas del margen del río... Vamos ni el mejor personaje de Covarrubias Herrera. Tengo la garganta momificada, la sed me mata con su beso seco. Descalzo, en mitad de la sofocante madrugada, me levanto del sofá y me dirijo hacia la cocina. Mis pasos retumban sobre el suelo. Abro el frigorífico y, por unas dulces milésimas, me envuelve un abrazo frío. La botella de agua helada se clava en mis labios y me llena la boca con su flujo, que va cayendo por las boceras de los carrillos.—¡Ahhh! Qué fresca y que puta sed. Menudo calor y el A/C roto. Vamos bien. Vuelvo al salón con la botella en la mano. Oh! mi adorado sofá, (hablando muy bajito) es de estos más modernos de multinacional francesa. Lo compré en una oferta y venía con chaise longe incluida. Ésta, me manda un guiño cómplice: ¡Aquí te espero, Man! Parecía querer marcarse unas risas, pero no. Es otra forma, que la silueta de mi espalda, estampada a lerdos trazos de sudor… cómo aprieta en la capital del Mediterráneo, en el centro de la ciudad, la sensación de basca y falta de oxígeno te mata lentamente. 




Agosto, es así, pero bueno, qué son 90 días… Luego lloraremos a Filomena, la novia del socio del agente secreto Mortadelo. Y yo no quiero hacer Snowboarding por la Gran Vía de mi barrio...Cierro los ojos e intento recobrar la imagen de la chica morena de los ojos verdes cántaro... ¿era morena o castaña oscura? No lo sé. No duermo, no vivo. Me tomaré otro triazolam y “pa alanté”, figura. Nuevamente, vuelvo a observar a la lozana pastorcilla que recoge —su gran melena negra azabache— en una trenza que serpentea hasta el inicio de sus caderas. Eso, sí. Ya no hay cántaro. La chica sigue cantando mientras el río le devuelve el inmaculado reflejo de su hermoso cuerpo desnudo. Sus ropas caen rendidas a una velocidad que hasta Newton le haría barruntar. Su piel de leche, nívea, bajo el sol de la montaña, brilla como una virgen de Rafael. Una tez campo de batalla virgen donde el amor; perdió cien mil batallas de orgullosos guerreros de un papa loco. Introduce un pie en el agua, lentamente; le sigue el otro, y el río parece tener ansias por acariciar su lozano cuerpo bucólico. Ahora toda ella es agua cristalina y pura. Goterones de sudor se congregan en mi nuca, mojan mi pelo y el cabecero de la chaise longe de oferta, donde descanso mi asfixiada testa. A mi lado, en el suelo, la botella de agua rezuma frío. Una bocanada, otro trago... otro trago, una bocanada...de aire. Es horrible. Mi corazón sin yo quererlo late con fuerza. Ahora, otro bostezo. Por fin, mis parpados quieren cerrarse y se abre el telón: dormido profundamente.



El sol de la tarde ya se ha transmutado en un remiendo de tonos anaranjados en el horizonte, donde las copas de los pinos quedan recortadas, como por arte de Photoshop. La chica sale del río andando, cada paso es una caricia en la hierba. Un grillo afónico y solitario, inicia una sonata de noche anticipada, cargando el ambiente con ese hechizo que sólo se lee en los cuentos. Yo la espero sentado en la orilla, del río donde llena su cántaro, con unos papeles llenos de versos que descansan sobre mis rodillas. Rimas que yo no he escrito, que me  ha arrancado su sonrisa llanamente del corazón. Ha abierto mi pecho y ha cavado con su mirada de gata un pozo tan hondo que casi se ve el color pardo de mi alma. Es la mirada que me examina, ahora, la misma, ella  sentada frente a mí, aún desnuda y exultante. Sudor y agua. La botella ha empapado el suelo. ¿Acaso llueve? No. Me levanto una vez más del moderno sofá de oferta del folleto del buzón y reto a la quietud de la madrugada con el estruendo de mis persianas al abrirlas. Salgo al balcón y... sí, está lloviendo, a cántaros. Aún más humedad, más agua, más sudor y más agua, más yo. Venga más lluvia, más chaise longe y más empanamiento... ¿Y ella? Comienza la maniobra de aproximar sus labios y su pelo mojado a mi boca —que tiembla de emoción— cuando el aire se vuelve incienso, aunque huele a romero y tomillo. Son grosellas envueltas en pecado. Apenas, un centímetro separan nuestros labios— se detiene. —Dilo, lo estás deseando. Dilo, ya. —Susurra con un tono de voz cuasi musical.

 



Me vuelvo a levantar del sofá dando tumbos, borracho de sueño. Mi casa se está inundando, el agua me cubre hasta las rodillas y los muebles comienzan a flotar; se produce un chispazo trifásico de mil colores, como en un castillo de fuegos artificiales. El agua engulle la pantalla negra de la SmartTV.—No me importa. El espectáculo es desolador e hipnótico. Pequeñas cataratas domésticas afloran desde las paredes, los espejos se van llenando de agua y me reflejan confuso y difuso. Estoy empapado hasta los huevos... Pero no importa; cierro los ojos y me dejó caer sobre el agua que va llenando poco a poco mi casa, me uno a la crecida de ésta. —Llévame contigo. Creo que no me oye, grito —Te quiero, pastorcilla. Lo digo sin saber, qué hostias pasa por mi cabeza, pero de algún modo sabiendo que digo algo. No me oye, ni yo a ella. Ahora, sonríe y me besa. Coge mi mano, ayudándome a levantarme. Corremos desnudos hacia la orilla y nos zambullimos en un estrujón de pasión y olvido. El agua intenta colarse entre los vanos huecos que dejan nuestro deseo carnal. Aunque, dejamos pocos huecos. Nos hundimos el uno encima del otro, y los dos en el río del amor. Las ranas cantan Creep de Radiohead ,y ahora, ya no soy capaz de despertarme. Estoy muy húmedo y cansado. Creo que al final, el agua todo lo cura.




                                                                           F I N


                                 Dedicado a Mario Camús abril 1935/septiembre 2021 In Memoriam



Fotogramas adjuntados

 

The Rains Came Año 1939 By Clarence Brown

The Naked Jungle 1954 ByByron Haskin

Gojira (Godzilla) 1954  Ishirô Honda,

Gray Lady Down (1978) By David Greene








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Adicción a mi 36

agosto 29, 2021 Jon Alonso 0 Comments

 


Abrí el tambor de mi revolver y dejé al descubierto los seis orificios de cada cartucho de mi revólver Colt del 36. Tenía una ordenadísima  fila de balas, preparadas para ser introducidas. La primera era simple, era la bala de la ira, un poco de pólvora y metralla. Los efectos secundarios eran rápidos y efímeros, apenas tiempo para revolverte de dolor. Tan solo, un abrir y cerrar de ojos. Cogí el proyectil  y lo introduje en el tambor sin más preámbulos. La segunda bala era conocida como la lujuriosa, puro vicio. Algo más peligrosa algo ya que no solo te producía una muerte lenta, puesto que, tú estás ignorando esta situación: todos aquellos de tu alrededor son los que sufrirán. Al final, ya estaba dentro del tambor. Bien, llegamos a la número tres la más oscura de todas. Se trataba de la bala de la corrupción. La corrupción es la descomposición del alma y del ser humano. La misma  capaz de acabar con todos tus principios y desviarte de tus valores, haciéndote caer en los dos cartuchos anteriores.



Engendrando una dispersión de dolor a tu alrededor sin impórtate lo más mínimo; lo que el resto pueda aguantar. De repente, un fuerte tembleque, desde la muñeca a los dedos, me ponía difícil, algo tan sencillo, como añadir,  la bala, con las demás. Continué con la tarea de introducir las últimas balas. Estaban en mis manos, las más crueles y demoledoras. En todos los casos producían un terrible sufrimiento a todo aquel herido por ellas. Observé la cuarta bala, la de la traición, recordé a mi abuelo y una frase que hablaba sobre este asunto; ten mucho cuidado a la hora de perder a alguien que quieras, desde la moral y la integridad: es lo más parecido a matar mentalmente, a ese ser querido. Con miedo y lleno de remordimiento, por lo que pudiese pasar, la introduje en su compartimento. La penúltima bala se trataba simplemente de la muerte. ¿Saben lo qué es y lo que significa? Era tan sencillo como disparar una bala al escultor del alma.



Imagínense la cantidad de estremecimientos que pueden ser extirpados de tu interior: piensa, en el óbito y el olor de tu mano a pólvora quemada. Un dolor punzante y electrificado llegaba hasta mi corazón Envuelto en  las lágrimas del huérfano más desgraciado del planeta. Cerré los ojos y la cargué. Tuve que pensar y darle muchas vueltas al tarro. No tenía muy claro que hacer con la última bala. Demasiado osada, no me sentía seguro de su resultado. Quedo en una moneda al aire,  una cara o la cruz, los extremos de un fragmento. Estaba muy cerca de culminar la cúspide de la felicidad pero, un paso en falso y lo destruiría por completo. Paré de darle vueltas al cerebro y directamente la coloqué en su agujero del tambor que quedaba libre. Un suave y ligero golpe seco, coloqué a la perfección la bala del amor. El trabajo estaba hecho.



El revólver estaba viendo rodar su tambor, como una ruleta de la fortuna, girando y girando como en un casino, en una divertida noche de verano. Se detuvo en una de las balas. Puro azar. Entregué el revolver a la vida, y dejé que esta hiciese su trabajo, lo había hecho muchas veces: como siempre lo había realizado, perfecto. Ahora entenderán mucho mejor porque soy adicto a la ruleta rusa. Todas mis locuras y mis mejores pesadillas. Entre tantas cosas sin sentido; que no acabo de acertar. Como muere un día y nace otro. Así vamos cayendo, uno a uno. Es la vida de una triste ruleta, que no sabemos parar, y si yo lo supiera, si descubriera como parar la vida. Créanme que lo haría en este mismo momento. Ahora soy una marioneta muerta, que creía observar como la vida giraba, en torno, a un tambor. Lo entienden, ¿a qué sí? No lo puedo evitar. Me gusta jugar.


                                                                                                 F I N



                                          Dedicado a Charlie Watts junio 1941/agosto 2021 In Memoriam 



Fotogramas adjuntos

13 Tzameti (2005) by Géla Babluani

The Deer Hunter (1978) by Michael Cimino

Lindsay Lohan (2012) by Terry Richardson

Ruleta rusa (2018) by Eduardo Meneghelli

 





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El deseo de la chica de ayer que bailaba con la flauta de Fausto

mayo 30, 2021 Jon Alonso 1 Comments




Caminos del viento que llevan al centro de la ciudad de la eterna primavera, dirigen mis pasos hacia la alborada de la existencia, por mi costado Este. En la desesperada búsqueda de la pasión desenfrenada. Mis deseos más ocultos afloran y nada me importa —quiero conocer la fuente del saber divino que deviene a lo profano, prohibido y salvaje— teñido de matices que falsean la diafanidad y enturbian la vista del ojo más agudo de un relojero tuerto. Senderos que finalizan en el más allá de la conciencia son la ruta perfilada para mi viaje, una aventura quizás sin retorno. Las farolas dibujaban en el paseo —una trémula luz— que al llegar a la altura de las moreras parecía ser lamidas en un acto de exacerbada concupiscencia. Aquellas farolas, habían perdido su encanto, ya que iluminaban, en lo radiante del día. Nadie más podría haber imaginado la sombra de una gaviota en forma de caballito de mar, lo absurdo afloraba, a cada paso, el sinsentido lo envolvía todo. La chica del sueño furtivo que flirteaba con la razón y coqueteaba con la verdad, que danzaba entre las espinas de las rosas, sin herirse pero casi tocándolas.





Ella observaba el camino de su epopeya trazada en el romance sombrío de Dionisio. Entre un montón de huellas que demarcan la ruta de lo orgiástico y la búsqueda desenfrenada de placer —en un eterno paroxismo— para encontrar una puerta gris que se abre y tras ella una oscura estancia. En medio de la noche atemporal del negro encierro; se arroja a los brazos del misterio oculto tras lo insondable. Era una chica de sueño proscrito que deseaba ver la luna reflejada en el espejo de su ego. Garbo y porte se fundían en un temperamento altivo, de emociones disonantes, cuales, dieron los compases de un arrítmica acordeón. Del otro lado de la vida, el vaivén de los sentidos, que se balancean al compás de porciones que aceleran las ideas, y agilizan la llegada de matices suavizantes tras los cuales acecha la hiedra venenosa. Una media de tersa piel que acariciaba la lujuria de aquellos personajes —que yacían— entre melancólicos escondrijos junto a la chica del sueño clandestino. 






Patibularias miradas que devoraban la perfección de las marmóreas caderas y alimentaban tentaciones con la turgencia de los senos, en deidad, como obras de un creador lejano: el amante del arrojo de sus anormales criaturas. Bebía compulsivamente escocés hacendado. Ella bailaba con una mujer que la miraba con unos ojos flambeantes de pasión. Después subimos los tres a una oscura celda, en el segundo piso. Se desvistieron en medio de arañazos de placer y mordiscos de deseo, para finalmente, arrojarse al suelo y dar rienda suelta a su frenesí. Yo las observé absorto en sus movimientos convulsivos. Comienzo a excitarme al punto de no poder contenerme y de sentirme muy extraño. Abrí la puerta, descendí las escaleras y bajé dando tumbos hasta salir a la calle. Noté que los adoquines de la calle estaban encima de mi cabeza y llegó una arcada: Uffaaarrggfff! Tiré de vomitona, durante un largo minuto.—Solté hasta la primera papilla del parvulario. Ahora, sí. Respiré hondo, entre un aliento a perro descompuesto y las sienes palpitando.



Una vez, denoté a la calle, en su sitio y mi cabeza en el suyo. Continúe para perderme en medio de la noche. La chica del sueño sigiloso, de impensables lujurias y brebajes prohibidos, que ocultaba sus ansias de luna llena bajo el manto del desenfreno, se esfumó. Aquellos ojos de eterna mirada que observaban el silencio dejado por cada orgasmo después de saciar su inquietud. No los volví a hallar. La tristeza volvió a mi encuentro, ya que no todas las chicas cautelosas tenían un trabajo de muchísimo valor. Mucho más, que el de aquel tipo, de su sueño incapaz de compensar, el pagó que debería haberle correspondido. Apenas, le dio importancia en su momento, y que hoy, si tuviera que mudarse, sería de las primeras cosas que apartaría para no olvidar. La chica de mis sueños, igual que la chica de ayer, estará pensando que ya es hora de hacer los trámites para donar sus órganos y hacer algo con su vida. No quedan promesas del este ni cancelas que separen fronteras, ni tan siquiera plegarias para la redención. Sólo llamaradas en la flauta de un tal Fausto.



                  Dedicado a Francisco Brines Bañó ​ enero1932/mayo2021 In Memoriam



Fotogramas adjuntados

Le notti di Cabiria (1957) by Federico Fellini

Die flambierte Frau (1983) by Robert van Ackeren

Faces (1968) by John Cassavetes

Lilja 4-ever (2002) by Lukas Moodysson

 

 



 

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El desgraciado iluminado y la bruja de la bañera

abril 25, 2021 Jon Alonso 0 Comments


 

Una convivencia por interés y despavorida de todo roce. Ni las ratas quisieron ser espectadores de lujo ante tan crasa calamidad. Rehuyendo, así, del inminente y espeluznante entretenimiento. Los desgraciados son así. El hedor de tu propia piel abrasada inunda tus fosas nasales sin que sientas dolor alguno. Congeladas hasta los codos, hace rato que salieron por piernas, de tu agonía. Al despegarte afanosamente de la plancha al rojo comprendes la torpeza indomeñable que te ha llevado a perder la preciada petaca. Tampoco adviertes los charcos de sangre sobre los que caminas. Ese flujo perezoso que hace pocas horas te esforzabas en activar: ahora, riega, un piso hecho de cientos de cristales rotos. Los afilados dientes de horribles bestias sin nombre desgarran tus pies indiferentes al frío. Espantosas imágenes abarrotan tu mente devastada.



Y la voz. Esa voz, convertida en el aullido, de cientos de almas cautivas reducidas a la nada absoluta. Al mirar al horizonte parecía como si se pudiese caminar por el cielo o como si se pudiese volar por el mar, los diferentes azules confluían justo ahí. En un punto determinado y muy lejano de todo lo visible en un día radiante. Sobrado de megavatios de luz para iluminar toda la oscuridad del infinito. Jodida lontananza inabarcable, a primera vista, tan solemnemente perenne. De fondo, el rumor de las olas, al mar batiendo su cólera contra las rocas de un acantilado. El resto era un silencio, un cautivador silencio, que a uno le hechizaba nada más escucharlo. Era un silencio que tenía que oírse. Cuando algo es perfecto tiende a ser lo contrario de lo que su naturaleza le exige. Se oía, pues, por cada rincón, por cada tramo que uno afinase el oído, aquel acorde maravilloso que sonaba como una sinfonía industrial, dentro de un tímpano infernal.



El odio era una raya tan larga, tan inabarcable a primera vista, tan trágicamente eterna, que le concedía ese aura de magnificencia que tal vez solamente la luz crepuscular irradiada en el cielo de un bello, triste y decadente atardecer. A lo mejor, podría, parcialmente, llegar a interponerse a su belleza, justo como lo haría un diamante a una juventud efímera y perecedera. No se oía más que por el mayor virtuoso entre los Dioses entre los Dioses. El viento soplaba con fuerza, con tanto ahínco que se veían volando, porque habían sido arrancadas, algunas copas de sus árboles. El aroma a acero, mientras se escancia el vanadio dentro de la fragua. Esa misma vida, reconcentrada en un puñado de días, enmascarados, que piden saltar desde el balcón contra el agrietado y sucio asfalto de la calle. De nuevo, ruge, el aullido de los desgraciados, pero esta vez con acero en el bolsillo. Ese condenado al olvido, perdido a fuego lento, bucólicamente, cada silaba de la realidad más decadente de este segundo año de mundo mudo, donde los desgraciados, sólo les queda, ese redundante punto de  laconismo.



Ahora, les empaquetan los chaveas de Uber, las nuevas estrellas, montañas, enmascaradas. Eso, sí. Nunca hay que olvidarse de la sal y el kétchup de los cuerpos. ¿Pero quién de Uds. fue el desgraciado, tan encantador, capaz de darle 85 puñaladas a la bruja del sexto? Bendito, enmascarado —hijo de un confinamiento letal— cada vez que te veo en la caja tonta, denoto que te pareces, a un sueño embriagador. El mismo éxtasis de la madre del convento abulense. En esa especie de locura soñada por algún, muy particular, sólo un desgraciado de tanta sensibilidad sublime; pudo acabar con la pesadilla del sexto. A pesar, de los ignotos del barrio que siempre pensaron que fue el destino de Marat en la bañera. Alabado desgraciado y tu cuchillo Takumi. ¡Aleluya!




                                           Dedicado a Liam Scarlett Abril 1986/Abril 2021 In Memoriam


Fotogramas adjuntados

Night of the Demon 1957 by Jacques Tourneur

Gretel and Hansen (2020) By Oz Perkins 

Marat/Sade (1967) By Peter Brook   

American Horror Story: Apocalypse (2018) by Ryan Murphy








                                            

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Pregúntale a la muerte

marzo 14, 2021 Jon Alonso 0 Comments


 

A la muerte le gusta dormir desnuda y desearía que la mirasen dormir. Suelen mimarla con una sábana blanca. A veces, cualquier harapo sirve, pero al final, acaba con toda su vergüenza exultante, demostrándonos que está ahí. Tiene sueños pulcros —rotos por un despertador— que rompe al zumbido, en el instante que el alba, comienza a agotarse y busca refugio en Morfeo. Padece de insomnio constante. Además, no se puede reprimir salir a las calles desoladas, a cebarse con la primera vida del día. La muerte tiene un horario de gasolinera 24h. No stop. Parece volver a su cripta como un vampiro. Empero, no tiene a nadie que la espere y charle con entusiasmo del devenir de su jornada. No tiene liberados sindicales, porque todos pertenecen a su multinacional y ella dicta las normas. Ni festivos, ni vírgenes ni patrones que crucificar. Ya está ella para hacerlo. ¿Creen que lo han visto todo de la muerte? Pues, sepan que las hay de muchos colores y formas. No obstante, tras su pérfida mascara, siempre es la misma. A la muerte no le besar nadie, ni follar, ni juguetear en eso del precalentamiento. No sabe de sexo ni de multisexo. Si te encuentras con una muerte de la vieja escuela, suele poner su rúbrica en su blog cada 75 años. Hoy está de bajón, pues, dice que Googlelandya le va a cerrar su cuenta y no tendrá donde apuntar, sus hazañas. Dicen que está muerte está cansada, no hay quien se lo crea, ni en un billón de años. Pero, algo de runrún le comía con lo de su cierre virtual. Un amigo osó decirme —que la muerte era analfabeta— que tan sólo con la huella del pulgar y un poco de tinta, para ir apañada, para seguir a lo suyo.—Ay, ingenuo de Eugenio, qué poco conoces de ese jinete y su hoz.



La muerte habla más de 300 lenguas y sabe escribirlas a mano y dos manos delante de un teclado de un Apple Mac o un clónico chino. Conoció Android, cuando nosotros íbamos con un móvil dando voces. ¿Y qué decir de OS o cualquier algoritmo de última generación. Pregúntale por los chinos?—Entonces, es algo que va dejando su rastro toda la vida?—Premio, Eugenio, me gusto el ingenio. La muerte no lee novelas, igual que Umbral, que decía:—No se fíen del hombre que a los 40 comienza a leer novelas. Es astuta y sibilina. Aunque, eso, sí hojear libros de arte y pintura; es su debilidad. Miren las pinturas de los mejores museos antes del apocalipsis de 2020 e imaginen  sus cuadros—Se pregunta ¿Qué qué clase de vida debieron de llevar antes de fagocitarlos?—Ríe a carcajadas. Se desternilla hasta llorar de hilaridad. La muerte tiene remembranzas, pero andan demasiado borrosas.  Duda si estos, son sueños eufóricos o chocheo de la edad. No es lo mismo un sueño de ella, que la realidad diaria. La última vez que se confesó delante de un youtuber —que falleció por exceso de peso— recodaba de su infancia, al perro Lassie. Claro que se atropellaba, pues, no recuerda si era un Collie o un Setter. También se pone evocadora, pensado que en el antiguo Egipto, dice que fue Nefertiti, Bugs Bunny comiendo una zanahoria o Torrebruno comiendo la cabeza en TVE a los chavales. La muerte ve el futuro como un ovillo de lana azul con el que poder hacerse un jersey, y protegerse así del frío de las últimas mil trescientas noches. Cree que el cambio climático es un invento de unos tipos muy listos que se están haciendo de oro. Nadie quiere hablar de periodos interglaciares. Pero, ella, podía hacer millones de tesis doctorales sobre climatología y contar las fantasías sexuales, a bordo, de un Mamut. A veces, esa misma muerte, le encanta oír —acurrucada— historias de miedo alrededor de una fogata, no obstante, es tan fisgona y ansiosa que suele acercarse más de la cuenta al trovador que da fe de las crónicas.


Éste, curiosamente, se queda como una estatua de hielo; silente, y ella, con la imperecedera incertidumbre de cómo concluyen. Y alguien se levantó de aquella taciturna velada para preguntarle a la jodida muerte:—Eres insignificante y nauseabunda. No sabes nada de mí—repetía  el trovador. Harto de tu asqueroso trabajo, enmohecida por el paso del tiempo, asomándote cuando te sale de los huevos. Y cuando te envalentonas y sueles venir en compañía de más gentuza de tu calaña. Borrachos de maldad que reíais hasta el amanecer. Si el miedo lo provoca el momento previo, el instante de dolor o la agonía al que nos podríamos enfrentar. Debemos estar conscientes, pues, esos mismos espantajos que por su negligencia hace 365 días proyectaron un exterminio de los hombres y mujeres más sabios del país. Mientras miles de familias se desesperaban y se lamentaban de la desdicha de saber que de pronto, comenzaron a ver como perdían, sus queridos páter y mater familias. Sólo quedo aquella frase del sabio que espetó:—: ¡No lloréis, amigos míos; pues la muerte alcanza a todos los hombres y yo no soy más que un hombre de los muchos que ha habido y de los muchos que habrán. Se equivocaba el dios y los desgraciados que no quisieron hacer caso a la fábula de la cigarra y la hormiga o al cuento de los tres cerditos! No os preocupéis que a cada cerdo le llega su San Martín y esos 84.000 muertos de una pandemia descontrolada y caprichosa; por la desidia de esos que se creen que están por encima del bien y del mal: heredarán el reino de los cielos


¡Mueran los sabios viejos, pues, sus votos están corrompidos y apolillados como sus cuerpos arrugados de aguantar una posguerra demoledora! ¿Quiénes levantaron hogares sin libertad. Inventaron mil historias con las que sacar adelante a sus hijos? Esos hijos, que no han tenido el derecho a despedirse de ellos personalmente. Claro la muerte, es azar. Pero también, la negligencia provoca muerte. Se acerca el puente de San José y muchos hijos e hijas de muy buena gente, no pueden mirar atrás. Los Idus de Marzo de 2020, son parte de nuestra más nefasta historia. Podrían no ser las peores sensaciones que vayamos a tener en nuestra vida. Empero, la muerte se alió con los mediocratas, antojadizos mastuerzos que liquidaron por las urgencias de la muerte a 84.000 almas. Otros organismos hilan más fino y se van a los 104.000. Nadie conoce unos números exactos de nuestras vidas. De igual modo, que nunca sabremos el de nuestros natalicios ni el de nuestros óbitos. Tal vez, un día llegará algo llamado karma, subido a un hermoso corcel, en forma de espíritu. Lo más parecido a un ejército de caminantes muertos, con la gallardía de ajustar cuentas. Todavía el hedor de esos pusilánimes hombres y timoratos tuercebotas: insulta la inteligencia. En ese instante previo, a la alegría de vivir, en su defecto; la muerte. Uds. Tienen la pelota en su tejado, si no quieren contar la verdad. Siempre nos quedará la muerte, a ella le podemos preguntar. En el fondo, yo ya estoy muerto.





Dedicado a la memoria de todos los fallecidos de Covid19 desde el 8 de Marzo de 2020 en España



Fotogramas adjuntos

City of Fear (1959) by Irving Lerner

Light of My Life (2019) by Casey Affleck

The Killer That Stalked New York (1950)  Earl McEvoy

Nosferatú (1979) by Werner Herzog

 





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