El prodigio de lo innato; Séraphine

julio 14, 2013 Jon Alonso 34 Comments








Nunca he creído en métodos y aplicaciones establecidas. Siempre he sido un gran amante de la condición innata del prodigio humano. A veces, ese, viene por orden divino; el Olimpo. No lo sé. Cada vez veo más lejos aquel altar de mi querida antigua Grecia. Es evidente, que  su traslado a las islas de Santorini es una realidad. Luego, lo más cercano a Olimpo es sentir las risas de Julie Delpy bajo la luz de las velas en buena compañía, mientras saboreo un buen Chardonnay. Claro, que la luz es otro misterio. Volviendo al orden divino, una de las primeras premisas que me enseñó mi madre fue contemplar y tolerar. Era muy creyente, pero hacia lo que le salía de su entrepierna. La marca de la casa. Mucha gente pensó que era una hippy revolucionaria: una ácrata. Una especie de Frank Zappa femenina. ¡A saber!… En realidad era el prodigio de un talento escondido.  Ahora, desde la distancia estoy siendo ruin con ella, pienso que era cobarde. Empero, ¿cómo una mujer analfabeta cocinaba mejor que Arzak, cosía que ni Saint Laurent, cantaba como Ella Fitzgerald y bailaba con la misma gracia que Ginger Rogers? No tengo ni puta idea, sigo haciéndome la misma pregunta. 


















Una hembra, con atisbos de  hibrida—físicamente— entre Gardner y Taylor. Exquisita. La vida nunca supo recompensarla. Puede que en el fondo entre mi madre y Seraphine Louis hubiera una delgada línea kármica que nunca llegaron a traspasar. ¿Quién sabe dónde estaba la colina del aquel encuentro, que no llegó a fructificar? Seguro que, una, envuelta de naturaleza y pinturas, la otra de cacharros de cocina, hilos y tijeras. Hace unos días, me encontré con una vieja amiga pintora y aseveró; tu madre y Seraphine atravesaron unos matorrales retorcidos y espinosos de ramas duras resecas que olían a roca calcinada. No salía de mi asombro ¿Por qué?, Pues porque las dos se criaron en la edad de la inocencia. Escucha la historia de  Séraphine Louis o Selins para unos y los otros con los dos apellidos completos. Nació en septiembre en 1864 en Assy (Oise). Su padre era un jornalero de la tierra y su madre una aldeana. 
















Apenas, con un año de vida perdió a su madre y el silente labriego se casó en nuevas nupcias. Siete años más tarde su padre muere y se hace cargo de ella su hermana mayor. A Séraphine nadie le llevó a ninguna escuela. Es eso que los mediocres no saben descifrar. No estudió pintura, ni nada de nada. Ya que sólo conoció trabajos duros: pastora y sirvienta.  En 1881 ejerció la desgarradora labor de señora de la limpieza—cubo y trapo— cuclillas y rodilla hincada, en el convento de las hermanas de la Providencia en Clemont Oise. Llegó el año 1 del siglo XX, el cual, le daría la entrada como trabajadora domestica; “la chacha”, para entendernos de la familia de clase media Senlis. ¿Cuándo empezó a plasmar con formas y colores sus sueños y sus impulsos? ¿Por qué lo haría? Sabemos muy poco del drama íntimo de su pequeño ser. Y quizás todavía sabríamos menos de su arte si el azar no la hubiera reunido con aquel hombre que, impresionado por las imaginaciones de Rousseau, seguía la huella de los modernos primitivos.















Veinte años en el monasterio, veinte años fuera del mundo, que prosperan misticismo. Aquel día—según la propia Séraphine— la Virgen le ordenó pintar. ¡Venga corre! diseñando sus propios colores, creando, componiendo sin academicismos y entelequias. Inundó de estructuras cuadros celestiales inspirados en  las  oraciones, la naturaleza de la infancia, los campos de flores silvestres, el olor de la hierba y como dijo mi amiga; la edad de la inocencia. La suerte de Séraphine fue aquel día en el que,  Wilhelm  Uhde— el célebre marchante— coleccionista alemán  quedó  fascinado por la obra de ésta; la limpiadora y chacha de la mansión. De noche transformada en inquietante pintora espontanea que susurraba a las flores. Mademoiselle Louise pintó "una de las obras más poderosas de la historia", estima, por su parte, el pulcro y exquisito W. Uhde. Aquel memorable ojeador, que nos  descubrió a la bestia de Picasso, Braque, Marie Laurencin o Henri Rousseau. Su encuentro en 1907 con la pintura de Séraphine, en casa de los Senlis fue brutal. 















El chorro de colorido, de aquella sorprendente criada lo dejó pasmado. La acomodada burguesía se enciende en un disgusto relleno de ínfulas recelosas de los talentos excepcionales de la divina Séraphine, que califican como "primitivos modernos", a Rousseau, Bombois, Bauchant. Fue un momento efímero en su vida—finales del 20—, para gloria intelectual y el respeto de los academicistas; la creme de la creme. Antes de ser internada por "psicosis crónica" en el aterrador desfile del sanatorio psiquiátrico. Fuera el círculo cacareaba sobre el “art brut” y la psiquiatría, pues los comentarios chabacanos sobre la identidad de Séraphine eran obvios. Mientras las risas arreciaban a las hienas, sus pinturas adornaban las paredes de varios museos de París a Senlis, Niza y Grenoble en Laval. Claro Seraphine no era políticamente correcta. No voy a hacer lecturas sobre sus pinturas, respecto a los paralelismos con Khalo o trazos de Kandinsky y sus 70 cuadros inspirados en la naturaleza; esa pasión por las frutas y las hojas.
















Me quedo con el recuerdo de una mujer que empezó a pintar con 42 añós y acabó muerta en una fosa común tras pasar sus últimos años en el hospital psiquiátrico de Clermont-sur-Oise. Tenía 78 años. Francia estaba ocupada por los nazis.  Séraphine una iluminada, una outsider anacrónica y autodidacta que elaboraba sus colores, su famoso color rojo con sangre de cerdo mezclada con cera de vela. Séraphine como Felicié la protagonista de “un corazón sencillo” del gran Flaubert es piadosa como la dicha del alma simple. Excéntrica y algo patética, protegía su dignidad con un carácter agudo y una intensa comunicación con los ángeles que le ordenaban que pintara. Al igual que una vasija divina, Séraphine adobaba su vida hobbesiana con horas de creación nocturna. Artista esencial que en el bypass está considerada una de las mejores pintoras del siglo XX. A mi amiga la pintora se olvidó rematar esta fabula; tu madre agonizó sus últimos dos años de vida hasta que acabó incinerada con 59 años. Sencillamente cosas del prodigio y el azar.












                  Dedicado a Amparo la impenitente pintora, a Miguel y su maravillosa madre de La Latina 















Bibliografía consultada y recomendada


“Seraphine”(2008) de Martin Provost
  Seraphine de Alain Vircondelet  Ed. Elba 2010
  Seraphine de Senlis, Jeaan-Pierre Foucher Ed. Du Temps Coll Paris 1964
  Seraphine Louis,  Frankreichs Grosse Naive Malerin  by  Ernst Probst Ed. Grin Verlag 2013
“En torno al Art Brut” de Varios Ed. Bellas Artes 2007