Gravedad Cero, Buss y Kennedy

febrero 15, 2016 Jon Alonso 0 Comments












En estos últimos días, casi horas, minutos y algún segundo perdido. Se habrán dado cuenta que ando algo afligido, apenado como aquellos viejos boxeadores vistos desde un cenital besando la lona del ring. Algunos de los post colgados por las redes más cool tenían más de aroma a funeral, de ese viejo Dandy alcanforado de ricino, con cuero de vaca rancia, que mucho más de contundencia épica, del prodigioso púgil de Birmingham (UK). Ah! un consejo, no confundan la vieja ciudad británica con la hospitalaria y calurosa capital sureña de EE.UU. El boxeador, en cuestión, ha pasado a la historia como el peor de todos los tiempos en este deporte. Un tipo que ostenta el mayor record derrotas en el ring, a lo largo de 21 años, como profesional. Se preguntarán ¿qué cojones tiene que ver las perdices con las vicodinas? Déjenme una miaja de aliento y les aclaro, please… El correoso de Birmingham, Peter Beckley, ha perdido 254 veces en 300 peleas como profesional. Bien, en ese estado de la inanición y el dolor perpetuo intento alejarme de ese incontrolable vicio; que son las lecturas de un moribundo. Posiblemente hasta la emprenderé por despertar una pequeña empatía o hartazón, de ser uno de esos tipos, a los que todo el mundo alababa, ya que detesto esa virtud de la divina pereza; como el estado natural del individuo. Bien, visto lo visto, el personal sólo le quedará trazar una línea de laurel sobre mi parietal, como el pírrico vencedor de la constancia a la agonía.  Pues, va a ser que no. Y, reitero, mi propósito de reivindicar la ley de la gravedad y salvedad de nuestro ego, en el estado de los cuerpos sublimes del proyecto STS-XX (experimento espacial), en el cual se experimentó con diversas posiciones —sexuales— en una atmósfera ingrávida. 




















Más aún, cuando esta información nos la intentan tapar como si fuera una vista oral delante de McCarthy. Bien, a pesar de los pesares, que sepan Uds. que la parroquia sobreviviría al caos y el apocalipsis terrestre. Si nos fuéramos de viaje espacial, nos podríamos reproducir, gracias a la entereza de susodicho estudio. Tras utilizar 20 posiciones, a modo de un capítulo de Masters of Sex—vía simulación computerizada—el resultado de viabilidad pasaría a 4 posturas. Fáciles y sin tener que pasar un clinic en el Circo del sol, incluso el burgo menos acrobático tendría su correspondiente accésit. La que se ha descartado por sí misma, ha sido la posición del misionero. Una putada; cuando este tinglado ya se había conjeturado en 1996. No obstante, quien es un crack en estimular, a todos esos que tenemos media mejilla en la lona sin el protector dental es un tal David Buss. Un sociólogo texano, que descubrió, tras largos e intensos estudios, que existen personalidades intrínsecamente adulterinas. Es decir, que algunos llevamos el adulterio en nuestros genes. Un servidor fue acusado de esa patología durante un periodo de mi vida—puede que el más divertido de todos—, aunque la cosa no prosperó cuando los galenos fueron conscientes del potosí de espécimen que tenían delante de ellos a investigar. Mi historia clínica cuando voy al hospital la tienen que transportar con una Caterpillar. Bien, volviendo a nuestro viejo amigo el sociólogo, éste, nos concluye su estudio tras escudriñar hasta el final de la rabadilla en Segovia —a más de 100 parejas de todo tipos de lugares y pelajes— que Mr. Buss finaliza con un claro veredicto de propensión a la promiscuidad sexual.




















Empero, eso es a la americana, y si no hablo con mi viejo amigo Hilario Rodríguez que está en Virginia, y él, sí que sabe, lo que se cuece en USA; seguiré como dicen por Burgos: Ramón, Ramón... Aquí lo más cercano a esa entelequia fue el furor setentero de mis papis  en sus escapadas Lost in Perpiñán de vagabondage amoureaux, por ende: vagabundaje de los amantes infieles. Pues, unos y otras más, unas y otros menos. La gente lleva muchos años por delante del estudio de nuestro simpático sociólogo texano. Yo he conocido a un buen puñado de personas apasionadamente disolutas. Recuerdo una temporada por la Barcelona —aquella del señorío y la camiseta multicolor— un amiguete que curraba como gerente (permítanme el eufemismo) de lujosas casas de servicios de compañía femenina en Barcelona, quien me aseguraba que los objetos más olvidados por la clientela, sobre todo los domingos por la mañana, eran misales y rosarios, móviles de concha con las teclas enormes y algún maletín de aspecto ministerial. Además, ahora que arrecia el invierno: los paraguas y las botas de agua se amontonan y no dan abasto en el cubo de la entrada del Mercadona. Lo más flipante fue de entre los muchos objetos hallados apareció una muleta y unas pantuflas con las iniciales JFD. No confundir con el inefable presidente JFK. Decía un tal Hamilton que escribió una de las inescrutables biografías del gran “Jack”, que parte del trabajo de Buss se asemeja al perfil idóneo de la personalidad del presidente asesinado. Vamos que da la sensación que el mismísimo Kennedy estuvo en uno de los capítulos del Dr. W. Masters, ¿qué no sabremos que sepa la hermosa asistente de WM, Virginia Johnson? ¿Sería verdad que Jack repudiaba la puntualidad, se observaba satisfecho en todos los espejos que encontraba a su paso, soltaba estridentes risotadas al escuchar un chiste verde y aunque presumía, de buen irlandés, padre católico y devoto ferviente, pensaba que eso del adulterio sólo era pecata minutaYo no tengo muy claro esas cosas que afirma Hamilton. 




















Pero sí que me creo lo que escribió el periodista Seymour M. Hersh en su libro de 1988 y sus encuentros con Mary Meyer, cuñada del también periodista, Ben Bradlee. M. Meyer, seguramente, fue la única mujer que dejó a Kennedy como un flan. Atractiva, adictiva e inteligente como una femme fatale: estuvieron viéndose en secreto a lo largo de innumerables ocasiones en la Casa blanca. Mary Meyer pertenecía a la beautiful people de Georgetown y se había casado con un agente de la CIA. Muy interesada en cualquier tipo de experimentación con las drogas (especialmente, LSD) y estilos de sexo, digamos, especialmente peligrosos. Meyer fue quien le puso un canuto de marihuana al puto Jack. Curiosamente, un año después del magnicidio, Mary Meyer fue asesinada. Un vil crimen que sigue siendo un Caso abierto, como casi todo lo subrepticio que envuelve al príncipe de dinastía demócrata norteamericana. Uno de los grandes descubrimientos sobre Miss Meyer, fue un diario, en donde escribió, puntualmente, los encuentros con JFK y los temas que trataban en aquellas citas. El diario fue destruido poco después de saberse que uno de los jefes de la CIA, James J. Angleton, guardaba el cuaderno de la polémica en su despacho. Kennedy aprendió a follar como un conejo del Kamasutra en la gravedad, a fumar Montecristos Nº4 y beber Chivas 12, mientras fumaba hierba y tomaba morfina, ya que el dolor neuropático puede que sea mucho peor: que todas las hostias dadas a nuestro viejo amigo de Birmingham (el maestro de la lona). Del mismo modo que Bahía de Cochinos dejó en suspenso los modales y las conciencias. No les importará que algo de indolencia invernal, por despiste oficial de un damnificado y una marmota, los cuales, se ciscan en la vanidad de los sociólogos; generalmente, una banda de cantamañanones del 9,5. A pesar de que no haya que ser ingeniero de la NASA para desdeñar tan memorable hallazgo a la inteligencia humana. 







                                 Dedicado a Maurice White diciembre 1941/ febrero 2016 In Memoriam





Fotogramas adjuntados


JFK (1991) by Oliver Stone
Masters of Sex (2013) by Michael Apted
The Expanse (2016) by Terry McDonough& Robert Lieberman
The Kennedys (2011) by John Cassar