Marcel Proust: 100 años de intacta genialidad. 35 años después, aquel ingenuo recluta, sigue leyendo en Toledo

diciembre 05, 2022 Jon Alonso 1 Comments


 

En la década de los años 20, uno de los muchos críticos literarios que han dicho de todo sobre Proust, afirmó lo siguiente; "puede que no sea lo que su héroe se propuso ser en su infancia, el mejor escritor del mundo, pero él es uno de esos". Es una afirmación realmente, hermosa, cuasi cristalina. Creo que es una de esas frases a la que todo escritor le gustaría, un día cualquiera, dijeran sobre él. Tenía 19 años, siendo un recluta, en la Academia de Infantería, hace ahora, 35 años. Alguien me dijo que la biblioteca era realmente fascinante y tenía 10 meses, por delante de mucha mili. Nunca pude llegar a imaginarme que, aquel lugar tan exquisito, pudiera darme tan gratas alegrías. Una tarde fría, como la de hoy, ensimismado en la vetusta biblioteca de la Academia de infantería toledana; todo se paró delante de mí. Un arrebato, para un chaval rebelde, que observaba la belleza de aquel lugar y la gran cantidad de joyas de negro sobre blanco, encuadernados en hermosos lomos: Moravia, Kafka o Twain… De verdad, que aquellas personas que piensen, en esto de lo castrense como un lugar de salvajes y pshychokillers (algún que otro, como en toda familia), pero cavilen en Garcilaso de la Vega o Calderón de la Barca, insignes infantes de Toledo. Pero mi mayor gloria, estaba a un metro, cuando me di de bruces con un tal Marcel Proust. Todavía tengo el recuerdo, del olor de las literas a hachís y colonia Brummel, mientras encendía un pitillo de Fortuna, en las tediosas tardes de verano. Mientras leía las páginas de El amor  de Swann. Los días pasaban entre el abrasador calor manchego y las actividades de instrucción, en tácticas de combate, por un campo de tiro y maniobras que estaba lleno de conejos con mixomatosis. Imagínense de que maneras llegue a hacerme una idea del rostro de Odette. Luego, llegas a la conclusión, que tras el paso de esos 35 años y mi primer encuentro con Proust —que el fenómeno francés— tiene razón: la lectura temprana nos trae el mundo que nos rodea, con palabras. Cuando presenta la tesis del escritor que mayor influjo produjo al escritor galo, John Ruskin, éste, aún no ha escrito “En busca del tiempo perdido”, continúa con su himno a la lectura. Esta última, para el escritor inglés, según explica Proust, “exactamente una conversación con hombres mucho más sabios e interesantes que los que podamos tener la oportunidad de conocer a nuestro alrededor”. Una pura maravilla, entonces. Al desafiar a Ruskin en un punto, Proust va más allá. La noción de “conversación”, matiza, quizás no sea la más adecuada para “llegar al corazón mismo de la idea de lectura”. De hecho, podemos tener amigos preciosos y brillantes con quienes conversar. Sin embargo, la principal diferencia “entre un libro y un amigo no es su mayor o menor sabiduría, sino la forma en que nos comunicamos con ellos, la lectura, a diferencia de la conversación, que consiste para cada uno de nosotros en recibir comunicación de otro pensamiento, pero permaneciendo solo, es decir, continuando gozando de la potencia intelectual que se tiene en la soledad y que la conversación disipa inmediatamente, sin dejar de poder inspirarse, de permanecer en pleno trabajo fecundo de la mente sobre sí misma”. Proust habla, por tanto, del "milagro fecundo de la comunicación en la soledad", precisando, sorprendentemente, que esta grandeza de la lectura es también lo que determina su inconcluso y lo que debe hacernos tomar conciencia del "papel a la vez esencial y limitado que la lectura puede jugar en nuestra vida espiritual”. ¿Sería por tanto una maravilla necesaria pero insuficiente? Leer, escribe Proust, es una amistad” que “se dirige a un muerto, a un ausente”, y eso tiene su precio. Los libros, prosigue el escritor, no exigen amabilidad por nuestra parte y por tanto permiten la “amistad sincera”. No los frecuentamos para complacerlos, sino porque “queremos”. En el centenario de la muerte de ese genio, de ojos expresivos, eso nunca ha sido más cierto de lo que es ahora, como lo demostraron algunos de los escritos ocasionados aprovechando la celebridad, de la publicación: El amor de Swann, el primer volumen de la obra magna de Proust.



Es casi imposible encontrar un artículo sobre el aniversario que no contenga la palabra "magdalena”. "De todo lo que se ha escrito de Marcel Proust" y escribió: "poco se ha dicho de lo que está contribuyendo a la novela en este hito creciente". Algunos críticos la descartan como una novela de modales; Otros lo aprecian como un producto de estilo. Nadie ha señalado que "La búsqueda del tiempo perdido" es un renacimiento e incluso, una recreación de la materia vieja y el viejo método en nuevos efectos, es lo que toda novela debería ser: un descubrimiento de algo nuevo tanto en la vida como en el arte, en la literatura mundial. Esta novela no tiene héroe, ningún personaje dominante cuyo destino sea la preocupación del lector. Sin embargo, a menos que el lector de estos volúmenes vea que el carácter anónimo, negativo e impersonal del niño, niño y joven que sucesivamente tiene el lugar de héroe es un triunfo de la habilidad creativa, tanto más poderoso porque su discreción es el punto de vista desde el cual observa, analiza, proyecta, pinta grupos enteros, se pierde la primera maravilla de la habilidad de M. Proust... El prólogo, un exquisito ensueño, establece el estado de ánimo poético del héroe, cómo debe ver su mundo. Tal vez nunca se haya demostrado que la memoria sea lo que Platón la llamó: la madre de las Musas. El dolor, la sensibilidad, el sufrimiento inexplicable de un niño nunca se han destilado en una poesía más melancólica. La psicología infantil tiene algo precioso en estas páginas, tal como lo tiene en "Retrato del artista" de James Joyce. El método de M. Proust es de los dos el más racional...La poesía se profundiza a medida que la memoria penetra sin miedo en el santuario de la emoción, la pasión, la belleza de todo tipo. Un joven temperamental e intelectual y su mundo viven para nosotros de nuevo, un mundo donde el pálido elenco de pensamiento admite poca alegría, pero toca en cambio nuevos temas toda una época donde el estado de ánimo da perspectiva a todas las escenas. ¡Cómo todo se expande y profundiza porque el revivir mental acelera la conciencia a un poder casi mágico! En el estilo más reciente, Las ciudades de la llanura o Sodoma y Gomorra, en 1928, el crítico Joseph Wood Krutch revisó cada nueva traducción de Moncrieff a medida que se publicaban. Quizás la característica más reveladora de la serie de reseñas, extraída a continuación, es que casi todas y cada una de ellas llaman a cada libro sucesivo bajo revisión al menos tan bueno, si no mejor, que sus predecesores. Uno "no cede a ninguno de los volúmenes anteriores en interés o belleza"; otro "es al menos un ejemplo tan llamativo como cualquier otro de la naturaleza de esa sensibilidad que le es peculiar"; y otro, el último, es "más esencial que cualquiera de los otros volúmenes individuales para una comprensión de Proust". Al leer las críticas (no recopiladas) de Krutch sobre Proust ahora, uno se despierta no solo al poder de la escritura de Proust y de los mejores escritos sobre Proust, sino también a la emoción que debe haber sido leer su trabajo, como escribió Krutch, "como han aparecido uno por uno" en lugar de "de un solo trago". Empero, Proust es una gran fiesta: y luego nos encontraremos con decenas y decenas de celebraciones, salones, grandes hoteles, grandes cenas, como si la vida se manifestara al máximo en su relación entre verdad y ficción precisamente en estos rituales mundanos. Estamos en los años treinta,  el príncipe Jean-Louis de Faucigny-Lucinge, su pareja —Baba d´ Enlanger— da una fiesta temática sobre la moda entre 1880 y 1905, y ya algunos de sus invitados aparecen vestidos como personajes de la búsqueda. En su colosal obra, Proust había trasladado la nobleza al arte, ahora la nobleza traslada su arte a la mundanalidad. El ciclo se cierra perfectamente. El joven Marcel Proust, hijo de un médico y científico burgués y del descendiente de una familia de corredores de bolsa judíos, entra en el círculo de la aristocracia, haciéndose apreciar por sus cualidades de hombre de mundo, un conversador brillante, misterioso y muy nocturno. ”Dolorida, enfermiza, muy pálida, translúcida, lunar”, como la describiría Maurice Duplay. La mariposa, especie de arcángel inquieto e inquietante, ha elegido a los aristócratas: los mejores se mezclan con ellos, los únicos cuya superioridad tiene algo de natural y desmotivado. Entonces la mariposa, invirtiendo el curso de las cosas, se transformará en crisálida, en la más severa de las metamorfosis.




Cerrándose en sí mismo, en la oscuridad asfixiante de su enfermedad y de su habitación, consagrando su vida a la composición de una obra-mundo como En busca del tiempo perdido, con sus siete volúmenes, desde Swann's Road estrenada en 1913 hasta Il tempo recuperado, lanzado póstumamente en 1927. Una vida transcurrida entre los salones más célebres de la época, que el crítico  Scaraffia describe con un garbo y una simpatía irónicos y cómplices, entre Madame Lemaire, Madame d'Aubernon, entre la Condesa de Chevigné nacida Sade, descendiente de la Laura de Petrarca y del Divino Marqués y del Conde Roberto de Montesquiou, dandy y poeta, acaba cerrándose, envolviéndose... En un apartamento burgués, o mejor dicho en una habitación individual en penumbra, con alfombras clavadas en el suelo, paredes revestidas de corcho, y cápsulas de algodón empapadas de cera en las orejas para hacer aún más completo el desapego del mundo. Sin embargo, todo ese mundo, fatuo y como si hubiera sobrevivido, presta sus rostros a los personajes principales de la Recherche: la señora Verdurin, la duquesa de Guermantes, el conde Charlus no habrían nacido si Proust no hubiera buscado y frecuentado ese mismo mundo. Además de los aristócratas, Proust entra en contacto con políticos, músicos, escritores: Anatole France, Oscar Wilde, de quien sólo recuerda la corbata gris tórtola. D'Annunzio, que hace un chiste mordaz sobre el pobre Fogazzaro, Gide, con en el que habla del «uranismo», como entonces se definía la homosexualidad pasiva. Y conoce amigos como Reynaldo Hahn, músico, con quien tiene su primera relación homoerótica: es él quien relata el primer afloramiento de la llamada memoria involuntaria en el futuro escritor, encantado y perdido frente a una rosaleda en La casa de campo de Madame Lemaire, o como Alfred Agostinelli, el chófer, y Albert Nahmias, el secretario, ambos se fundieron en el personaje de Albertine. Pero el centro de su vida es su madre, Jeanne Weill, quien, consciente del genio de su hijo, sin embargo lo trata como a un niño retrasado: el beso perdido de su madre a la edad de siete años es la fuente de un trauma incurable para él, que cuando se le pregunta en el cuestionario: cuál es el colmo de la infelicidad, responderá: estar separado de mi madre. Antes de morir cuidado por la fiel Céleste, la última palabra que pronunció fue: madre. A Proust le encantaba concertar citas en el hotel Ritz a la una de la madrugada, derrochando todo el dinero en propinas, como aquella vez que, con los bolsillos vacíos, se encontró pidiéndole al portero 50 francos prestados, y luego se los dio. Volver a él diciendo: ¡Son tuyos! Le encantaba vestirse a la moda de su juventud, forraba sus abrigos con pieles y temía el sombrero de copa en la cabeza porque siempre tenía frío. La rica anécdota que nos sirvió la jugosa idea de aquellos mecenas de arte británicos Sydney y Violet Schiff conspirando para reunir, en su opinión, a los cuatro artistas vivos más importantes: Pablo Picasso, Igor Stravinsky, Marcel Proust y James Joyce. Al igual que con cualquier velada artística, los relatos de la noche varían enormemente. Según el libro de Craig Brown, “Hello Goodbye Hello: A Circle of 101 Remarkable Meetings”, Joyce llegó "en mal estado y borracho" y estaba terminando su día justo cuando Proust —que apareció a las 2 de la mañana— estaba comenzando el suyo. Cualquiera que sea la cuenta que elijas creer (y hay muchas), los dos no se llevaron bien. Estos son solo algunos: Como le dijo James Joyce muchos años después a Jacques Mercanton: "Proust hablaba sólo de duquesas, mientras que yo estaba más preocupado por sus camareras". Como le dijo James Joyce a su amigo cercano Frank Budgen: "Nuestra charla consistió únicamente en la palabra "No". Proust me preguntó si conocía al duque de fulano de tal. Le dije: "No". Nuestra anfitriona le preguntó a Proust si había leído tal o cual pieza de Ulises. Proust dijo: "No". Y así sucesivamente. Por supuesto, la situación era imposible. El día de Proust apenas comenzaba. “El mío había llegado a su fin". Como dijo William Carlos Williams: Joyce: —He tenido dolores de cabeza todos los días. Mis ojos son terribles. Proust: —Mi pobre estómago. ¿Qué voy a hacer? Me está matando.



De hecho, debo irme de inmediato. Joyce: Estoy en la misma situación. Si puedo encontrar a alguien que me tome del brazo. ¡Adiós! Proust: Charmé. ¡Oh, mi estómago! Como lo dicho por Ford Madox Ford: Proust: Como digo, Monsieur, in Du Côté de chez Swann, que sin duda usted tiene – Joyce: No, Monsieur. (Pausa) Joyce: Como dice el Sr. Bloom en mi Ulises, que, Monsieur, sin duda ha leído... Proust: Pero no, Monsieur. (Pausa) Proust se disculpa por su llegada tardía, atribuyéndola a la enfermedad, antes de entrar en los síntomas con cierto detalle. Joyce: Bueno, Monsieur, tengo casi exactamente los mismos síntomas. Solo en mi caso, el análisis... Sin embargo, este hombre cuya voz Cocteau juzgaba vacilante y el paso de Colette con él, como de un "joven de cincuenta años", que se convirtió en el autor, en el que muchos reconocen al más grande novelista del siglo pasado. Había en él un hombre de mundo exquisito y exhausto, y tal vez un hombre perseguido por un "viento embravecido", como lo veía Colette. Un artista inquieto e inquietante, que supo, como escribió en su ensayo Contra las tinieblas, que “si el poeta viaja por la noche, debe hacerlo como el ángel de las tinieblas, trayendo luz”. Las conversaciones eran ingeniosas, los salones eran emocionantes y los artistas, incluso los artistas contemporáneos, incalculablemente geniales. En una palabra, respetaba sus deseos, sus gustos y sus diversiones, y por lo tanto, aunque la experiencia podría ser predominantemente dolorosa, no era ni sin sentido ni mezquina. Y ese es quizás el secreto del encanto individual de su mundo. Es uno visto con la libertad crítica del pensamiento moderno y uno en el que gobierna el escepticismo. Sin embargo, también es de alguna manera glamoroso". El filósofo Maurice Merleau-Ponty dijo de la obra “En busca del tiempo perdido” del genio francés dixit: “Nadie ha ido tan lejos como Proust en la fijación de las relaciones entre lo visible y lo invisible, en la descripción de una idea que no es lo contrario de lo sensible, sino algo así como su forro y su hondura”, planteó el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty. Quizá que la muerte estuviera rondando tempranamente lo llevó a pulsear contra el paso del tiempo por la vía de la única eternidad a su alcance: el arte literario. Aun para aquellos que reniegan de su estilo, Proust es como un alquimista de la belleza que logra transformar en un milagro imperecedero lo más pequeño e insignificante. Se llegó a decir que Proust era “un Balzac degenerado”. Venía de casa bien, con dinero y no era joven. Además, se cuestionó al jurado y el primer presidente de la Academia Goncourt, Léon Daudet, ya no practicó las condiciones estipuladas. Finalmente, y con una contundente respuesta, Monsieur Daudet, dixit; se ha premiado el talento, no la juventud, y que Proust “se adelanta a su tiempo en más de cien años”. El 21 de diciembre. Lévy, que escribió bajo el seudónimo de André Arnyvelde, al igual que Bois, notó la palidez del rostro del escritor. También mencionó por primera vez en forma impresa la habitación forrada de corcho que se convertiría en legendaria. Exagerando la reclusión de Proust, Arnyvelde escribió que el escritor se había retirado del mundo hace muchos años a un "dormitorio eternamente cerrado al aire fresco y la luz y completamente cubierto de corcho". Proust fue citado diciendo que su reclusión había beneficiado su trabajo: "La sombra, el silencio y la soledad... me han obligado a recrear dentro de mí todas las luces, la música y las emociones de la naturaleza y la sociedad". La neumonía acabó con el talento visionario literario más importante del siglo XX y una última exhalación, Marcel pronunció sus últimas palabras: “¡Oh, sí, mi querido Robert!”. Su corazón dejó de latir con los ojos abiertos; sus ojos hiperexpresivos. Hoy en este 2022 de centenario, también se cumplen 35 años, que este amanuense, vestido de recluta castrense, descubría en la biblioteca de Calderón de la Barca, el Bolo (Toledo), su encuentro con el genio, que una vez volvió a replicar un frase lapidaria: “A veces el futuro está latente en nosotros sin que lo sepamos, y nuestras palabras supuestamente mentirosas presagian una realidad inminente.”



                   Dedicado a la memoria de Dominque Lapierre julio 1931/diciembre 2022 In Memoriam




Fotogramas adjuntados

Marcel Proust retrato

Le Temps retrouvé (1999) by Raoul Ruiz

Portrait-souvenir: Marcel Proust 1962 By Gèrard Herzog

La Captive (2000) by Chantal Akerman

 



Bibliografía consultada y recomendada

A la recherche de Marcel Proust by André Maurois 2003 Ed. Memorie du livre

L'Impossible Marcel Proust By Roger Duchêne 1993 Ed. FeniXX réédition numérique (Robert Laffont)

Marcel Proust et l'existentialisme By Pauline Newman 1953 Ed FeniXX réédition numérique

Hello Goodbye Hello: A Circle of 101 Remarkable Meetings By Craig Brown  2013 Ed. Simon & Schuster








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Joseph Conrad, un polaco ucraniano en UK, que hizo del subtexto tinieblas Shakesperianas

noviembre 12, 2022 Jon Alonso 0 Comments

 



En esta era de contrarreformas canónicas, en el hipertecnológico mundo de la información, el número de lectores de Joseph Conrad, al menos como lo demuestra, la  poca frecuencia con la que sus principales novelas aparecen en los planes de estudio de institutos y universidades; es obvio que a Conrad no lo quieren mucho. Ha pasado mucho tiempo desde que F.R. Leavis trazó con confianza para la novela inglesa una gran tradición que comenzó con Jane Austen y pasó por George Eliot, Henry James y el gran Conrad en el camino hacia D. H. Lawrence. Con la excepción de Austen, estos nombres importantes ahora parecen más honrados en la invocación que en la lectura real, incluso entre los estudiantes matriculados en estudios de literatura inglesa. Conrad, en particular, tiene dos golpes en su contra en el frente crítico de la moda de lo políticamente correcto. Debido a un tema a menudo enraizado en su experiencia temprana como viajero a lugares exóticos y peligrosos, tiene la reputación de ser un escritor que atrae principalmente a los hombres. Y el trabajo suyo —que—, cortesía de su relativa brevedad, todavía aparece en muchos cursos de inglés (con tal regularidad que en ocasiones provoca en la sección de críticos en la última fila el gemido colectivo "¡No el corazón de las tinieblas otra vez!”) es probable que no se aborde a través de la pregunta dudosamente útil de si debe considerarse racista. La discusión de esta acusación, presentada hace 30 años en un ensayo famoso pero argumentado descuidadamente por Chinua Achebe, parece una ruta pedagógica limitante —poco amable— en un trabajo que hizo más que cualquier otro escrito, imaginativo o polémico, para traer a la conciencia pública el espantoso récord de esclavitud y brutalidad en la administración del Congo Belga. De tales ironías está hecha la moda político-crítica, aunque ésta parece particularmente dura dado que, según los estándares antihistóricos o de la postverdad —de aquellos críticos poscoloniales— que encuentran probada la acusación, sería virtualmente imposible identificar a un importante escritor europeo activo en cualquier momento; se atreva con el Renacimiento y la Segunda Guerra Mundial cuya obra no sea susceptible del mismo juicio. Sin embargo, yo no vengo a polemizar sobre lo que está por encima del bien y del mal. Ni revisionismos, ni blasfemias, ni navajazos en el negro sobre blanco: la literatura si es buena, se expresa con el alma. Y el alma de un escritor brillante, siempre será pura. O, eso es, lo que creído toda mi vida. Hace como unos 30 años, el erudito estadounidense Frederick R. Karl publicó una biografía titulada Joseph Conrad: The Three Lives. Solo por motivos de extensión, registrando más de 1,000 páginas, se ganó con creces la designación promocional de su editor como "magistral". Las tres vidas en cuestión, identificadas por el mismo Conrad, fueron como polaco de la vieja Ucrania polaca, hombre de mar y escritor, la última vivió en lo que fue el tercer idioma de Conrad, aprendido de adulto después de que su carrera marinera lo llevara a los 20 años a Inglaterra: el país adoptivo en el que establecería su reputación como uno de los grandes escritores modernistas de la literatura contemporánea. Amén de su familia y las relativamente pocas personas que se cuentan entre sus amigos cercanos probablemente no habrían sugerido que el talento de Conrad en cualquiera de estos roles justificaba más que ese sombrío recurso de los maestros de escuela acosados en el momento de la entrega de calificaciones, "puede hacerlo mejor". La versión de Conrad que tenemos aquí es la de un hombre perennemente abrumado por las circunstancias y la depresión constitucional. Unos meses antes de ese primer viaje a Inglaterra, mientras vivía, en gran parte desempleado, en Marsella, después de haber jugado los pocos recursos financieros que había logrado pedir prestado, intentó suicidarse, la bala de su revólver pasó cerca de su corazón sin llegar a hacerle nada. Algo que siempre le dejó muy dudoso. Así como sus continuadas crisis emocionales, que estaban por venir, aunque nunca más lo acercaron tanto a la autodestrucción. Constantemente apurado por sus carencias económicas e incapaz de vivir dentro de sus posibilidades, incluso, cuando el éxito literario las hizo bastante, sustanciales, susceptible a episodios de tipo nervioso y la impertinente gota. La política internacional le dio a Conrad gran parte del tema de su ficción: complots terroristas y espías emigrados en ciudades europeas, revolución en América Central y rapacidad imperial en África. Sin embargo, me sorprende que no fuera realmente un escritor político. Era, mucho más, un moralista. Tal vez o quizá, no. Su sentido del mundo es anterior a la era de la política moderna. Pertenecía a la última generación que podía aspirar a habitar un mundo moral totalmente europeo: un mundo acumulado y hecho posible por la fuerza del poder europeo.





A medida que ese poder presionaba hacia afuera, podía santificar durante un largo período el ejercicio de su fuerza afirmando la certeza moral sin tener que involucrarse en negociaciones políticas. Sin embargo, a principios del siglo XX, los viejos términos morales, incorporados en códigos tales como "la comunidad del oficio" o "jugar el juego", estaban dejando de ser evidentes, al igual que los monopolios europeos. El poder europeo estaba envuelto en un mundo donde la gente comenzaba a responder, no con gritos o clamores, sino con palabras y argumentos inteligibles que exigían ser escuchados. Naipaul, otro maestro fatalista de la ficción, ha retratado a Conrad como el defensor de una “civilización universal”, capaz de “acomodar al resto del mundo y a todas las corrientes de pensamiento del mundo”. Aunque, Conrad,  cuando trazaba los términos de las pretensiones universales de su propia civilización, se mantuvo dentro de sus límites. En la última década y media de la vida de Conrad, mientras la política agitaba a asiáticos, africanos y estadounidenses negros, haciéndolos pensar en cómo recuperar la civilización para sí mismos e inspirándolos a embarcarse en movimientos colectivos de cambio político y reactivación, el anciano escritor se quejó y meneó el dedo contra tales esperanzas. ¿Es una coincidencia que en estos últimos años de su vida, en un momento de efervescencia revolucionaria tanto en la política como en el imaginario cultural, su propia obra se volviera convencional y conservadora? Lo milagroso es que, con sus ofuscaciones literarias y una vida vivida en esferas autónomas, mundos que rara vez se encuentran o se cruzan, como si el hombre fuera varias personas en una, Joseph Conrad tenía una de las voces más directas y una, creo, eso se ha vuelto más pertinente a nuestro presente migratorio, donde muchos de nosotros estamos teniendo que dejar nuestros hogares ancestrales en busca de una vida mejor o simplemente, una vida, en otro lugar. ¿Qué le llevó escribir una obra magistral, que estarán deseosos, del porqué les hable de ella? el Corazón de las tinieblas (Heart of Darkness), es el libro más famoso de Conrad, es una novela basada en su experiencia como piloto en el barco fluvial Roi des Belges en el Congo durante 1890. En esta historia, Conrad vuelve a utilizar a Marlow como su personaje principal y narrador, y los acontecimientos son un viaje literal y simbólico de Marlow a ese “inmenso corazón de tinieblas” que es tanto la jungla africana como el alma humana. Una historia poderosa y abrasadora, El corazón de las tinieblas es una de las primeras obras maestras del simbolismo en la literatura inglesa y el estudio psicológico más penetrante de Conrad. La historia en sí es relativamente simple. Marlow firma con una empresa belga que exporta marfil del Congo; empleado como oficial en el barco de vapor de la compañía, navega río arriba para encontrarse con el renombrado Kurtz, un comerciante que se ha vuelto legendario por el éxito de sus esfuerzos y la fuerza de su carácter. Sin embargo, Marlow ha oído que Kurtz es más que un comerciante de marfil y que se ha convertido en una poderosa fuerza de civilización y progreso. Cuando Marlow llega a la estación de Kurtz, descubre que el hombre ha vuelto al salvajismo, convirtiéndose en una figura temida, casi sobrenatural para los nativos. El sitio está rodeado de postes decorados con cráneos humanos, y la presencia de Kurtz arroja una sombra maligna sobre la jungla africana. Marlow lleva al enfermo y delirante Kurtz de regreso río abajo, pero el hombre muere durante el viaje cuando el barco escapa por poco de una emboscada de los aterrorizados e indignados nativos. El impacto de El corazón de las tinieblas proviene de los efectos casi devastadores de lo que ve y experimenta Marlow: un joven ingenuo de su anterior opus "Juventud", Marlow todavía es relativamente inocente al comienzo de El corazón de las tinieblas. Al final de la historia, esa inocencia se ha hecho añicos para siempre, una pérdida compartida por el lector atento. El mundo de la historia se corrompe y corrompe cada vez más. Las aventuras por las que atraviesa Marlow se vuelven más extrañas, y los personajes que conoce son cada vez más extraños, comenzando con los comerciantes codiciosos a quienes Marlow describe irónicamente como "peregrinos", pasando por un excéntrico ruso que deambula vestido de gala por la jungla, hasta el mismo Kurtz, esa figura icónica, de la locura suprema. Los nativos africanos, ya sean trabajadores cruelmente maltratados, en realidad esclavos, de la empresa comercial o salvajes temerosos de Kurtz, conservan una especie de dignidad primigenia, pero también están más allá de la experiencia y la comprensión inicial de Marlow.




El Congo de Heart of Darkness es un mundo extraño y aterrador, un lugar donde el orden normal de la vida civilizada se ha vuelto no solo traspuesta sino también pervertida. Para representar esta visión moral compleja e inquietante, Conrad utiliza una estructura de encuadre intrincada para su narrativa. La historia comienza con Marlow y cuatro amigos hablando de sus experiencias. Uno de los oyentes, que nunca se nombra, a su vez transmite al lector la historia contada por Marlow. Esta historia dentro de una historia, que va y viene, mientras Marlow relata parte de su historia; luego la comenta y, a menudo, hace una reflexión adicional sobre sus propias observaciones. En cierto sentido, al volver a contar los hechos, Marlow, llega a comprenderlos, todo un proceso que acaba por compartir el lector. En lugar de interrumpir el flujo de la historia, los comentarios de Marlow se convierten en una parte esencial de la trama y, a menudo, el lector no comprende completamente lo que sucedió hasta que las explicaciones de Marlow revelan el alcance y el significado de la acción. El corazón de las tinieblas gana enormemente a través del uso del simbolismo de Conrad, porque gran parte del significado de la historia es demasiado aterradora y sombría para expresarlo con una prosa simple: la inhumanidad y el salvajismo de los explotadores europeos. Particularmente, Kurtz, se articulan, más poderosamente, a través de una presentación simbólica, más que abierta. A lo largo de la narración, grupos de imágenes ocurren en determinados puntos significativos; para subrayar el significado de los eventos, a medida que Marlow llega a comprenderlos. Los opuestos son frecuentes: el brillo contrasta con la penumbra, el exuberante crecimiento de la jungla se yuxtapone a la esterilidad de los comerciantes blancos, y la vida exuberante, incluso alarmante, de la naturaleza salvaje está siempre relacionada con la muerte y la descomposición. A lo largo de la historia hay iconografías y metáforas de locura, especialmente la manía causada por el aislamiento. El símbolo dominante de toda la obra se encuentra en su título y palabras finales: Toda la creación es un vasto “corazón de tinieblas”. Desde su publicación, El corazón de las tinieblas —se ve y se siente—  como una obra maestra de la literatura inglesa y los lectores han respondido a la obra en varios niveles diferentes. Un ataque al imperialismo, una parábola del crecimiento y el declive moral y ético, un estudio psicológico: El corazón de las tinieblas es todo eso y algo más: es la aparición del subtexto narrativo. Conrad creía que lo que amenazaba el viejo orden moral era la expansión mundial de los "intereses materiales": la codicia por el dinero, que, en su opinión, era la característica definitoria que impulsaría el inevitable ascenso de Estados Unidos. Pero las batallas actuales sobre la globalización no son solo luchas sobre quién obtiene qué en la gran sacudida de los "intereses materiales" de Conrad. Los intereses materiales no son lo más importante que nos divide: al llevar a las personas a una competencia común por el botín, podrían incluso alentar algún acuerdo sobre lo que es digno, de premio entre geografías y culturas. Las verdaderas divisiones radican en la multiplicidad de creencias, muchas de ellas cada vez más virulentas, que predican el exclusivismo y la intolerancia. La globalización no solo provoca estas doctrinas de exclusión, sino que también las lleva peligrosamente, a veces letalmente, a la adyacencia. Algunas de estas doctrinas son orientales y meridionales, pero algunas son occidentales y septentrionales. Y algunos de ellos pueden llamarse justamente conradianos. Conrad reconoció la diferencia, pero le dio la espalda. Deberíamos preocuparnos por sus preguntas pero no por sus respuestas. Hemos avanzado más allá de su entendimiento, que es lo que hace que el salvajismo en nuestro propio mundo sea tan devastador. No obstante, a pesar de toda su autenticidad atmosférica, hay una ironía en la imagen de Conrad que surge de este estudio que puede no haber sido intencionada, o incluso reconocida, por su autor.




A medida que avanza en las cadencias del cierre, el editor Stape, intenta obtener una compra sustantiva de las características definitorias contradictorias de Conrad: un "caballero inglés puntilloso con bombín y monóculo" preocupado por "su primaria soledad y el sentido del horror de la existencia", "un hombre angustiado y autodirigido que se encuentra torpemente a caballo entre los períodos victoriano tardío y moderno temprano”, pero también “innegablemente, uno de nosotros”. Conrad también reafirmó la brújula imaginativa de su trabajo. El corazón de las tinieblas fue más que un libro de protesta. El oyente de Marlow en Nellie advirtió al lector contra el literalismo cuando señaló que, para Marlow, "el significado de un episodio no estaba dentro como un núcleo sino fuera como una neblina". Conrad había utilizado los detalles de su propio viaje como peldaños hacia lo que él llamó a la niebla como “el aire opaco de los africanos". Magnificó el lenguaje con el significado de unos adjetivos abstractos  propios de un talento glorioso envueltos por todo el libro —“inescrutable”, “inconcebible”, “impenetrable”, “impalpable”— y elevó la línea narrativa; el de un viaje por el río en una espiral que ninguna voz podría contener. Marlow veía cosas constantemente, pero solo más tarde logró descubrir lo que significaban. “El horror” fue deliberadamente enigmático, y podría interpretarse tan plausiblemente como una condena de la “civilización” como un ajuste de cuentas con la capacidad primaria y universal para el “salvajismo”. El significado de El corazón de las tinieblas debía buscarse no solo en las realidades específicas del Congo y el viaje de Conrad, posiblemente allí. Del mismo modo, en las experiencias y pensamientos que rodearon su creación. Empero más sugerentemente de lo que podría decirse que es uno de nosotros (una frase final que cierra muchas biografías ansiosas por hacer afirmaciones fáciles sobre la contemporaneidad de su tema), el Conrad de Stape también comparte algunas de las cualidades de los personajes ficticios a través de a quienes se efectúan sus brillantes evocaciones imaginativas de los estados de ánimo alienados y automatizados de la experiencia moderna. Joseph Conrad no era un hombre que abordara las cosas directamente. Casi todas las historias que escribió fueron procesadas a través de un filtro. Tenía pasión por la subjetividad, por el detalle medio visible. Estaba fascinado por las vicisitudes de los hechos parcialmente conocidos, creyendo siempre que con solo pararse para mirar una situación uno no puede evitar proyectar su propia sombra en la escena. Si de hecho existe una relación dinámica entre nuestra naturaleza y nuestra autobiografía, que ambos somos autores de los hechos de nuestra vida, pero también somos los autores de esos hechos. Luego, la vida y los tiempos extraños de Joseph Conrad no hicieron nada para protegerlo de su propensión; privilegiar el punto de vista subjetivo y eventualmente perder la fe en cualquier sentido de una perspectiva unitaria. Después de todo, para llegar a las cosas directamente, uno tendría que ser del lugar, un nativo, confiado en las suposiciones compartidas, disfrutando de la línea ininterrumpida, con permiso para entrar en ciertas habitaciones sin llamar. Pero mucho antes de sentarse a escribir una historia, Conrad había vivido varias vidas y desde diferentes idiomas. Primero, su polaco nativo; luego el francés, en el que pensó en escribir y continuó escribiendo cartas hasta el final; y, finalmente, el inglés, el idioma que aprendió a los veinte años y del que esculpirá algunas de las obras literarias más notables jamás escritas. Conrad le confesó a su amigo y admirador, el filósofo inglés Bertrand Russell, “cómo a veces siente que no debería haber tenido hijos, porque no tienen raíces, tradiciones o relaciones”. Al leer a Conrad, hoy, en día, a veces —les invito a hacerlo, de inmediato—, uno, tiene la sensación de estar usando su extraordinaria imaginación como una herramienta para ubicarse en las distancias. Pero también para mostrarnos las formas en que todos estamos implicados en la especie de los demás. Ya lo decía el inventor de la metaliteratura británica mundial; no hay oscuridad, solo ignorancia (William Shakespeare).

 

 

              Dedicado a  Carlos Pacheco Perujo Noviembre1961/Noviembre 2022 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

Joseph Conrad en la cubierta del Tuscania Muirhead Bone, The engraver, and his brother, The Captain Bone, In (1923)

Heart of Darkness (1993) By Nicolas Roeg

Dangerous Paradise (1930) By William Wellman

Apocalypse Now (1979) By Francis Ford Coppola


Biblioteca consultada y recomendada

The Several Lives of Joseph Conrad by John Stape Ed Cornerstone Digital 2010

Bloom's How to Write about Joseph Conrad (Bloom's How to Write About Literature) By Harold Bloom Ed. Chesea House Pub 2010







 

 

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Henry Miller; el escritor anárquico y seductor que escribió literatura desde el alma

octubre 17, 2022 Jon Alonso 2 Comments

 


Por supuesto, Henry Miller sigue siendo uno de los escritores más prohibidos de ficción estadounidense. Donde antes, se esgrimía el argumento de lo políticamente correcto, ahora está prohibido por el mal de los males; la falsa libertad. Mientras que en su momento, lo prohibieron aquellos feroces conservadores y toda esa ralea de moralistas pervertidos, ahora es el turno de los liberales y progres de lo culturalmente correcto. Empero, y no se me asusten, lo que originalmente lo prohibió no ha cambiado, en realidad: el supertodo de ese magma de la bondadosa humanidad. HM está prohibido porque habla desde el corazón oscuro, en algún lugar más allá de la ideología o los refinamientos de la civilización. Algo que no es progresista ni regresivo sino que el habitante literario con patente de sarraceno, corta con su arqueada espada la mano del amanuense. Hablamos de un lugar, cercano a la psique, donde la experiencia humana no reconoce el principio de las cosas ni el final de ellas, donde las sombras del alma no conocen el tiempo. Pudo ser aquello, que mientras EE. UU. Se agitaba, en sus cimientos entre las provocaciones de Hitler y las llamadas de desesperado Churchill a Roosevelt. El autor de la fascinante Trópico de Cáncer reía y follaba en la Francia de los intelectuales años 30. EE.UU se descomponía y  ardía en su furia apenas dormida durante mucho tiempo, ansioso por perder su aire farisaico de superioridad frente a otros países con “menos potencia”, uno no puede evitar pensar en lo divertido que estaría Henry Miller con la nación que se derrumba, en sí mismo y en sus llamados “principios”. Mirando a Estados Unidos desde un punto de vista lejano, como ha sido el privilegio de muchos hombres blancos expatriados (con tendencias literarias), uno solo puede reírse de lo absurdo que es que alguien todavía esté tratando de luchar por "eso". ¿Para qué, exactamente? Tuvo que llegar Vietnam con su Haz el amor y no la guerra. No convencido de cuál es el estatus ético que envuelve mis letras, y sí, soy meritorio para ejercer de abogado del diablo, por la necedad de una sociedad, a la que pertenezco y aborrezco. No soy yo, el altavoz más adecuado para poner excusas por lo que el genio de Miller. Independientemente del concepto y la forma; Henry Miller reorganizó los muebles en mi cabeza, donde el sofá de la “estética” había sido colocado justo así, contra la ventana y la silla reclinable del “gusto” habían sido movidas con mucho cuidado frente a la chimenea, y todo estaba donde yo y todos mis maestros y todos los otros escritores que había leído asumimos que tendrían que estar ahí. Pero, Miller barrió como una DANA, dejando todo del revés, y en el proceso dijo, parafraseando la notoria declaración de apertura de Trópico de Cáncer, aquí hay una gota de saliva frente a las excusas.

 




Así que no pondré excusas por él; él lo odiaría y yo bastante mierda cargo, como para terminar odiándome a mí mismo. Y a pesar de todas las muchas cosas en las que Miller estaba equivocado en su trabajo, tenía razón en eso; uno de sus mejores libros, llamado Los libros de mi vida, renueva al lector con la euforia de la lectura que, cuando el lector termina, se ha convertido en uno de los libros de su vida. Hablamos de una novela prodigiosa y muy grande, la primera publicada y aún la más famosa. Primavera negra, Trópico de Capricornio y El ojo cosmológico completan la historia y casi constituyen la biblia de Miller que Lawrence Durrell animó a escribir a su mentor; pero Trópico de Cáncer sigue siendo el gran guante arrojado de la ficción de principios del siglo XX. Un libro que de manera más persuasiva y apasionada que cualquiera que sepa de literatura le dice: esto es arte e historia, amigo. Realmente me importa un carajo. En un nivel, esto es puro nihilismo; debajo de eso está el sustrato de la pura indignación; pero debajo de eso está ese momento valiente, en el que, cuando todo lo demás parece superficial y fugaz, todos aspiramos tarde o temprano a vivir, y terminamos preguntándonos: ¿por qué no podemos? El narrador de Trópico de Cáncer es otro Henry americano literario empujado oscuramente a través del cristal, el Henry James que vivía en Estados Unidos pero que Europa lo perseguía y que ahora regresa al corazón de Europa sólo para ser perseguido por Estados Unidos. Y es, en el proceso, donde regresa con una voz y corazón despojados de todas las sensibilidades continentales, una voz estadounidense despojada de todo consuelo excepto la canción eléctrica de Whitman y el aullido de Ginsberg por venir, en una rapaz búsqueda de un interés sensual por encima de todo lo demás. Obviamente, ese interés, por supuesto, es comer. Existe la idea errónea, en gran parte entre aquellos que nunca han leído Trópico de Cáncer, de que el libro trata sobre sexo. De hecho, el interés de Miller por el sexo en Trópico de Cáncer es solo intermitente. Lo verdaderamente impactante del libro fue cuando apareció por primera vez, pues, habla sobre el sexo no acaloradamente, sino casualmente, y no de manera diferente a como habla sobre la supervivencia, en general. Lo que realmente le importa a Miller en Cáncer es conseguir un buen puchero.





Constantemente pone su genio en el asunto de alimentarse con una determinación —que rara vez aplica para tener sexo— ideando un plan elaborado que finalmente compromete a siete amigos diferentes para que cada uno lo invite a cenar una noche a la semana. Aunque es el libro que he leído con más frecuencia que cualquier otro (calculo, una media docena de veces, pero por respeto a la anarquía de Miller he tratado de no llevar la cuenta), ciertamente no me gustaría una literatura completa de Trópico de Cáncer. La literatura de Trópico de Cáncer simplemente se vuelve cascarrabias y autoindulgente de una manera obvia y barata; es una de las más grandes novelas estadounidenses, pero solo en el contexto de una literatura estadounidense, donde también estaría una parte de mi destartalada estantería: The Adventures Of Huckleberry Finn, Light in August, The Invisible Man, Appointment in Samarra, The Member of The Wedding, The Long Goodbye, Moby Dick, Native Son, The Sheltering Sky, Tender Is the Nigh, A Lost Lady, Red Harvest, Cane, The Deer Park, The Postman Always Rings Twice, The Violent Bear It Away, Go Tell It on the Mountain, The Killer Inside Me, The Names and Blood Meridian, Gravity's Rainbow, The Transmigration of Timothy Archer y Ozma of Oz. No siempre se puede vivir entre muebles de segunda mano. Tanto si el sillón reclinable está frente a la chimenea como si no, tarde o temprano querrás sentarte en él y que no te joda un muelle la nalga. Un horror. Empero, en Trópico de Cáncer, si somos honestos, reconoceremos, que todo lo relacionado con la ficción en el siglo XX. Guste o no, fue el siglo que cambió, la literatura y en ese proceso de cambio, a veces, podemos encontrarnos con cosas posiblemente, mucho peores. Hay poderes muy oscuros, obsesionados por acabar con determinada ficción del siglo XX, modificar su génesis, para que suene en los senos acústicos de determinados mastuerzos, menos vital, sin alma, para seccionar la esencia de la misma, su libertad. Es sorprendente observar la reciente y públicamente cantidad de escritores que han despedido a Miller por una diatriba de eunucos —cuyo derecho a la provocación sensacionalista— se ganó en las batallas que HM se vacío en ellos. Eso está bien, sin embargo, la verdadera importancia de Miller no es la del paladín vanguardista de la libre expresión, sino como exhibicionista del alma.

 




Ahí, radica, el triunfo de un hombre sobre el caos; que se alcanza en un irónico contubernio con el propio caos. La gran pasión de Henry Miller y Trópico de Cáncer es nada menos que de tamaño natural, o tal vez, incluso del volumen de un cosmos, la implacable yuxtaposición furiosa de la alcantarilla con los cielos, de lo bestial con lo trascendente, sin juzgar nunca a uno por encima del otro. No amando la armonía de todo el intelecto, sino la discordancia, delirando, ante la perspectiva del gran estallido pendiente de la humanidad. Este es un escritor más allá del alcance de su reproche, porque ha borrado completamente el valor de esa reprobación; la suya es la larga carcajada plagada de auténtico amor por el fracaso, que supuso ser demasiado loco para el miedo y lo suficientemente cuerdo para sobrevivir sin cicatrices. De esta lucha sale vencedor Henry Miller, no quizás en el sentido, que podamos pensar como un hombre que descubrió verdades esenciales, sino como alguien que ha logrado dominar su caos interior y no permitir que el desorden externo lo venza. En este sentido, creo, Miller tenía razón cuando escribió sobre sí mismo: “En el fondo, soy un escritor metafísico, y mi uso del drama y el incidente es solo un dispositivo para postular algo más profundo”. Un dispositivo, añadiría yo, para dilucidar en la medida de sus posibilidades lo que realmente sucede a su alrededor desde el punto de vista del individuo desapegado, sin intereses especiales que defender u ocultar, salvo los caprichos y giros personales de los que uno es víctima, como cualquier otra persona. No conozco a ningún otro escritor que haya logrado humanizar completamente al escritor como personaje, despojándolo de cualquier prestigio especial, convirtiéndolo en un verdadero hombre común que se gana sus laureles, si es que los tiene, solo en la competencia real con otros individuos por el posesión de cualidades humanas y para gozo de todo lo que hay que disfrutar en la vida. Lo estimulante de las mejores cosas de Miller proviene precisamente en su logro, por hacer de la escritura una forma natural de existir, y también del lector un compañero en la odisea material y moral, el abatimiento, el hambre, la vergüenza. Todas las putas trampas de la maldita realidad, llamada vida, esa que tienen que tienen  la necesidad de ser experimentados por un individuo para reclamar su anhelo de existencia. Si me permiten, yendo al grano, es lo que el maestro dijo sobre el sueño mudo de un mundo en un planeta huérfano. HM escribió toda su obra desde el alma. Eso que también suele llamarse: extraño poder de seducción del genio.

 




                                         Dedicado a Angela Landsbury octubre 1925/octubre 2022  In Memoriam




Fotogramas adjuntados

Makeup of Henry&June By Philip Kaufman María de Medeiros, Fred Ward, Uma Thurman,Stille dage i Clichy (1970)  By Jens Jørgen Thorsen
Henry Miller in Pacific Palisades
Jours tranquilles à Clichy(1990) By Claude Chabrol



Biografía consultada y recomendada

Henry Miller in Pacific Palisades: Selections from a Journal By Harry Kiakis Ed. CreateSpace Independent Publishing Platform (2017)

 

 

 



   



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Paul Bowles; The Sheltering Sky, Beatniks, y veranos en Tánger

agosto 21, 2022 Jon Alonso 2 Comments


 


Paul Bowles siempre fue una rara avis dentro de la literatura contemporánea norteamericana. Al igual que Frederick Buechner; mostraron un control estricto, sin ninguna de esas cualidades de efervescencia juvenil y sentimentalismo que tan a menudo impregnan el trabajo de los primeros novelistas. Pertencen a ese grupo de jóvenes escritores que tiene la extraña cualidad para disfrazar una falta básica de energía creativa, especialmente, cuando se yuxtaponen a una imaginación tan rica y abrumadora, en el caso del exquisito John Hawkes. Ambas novelas tienen el mismo tema básico: la angustia del intelectual moderno, quien, incapaz de comunicar su necesidad de amor, el cual, está condenado al aislamiento en un mundo que solo puede analizar y soportar. Pero el significado trágico de este tema nunca se capta, ya que los seres humanos que se mueven a través de estas novelas son simplemente el sombrío telón de fondo contra el cual se ilumina el verdadero héroe, titulado quizás “El dilema moderno”. Sin embargo, desde una perspectiva literaria tan oscura y vacía como la actual, el crítico debe otorgarles los honores que correspondan a los fracasos del más alto nivel. Ciertamente, ninguna novela reciente se ha acercado tanto a la perfección técnica como A Long Day's Dying, y es asombroso presenciar tal habilidad en un joven escritor. Empero, será Paul Bowles quien se llevará la gloria del superventas, caprichos del destino o recompensa de un todoterrero de la vida. Evidentemente, Bowles le debe mucho a E. M. Forster —al intentar— dejar una relativa sospecha, con un alto grado de conciencia, usar el norte de África de la misma manera que Forster usó la India: un espejo curvo que distorsiona aun cuando refleja el dilema del hombre occidental. Cuando el autor Paul Bowles termina con esos personajes de The Sheltering Sky, su primera novela, sus personajes se han deslizado desde cero hacia la muerte por la fiebre tifoidea, y el punto cero se ha convertido en una soga trenzada con hebras de ninfomanía y locura. Pero a pesar de su habilidad seductora que captura los contornos brillantes de los mercados árabes, las tiendas de vinos y las prostitutas malhumoradas, la novela nunca puede elevarse por encima de un cierto nivel turístico. Los protagonistas parecen moverse en estado comatoso de una escena elíptica barroca a la siguiente, sin volver nunca a la vida ni generar tensión dramática. Bowles ha tomado a la Mujer Módem Perdida y ha abierto las llagas de su enfermedad hasta la Muerte. Hay que reconocer que Bowles no fue un joven de su generación —digámosle— estándar. Tuvo que salir —por piernas— de casa, ante la paranoia de su viejo de origen alemán y profesional de la odontología. Así como una madre muy aficionada al lanzamiento de cuchillos, cuando tus compañeros de colegio, tan solo esquivaban las zapatillas de sus mamás. Un billete en barco y termina en Paris con la generación perdida, al lado de Ezra Pound y Djuna Barnes. Le dio por la vena poeta, y la caprichosa Gertudre Stein, no vio nada prodigioso en sus rimas. Salió a la carrera, directo a NY y allí terminó de alumno del enorme Aarond Copland, Como lo de los viajes, le tiraba mucho, terminó en Marruecos y después, hizo muchas composiciones para todo tipo de obras teatrales, cinematográficas. En Mexico conoció a Silvestre Revuelta antes de que le pegase un zamacuco de tanto beber tequila y whisky. Conoce a Jane Auer y se patearon toda Centroamérica. Le dijo que volviera a la máquina de escribir y acabó escribiendo columnas en el Herald Tribune. Ya en la década de los 40 conoció a un Wells muy zumbado, a un alcohólico Huston, a Joseph Losey y un vanidoso genio llamado Dalí. Finalmente, se establece en Tánger, y posiblemente, se encontrará con algunas de las grandes leyendas del movimiento Beat: Allen Ginsberg, William S. Burrough, Jack Kerouac. Muchos de estos autores americanos participaron en el mito de la ciudad portuaria. La leyenda de Tánger es el adobe de muchos de esos años gloriosos, donde se juntaron escritores de una contundencia intelectual (de 1925 a 1956).

 


Desde los divertidos amanuenses beatniks que deambulaban por sus calles, fumando hashish, en sus cafés o pasando interminables horas a la contemplación de la entrada del Atlántico en el Mediterráneo. En las pocas librerías de la ciudad se exhiben de manera destacada las gloriosas novelas de este período escritas en las pensiones de la “ciudad soñada”. Obras de Truman Capote, Alexandre Dumas, Jean Genet, Joseph Kessel, Mohamed Choukri, Antoni Gaudi, Mick Jagger: Farid Othman conoce todas las famosas sombras que acechan en Tánger y "no puedo imaginar vivir en otro lugar”.“Tánger siempre ha atraído e inspirado a artistas y escritores de todo el mundo”. Dejando a Tánger a un lado y volviendo al matrimonio Bowles. No podemos pasar por alto los detalles más significativos de The Sheltering Sky. Hay una gran parte de la crítica literaria que insiste, en la proyección de la vida, del matrimonio auténtico, con la pareja de ficción que escribe PB. Observamos la decadencia de un matrimonio: la charla sin sentido y la cortesía fatigada, la dolorosa separación en el sexo, la pérdida de la capacidad de amar. El tortuoso viaje que emprende con su marido no hace más que acentuar la profunda esterilidad de sus vidas mutuas. Los alrededores son misteriosos y amenazantes, incluso cuando ofrecen la promesa secreta de una naturaleza redentora, en la que, como escribió Sir Thomas Browne: “los más grandes bálsamos yacen envueltos en los más poderosos corrosivos”. Para el esposo, el corrosivo es demasiado poderoso y la atmósfera exótica solo trae muerte. En estado de shock, la heroína se embarca en una extraña aventura, vagando por las arenas del desierto, donde finalmente es recogida por una caravana de camellos. Algunas de las escenas que siguen son como las películas de Rodolfo Valentino. Es el mismo jeque, adornado con estiércol de camello y moscas, quien la lleva a su fortaleza del desierto. Un simple hijo de la naturaleza, es capaz de satisfacer no solo a la heroína, sino también a las otras tres mujeres de su harén. Su vida sexual se distingue por un sentido de la destreza y la eficiencia que difícilmente puede ser igualado por ningún personaje de ficción reciente, a menos que sea uno de los gallardos espadachines del romance histórico. “Violada” dos veces en su primer encuentro con el poderoso nómada, la heroína es capaz de abstraerse de la experiencia y este aspecto indirecto marca el tono de todo el episodio. Antes de que sus aventuras hayan seguido su curso, se purga por completo de su sensibilidad y logra encontrar la salvación a través de la violación. Al final, nos queda la imagen de un pequeño pájaro del desierto desfilando en las plumas de la serpiente emplumada de Edward Garnett. Todo esto puede tomarse directamente como una escabrosa y supersexy historia de aventuras en el Sahara completamente colmado de caravanas de camellos, árabes guapos, oficiales franceses y un harén. No obstante, coñas, a un lado, The Sheltering Sky es un trabajo de escritura notable, con una destreza que la convierte en la primera novela más interesante de un escritor estadounidense este año. El autor Bowles, de 38 años, compositor y ex crítico musical, vive desde 1947 en la casbah de Tánger. Su verso de revista pequeña y un puñado de cuentos ya le habían ganado los aplausos de los literatos que miraban el horizonte de Manhattan. The Sheltering Sky, con su mezcla de náusea emocional, desesperación intelectual y primitivismo del desierto, estará cerca de justificar sus esperanzas. Sin embargo, para un escritor tan capaz, Bowles no le da mucha importancia a su historia. Tanto Port como Kit son niños intelectuales neuróticos tan escasos de carácter y atractivo que apenas parece que valga la pena salvarlos. La muerte de uno y la locura del otro parecen fines apropiados pero en modo alguno trágicos.




Por mucho que se preocupe de Port, Kit hace el amor con su mejor amigo y compañero de viaje, Tunner, en un compartimento de tren, nuevamente en una duna de arena mientras Port agoniza. Kit y Port, con sus antecedentes y motivos indistintos, son en gran medida marionetas de novelistas, y Tunner es un peso ligero de col que se utiliza para completar el triángulo clásico. Pero Bowles puntúa limpiamente con sus personajes secundarios: proxenetas y prostitutas árabes, oficiales franceses en ciudades de guarnición, un par de turistas estúpidamente aburridos: madre e hijo. Sobre todo, The Sheltering Sky está empapado de un fino sentido del lugar, y esboza ciudades árabes y el mismo Sahara con aguda seguridad. Bowles puede haber perdido el centro del objetivo con sus personajes centrales, pero les ha dado un elenco de apoyo y un escenario emocionante que muchos novelistas experimentados honestamente pueden envidiar. Después de varias temporadas literarias entregadas, en su mayoría, a las travesuras juguetonas de los niños, precozmente astutos y singularmente encantadores, pero que no se pueden contar para esos regalos que no llegan de otra manera que la experiencia y la contemplación de una mente verdaderamente adulta, ahora es obviamente, un momento perfecto para que un escritor con una mente así capte nuestra atención. Ese es precisamente el acontecimiento que se celebra con la aparición de The Sheltering Sky, la primera novela de Paul Bowles. Echamos la vista atrás y ha pasado un buen tiempo desde que las primeras novelas en Estados Unidos provienen de hombres de treinta y tantos años (Paul Bowles tenía 38, por aquel entonces). Incluso en décadas pasadas, la primera novela generalmente se escribía durante los primeros años de la universidad, cuando uno creo que sirve para este oficio y cree notarlo. Además, debido a que el éxito y la atención del público funcionan como una especie de olla a presión o congelador, ha habido una tendencia desalentadora de que el talento se cocine o cuaje en un nivel prematuro de desarrollo interior. En Estados Unidos, la carrera casi invariablemente se convierte en una obsesión. El principio de "salir adelante", llevado a tal extremo, inspira a nuestros escritores a realizar enormes esfuerzos. Cada año debe salir un nuevo libro. De lo contrario, entran en pánico, y lo primero que sabes es que pertenecen a Alcohólicos Anónimos o han abrazado la religión o se han lanzado de cabeza a alguna actividad política con nada más que un emocionalismo incipiente para aportar o derivar de ello. Creo que esto se debe a una concepción errónea de lo que significa ser escritor o cualquier tipo de artista creativo. Sienten que es algo para adoptar en el lugar de la vida real, sin comprender que el arte es un subproducto de la existencia. Paul Bowles ha rechazado deliberadamente ese tipo de profesionalismo rabioso. Más conocido como compositor que como escritor, no ha permitido que su pasión por ninguna de las dos formas de expresión interfiera con el crecimiento de su personalidad. Ahora bien, este libro ha llegado al meridiano del hombre y del artista. Y, para mí, de manera muy emocionante, lleva al lector a una comunión repentina y sorprendente con un talento de verdadera madurez y sofisticación de un tipo que había comenzado a temer que se encontraría hoy en día solo entre los novelistas insurgentes de Francia, como Jean Genet, Albert Camus y el mismísimo Jean-Paul Sartre.

 





Con la vacilante excepción de uno o dos libros de guerra escritos por soldados que regresaron, The Sheltering Sky es el único de los libros que he leído recientemente de autores estadounidenses que parece llevar la huella espiritual de la historia reciente en el mundo occidental. Aquí la huella no es visible sobre la superficie de la novela. Existe mucho más significativamente en una cierta aura filosófica que lo envuelve. Hay un curioso doble nivel en esta novela. La superficie es apasionante como narrativa. Es impresionante como escritura. Sin embargo, sobre esa superficie está el aura de la hablo, intangible y poderosa, que te recuerda a una de esas nubes que has visto en verano, cerca del horizonte y de color oscuro y que de vez en cuando pulsa silenciosamente con destellos interiores de fuego. Y esa es la superficie de la novela que me ha llenado de tanta emoción. The Sheltering Sky es la crónica de tal viaje. Si no fuera por el hecho de que el principal personaje masculino, Port Moresby, sucumbe a una fiebre epidémica durante el transcurso de la historia, no sería difícil identificarlo con el propio Sr. Bowles. Al igual que el Sr. Bowles, es un miembro de la intelectualidad de Nueva York que se cansó de ser tal miembro y se dispuso a escapar de ella en lugares remotos. Escapar, ciertamente lo hace. Escapa prácticamente a todos los accesorios de la vida moderna civilizada. Hasta cree haber escapado de su sexualidad, pero ese es otro cantar. Equilibrado entre la fascinación y el temor, se adentra cada vez más en esta “lejanía” de ensueño. La historia en sí es una crónica de una aventura sorprendente en el contexto del Sáhara y las regiones pobladas por árabes del continente africano, una parte del mundo rara vez abordada por escritores de primer nivel que realmente la conocen. Paul Bowles sí lo sabe, y mucho mejor, por ejemplo, de lo que lo sabía André Gide. Probablemente lo sabe incluso mejor que Albert Camus. Porque Paul Bowles ha estado yendo a África, de vez en cuando, desde la década de los 30. Le emociona, pero por alguna razón no trastorna su equilibrio nervioso. No se queda en las ciudades costeras. A intervalos frecuentes, realiza viajes a los rincones más misteriosos del desierto y el país montañoso del norte de África, lo que implica no solo dificultades sino también peligrosos. Hoy que nos queda de todo aquello y que podrán encontrar los lectores: piedras viejas y arena. Empero, algo de Bowles en mí, cuando estoy de vacaciones y alucino con la parte superior del enorme autobús rojo —que pasa rozando las fachadas históricas— los turistas descubren el viejo Tánger, mientras una multitud de veraneantes se agolpan en la nueva cornisa, obra del sátrapa alauita. Ya lo dijo Patti Smith: hay dos tipos de obras maestras. Están las obras clásicas monstruosas y divinas como Moby Dick, Cumbres borrascosas o Frankenstein; un moderno Prometeo. Y luego está el tipo en el que el escritor parece infundir energía viva en las palabras mientras el lector es hilado, exprimido y colgado para que se seque. Después están los libros devastadores y éste, es uno de ellos. Además, otro gran lector se enamoró de esta joya, el gran Bertolucci, ¿ven cómo el cielo nos protege? Tenemos mucho que contar, pero eso será en la próxima ocasión.







                                           Dedicado a Nicholas Evans julio 1950/agosto 2022 In Memoriam







Fotogramas adjuntados

Debra Winger in Make of Movie The Sheltering Sky (1990)
Paul Bowles in Morocco 
Paul Bowles&JaneAuer selfie in Tánger
Debra Winger, John Malkovich&Campbell making and Bernardo Bertolucci




Biografía consultada y recomendada 

Fotogramas adjuntados

Paul Bowles “A Life” (2005) by Virginia Spencer  Ed. Peter Owen




 




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