Una carta de felicitación de Navidad

diciembre 24, 2020 Jon Alonso 1 Comments



Nadie de nuestra familia pensaba que llegaríamos a diciembre sin haber cogido el bicho. Las noticias que llegaban todos los días desde Italia eran inquietantes y algunos de nuestros clientes eran gente de la vieja Lombardía. Después, llegó aquella fatídica manifestación en Madrid. Mi hija Vero y todas sus amigas empezaron a desarrollar, en pocos días, náuseas y calambres en el estómago. La febrícula se iba disparando sin control. Desesperados intentábamos contactar con nuestros amigos, y nos decían lo mismo, por las videoconferencias. Es el virus que las ha alcanzado. Nos daba mucho miedo admitir que nos sentíamos mal. Nos mirábamos a los ojos, respirábamos hondo y seguíamos con lo nuestro. Supongo que era la forma de decirnos: “Todo va a estar bien, estamos juntos en esto. Seguro, que no pasará nada. Nos queremos y te queremos”. Cuando llegamos al hospital, era digno, de aquellas películas de Carpenter, Spielberg o del Toro. El caos y la congoja era un ir y venir. Tuvimos mucha suerte. Las pruebas PCR y las serologías daban negativo. Vero, sólo tenía con un pequeño pico alérgico. Pero la mejor noticia fue escucharla de boca de la sanitaria. Fueron unas palabras asombrosas, de un calibre emotivo, jamás soñado en toda mi vida. Nosotros hemos tenido suerte y vamos a tener un Papá Noel especialmente generoso. Aquellas navidades, a la vista de la montaña de cajas decoradas que se amontonaban bajo el brillante abeto de poliuretano del salón. En esa tarea estaba yo ingeniando bolas de planetas y estrellas hechas con purpurina pegada en cartulina;  cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir su sorpresa inicial se fue convirtiendo en estupefacción, y esta última en un terrible presentimiento:

Al principio era algo más emocional, notaba que cambiaba en mi interior, confiaba en que fuera solo evolución, pero era ella, cómo no iba a serlo. Dicen que no hay peor condena, que la de un padre, tener que enterrar a sus hijos. Se me empezó a caer el pelo y entonces lo supe: aquí ya no había nada que hacer. A los pocos días, empezaron las articulaciones de los huesos y la espalda. Un dolor idéntico al de un piloto de moto, tras un accidente. Los huesos crujían. Inclusive, los ojos cuando hacía mucho sol me quemaba la vista. Fui perdiendo la vitalidad, incluso el buen humor, que me había caracterizado. Estaba en el lado del sedentarismo, la impotencia y las sombras. Día a día me alejaba de la luz del día. Me era muy complicado aceptar mi nueva coyuntura, pero el momento ha llegado y en qué momento, más cruel. Morirse en Navidad, menuda jodienda iba a dejar a mi familia. Después de un montón de meses y más meses de pruebas médicas, de presentar mi caso, en el comité científico del hospital, ante numerosos especialistas y someterme a todos los test científicos habidos y por haber. Al fin se llegó a un veredicto. — Me pregunté: ¿llegaría vestido con bata blanca, gorro de papa Noel  y guantes de látex en las manos?

—Señor, Mujica, no sé cómo decirle esto, pero todos los resultados apuntan a lo mismo. Estamos ante una enfermedad crónica y en fase terminal, no podemos estimar con precisión cuánto tiempo le queda, pero le recomiendo que trate de disfrutar al máximo cada instante de su vida. Está usted sin defensas inmunológicas, y no pueden luchar contra la malignidad de sus nuevas atacantes. No hay nada que hacer. Lo siento.

—Gracias, Doctor. Feliz Navidad

—De nada, Sr. Mujica. Mucha suerte y también, le deseo Feliz Navidad. ¡Ojalá pudiera haberle dado otra noticia! De verdad…

 


 

Tres días después del fallecimiento de Matías Mujica Fuertes. Su esposa Estibaliz Vergara encontró una carta, en el cajón de la mesilla de su esposo.

 

Me levanto de la cama, me sirvo un café bien cargado, me visto y salgo a la calle; camino bajo el agua, vivo en la sierra, en un lugar desértico de habitantes salvo en la época estival. Aun así, las pocas personas con las que me cruzo van en coche, me miran extrañados, mientras camino bajo la lluvia sin ninguna protección. Todo llega; menos mi ausencia y al final acabó atrapándome en un laberinto. Es duro cuando sabes que es crónico y que no puedes hacer nada. Si luchas pierdes y si no también. Pero al final casi acabas haciéndote amigo suyo, como dos compañeros de  viaje que tiene una causa determinada, y que dará el toque de gracia a ambos. El billete solo de ida en esta corta vida, pero de lenta agonía. Se me escapan las ganas y las lágrimas con esta  lluvia furiosa propia de estas fechas. Llueve como el último diluvio y mañana quizás, pare. Se me diluyen los afanes y el viento impetuoso me arranca las ideas. Mis propósitos se disuelven entre el frío gélido y cuando miro mis artríticas manos, que no sé dónde metérmelas. Observo un abanico de negras sombras, que insinúan instalarse, agrietando mi alma. Un cúmulo de audaces nubes ha venido a saludarme, amenazándome, con volcar violentamente gotas de aguanieve impías —especialmente gruesas— que mojaran y enfriaran mis mayores anhelos, para terminar encharcándome mis sueños. A pesar de ello, los recibo con alegría, confiado de su tránsito, las cuales, transportarán nuevas ideas. Baldearan mis heridas, haciendo renacer brotes de fe, recién descubiertos. Una alboroto en el cielo, una sordina de trompetas, una luz fulminante.




Esta estación  me llena de pena, de silentes reflexiones y mucho frío en las venas. Este continúo redoble de nudillos en la vidriera, como un vago molesto recuerdo. El constante agudizar de mi miserable ánimo, hurgando en mis dolores, El frío me fractura, me hunde las manos, en mi  desvencijada americana. Camino pausadamente por la angosta travesía, la despiadada lluvia sobre mi cabeza. A la espera de encontrar —finalmente—  tu hermosa voz. La conozco tanto que ninguna diva presentadora de TDT, podría deshacer tu fascinante timbre sonoro: mi querida Estibaliz. Esa esbelta y sutil silueta que de tanto palpar, ya no me ofrece sorpresas. Ya que tu tierna mirada, comienzo a verla perdidamente lejana, como si de pronto, saltases de una dimensión virtual y desaparecieras para siempre. Ese marchamo tan tuyo, ausente, como si ya  no me oyeras, que acaba con mi enloquecer y arde entre mis dedos. Recuerda en aquel cobertizo de tu puerta, resguardado del agua, empapado de nostalgias eternas. Pensaba que podría convencerme de mi penuria más inmediata, ya que este cruel invierno, me está susurrando al oído que me quedan los minutos de la basura del telediario. He intentado encontrar el teléfono  de casa para llamaros lo antes, posible. Empero, que hace tantos años, de todo aquello amor mío, que intentaré estar contigo y las niñas en la mesa de Navidad. Y después, sentir el mismo viento mágico que empujaba a los caballitos del viejo carrusel. Recuerda, las sonrisas de Verónica y Karmele subidas a la euforia de un tiempo, donde los bozales desaparecieron. Os quiero más, que a nada en el mundo, familia, y pensad lo enfadado que estaría si no fuerais felices esta Nochebuena. Feliz Navidad y gracias por hacerme de esta vida un maratón de películas cómicas, donde las sonrisas eran nuestra manera de relacionarnos. Gracias por haber sido mi esposa y darnos a nuestras hijas. Lo mejor de nuestras vidas. No estéis tristes, por favor. De todo corazón, vuestro esposo y padre, Matías.

 


                                                                                        

                                                                                                   FIN


    Dedicado a todas las familias de este país que hoy en sus mesas, les falte alguien muy importante


Fotogramas Adjuntados

Miracle on 34th Street (1947) By George Seaton

Viskningar och rop Ingmar 1962 Bergman

Now and Forever (1934) By Henry Hathaway

Life as a House 2001   Irwin Winkler


                                                                       


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La plaga del planeta mediocracia: Celáa, Calixto III y rulosman

noviembre 30, 2020 Jon Alonso 0 Comments


Siempre que me pongo un poco más de tebaína en el cuerpo, veo mejor las correrías de mi amado Diego, odiado, a ratitos, y alabado Maradona. Tumbado en su cama nupcial rodeado de tironeros de Lanús, pintando líneas de farlopa, en la mesa de ping-pong, de su mansión, en Pedralbes (DEP). La Barcelona de los 80: era la hostia. Mucho más divertida, y con menos alergia por el mestizaje de todo lo que limitaba, vía bajo Aragón o delta del Ebro. Había mucha chupa de cuero, mucho tupé, pantaca petado y melena de rulos, como los de Diego. Esperando, un concierto de AC/DC, otro de Stray Cats u otro de Carreras en el Liceo. Una ciudad radiante, volcánica y libre (aparentemente) con un Boss Yoda/VivaAndorra. No confundir con el pequeño encantador y superdotado GruGo/BabyYoda adoptado por el huérfano Mandalorian.  Lo de la capital del principado, ya viene de lejos. Agonizaba el régimen del sátrapa gallego, en su lecho nupcial, y la clase media, Made in Spain se iba como si fuera un viaje a Lourdes a por cartones de tabaco, botellas de escocés, pantalones Levis, suéteres de Lacoste, zapatillas blancas Adidas, sacos de azúcar, radios, algún peluco guapo, y perfumes italianos. En la frontera, había, un recodo donde paraban a los sospechosos. La tropa del autobús, íbamos muy bien franqueados. Ya se encargaba del ungimiento, el chófer de turno, por unos cuantos cartones. Sabía muy bien, que picoleto, se los iba a coger y que el autobús estaba lleno de desgraciados, como los botones de su guerrera. Uno, miraba, a su alrededor y veía Mercedes de la serie 200 —de trinqui— de color acero perlado, con algún cartón de tabaco. Aunque,  se quedaba en el ambiente; eso del abastecimiento del hijo, de todo vecino, no fuera con ellos. Un doble fondo en el maletero llevaba miles y miles de billetes de los reyes católicos a una banca simpática y cuatrilingüe. Andorra el país de las montañas y banca de fiar para la people de Pedralbes&Sarrià-Sant Gervasi. Lo digo, porque uno tiene familia, carnal, que no me quieren ver en pintura y se frotaban las manos en 2010, mientras agonizaba en una UCI."Pues, estic molt espabilat. A estonetas, pero lo cuento."Ya ha llovido, desde el concierto de los Clash en Madrid y más de uno el pelo se le ha quedado como al padre Laura Palmer. Otros, se han quedado con la cabeza del teniente Kojak: ni un puto pelo. Y por último, el clan de los fondones y barrigones versus Homer Simpson. Decía el insigne sociata de estimable y gran familia, dedicada, al devaneo de la venta de vehículos de segunda mano, que a España no la iba a conocer, ni la madre que la parió. Puede ser, Sr. Guerra. Sin embargo los 40 ladrones siguen en el poder y el régimen, que, a modo de despiste dejó algunas cosas, está hecho unos zorros. Cuando de repente la delicada UE se ve con eso del murciélago a la plancha, al igual que el Sepionet de Pinedo. Yo sé que al mandarín de turno se le caerá la baba, pensado en la hincada de diente que le va a dar a las alitas de lo Rat penat. Ahora, el fallero de turno, permítanme la licencia (uno que es un mestizo vasco/valenciano/requenense), no hinca el diente. El sepionet se devora, apenas queda suspendido en el plato. No pasa ni por los incisivos, va directo a los molares.



El resultado es obvio: todo el mundo en su casa encerradito, y si se sale a la calle, con el bozal reglamentario. Mucho cuidado con esa plebe descabellada, de risotada grande y mostrando caries: son los cabestros de San Fermín, sin bozal, ni cremallera que cerrar. Pisotean y saben empitonar. Y es que la pandemia del Covid-19 atenaza a la razón y los corazones. Hasta que te meten 33 centímetros de polivinilo por la boca.  A otros les rajan la traquea y a meter tubo para respirar. Los más débiles, acaban en el hoyo y sin estadillo. La contabilidad de éxitus, no es el fuerte de la mediocracia. Son muchos quienes nos instan a plantarle cara. ¿Cómo? Bueno, quizá, el mediocrata, conocido como Dr. Simón. Para los amigos; Rulosman le llamaban body, es el auténtico Keanu Reaves. Sólo hay que ver al machote: más alto y guapetón. Siempre he pensado que el gran Dr. Bacterio era una eminencia de la ciencia y Mortadelo el mejor 007. Ahora con 54 tacos, no tengo la menor duda. Yo soy muy de apodar, es una cuestión antropológica, pero de eso ya hablaremos, igual que de Binford y los entornos hostiles. Es vieja deformidad profesional. ¿Me consienten, que finiquite al gran Dr. Simón? Cuando le veo con esos ojos que parecen chapas gigantes de Fanta limón. Dudo si poner el tema de Radio Futura (no hace falta que lo tarareé) o el cómo Perdimos Berlín de Gabinete Caligari. Simón pertenece a esa estirpe de mediocrata —auténtico paradigma— que único, trofeo, con relativa excelencia al que aspiró, en su momento, fue a un Master en curvatalogía estadística. Son de estos que oferta el paio Mark Zuckerberg por su estantería del marketing. Rulosman es un surfero intrépido en las olas del Algarve portugués, ya que las de Zahara de los Atunes, no son lo suficientemente hermosas, ni agrestes para su gran habilidad, encima de la tabla. O las de mi viejo Cantábrico, esas —de una  infancia en blanco y negro— a la bilbaína. Todos los días lluvia, sangre, vísceras y tricornios sin dueño. A veces, me pregunto, que hubiera dicho el inefable Unamuno, a propósito de la paisana Celáa. Vasca, burguesa alta e impía, de Batzoki con pedigrí, y mansión mirando a las olas. Yo le hubiera dado la respuesta; creo que toda la pasta que se va ahorrar quitándose de en medio a la educación especial y las clases para esos hijos de Dios que sólo sus padres saben lo que es luchar contra alguna de sus patologías. Ella, con su voz pedagógica y fanfare de convento de clausura: Sor Isabel, antigua alumna del Sagrado Corazón. Medio PSOE, femenino ha pasado por esa orden…Algo regalarán. La huella intelectual que dejó en su interior, hizo que sus dos chicas —los amores de parto de una madre son sagrados— fueran al elitista colegio de las irlandesas de Lejona (no al condón y no al aborto). No se preocupen, por la ministra con nombre de reina conciliadora —que va a terminar— con un buen trasplante capilar, un ligthing, a poder ser del número 9 y una turné por Vitaldent. Tan sólo, decir, que va de parte del Chiringuito de Pedrerol: dientes hiperblancos. Igual la vemos de rubia cañón versus Vogue, con un japonés descapotable eléctrico. Empero, todo es una cuestión de miedo, una de los grandes sostenes de la antimeritocracia y la admiración, en su puesta de ejecución, por decreto de la mediocracia. ¡Escuchen a Poe. Cantamañanas! Qué sabio era Poe, que abordó el asunto en cuentos como “El rey Peste” o “La máscara de la muerte roja”, que protagoniza Próspero, un príncipe que construye un palacio magnífico e inexpugnable para escapar de la muerte, que le alcanzará en forma de espectro. “Nunca hubo peste tan mortífera ni tan horrible. La sangre era su emblema y su sello, el rojo horror de la sangre”. No sean malvados que veo sus dientes afilados como garfios, al comparar ese palacio con la Moncloa.



No, Sres. Próspero no era tan mediocre como ese chico que quiso triunfar en la NBA y dice: "soy guapísimo, nadie en la UE le quedan los Hugo Boss, como a mí." A veces, los súbitos tienen ínfulas de rey, también suelen dejarse llevar por el romanticismo de sus nombres de pila y emular a algún rey. ¿Y por qué, no, Pedro “el cruel” ?  Sepan, que el personaje era Pedro I de Castilla, también conocido entre sus fans como Pedro el justo. Lo digo porque la historia también es asignatura bajo sospecha. El gobierno de los mediócratas ha llegado como la Peste de Camus, para quedarse como el pegamento Imedio en un relicario de fotos de comunión. Han tomado las riendas bajo el desliz aparente de la sumisión. Acatando las normas establecidas con una sonrisa, reverenciando a los poderosos y, si hace falta, mirar hacia otro lado cuando las tropelías del orden político o económico; se hace y punto. Bastaría haber conocido al papa Calixto III. Un papa, bastardo, borgiano, muy mediocre, obscurantista, supersticioso, de talante medieval y opuesto a la cultura renacentista. Dejando a su santidad a un lado. La insigne calle de Valencia fue el centro de mi vieja formación de la EGB. Un colegio de enseñanza privada concertada. Un director con camisas de seda de Versace desabrochadas y cadena de oro, con cristo de Dalí y virgen valenciana colgando. Don Gabriele era un crack. Te miraba a los ojos y dejaba a los padres hipnotizados, pluma en mano y matricula firmada. Casi 150 gramos de oro. Casado con una mujer que estaba como un queso holandés. Posiblemente, lo mejor de aquel lugar: La academia Valsom era el refugio de todas las élites valencianas que tenían a esos hijos que habían pululado por los colegios más famosos y legendarios de la primaria y el bachillerato. Desde el Logos, ahora Cumbres de Valencia, de los pastuki hermanos Tatay, al Vedat de Torrente (ahora grupo fomento). Pasando por El Julio Verne de Torrente, uno laico muy notable, pero que era un rompebolsillos, a fin de mes, el Ialae, la Academia Vértice o los hermanos Agustinos muy cercano a la estelar C/Calixto III. De los más chic de chicas —segregados, por entonces—  estaban San José de la Montaña, las esclavas del puto sagrado corazón o la pureza de María. Se dan cuenta, mujeres esclavas. La mediocracia, lo tiene claro. Se preguntarán que tenía la academia Valsom para ser reclamada por la flor y nata de la burguesía valenciana. Muy sencillo; un precio imbatible. A fin de cuentas, toda la chatarra de hijos e hijas, incapaces de aprobar 7º de EGB, siempre tenían una oportunidad. Sus padres, la garantía de una educación general básica aprobada. Don Grabiele era un engranaje más del juego de un sistema cuyo funcionamiento exige una mediocridad expansiva capaz de expulsar del terreno a los mejores. Esos mejores, éramos pocos, algunos demasiados extraños o corridos a hostias por padres maltratadores. Fascinados con mil ondas y soñando con perder de vista a más de un padre, al que tu madre, le tenía miedo y D. Gabriele, cuando la cosa se ponía chunga, también se le calentaba la mano. De ahí su máxima: No se preocupen están en buenas manos, familia. ¿Cuál sería la pregunta, fácil. ¿Por qué los padres de la morralla intelectual de aquel entonces final del franquismo, no llevaba a alguno de sus hijos al colegio público, totalmente, gratuito? Pregúntele a la euskalduna Celáa. Pobre de Miriam (síndrome de down), se ve la madre superiora devota de D. Sabino, muy crecida  y orgullosa Doña Isabel— de meterle el tacón de sus Charles Jourdan en la boca a una discapacitada. Miriam es la hermana de uno de mis mejores amigos, esos que conoces como le huelen los pedos, el  aliento y el olor de su sudor. Ese sitio llamado la puta mili, era como una cárcel de memos. Empero, te conviertes en un hermano de sangre de todo aquel que ha sido tu compañero. A lo mejor, a algunos les vendría que ni de perlas, volver a instaurarla por decreto. Todo lo que le iba a reportar a esos jóvenes líderes de la extrema izquierda y la extrema derecha.




Sería una maravilla ver a unos cuantos haraganes/as haciendo instrucción y pasando por la barbería de la chaqueta metálica de el Viator. Empezando por el aristócrata de Galapagar y terminado por ese neofranquista, con trasplante capilar y de barba, llamado Cascabal. Además, como se hacía en mi época, ¡era la hostia! Si te tocaba infantería de marina, eran 18 meses limpiando la cubierta de la fragata de turno. Se lo imaginan. En 8K e IMAX,  y entrada gratuita. Sin embargo, el virus está con nosotros, en nuestra propia genética, desde miles y miles de años. Unos 9.000 AC. No hay vuelta atrás. Somos lo que somos. La mediocracia lleva a todo el mundo a subordinar cualquier tipo de deliberación a modelos arbitrarios promovidos por instancias de autoridad. Cabría pensar que un rasgo común entre quienes comparten este poder sería el de esa jodida sonrisa cómplice. Al creerse más listos que todos los demás, se complacen con frases cargadas de sabiduría tales como: “Hay que seguir el juego”. Solo se consienten lo insípido, la grisura, la normatividad, la reproducción y las afirmaciones mecánicas de lo que resulta evidente. La tendencia a eliminar a los mejores —quienes tienen más méritos— se ha ido fortaleciendo regularmente y hoy hemos llegado a un punto en el que la mediocridad, de hecho, hasta se reverencia. Mientras que la propensión al trabajo bien hecho se considera un problema. Esta maniobra se revestirá de palabras vacías o, peor aún, será el poder el que se defina con palabras asociadas con aquello que más odia: descubrimiento, aportación, virtud y obligación. Y todas esas excelentes mentes que no participen de semejante farsa serán aisladas y este aislamiento, naturalmente, se llevará a cabo de manera mediocre, a través del rechazo, la negación y el odio. ¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes. Primero lo observarás en la educación primaria y después, te sorprenderá como la universidad está dispuesta a ser manoseada con tal de conseguir alguna dádiva, voy a ser generoso y utilizaré, el término subvención. Profesores en disputas intestinas, abusando de becarios aturdidos —entre falsas expectativas a cuenta de los putos doctorados— de jóvenes talentosos que son la verdadera expresión del talento capado. Todos ellos en manos de un ministro que se cree que tiene 19 años y vive en mayo de 1968. Ellos mismos entran en el círculo de los idiotas, creando terroríficas estructuras jerárquicas que obstaculizan la creatividad. Al final todo ello, para volver al mismo sitio, que definió el gran David Simon en su adictiva y real Baltimore, atiborrada de traficantes que magnifican los criterios de obediencia de las esquinas. Toca aguantar al tonto de las almendras y la mezquindad de una sociedad insípida, el pensamiento crítico es una quimera, donde Victor Hugo nos avisó: “Cuanto menos miedo, mejor. El miedo nos castra y nos degrada”. Cualquier desgraciado con una peluca y que dice ser periodista con sólo el graduado escolar, te hará la vida mejor, mucho más que una olla exprés cubana. Bienvenidos al planeta mediocracia.



               Dedicado a Juan de Dios Román diciembre 1942/noviembre 2020 In Memoriam



Fotogramas adjuntos

Madame Curie 1943 by Mervyn LeRoy

Joy 2015 by David O. Russell

The Strange Woman 1946 by Edgar G. Ulmer, Douglas Sirk

Temple Grandin 2010 Mick Jackson






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Alberto, Rai y Carla: Diagnóstico enfermizo Vol.3

septiembre 26, 2020 Jon Alonso 0 Comments



 


Después del almuerzo, mientras conducía hacia el consultorio del médico, no podía quitarse de la cabeza la imagen de su hermana. Le gustaba verla tan feliz.—Alberto sonreía y silbaba un tema musical de la radio. La idea sobre la forma de actuar del  Dr. Lasalle o de lo que pudiera pasarle era como una sombra oscura, en lo más hondo de su mente,  dibujaba un enigma. Aunque menguada, por la imagen de su resplandeciente hermana. Cuando llegó a la oficina, estaba preparado para sentarse y esperar, lo que hiciera falta. Hizo una consulta a la recepcionista, ella le dijo que el Dr. Lasalle estaba listo para recibirlo. Le explicó que el Doctor se había saltado el almuerzo para revisar sus archivos y estaba muy emocionado de trabajar con él. La postal idílica que tenía de su hermana en su cabeza se hizo añicos. De repente, se sintió abatido por esas preguntas que acechaban en el desasosiego sobre el Dr. Lasalle.

La recepcionista abrió la puerta y lo condujo por un pasillo largo, a una habitación cálida con un sofá y una silla.—Adelante, Alberto: Ponte cómodo, estará contigo en medio minuto.

Alberto se sentó en el sofá, nunca antes había ido a un psiquiatra, aunque pensó que estaría recostado en el sofá y le contaría muchas cosas sobre su infancia. Así que decidió que lo mejor sería ponerse lo más cómodamente en  el sofá.

Una puerta se abrió silenciosamente, una que Alberto no había notado antes, una que no podía ver desde su posición. Entonces, ¿no he leído que hayas pasado por esto antes?— preguntó una suave voz detrás de él.

Luchó por girar la cabeza para ver, pero el médico dio la vuelta y se paró frente a su cuerpo tendido para extender su mano. Soy el Dr. Lasalle.  —Dijo, él.—Yo he hablado con el Dr. Lasalle y no es así.

Alberto, estaba decepcionado. Después de su hermana, el Dr. Lasalle no era mucho para mirar. —Vamos! Pequeñito y redondo con una cara igualmente por debajo de la media nacional. Alberto recordó que su salud mental estaría en sus manos, con suerte, mejor cuidadas, que su apariencia. Empero, yo hablé con el Dr. Lasalle y este tío no es él.

Dr. Lasalle:—Se está bien, ahí.

—No, solo lo que he visto en la televisión.— Dijo, disculpándose porque se había tendido en el sofá.

Dr. Lasalle:— Si te sientes más cómodo, a mí no me importa. Yo me sentaré en esta silla detrás de ti.—Dijo mientras se alejaba de su vista.— Alberto notó un ruido muy molesto, al chirriar la silla, donde se sentaba el Doctor.

Dr. Lasalle:— Entonces, el Dr. Ansorena, lo vio ayer y me comentó que sigue tomando la medicación y ve avances. Alberto, no escuchaba al Dr. Lasalle, sólo veía muecas y un blablablá de fondo. Hastiado de escuchar sus putos problemas durante las siguientes dos semanas. Su plan diario era éste: ver al Dr. Lasalle cada dos días y hablar de cosas que no recordaba al cabo de los 10 minutos. Levantarse del jodido diván, sentirse sucio por las confidencias y volver a casa para tomar una larga ducha. Parecía como si el sofá fuera un portal a otro territorio, un mal sitio, desaparecido: cuando se recostó en él. Y así, pasa la vida de Alberto. Cuanto más se vuelve, más culpable se siente, cuando se levanta para irse, como si de alguna manera estuviera traicionando a su hermana, a su amiga, a todo ese otro mundo.

Piensa en ir a almorzar con su hermana o al parque con su amigo, Rai. Empero, la culpa le pesa demasiado como para llamar a cualquiera de los dos. Así que, en cambio, simplemente recoge los materiales reciclables del parque y se va a casa a ver sus películas favoritas o a leer sus novelas preferidas. Esto termina siendo su vida hasta que vuelve a ver al Dr. Ansorena. Su mejor amigo, Rai,  nunca viene a verlo. Lo que le hizo sentir gran curiosidad. Normalmente, sorprendía a Alberto con una visita inesperada cuando no habían hablado durante una semana más o menos, pero no esta vez. No fue así. Alberto no pudo superar la culpa que sopesaba, tanta, como para llamarlo. Una parte de él sabía que no quería enfrentarse a las preguntas que le haría su amigo sobre ir al médico, sobre las pastillas o sobre lo que necesitaba ser "regulado" en su cabeza. Pensó que esas eran las razones por las que quería sentirse culpable en el fondo de su mente. Alberto sentía lo mismo por su hermana. No había estado allí para verlo en un tiempo, y sus llamadas telefónicas habituales tampoco habían llegado. Pensó que probablemente estaba atrapada con ese nuevo chico que había conocido, sin embargo, quería sentirse feliz por ella, pero la culpa se cernía, una y otra vez, sobre sus pensamientos.

 



Tras ese balance personal. Cogió su automóvil y se dirigió a ver al Dr. Ansorena, hoy era el día de la segunda visita. Sentado en la sala de espera, le echó un ojo al revistero. Encontró un número de un magazine de fotografía profesional y se quedó mirando las hermosas imágenes. Cuando finalmente lo llamaron a la habitación, esperó un poco más hasta que entrase el médico.

—Entonces, Alberto, ¿cómo va todo?—Preguntó el Dr. Ansorena, cuando entró en la habitación.

—Va bien.

¿Qué hay de tus amigos especiales, cómo les ha ido? el médico lo miró mientras formulaba la pregunta.

—En realidad, no les he visto desde que vi al Dr. Lasalle. Y fue entonces cuando se dio cuenta por primera vez. No ha visto a su hermana ni a su mejor amigo desde que comenzó los tratamientos, ¿podría ser una coincidencia?

—El doctor Ansorena sonrió con orgullo. —Eso es realmente bueno, Alberto. No esperaba que comenzara a funcionar tan rápido, pero es genial que el tratamiento ya haya aliviado los síntomas tan rápido”.

—Alberto piensa mucho lo que va a decir —¿las cosas no parecen estar bien? Sí, supongo que sí.

La mirada de confusión está en el rostro de Alberto y el médico se da cuenta:¿Estás seguro de que todo está en su sitio, Alberto?

—Yo... simplemente no me di cuenta de que el tratamiento estaba funcionando. —Dice en voz baja. —¿Cómo podía ser que realmente estuviera tan destrozado de la cabeza?

Dr. Ansorena:—Así es como van estas cosas. Dice el médico reconfortante. Ahora, dado que su cuerpo se acostumbrará a las drogas, la dosis aumentará un poco. ¡Venga, ese ánimo!

"Humm... sí". Todo esto está mal, ¿estaba loco?

Dr. Ansorena—Bien, recoja sus nuevas dosis al salir. Ahora vas a tomar cinco al día. Será más fácil tomar dos por la mañana, uno al mediodía y dos por la noche. —¿Alguna pregunta? el médico parece presumido, orgulloso de que su tratamiento haya dado sus frutos tan rápida y fácilmente.

No, suena bien". ¿Podría ser? ¿Realmente podría haber estado tan al límite?—Un tono entre el cinismo y la indiferencia. —No, todavía tenía recuerdos de cómo eran reales... ¿No es así?

Dr. Ansorena :—Está bien, te veré en dos semanas más. No olvide programar su próxima cita al salir. El médico toma un par de notas en su portapapeles y sale. 

Alberto, intenta descodificar qué está mal, pero no puede con ello. Sale de la oficina, coge sus pastillas y programa su próxima cita.

Una vez en su coche, Alberto decide que debería ir a ver a Rai, o ver si alguna vez existió.—¿Rai es mi amigo?

Mientras conduce, siente un presentimiento, una sensación de pavor. Tiene un pálpito como de haber hecho este viaje, hace muy poco. Un trayecto cercano, pero imposible de recordar. Nota como si fuera de noche; cuando doblaba estas esquinas por última vez. Ese efecto tenía un propósito, siempre que lo estaba haciendo, aunque de imposible recuerdo.

Se detiene en el edificio de apartamentos donde vive su amigo. Sin embargo, algo anda mal, parece sin vida, no hay nadie alrededor. Baja de su coche y entra al rellano delantero, recuerda este rellano. Oscuro y con un aroma a humedad y moho.—Lo atravesé, pero, no. Por qué, no me acuerdo. ¡Joder¡ Se abre camino por las escaleras, pasando sus manos por el papel de la pared en la oscuridad para mantenerse firme.

Ahí es cuando se da cuenta  que esa fue la noche en que comenzó su proceso de medicación. —Ahora, si  lo recuerdo. Me desperté, después de que terminase la película, y vine aquí. Seguro

Alberto  llega a la puerta de su amigo. Hay un aroma en el lugar, que le recuerda a una mezcla de almizcle y entrañas de pescado. Es muy áspero y desagradable. Llama y espera. —Nada, maldición. No contesta.

Alberto vuelve a llamar, luego intenta abrir la puerta, pero está cerrada con los pestillos a cal y canto. Está preocupado por su cordura, por su amigo, por la última vez que estuvo aquí. Alberto da un paso atrás y encuentra la llave que guarda debajo del tapete de la puerta. La introduce en la cerradura y gira el bombillo.

Cuando abre la puerta, recuerda lo que pasó cuando vino esa noche. La sangre estaba esparcida por todo el apartamento. En la pared del fondo están, a modo de garabatos, las palabras: "No es real". Alberto comienza a secarse el abundante sudor de su frente.



De repente, todos los recuerdos vuelven a fluir. —¿Cómo llegué aquí…? ¿En un hipnótico trance? Más o menos, en el momento, en que su amigo lo dejo entrar: sacó un cuchillo y se lo llevó.

Se derrumba y cae de rodillas. —¿Cómo pude haber hecho esto? Nooo!

Alberto recuerda todos los apuñalamientos, todas las cortaduras. Recuerda a su amigo suplicando por su vida. Escucha unas voces que le dicen, en tono, fantasmagórico: culpable, asesino, eres un malvado. Se siente mal y vomita. La voces, seguían mancillándole, con un tono más bajo.—No he hecho nada. Yo no soy un asesino.—Gritaba desesperado.

Le vino a la retina un gélido presentimiento. La sensación de que era un sueño, de que no existía, estaba vagando por la habitación de Rai. Un sentimiento aterradoramente entumecido. Muy parecido a la sensación que tuvo, cuando comenzó a tomar la medicación de su tratamiento. Se queda con una sensación repugnante que no puede deshacerse, lágrimas rodando por sus mejillas. Luego oye pasos subiendo las escaleras. En un momento de pánico, cierra la puerta y la bloquea. Pasan los pasos. Pero la enfermedad no lo hace.

No sabe cuánto tiempo permanece sentado en el suelo. Pero cuando regresa a su auto, está oscuro, trae los recuerdos de la pesadilla que le persigue, una y otra vez de la última vez. Cuando salió de aquel apartamento. Casi choca con otro auto, en una intersección, cuando comenzó a secarse la sangre que abundaba por todo el coche.— Noto el olor y no quiero decirle nada a la gente. Callaos— La voces han vuelto con fuerza. Pero ese aroma a sangre fresca humana, continua siguiéndole.

Alberto  pasó la noche llorando en su ducha, tratando de quitarse el hedor y completamente K.O. Sus recuerdos no se irían por el desagüe, no importa lo sucios que estuvieran. El agua se había enfriado mucho, mucho tiempo atrás, y la luz comenzó a entrar por la ventana. Alberto había agotado el cupo de  lágrimas, pero nunca perdería los sentimientos inmundos que lo habían inundado.

Una vez que salió de la ducha, se dirigió al teléfono, ni siquiera se secó. —¿Qué hago. A quién llamo? Esta situación no tiene ningún sentido.—Qué coño me ha pasado?. Finalmente, marcó el número de la única persona con la que podía hablar: su hermana. Consciente de lo difícil que le podría resultar entender lo que contaría.

En la mesilla del teléfono estaba su frasco de pastillas, lo miró mientras sonaba el teléfono. Ayer, al mediodía, tomó su último comprimido. Ese era el último que tenía programado tomar antes de su visita al médico, y antes de ir a ver el horror que le ha causado a su amigo. Alberto apartó los ojos de la botella, se suponía que debían arreglar, sus cosas pendientes. Alberto en un soliloquio espetó:— Los amigos están para lo que haga falta, los buenos te perdonan lo que seas… decía K. Cobain —Se equivocan, no soy un monstruo. No he podido hacer lo que he visto con Rai. 

Empero, las voces seguían su cantinela…—Monstruo, bestia, demonio…Asesino. Pensaba— Seré un leviatán o me he convertido en ello hace mucho tiempo. Cuando el contestador del teléfono de su hermana dio paso al contestador de voz automático. No pudo dejarle un mensaje. Intento, una nueva llamada, pero saltaba el maldito contestador. Decidió salir de su apartamento. Bajo las escaleras hasta el garaje y cogió su vehículo. Necesitaba alguien con quien hablar y no podía esperar. Solo le rogó que estuviera en casa durmiendo.

En su camino, comienza a tener destellos y voces que le alentaban al lugar de los hechos. Su memoria se iba abriendo. Del mismo modo, que sus ojos comenzaban a dejar caer pequeñas lágrimas. —¿Por qué? Yo no soy malo. No he hecho nada, que me dijeran. Sigo sin entender nada. Las voces seguían con su repertorio…— ¿Qué recuerdos tiene que no pueda recordar? Por alguna razón, empezó a respirar profundamente, comienza a pensar en los eventos más recientes. Le recuerda la primera vez que fue a la consulta del Dr. Lasalle. Y se preguntaba:—¿Cómo nunca puedo recordar nada de lo que me había dicho?

La primera vez que estuvo con el doctor debió haberle hablado de su hermana, de cómo la conoció en el restaurante, de cómo se revolvía en su vestido, luciendo como una mujer así... elegante y dulce. Otra vez sus pensamientos pasaban del gris al negro y la voces… —¡Culpable, criminal. Di la verdad!

Lágrimas, donde ya no había, y una sensación de malestar en su pecho. De repente una oscura sensación de éxtasis lo invade. Las partes equivocadas de él se excitan… Alberto comienza a temblar, a sudar y mover las cejas de la cara como un personaje de AHS. Si vuelve el recuerdo de todos estos síntomas, recuerda las curvas, pero eran diferentes. Aquellas curvas que tomo fueron muy suaves, como si el viento manejase el volante. Lentas y delicadas de lo que son ahora. Le vino un fogonazo de aquel momento y el entumecimiento que sintió. Había algo muy escondido, sucio y obsceno que era incapaz de recuperar. Las voces le hicieron detener el coche y parar en el arcén. Se desvaneció por unos instantes. Empero, la otra vez que condujo hasta aquí las luces estaban en verde, lo hizo todo sin dudarlo, sin pensarlo dos veces. Tenía muy claro sus objetivos.—¿Qué queréis cabrones qué os diga que soy un asesino y una bestia que disfruta rajando a la gente? ¡Es lo que queréis. A la mierda!


En cambio, hoy, iba por aquel itinerario a toda hostia. Las luces no están todas en verde. Entre el pánico y la confusión de las voces, aceleró cruzando el disco rojo de un semáforo y entró en un SUV japonés de grandes dimensiones. Muy distinto al pequeño Renault Clio. De nuevo, se desvaneció y se escuchó un estruendo. Alberto despertó en el hospital universitario. Sus médicos están de pie junto a él. Se oye la voz de ambos intercambiando impresiones y una frase: el paciente está confundido e histérico. El Dr. Ansorena, recita tranquilamente mientras escribe en su portanotas. El Dr. Lasalle se cubre la boca con la mano y solo puede negar con la cabeza. Alberto intenta alcanzar su rostro para secarse las lágrimas, pero sus manos están atadas a la cama. El paciente continúa recitando crímenes que ha cometido a personas que no existen. El Dr. Ansorena, sigue escribiendo. —¿Qué me está pasando? —se tambalea entre sollozos.

—Alberto, escúchame bien. Y hazme un gesto, para que yo pueda entender que me comprendes perfectamente. Bien, has tenido un accidente. Las drogas no parecen funcionar. El Dr. Ansorena, intenta consolarlo con una explicación básica y muy coloquial de clase de facultad.

Las luces del hospital parpadean. Una imagen destella en su mente. Las paredes blancas del hospital se vuelven lúgubres, la luz se atenúa. Los médicos son simplemente guardias. No está acostado en una cama de hospital, sino en una cama de prisión de máxima seguridad. Un guardia parado junto a él está sonriendo y espeta con sorna:— ¡Tío estás...Ja,ja! Pero que muy bien jodido...

El más rechoncho está sonriendo y sacudiendo la cabeza hacia Alberto, las voces vuelven, en esta ocasión con mucho sarcasmo: —la has cagado, cabrón. Eres un puto psicópata. Y te van a meter un montón de años, asesino de mierda.

Alberto solo puede cerrar los ojos y negar con la cabeza, tratando de controlar lo que está sucediendo, dónde se encuentra. Recuerda un accidente automovilístico, pero al mismo tiempo recuerda que lo arrestaron. Su mente confusa, ve flashes de un juicio… Los días pasan...

—Veamos, Alberto, entre el desastre en el que estabas y tu estado mental, has estado entrando y saliendo de la conciencia durante los últimos días. El doctor Lasalle intenta recapitular lo que aparentemente no puede recordar, explicarle las cosas para que pueda salir del marasmo en que se ha convertido su vida.

—Posiblemente te estábamos presionando demasiado con las drogas, no lo sé. Creo que necesitas una observación más cercana. Creo que vas a necesitar más ayuda de la que nosotros dos podemos darte. Tus delirios parecen haberse enraizado, esto es positivo desde el punto de vista de la psiquiatría. Es mucho más fácil actuar sobre ellos. Pareces sentir un profundo sentimiento de culpa, tal vez por algo que te sucedió cuando eras niño. El Dr. Ansorena, mira al Dr. Lasalle, que todavía niega con la cabeza. La alegría de curar a este paciente parece haber desaparecido del rostro del Dr. Ansorena, y, en su lugar, ha llegado ese desplome de pura sensación de fracaso. La imposibilidad de proseguir en el caso.

¡Estás jodido, cabrón, 42 puñaladas a tu mejor amigo y encima; le cortaste la cabeza!— Dice el guardia impresionado. Las fotos estuvieron en las noticias y toda la prensa hasta que decidieron que eran demasiado sangrientas. —Estás acabado, perro. Hay una sonrisa en la cara de los guardias; esta prisión debe estar ante los infractores graves si lo que está diciendo le ha traído una sonrisa a los labios. Alberto pierde el aliento. —¿Cómo pude haber hecho eso? Sus ojos se ponen vidriosos, no quiere confrontar lo que pasó, Alberto  no quiere saber más del porqué está aquí.

—No lo dejes afuera hombre, siéntete orgulloso de ello, figura. Aquí te mantendrás a salvo y estarás en este lugar, durante mucho, mucho tiempo: el resto de puta vida. Parece saborear contarle su destino.—El guardia compañero le espeto:—Si quieres que dure más de un par de semanas, es mejor que empieces a presumir de lo que le hiciste a tu hermana y su novio. Encuentra saliva y comienza a usarla para gritar como un loco.

—El guardia, dos, el regordete sonríe ante los gritos locos, parece disfrutarlo. Los médicos se sientan juntos, Este trabajo es difícil. Odio ver a gente tan prometedora consumirse en delirios.

El Dr. Lasalle solo puede mirar la mesa y negar con la cabeza.—Es muy triste pensar que una mente tan creativa se desmorona en lugar de pintar, escribir o demonios... Cualquier otra cosa. El Dr. Ansorena hace una pausa para hacer girar su café en la taza que tiene frente a él. —Si tan solo hubiéramos podido encontrar una manera de reprimir su imaginación en lugar de dejar que se rompiese como lo hizo. —Toma un sorbo de su café frío y niega con la cabeza. Hicimos todo lo que pudimos. Estoy seguro de que si no pudiéramos salvarlo, no podría salvarse en absoluto. El Dr. Lasalle pone su mano sobre su hombro.—Unos 3 segundos. La retira— Es como si esas ideas fueran tan reales para él como tú para mí. Tal vez al suministrarle ese coctel de  medicamentos y alejarlo de esa otra realidad que estaba en su mente. Quién sabe. Quizás eso fue lo que lo hizo desquebrajarse y lo llevó a cometer esos actos inenarrables, con esas personas, en su cabeza.

¡Hey, Pura! Encerramos a ese puto psicópata en el infierno. —El guardia (regordete)  de la prisión le cotillea a su esposa. —Ella se estremece mientras sostiene su mano sobre su pequeña mesa. En la otra, sostiene una taza de su café matutino, del que bebe un pequeño sorbo, Gracias a Dios que el hombre está encerrado. Nunca pude entender porque alguien le haría esas cosas a su propia hermana: violarla y asesinarla. Es simplemente, una locura enfermiza. El horror, el mal y las almas.





                                                                                            FIN





              Dedicado a la memoria de Ruth Bader Ginsburg marzo 1933/septiembre 2020 DEP


Fotogramas adjuntos

Zimmer 13 (1964) by  Harald Reinl

No Way to Treat a Lady (1967) By Jack Smight

The Sadist (1963) By James Landis

Landru (1963) By Claude Chabrol







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La extraña terapia de Alberto: Vol. 2

agosto 30, 2020 Jon Alonso 0 Comments

 


No son solo sus amigos y su familia, son completos extraños que ve caminando por las calles, trabajando en sus puestos de trabajo y otros que siempre van a los centros comerciales. No solo cree que existen, en realidad lo hacen, aunque en el otro mundo donde cree que vive, no puede verlos. Su hermana, Carla, está con él en el consultorio del médico mientras le explica estas cosas. El médico no puede ver su mano sujetando la suya. El Doctor no puede oírla cuando le dice a Alberto: “Todo estará bien. Solo está tratando de ayudar”. Ella se siente mal por él. Sabe que tiene suerte de no estar en la misma situación. Sería duro si viviera en ambos mundos como Alberto. Carla, le aprieta la mano, esperando que el médico pueda hacer algo para facilitarle la vida. —Tal vez él podría...—Quizás...— A lo mejor…Estirándose los dedos y casi llorando —ella no sabe qué le gustaría que sucediera para que su vida fuera más fácil. Seguramente para no sacarlo de ninguno de los dos mundos, perdería tanto y ella también podría perderlo definitivamente. Igual, el médico, sabe algo en lo que ella no puede pensar, por eso es médico, —¿verdad?—Entonces, Alberto, ¿sabes que otros no pueden ver a estas personas? ¿Sabes que no son reales? —Le pregunta el doctor Lasalle.

“No, son reales. Pero sé que otros no pueden verlos”.—Alberto corrige al Doctor. "Mmhmm..." —El doctor tararea mientras escribe en el tablero. —¿Y dices que ves algo más que aquellos con los que tienes una conexión personal, como fantasmas o figuras borrosas? Pero no son fantasmas. Los fantasmas están muertos, la gente que veo todavía está viva”.— Alberto lo reprende: "Pero sí, veo todo tipo de ellos todo el tiempo". Alberto le preocupa que haya sido un error, cuando tienes que reprender a alguien con tanta frecuencia, normalmente significa, que no quiere o no puede entenderte. —¿Estás viendo alguno ahora mismo? —Los ojos del Dr. Lasalle se levantan del portapapeles en el que está escribiendo para encontrarse con Alberto. Mientras se sienta en la mesa de examen, Alberto, se retuerce un poco. El papel se cruje debajo de él. No puede mentir, el médico solo está tratando de ayudar. ¡Humm, sííí! Mi hermana está aquí conmigo. ¡Joder!"Interesante. —¿Tus padres la conocen? —El médico parece capciosamente interesado en esta pregunta, como si realmente significara algo sobre su diagnóstico. —Bueno, la conocí en el hogar de acogida. Supongo que nadie le prestó atención allí. Pero ella sigue siendo mi hermana. No había pensado en su hogar de acogida durante mucho, mucho tiempo. —¡Ah, está bien!. El doctor anota algo en su tablilla.— Por cierto, Alberto ¿Cuál el nombre de tu hermana? Duda unos 30 segundos y le dice: —Se llama ¡Carlaaa! Sí, ese es su nombre: mi hermana Carla. —“Bueno, quédate tranquilo, Alberto. Vuelvo enseguida”. El Dr. Lasalle sale de la habitación y cierra la puerta con esmero. —Alberto, no tenías que hablarle de mí; no habría herido mis sentimientos. —Su hermana, Carla, le reniega. Los ojos de Alberto se encontraron con los de ella y supo que estaba mintiendo. Siempre estaba tan frustrada que los otros niños y niñas del hogar de acogida la ignoraban, no entendía aquel porqué, cuando era tan joven. Pero a medida que creció se dio cuenta de cómo funcionaba el mundo. Básicamente, hay dos mundos que viven al mismo tiempo, en el mismo lugar, por lo general, no pueden verse ni tocarse entre sí. Algunas personas dijeron que tenía que ver con átomos que vibraban a diferentes frecuencias, otros dijeron que tenían diferentes dimensiones, mientras que otros culparon a Dios. Nadie lo sabía con certeza. En los casos inusuales, algunas personas vieron ambos mundos. En el mundo del Dr. Lasalle, esas personas eran consideradas locas. Mientras que, en el mundo de su hermana, los entendían un poco mejor. Pero, a pesar de todo, los clasificaban como extraños.




Alberto era una excepción extremadamente inusual. En realidad vivía en ambos, podía tocarlos y ambos lo tocaban. Nadie había oído hablar de una persona tan extrema hasta entonces. El doctor regresó.—Muy Bien, Alberto. No hay forma de suavizar esto. Tiene un trastorno mental muy grave. La mejor noticia; es que ha aprendido a sobrellevarlo muy bien. Entonces vamos a probar una combinación de diferentes tratamientos. Incluirá la medicación que le recete y el asesoramiento de un muy buen neurólogo/psiquiatra que trabaja aquí en este edificio. El Dr. Ansorena y yo solemos colaborar juntos en varios casos. —El Dr. Lasalle mantiene sus ojos en Alberto para ver su reacción a la sentencia.

—Alberto suspira profundamente. Sin embargo, realmente no puede sorprenderse, ¿qué podría esperar cuando le dijo a un médico que tiene relaciones con personas que no puede ver? —Bien. Eso es todo lo que Alberto realmente puede decirle.El Dr. Lasalle le entrega a Alberto un papel con la escritura de su mano garabateada: "Lleva esto a la recepción y te darán la receta. Vamos a empezar con tres al día, una en la mañana, otra en el almuerzo y la última en la cena noche”. El Doctor habla lentamente, manteniendo su mirada, en Alberto, asegurándose de que está captando todas las instrucciones que tiene para él. “Lo más probable es que, cuando su cuerpo se acostumbre a las drogas, lo iremos aumentemos a cinco por día, y finalmente a ocho por día. Nuestro objetivo es equilibrarlo. Mientras tanto, trabajará con el Dr. Ansorena. Aquí, donde estamos, tan sólo, dos pisos más abajo. Ella lo ayudará a familiarizarse con los cambios que atravesará. —Si empiezas a sentirte raro de alguna manera, fiebre, dolor de cabeza, deprimido y no quieres hablar con el Dr. Ansorena al respecto, llámame. Éste es mi número personal; Le responderé en cualquier momento”. Le entrega otra hoja de papel más legible con nueve dígitos. —Quiero verte de nuevo en dos semanas, comprobar cómo va todo el proceso. Así que le programen una cita cuando obtenga su receta en la recepción, y mientras esté allí, puede concertar una hora para ver al Dr. Ansorena. ¿Alguna pregunta?" La cara de Alberto es ilegible. Incluso él no está seguro de cómo se siente acerca de todo esto. No quiere tanto que lo arreglen, solo... bueno, no está seguro. Le gusta su vida, solo desearía que la gente no pensara que estaba loco de mierda. —No, intentémoslo. Gracias Doctor. Carla se acerca; cuando Alberto se levanta de la mesa de examen. Ella está tan confundida como él —acerca de cómo se siente— con el tratamiento que le está ofreciendo el médico. Es bueno que vayan a intentar ayudarlo, pero a ella le preocupa cuál será el costo. —¿Lo hará como todas las demás personas que no pueden verla? Ella toma su mano con fuerza mientras salen de la habitación. —Mira, Alberto, están haciendo todo lo que pueden para ayudarte. —Carla intenta buscar consuelo, en sí misma tanto, como a su hermano.—Alberto asiente con la cabeza hacia ella. Carla sabe que no quiere que lo vean hablando con ella en un consultorio médico por todos sus rincones. Con esa cantinela en su cabeza… Ella se queda callada, mientras programan su cita con el Dr. Ansorena, mañana por la tarde, y la próxima con este médico. Dentro de dos semanas a partir de hoy. Posteriormente, le entrega a la asistente su receta y ella entra por una puerta en la parte trasera de la oficina. ¿A, ver? —Esto no es tan malo. —dice, pero ambos rostros muestran la preocupación que tienen dentro de sus mentes. La asistente/recepcionista vuelve con un pequeño frasco marrón de pastillas y repite las instrucciones de tomar las pastillas tres veces al día con las comidas.

—Él toma una respiración profunda y agarra el envase, en su mano. —lo guarda en su bolsillo. En el garaje público, dentro del vehículo, su hermana mira el frasco de pastillas, —No sabía que una palabra pudiera tener tantas por Dios. —Me pregunto; ¿cómo se pronuncia? —Sonríe mientras trata de mejorar el estado de ánimo. Al menos no muerden; —Él está en silencio, de camino a casa. Solo diciéndole adiós cuando ella sale del auto en su casa. Luego conduce a casa para comenzar su tratamiento.

 


En casa. La fortaleza de soledad.

Le resulta difícil entender cómo la gente puede sentirse sola. Esos momentos en los que puede estar solo, sin tener que responder, ver u oír a nadie más, son una bendición para él. Esos periodos no son los más felices, pero suelen ser cuando se siente más contento, casi en plena paz, con el mundo. Mientras sube las escaleras hacia su apartamento, revisa el correo; facturas y basura. En eso se han convertido los buzones del presente. Tira la basura al contenedor y se aferra a los sobres de publicidad sin abrir, mientras sube las escaleras. Unos cuantos cuatro zaguanes más tarde, llega al quinto, donde abre la puerta de un pequeño apartamento tipo estudio. Al entrar y encender las luces, ve  su devenir diario: un  gran desparrame de todas sus cosas. Algo que le hace sonreír, pues, le es familiar.—Hay cosas que no cambiarán, ni en 100 años. No es un desastre, pero tampoco está ordenado. Las cosas simplemente están agrupadas. Ropa apilada en la esquina del lado de la ducha, platos en el fregadero, cajas de Deuvedés, forman una torre al lado de la televisión y una estantería llena al azar de libros apilados por todas partes. Algren, Dickinson, Fante, Crane, Cheever, Lovecraft, Nabokov, Plath, Verlaine, Yates, Zamacois y otro montón de Cómics de Corben, Liberatore&Tamburini o Moore. Dejó los billetes sin abrir en una mesa junto a la puerta, junto con sus llaves y su cartera. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su puto lugar.— espeta en voz baja. Saca los frascos de píldoras de su bolsillo, los sacude—a modo sonajero— y luego comienza a dudar. ¿Qué me harán? ¿Cómo lo arreglarán cuando no se sienta realmente triturado? Nunca ha tomado buenas drogas en su vida; es decir, políticamente correctas. —Se pregunta cómo será. La etiqueta le recuerda que no debe tomarlos con el estómago vacío, por lo que abre su refrigerador y busca algo que le parezca bueno para comer.¿A ver qué maravillosas viandas tiene mi nevera? Estoy de suerte. —Vaya, hamburguesas sobrantes de McDonalds, y sobras en una caja de Telepizza —Huele bien. Se conforma con calentar un par en el microondas para acompañar la media empanadilla de espinacas que le había comprado Carla. Este es su festín de celebración, dando una nueva hoja de ruta en la vida, probando todo esto de lo correctamente "sano". ¡Ja,ja,ja!—Se troncha de la risa. Después que el microondas suene. La campanilla repica que ya está caliente. Coge la comida y se la prepara en la mesa centro del sofá. Comienza a reflexionar sobre qué DVD debería poner. The Goodfellas, no, porque es una película muy gamberra; con la que empatizo y me ha entrar la tensión y las ganas de las viejas costumbres. Full Metal Jacket de Kubrick no sería una mala elección. O revisar la original de HBO, True Detective, a pesar de la ridícula coleta postiza de Matthew McConaughey. —¡Joder! Qué tengo que cenar. —¡A la mierda, es noche de Donny Darko y punto! Desliza el disco en la Xbox y luego toma el control para iniciar la película. —Quince minutos, dos hamburguesas, media botella de zumo de piña y un cuarto de Schnapps de Coco.Sonriendo ante una película que ha visto decenas de veces. —¡Manda huevos!, Toma el frasco de pastillas que puso sobre la mesa. No se lo piensa dos veces, cuando abre la tapa, de seguridad, a prueba de niños. Sin embargo, en el fondo de su mente, la pregunta sobre qué significarán esto para sus vidas suspira por el destino. Lo ignora, adormeciendo su mente con las luces de colores en la pantalla. Apura el poco Schnapps que le queda.—Qué rico está el coco. Toma un trago de Zumo D. Simón y todo queda listo. Un momento que puede cambiar su vida para siempre, y está acompañado por un hombre con un disfraz de conejo llamado Frank.—Risas amargas. —Así es la vida. Durante la siguiente hora, tira la basura a la papelera, apaga las luces y se queda dormido en el sofá con la película encendida. Este sofá hace las veces de cama —por aquello de algún imprevisto— por lo que se pone cómodo y se recuesta. Sus  párpados van cayéndose, el sonido de la película de fondo, queda cada vez más lejos. Hasta quedarse dormido como un tronco. Se despierta de un sueño intermitente, no muy inusual, a bote pronto, agitado y desubicado.

 


Considerando que la pantalla del título de Donnie Darko estuvo en marcha toda la noche. Aún, se siente más atontado de lo habitual. Pero en este punto realmente no se da cuenta. Todo lo que Alberto hace es agarrar el controlador a la Xbox y hacer que reproduzca la película en lugar de repetir los sonidos de la pantalla de título. Él, yace, en su jodido sofá, sacudiéndose. Mira el frasco de zumo y recuerda sus nuevas "pirulas". Agarra el bote marrón de sus píldoras y lucha por abrirla en un plis. —Estúpidas tapas a prueba de niños. Una vez que finalmente abre la tapa, vierte su segunda pastilla en la palma de su mano y se la mete en la boca. Ahí es cuando recuerda que terminó su botella de Schnapps de Coco. Cuando la pastilla se vuelve amarga en su boca, se apresura hacia el fregadero y enciende la luz de la cocina. Intenta poner su boca bajo el grifo de agua, para tomar un sorbo. Empero el fregadero apesta y está hasta los topes de platos sucios. Es una lucha en balde. Al final aspira un pequeño trago y trata de tragar la amarga pastilla. Pero solo llega hasta la mitad. Recurre a coger un vaso del fregadero. Comprueba si puede identificar qué demonios había en él. Finalmente, ya que no puede, supone que debe haber sido agua. Lo pone debajo de la perspectiva de caída y bebe un buen churritón. Suficiente, para mover la maldita pastilla por su garganta. Inspira,  profundamente, habiendo superado su gran pelea de la mañana. Su mente sigue cavilando. Piensa que las pastillas no deberían empezar a afectarle realmente durante un par de días. Hasta que empiecen a fluir por su torrente sanguíneo. Vuelve a sentarse.  Pasan un par de minutos, muy lentos,  y un par de escenas de la película, con las que está muy familiarizado. Decide levantarse, de nuevo. Se dirige a la ducha. Todavía es demasiado temprano en la mañana. Aunque tiene la sensación de inquietud y que las cosas no están en sus sitio.—Es raro, no son iguales. Al abrir la ducha, por lo general tiene que jugar con las llaves para obtener la temperatura adecuada. Afortunadamente, hoy encuentra un agua caliente que no está ardiendo y se agradece. Tira su ropa a la pila que está de un cesto y termina cayendo en una montaña de trapos sucios. Alberto no encuentra razón para apurarse y deja que el agua tibia lo limpie. Se cepilla los dientes, se lava el pelo y se enjabona el cuerpo. Se queda observando cómo todas las burbujas, toda la suciedad y la mugre que tenía sobre él se arremolinan en el fondo de la bañera y desaparecen, por la rejilla del sumidero, para siempre. En lo más hondo de su ser, desea  estar deprimido, por perder una parte de él. Independientemente, de si fue sucio y no deseado. Empero descubre que no puede despertar la suficiente emoción como para sentir nada. Es como una fotografía congelada. Después de la ducha y tras quitarse mierda del pleistoceno. Toma una toalla y se seca poco a poco. Hoy está comenzando algo extraño, sin embargo, no sabe exactamente el porqué. De su pila de ropa sucia, oliendo entre las piezas de la montaña de ropa, coge unos calzoncillos, más limpios de lo imaginado. Unos pantalones y los calcetines más decentes. Se ha vestido y acicalado por completo. Hoy será otro día; comenzará yendo al parque con su bolsa de basura y llevará, a cabo la recolección de botellas y latas. Las cosas reciclables que todos tiran. Con todo ese tesoro, lo entregará en un garito, de un chatarrero y obtendrá algo de dinero. No mucho, pero suficiente para sobrevivir. Luego se reunirá con su hermana para almorzar y después irá a ver al Dr. Lasalle. A posteriori, de prepararse, hace una pausa sintiendo que ha olvidado algo vital. Se queda pensativo. Tan ensimismado que termina por encogerse de hombros y sale por la puerta. Los cielos son grises; un escalofrío recorre el aire. Su chaqueta, esa agradable y cálida comodidad de criatura que deseaba la última vez, eso era lo que estaba mancillando el cerebro.—Ya la tengo. ¡Genial! Después de caminar de un bote de basura a otro llenando su bolsa, encuentra un asiento en el banco. Aquí es donde su mejor amigo, Rai, suele quedar con él. Pensar en volver a Rai le empieza a producir un picor en el dorso de la mano, en la zona baja del pulgar. Es una sensación de pavor, de mal  presentimiento,  no le hace nada de gracia. Tiene muy claro que el Dr. Lasalle le dio todos esos medicamentos que toma para ayudarlo a mejorar. También que tendrá que apechugar con las consecuencias que todo ello implique. Se sienta y espera. El tiempo pasa, pero Alberto no se da cuenta. Bueno, él está al tanto; parece que no le importa. Quizás sea lo mejor; que Ray no aparezca. ¡Alberto no quiere tener que explicarle, porque cojones va al médico! El día se pone ventoso y un par de gotas de lluvia caen del cielo. Eso es todo, esa es la señal que estaba esperando. Ya no puede sentarse afuera. Necesita irse, no es nada divertido estar bajo la lluvia sin una chaqueta.—Una gran chaqueta como la vieja Schott motera de los 70 de Alberto.—Ésta, es mi mejor confidente. Nunca me ha dejado tirado. Continuará...

 

                           Dedicado a Chadwick Boseman y Justin Townes Earle DEP. In Memoriam


Fotogramas Adjuntados

My Way Home (1978) By Bill Douglas

This Is England "86" By Shane Meadows

Sommaren med Monika (1953) By Ingmar Bergman

Mommy (2014) Xavier Dolan 





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