Cuento de Navidad

diciembre 20, 2015 Jon Alonso 0 Comments








Todos los 24 de diciembre, en la víspera de la Navidad, el sacristán de la catedral de Plasencia Matías Chozas, se disponía a engalanar tan preciada reliquia. Un tesoro —exclusivamente— confiado a su custodia, para exponerlo al día siguiente, a la contemplación de todos los fieles y amantes de aquel niño Jesús. Matías era un hombrecillo chepudo, patizambo y con una verruga en la nariz. Tal era la horrible figura del hombre a quien se le había reservado el privilegio de ser compañero de aquella reliquia adorable entre todas. Empero no es cosa de admirarse, sino que al contrario, deberíamos, considerar que fuera escogido por la voluntad divina, para demostrar que los más humildes y desgraciados son los que están más cerca del reino de los cielos. Miles de bombillas de colores, forman esculturas en las calles de los pueblos y ciudades. Un sentimiento crónico, nostálgico y melancólico, va invadiendo los corazones de los adultos. Los niños, en cambio, rebosan euforia. Representando estrellas, renos, y arbolitos parpadeantes, que cuelgan de las fachadas de los edificios, iluminando las frías noches. No es el caso de estas últimas; suaves y apacibles. Inclusive desconcertantes para los adictos a la postal navideña con muñeco de nieve en el pack. Almas desconocidas, compartiendo sueños comunes en silencio, ajenas al mágico vínculo que las unirá, únicamente, el devenir de las risotadas y carcajadas, seguían los anhelos de amistad, música, tabaco, vodka, ginebra y hachís. Lo más parecido a un viaje invernal por el medio oeste norteamericano, donde viajaban juntos en un coche de alquiler, el mismísimo Capote, Kerouac y Cheever. Una contradicción propia del jolgorio que deparaba la combinación de frío paniaguado, alcohol y psicotrópicos. Por momentos, uno se imaginaba que Matías Chozas estuviera hablando por un Smartphone de marca blanca con su santidad Francisco; el grande del Vaticano.















Un deseo de chaval que todos los años veía como no llegaba el regalo soñado y volvía su mirada al espejo de la ingratitud. Pero hubo un tiempo, en el que Chozas fue un hombre joven, alto, delgado y atlético que disfrutaba de la iluminación verbenera de la Navidad y se apuntaba a la jarana de turno. Bebía, fumaba y reía como un granadero prusiano. Después todo se nubló hasta que apareció una chica de dulce mirada. Sus ojos irradiaban paz y despertaban ternura. Un apego que inspiraba confianza y, esencialmente, ganas de vivir. Aquella mirada, completamente diferente, enjabonada de pureza evocaba recuerdos de la madre de su compañero de pupitre. Sí, esa criatura, era distinta al resto de todas las chicas con las que se había encontrado en las mejores capitales de la vieja Europa. Y de aquello ya había nevado y helado. Chozas aprovechó aquel instante para pedirle una copa. Ella esbozó una sonrisa y le sirvió un chupito de Vodka —¿has visto el arbolito de navidad?— Si lo he visto. He visto todo tipo de árboles, formas, tamaños, realmente, hermosos.—Pues, éste, es sintético y a veces, nos depara sorpresas.—¡Venga ya, no fastidies!—De verdad.—Acércate y lo verás. Se levantó de la silla y se aproximó hasta el arbolito, para ver mejor como caía el corcho blanco sobre las ramas. Algún tipo de artilugio mecánico, lo aspiraba desde la base del tronco y lo volvía ascender hasta la copa, para que nunca dejase de nevar. Mientras se repetía aquel carrusel: MC se deleitaba con la estampa tan divertida que proponía el arbolito en cuestión. De pronto, la camarera salió de su barra y comenzó a dar pasos en dirección a Matías. Ahora el corcovado recordó donde se hallaba. El espantoso y tétrico lugar de su miserable existencia. Y su cabeza le dio por barruntar en voz alta: ¡Quién lo sabe! Es posible que esta bola estéril, fría y negra, siga girando pausadamente alrededor del sol, y apagado y muerto y tan frío como la tierra misma. Así como mi cuerpo, día a día, estación a estación va debilitándose poco a poco.
















Apenas la cohesión que mantiene unidas sus partes, posiblemente, éstas irán desprendiéndose unas de otras, y en lúgubre procesión, seguirán su ruta como ciñendo al que para ella fue el luminar más espléndido del cielo, en luctuoso y deleznable anillo que acabará por romperse y diseminarse por el espacio, para perderse en sus insondables profundidades. Pero también es posible que no ocurra nada de esto. Chozas no era consciente de que su pasado le imposibilitaba disfrutar de la emoción y el orgullo del acontecimiento: una Navidad por la orden divina de un papá que decía llamarse Paquito, en petit comité, al que le gustaba el chocolate en taza y el  papel Smoking. Tenía delante de sí a la mujer de su vida; la joven camarera sonreía y bailaba sinuosamente encima de la barra del garito. Aquel instante no tenía precio ni comitiva que lastrar. Podía decir que esta Navidad no estaba sólo junto al abetito de turno. Son dos desconocidos compartiendo un instante mágico como un plano americano del maestro Ford. Observando la caída del corcho blanco sobre un plastificado arbusto de Navidad. Con sus corazones latiendo al ritmo de las lucecitas de colores. Comentando lo lindo y bello de la visión que compartían... Cerró sus ojos y al abrirlos, suspiró mirando el pequeño abeto de polietileno. El ritmo de las lucecitas parpadeantes, se aceleró bruscamente, al tiempo que el suspiraba. Luego, continuaron latiendo a la par que su corazón... ¿Sería mágico aquel arbolito de navidad?... Matías recordó a su difunta esposa y sintió escalofríos desde los tobillos hasta las orejas. Consideró, que jamás volvería a tener, en su vida, a alguien como María. La mujer de su vida que falleció en un día de Navidad. No obstante, en Navidad, a veces, los deseos se cumplen y el Papa Francisco le cogió de la mano y le pasó un peta de libanés.—Fuma, Matías y recemos por el futuro año.— Gracias, santidad. No, colega, Paquito para los amigos. Se quedaron con un colocón del nueve rezando —prevía mirada— con carcajada incluida, delante del hermoso pesebre, mirando al niño Jesús.










                                       Dedicado a un país que sueña con la Navidad y un gran regalo











Fotogramas adjuntados



The Bishop's Wife (1947) by Henry Koster
Kisses (2008) by Lance Daly
La petite marchande d'allumettes (1928) Jean Renoir& Jean Tedesco







 
                                         

Dear Dr. House

diciembre 04, 2015 Jon Alonso 0 Comments







Este ha sido mi retrato diario. Una venganza de Wilde, pero con otro espejo, y, de apellido distinto, a Grey. La ruina de una existencia asombrosa y espeluznante. La versión diaria, de una crónica de adicción y zozobra, en la que me hallaba sentado. Mientras masticaba la resignación de la incoherencia y lo patético: como las demás cosas de la tierra. ¿Quién sabe? Mejor, utilizaría el eufemismo de un estado hipnótico. La silla de polivinilo —que me sostenía— a lo largo de mis 24 horas. Ésta tenía un nombre farmacológico; parches de fentanilo con lidocaína. Si me portaba bien la boticaria solía regalarme una piruleta de morfina. Todo mi dispensar, que le aportaba, le generaba una erección clitoriana. ¿Qué se había comprado un nuevo Audi de aluminio o un Lexus? Da igual. Vamos que me la suda… En mi tierra manida de la chica, que tenía una cerilla, y, una verruga mágica con un caporal que emulaba al gran Lejarreta. Todo es posible. No hay naturaleza material que pueda suplir el desorden espiritual de un servidor, con apenas 29 años de edad. Embobado, en el chupachupa de la piruleta y el desasosiego del desastre vital. Antes de llegar a los 30, ya no me quedaban dientes. Ni Vitaldent quería hacerme una chapuza. Mi boca es tan desagradable, que la sonrisa de Richard Kiel; es la de Tom Cruise al lado de mis piños.











La pesadilla comenzó hace diez años: luego jueguen Uds., a la aritmética. He intentado la terapia del cannabis empero nunca me he podido con él. Sólo me ha gustado fumar Cohibas con Whisky de Malta, y, en las noches más destroyer de la city: un poco de Crack. No solía fumar cualquier piedra de algún yonki del viejo cauce. Tenía mi pipa de cristal de bohemia con una Geisha lacrada y las rocas —que me fundía— eran producidas por la sabiduría, minuciosa y sosegada, de un viejo amigo (doctor en química). Apenas suministraba a unos 10 tipos, de diferentes lugares de Europa, gente de altos vuelos. Eric sigue igual de bien. Es de las pocas personas con las que puedo contar, en este último tramo, de un recorrido dramático. Pero da igual, yo sigo con mi mierda habitual. He llegado a tomar más de 46 pastillas, al día, de la mejor colección vintage de la farmacología suiza. Entre antiinflamatorios, analgésicos y opiáceos de todos los colores. He sentido vergüenza de mí, por tener que esnifar morfina en la silla de un ambulatorio. Los dolores aparecen sin previo aviso y te atrapan, a su antojo. Sin embargo, yo siempre he apelado a la naturaleza de la síntesis contractual del azar. Ahora lo llevo mejor estoy con unas 28/30 pastillas, juntando las coronarias. Llegué a engordar 25 kilos gracias a los corticoides. Me negué a seguir con esa terapia. Finalmente me los quitaron y perdí 30 kilos.












Lo mejor de este desastre divino fue el viaje lisérgico, arrítmico y con un suflé caramelizado de estricnina. La respuesta se llama el medicamento de la mayor empresa —del negocio— de pastillas milagrosas: Pfizer; Pregalbina a gogó. No quiero dar nombres comerciales, sobre esta mierda. Me la repampinfla, alguno se me habrá escapado. No puedo controlar lo incontrolable, pues, ya no soy; yo. La puta Pregalbina es eficazmente, demoledora. Ahora, si quieren un poco de juerga está la Gabapentina(cosas de la competencia). Los galenos tienen un nombre para esta patología. Los americanos —que son muy guais— le dieron el nombre de, DOLOR NEUROPÁTICO. La verdad que hasta suena cool. En mi caso, particular, es el mismo dolor, a causa de una ESTERNOTOMÍA CORONARIA. Luego, jugando a la gramática eventual, mi dolor es neuropático postesternotómico. Bueno, estoy convencido que la clase de Anatomía de Grey se les está haciendo muy interesante. Una puta basura. La mayor condena de un criminal. Les voy a hacer una pequeña confesión; esta historia me está costando mi existencia personal. Dicen que mejorarás, que las cosas irán a mejor, pero cada año que pasa es ceniza de un habano que se fumó el capo. Tengo que tomarme toda esta mierda hasta el final de mi vida y bailar en la oscuridad, con la enfermedad matriz, la del coure.













Es una danza que hemos sellado y no es de las estrellas, más bien, de un Super Glue 3 de última generación. Tenía todo preparado para mi suicidio; el próximo 20-D. Perdida la fe y la voracidad devoradora por todo tipo de sintéticas morfinas y protectores estomacales. No atisbaba ninguna salida, ninguna vía de escape, tan diabólicamente perfeccionada. Era la disposición de los acontecimientos que encharcaron mi cavilada decisión. De repente, la lava del viejo volcán apagado del Teide irrumpió. Desde los eriales, cruzó el charco y se presentó en las calles de la capital para hacer explosionar la comprensión de la redundante realidad. Cuánto más fuerte se hacía, entonces, la sensación de mi patética historia sucumbía en un pequeño fragmento, hábilmente impalpable, de lo que, en sí mismo, no era más que olivina partida desde el infinito. No podía más, ante esta encerrona. Sin salida, sin recursos. Hasta los huevos. Me puse a llorar, gritar y terminé rompiéndome dos huesos de la mano tras dejar la marca de mis nudillos en la pared. Un hombre puede soportar lo que le echen: los cojones. Es mentira. No hay ser humano capaz de aguantarlo.
















Había llegado al punto de saturación exacta, que termina por buscar al karma espiritual y comértelo hasta hacerlo desaparecer. Otros pobres desgraciados buscan a Lourdes en los grupos de apoyo como el incomprendido Palahniuk. En el límite de lo insoportable del putísimo dolor más absurdo del mundo. Entre la fatalidad perpetua apareció un rayo de sagacidad. A ver, esperen un momento—Todavía no he comenzado a tomarme las pastillas para despedirme. Veo el mar refractarse en mis ojos. Está puro, puedo oler su aroma cristalino. La fuerza de la espuma y el salitre parece acariciar mi cara. Ahora se vuelve más hermoso, en sus movimientos precisos, del rompeolas. Desde el macizo escarpado en los tragaderos del barranco, ya veo como escapo de la mazmorra monacal de mi turbadora vida. Ahora, sí. Ya me fundo con el azul profundo y pulido de las piedras en la orilla que iban tratándome con gran esmero y delicadeza. Aquella cara contraída de dolor y pánico comenzaba a dibujar una tierna mueca de sonrisa, a modo de gratitud. Soy libre, como el viento. Ya no hay cadenas que puedan agarrarme. Es el fin de mi condena y el principio de sus próximas navidades. Sean felices. Yo, ahora, que no estoy en este mundo. Lo soy, mi querido Doctor House.




                                                                                                           FIN





     Dedicado a todos aquellos que sufren dolor de verdad. No tonterías; como jaquecas, menstruaciones y similares...




Fotogramas adjuntados 

The Elephant Man (1980) by David Lynch 
Sling Blade (1996) by Billy Bob Thornton 
Dalton Trumbos´s Johnny Got His Gun (1971) by Dalton Trumbo
Mar adentro (2004) by  Alejandro Amenábar 
Dr. House (2004) by David Shore 







  
                                               

Diarreas verbales provincianas

septiembre 29, 2015 Jon Alonso 0 Comments








Vivimos reos de un tiempo clandestino que sueña con recibir los honores apoteósicos del mérito y el talento. Los mismos que en otras épocas han humanizado a las sociedades modernas. Ahora se han colgado las cadenas de oro en sus cuellos y han cogido a su carlinos para pasearlos con sombreros de Ascot—cubriendo ultrajes de antaño—, mientras ciscan sin plástico municipal ni prebenda cantonal en favor de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Un brebaje que posiblemente dejará del revés los pusilánimes estómagos de hípsters adoctrinados en el santo prepucio Beatnik de Kerouac y existencialismo mal vomitado. Es triste ver como se usan unos a los otros, en un abuso compungido y pacato de altanería. Empero, la fullería no cuela, ya que todos sabemos lo fácil—que es ignorar  cada día a nadie—que es especular  con el capital intelectual de parné en las timoratas  provincias lloronas: ahora que la borrasca viene cargada de copiosa agua celestial. Otros acumularan eritrocitos reales de su banco de sangre con el blasón digital de pedigrí. Timbre y papel por orden notarial para la configuración de nuevo tesoro virtual, ya que la soldada es ficticia, como el campo de batalla. No obstante, todo ello seguirá siendo peonada en balde, pues los sucesores de esas tierras explicarán y demostraran hasta la saciedad el porqué de eso, que todo el mundo sabía de pequeñito: los griegos valían más que los asiáticos—esencialmente— porque la sociedad romana siempre gozó de una plusvalía mayor que la griega.















A ver, qué no sé por qué cojones alguien se me está perdiendo entre toda esta selva gramatical. Tómense un respiro y de paso un chute de naturaleza. Es muy sencillo, tanto como la equivalencia de las sociedades, lo son a la propiedad conmutativa, y todo aquel  —que haya olisqueado la puta EGB— sabrá por donde rulan los higos de septiembre. La sociedad de hoy es la manifestación más grande de la calamitosa humanidad, en forma de cabestros, ágrafos, cantamañanas, tócate la almeja y búscame un mejillón que mi padre es conservero. Basura de provincias, cantos sin solfa, depravación de montaraces y grey de Zara, que agoniza en su doble identidad: dinero y recreo. Se hallan hundidos en una sima frígida que se aviene a ruegos con su amante; la falla de Lorca. Del latir de mi corazón a la agonía del estertor sobre mi pecho marcado  y anacrónico. Esos nuevos horizontes son a corto plazo lémures pudorosos por la roña del rebaño, dentro del musgo de la abadía rencorosa: excrementos sonrientes. No se engañen y sigan pidiendo su abnegada litrona de Cruzcampo, ticket de bus, su buena ración de Gplus o pulgares arriba por red social, pan y Metilfenidato por la patilla. Otros seguiremos apelando a la opinión, a la autoridad de la razón, sin suplicar sentimientos de indulgencia, y, unidos al justo dolor que engendra la rabia de los adoradores de todo lo pasado: detractores del linaje que es tanto más grande, indigno y nocivo de una generación, incapaz de alcanzar el cultivo de la cautela del espíritu divino.

















Torpes en la diáspora de un nuevo presente y ciegos ante unos acontecimientos plenos de inconcusa veracidad No se preocupen; pues es mejor seguir  siendo  enemigos cegados por la ira y el despecho que amigos en la indolencia del tedio. ¿De verdad creen que el placer de los extraños es corporalmente proporcional al sabor de la venganza en un plato frío? ¿Pero aún siguen ahí? ¡Sí, por supuesto! ¡Ahí, embobalicados con la hermosa prosa regalada de los amanuenses que un día tuvimos en nuestras manos las arras de Batavia. Desgraciados, si la vida te pasa factura al primer tropezón en polvorosa! Llega tu día empapado de sudor, orina y hematíes negruzcas. De sopetón, sin acuse de recibo ni Sacarino presente… En menos de seis meses se acabó la fiesta del fuero y el desparrame. Recuerdas el día que saliste de la aldea para triunfar en el foro. Al año siguiente, el novopan provisional, sirve para tomar la medida a la caoba y en dos días los hijos de tus amigos bailaran sobre tu tumba. Todo llega, hermano.



















Igual que el menstruo a Carrie, que el barco de Croma de Truman a ningún sitio, o el examen de próstata a tu medio siglo de existencia. No hay más cera que la que arde, chaval. A pesar de ello pueden seguir igual de autocomplacientes, entre imputaciones que, oscureciendo los fueros de la verdad, cascabelean pasiones idílicas, socavan los fundamentos del orden social, siembran el error, y con el error y la mentira la redundante guerra social de marras. La agitación constante de los ánimos, convertidos en oráculo de la razón humana, hipócritas de la intolerancia más salvaje, que busca por instrumento la tiranía, se convierten en nuevos outsiders de fatalidades, desventuras y muertes. Nada que no se pueda curar con una bota de vino riojano y pequeños soliloquios con migas de comezón. En el fondo, unas meras creencias universales del ser humano en una perezosa tarde de otoño, mientras el diluvio universal espera su mejor desparrame. Ni siquiera la sabiduría provinciana ha sido capaz de rumiar sobre lo mucho que avejenta la muerte. Ni siquiera, el mismísimo Proudhon, que tuvo tantos trabajos como servidor, a pesar de las abundantes cagaleras comarcales.










       Dedicado a Dimas Fernández-Galiano Ruiz   (1951) Octubre- Septiembre (2015) In Memoriam








Fotogramas adjuntados




“Children of the Beehive” by Hiroshi Shimizu (1948)
Il gatopardo by Luchino Visconti (1962)
All Quiet on the Western by Lewis Milestone (1930)
Todos estamos invitados by Manuel Gutiérrez Aragón (2008)








                    

Alimaña invisible

septiembre 14, 2015 Jon Alonso 0 Comments







Aquella tarde caminó unos pocos pasos hacia el dormitorio y se paró frente a la puerta. Estaba nervioso, no sabía del porqué ni quería saber; pero los nervios se volvieron angustias. Sin esperar más abrió la puerta, ya sin tanta atención y cautela, las ansias lo poseyeron y entonces creyó que necesitaba acabar con la vida del resto de la familia. Entró en el dormitorio y agudizo su vista como nunca. Descubrió a una mujer sola, descansando sobre la cama, medio dormida. Los niños no estaban, pero eso no era importante a estas alturas ni le produjo efímera comezón. Volvió en su recorrido hacía atrás y dedujo que era una casa sin niños; demasiado limpia ni juguetes de por medio. Sólo sabía que quería terminar rápido con la mujer para poder volver a su solitaria oscuridad, donde se sentía seguro. Se acercó a la cama sudando muchísimo. 












Las gotas se deslizaban por encima de los parpados y nariz. Miraba a su víctima de pies a cabeza, en ese instante, se enamoró de ella, prendado por su larga cabellera y exquisita silueta. La abrazó tanto que pensó que no podría hacerle daño, empero ese sentimiento cambio rápidamente, pues, empezó a odiarla como a todas las cosas; la odio porque no se daba cuenta de su presencia. La odiaba porque estaba casada y la detestaba por arrebatarle su corazón unos instantes, la siguió odiando, más que a nada en el mundo, porque con solo verla le hizo titubear; ahora la quería muerta. Sacó una navaja del pantalón y con extremo sigilo la acercó al cuello —preparándose—para dar el corte perfecto que acabaría con la vida de ella. En el momento que apretó el cuchillo contra su cuello, la mujer abrió los ojos y lo miró con una cara de espanto. En ese intervalo, de consciencia, presionó el cuchillo hasta hundirlo del todo, en el delicado cuello de la mujer.















La mujer movía sus brazos e intentaba gritar pero el único ruido que logró fue el de las gárgaras por la gran cantidad de sangre que salía del profundo corte en su cuello. Le tapó la boca con el canto de la almohada, ya que ese ruido le perturbaba, y con más fuerza deslizó el cuchillo—ya hundido en el cuello de la víctima—de izquierda a derecha haciendo que ésta se sacudiera con fuerza y desesperación. La sangre salía disparada desde el cuello hacia el cuerpo del asesino hasta que aquella hermosa mujer se quedó quieta con los ojos clavados en la cara de su homicida. Éste respiraba con dificultad debido a su cardiopatía congénita y la gran cantidad de adrenalina que había consumido. Terminada la labor se levantó mirando el cuerpo de su víctima, y con las sabanas que estaban limpias, sobre las piernas de la mujer: se limpió la sangre que le había salpicado la cara. Al retirar la sabana del rostro de ella, se quedó mirando el contorno del cadáver y tuvo un sentimiento que confundió con cansancio.













Buscó en sus bolsillos un par de betabloqueantes y unos caramelos de eucaliptus para quitarle la sequedad del paladar. Estuvo ahí como cerca de una hora contemplando la silueta y la belleza de la muerta hasta que se percató, que lo que había sentido era tristeza, en ese instante, la observó con cierto arrepentimiento. Sin embargo, tan solo, con verla una vez, ya en la oscuridad, supo que se había enamorado de ella: haciéndolo titubear y casi por un momento derrumbarse. Una lágrima brotó de su mejilla y sin más que hacer; se acercó a la papelera y tiró el papel del caramelo mentolado. Se marchó de aquel apartamento como había entrado. Cerró la puerta y esbozó una sonrisa. Seguía enamorado. Aquel criminal se marchaba tomando el ascensor como un técnico del gas el día de la revisión. No era un asesino cualquiera en una anodina tarde de septiembre, pues, el amor no aparece a simple vista. Nunca más se supo de aquella miserable alimaña. Tenía razón mi abuela: no somos nadie y no te fíes de tu sombra. El mal nunca avisa.











                                                 Dedicado a Moses Malone marzo/septiembre 2015 in Memoriam









Fotogramas adjuntados

Bluebeard  by Edgar G. Ulmer (1944)
Caníbal by Manuel Martín Cuenca (2013)
Diary of a Madman by Reginald Le Borg (1963)
The Couch by Owen Crump (1962)





     

                                     

De Moscas, chinches y Nivea

agosto 20, 2015 Jon Alonso 0 Comments









Una de las más pertinaces y caprichosas desdichas—de los redundantes veranos— para todo hijo de vecino son las cansinas moscas de marras. Hábiles y frágiles crías del vuelo más cócora; han pasado a ser uno de los hit parade del veraneo oficial de los Ballester, Frías, Gómez, Navarro, Pellicer, Urrutia y el resto de las clásicas hostigadas troupes familiares. Curiosamente, el limes lo pone el puente de Petxina, territorio de los auténticos desheredados del bienestar. Los apestados del linaje troncal y auténticos veraneantes urbanitas, de la canalla ciudad llamada humedad. Estos últimos vecinos son verdaderos maestros del hastió, sobre todo cuando el amigo Lorenzo se sube a la parra de los 40°, y ni el viejo cemento del sumidero, para desesperación del personal es capaz de bajar el termostato, de la soberbia calina del astro. Sólo les queda la opción de nuevas ofrendas al outsider Baco—de la mano de el tío de la Bota en tetrabrik— haciendo más llevadero el puteo del divino castigo envuelto en fuego. Todos alrededor de una fuente donde las pequeñas criaturas cojoneras afinan sus vuelos, mientras el personal recarga  roñosos bidones de agua. Las moscas son así de apasionantes, ya lo decía Dickinson en sus versos y el bueno de Machado —que conocía muy bien las intenciones de las castellanas— dejó constancia de la pesadez  y desazón del trato con esta jarcia de insectos. Hablando de gente tan ínclita, no estaría de menos, que nos dirigiéramos a los bichos por su nombre científico: Coleóptero hispánico. Vamos la jodida mosca que aparece en una tranquila tarde de siesta y puede acabar siendo la mayor de las maldiciones Cananeas. Lo dicho, como decía Manolo Morán en sus tiempos de guardia urbano— Sres. Sigan a la mosca y a la que se dén cuenta, en sus propias narices, el Escorial”. No tiene pérdida, se lo dice un profesional de la circulación. Pensándolo bien, ¿no sé por qué hostias me he enredado con el affaire de marras? Ahora caigo, cojones! Claro, claro: la hipotensión y la Oxicodina van haciendo mella en mi sistema neurológico y uno va dando tumbos transformados en miajas de lejana lucidez.

















Demonios! Ahora recuerdo al mejor cazador de moscas de la historia contemporánea: Barack Obama. Una vez en mitad de una entrevista para un ínclito canal de TV—de esas tan solemnes, con entrevistador de Ralph Lauren—cortó por lo sano, cazando a una solitaria mosca, que le estaba haciendo polvo el hilo conductor de sus respuestas, y, se quedó fijamente mirando a la afectada, con los ojos estilo Marujita Díaz. De un golpe ligero —en el mismo espacio— la agarró con su mano para el asombro del presentador y resto de la gran platea Made in USA. Definitivamente, las moscas son las cojoneras del verano, como lo es la Casera al vino de verano. Pero la gente lo agradece por lo de los escapes de gases y demás alivios del pesado estío. Ni caso, el vino, si es bueno; mejor sólo. Es obvio, Sres. Pero si de verdad quieren diversión, cambiemos de estación y viajemos al fin del mundo, en pleno Enero a 60 grados bajo cero. Esto sí que es puteo del bueno. Agárrense y al loro con los chinches! Disculpen mi lenguaje, no sea que la banda del Dr. Grissom y sus linternas acabe por liármela. Precisamos el término en todo su esplendor: Artrópodos hematófagos. De ellos buena cuenta dio el abuelo de una novia, de esas que uno tiene en los primeros veranos de pubertad, movida y primer bote de Nivea. Me contaba la criatura, mientras me enseñaba su álbum de fotos familiar, que su abuelo durante la Guerra Civil anduvo por los aledaños de la sierra Ibérica, en frente del Ebro. Gregorio (el ingenuo cabo republicano nunca tuvo muy claro, si lo que lo mató fue las bombas, de los Stukas de Hitler fiados a Franco, los putos chinches o algún morlaco destrangis). Los chinches tan míticos o más que los insufribles coleópteros se datan algo así como hace 3550 años A.C. cuando se descubrieron las tumbas de Tell al-Armana (Egipto). Luego, sean Uds. un poco pacientes y echen cuentas… Estos bichos de marras puede que nos lleven molestando unos cuantos siglos, si contamos bien. 




















No se preocupen, creo que me he tomado las pastillas que procedían (cantidad y proporción según el galeno). Empero fue un viejo conocido de la psicopatía y la inmundicia histórica de la humanidad, el que hizo de ellos, auténticas Celebrities, en los fashion barracones de la Séptima Avenida de Solovki. De esto quién más sabe es la Lomana y su amante a tiempo parcial el Dr. Monedero —que causan fulgor— en eso del Twitter. El sexo virtual está haciendo acólitos entre cincuentones y sesentones. Dicen que es más divertido con Viagra y silicona virtual. Bien, aquel despreciable e inmundo lugar, en los años 30, se convirtió en uno de los cementerios más dantescos, de la perversidad humana, a la velocidad de un trueno. Los chinches campaban como Zipi y Zape por las patillas de D. Pantuflo. A lo expuesto, en cuanto a la calidad de sus lujosas toualets, estaban los feroces carceleros, los cuales, sometían a los presos a todo tipo de vejaciones y torturas inimaginables. Reclusos, quienes, apenas eran capaces de tenerse en pie. Día sí, día no; eran sometidos al sadismo de los guardias que los torturaban a su antojo. En invierno, los guardas de Solovki solían dejar prisioneros desnudos en los campanarios de la vieja catedral a la intemperie, atándoles las manos y los pies a la espalda con una cuerda—alguna lumbrera de la nueva modernidad pensaría que se trataba de Performances de la patria Leninista— yendo desnudos  más de 2 km de distancia por la gélida tundra. Vamos ni en una playa nudista de Gran Canaria… Pero, la cosa no queda ahí. ¿Qué quieres el rancho? Toma dos trozos de carne podrida… ¿Qué te duele la tripa?—Te jodes. Pues, el  auxilio médico se les negaba. No obstante, había días de esos, en los que el tedio terminaba por sacar los mejor de aquellos psicópatas y el entretenimiento alcanzaba el total clímax. Un repertorio de lo más vil de la condición humana, en un desfile de ejecuciones a gogó, por sorpresa y al azar. Lo más divertido de todo este triste entuerto, es que el inventor del Gulag, al igual que de la Cheka, no era cosa—momentáneamente— del sujeto Stalin, sino de su viejo colega de correrías y a la postre enemigo; la momia Lenin.
















Stalin con el tiempo perfeccionaría el aparato burocrático de su protoKGB y la estandarización de unos Gulags, mucho más eficientes y productivos: más muertes por la ley del mínimo esfuerzo. ¿Les suena el método? Creo que al abuelo de mi amiga, le cogió el toro dos veces muy cerca de la femoral, se junó que la cosa no iba a terminar bien. Una mosca se introdujo en la habitación de Guiomar. Lo del toro está constatado y contrastado, dejándose la vida por la libertad de la República, como parte del contingente de la brigada de toreros y subalternos. 3700 tíos —a los que algunos estarán deseándoles el peor de los exabruptos— se dejaron la piel del escroto de 1936 a 1937 por las sierras ibéricas. Me quedé alucinado con aquella criatura y la fascinante crónica en el timbre de su voz. Estaba loco por ella, qué cojones! Al final, me dijo:— Jon, no te da mal rollo que te cuente todo esto y que ese hombre fuera torero. Espeté:—No. No juzgo, para eso están los iluminados que iban de bolo en bolo y codeándose con los mayores sátrapas al ritmo de canapé repleto de Beluga.—Me dejas un poco out.—Sabes lo que te digo, qué les den a todos. Empezando por esa snob de Lady Astor y su encuentro con el genocida Stalin, y luego, algo más madurita coqueteando con Hitler… Una noche cenando con el perverso georgiano, le largó: ¿Sr Stalin, durante cuánto tiempo seguirá matando gente?—le contestó: «Tanto tiempo como sea necesario». La traducción en Castilla, Euskadi, Galicia, Valencia o Buenos Aires  viene a ser esto; (valga el eufemismo) “lo que me salga de los huevos”. Menos mal que estamos en 1980 y España huele como todos los veranos; a diversión y cloro.— Guiomar coge la Nivea y a la piscina—Jon, pero hay un montón de moscas.—Tú, tranquila, eh! Mientras no pillemos chinches… De las moscas, yo me encargo. —¿Quieres ir a ver Piraña esta noche en la terraza de verano?—Siii, cómo mola! Es increíble, Sres. De verdad. Mucho antes que Obama cazara una mosca en directo; yo acabé con la que se metió en la inolvidable habitación de Guiomar. Lo dicho, no hay nada como los veranos con 14 años a la sombra de un chopo y el aroma de toda la vida por delante, en un balón de Nivea y la prosa de Golding. Desde entonces las moscas no me preocupan, evidentemente, ya ha llovido, soplado canícula, nevado y granizado. Además, estamos en verano y quedan unos cuantos chapuzones.














                               Dedicado a Rafael Chirbes Junio 1949/Agosto 2015 In Memoriam














Fotogramas adjuntados

America, America by Elia Kazan (1963)
Hold Back the Dawn by Mitchell Leisen (1941)
The Way Back by Peter Weir (2010)
Conte d'été by Éric Rohmer (1996)