Zola, el amo de la literatura francesa y sus enemigos patólogos forenses

abril 28, 2022 Jon Alonso 0 Comments


 

Imagínense llevar a cabo un análisis del ADN literario de Zona, con el fin, de reafirmar que su legado fue el de un genio de la literatura naturalista del siglo XIX francés. Pasemos al cuarto de la autopsia. En primer lugar, nada mejor que vislumbrar las figuras emblemáticas de la histérica, la devota, la loca y la criminal, estudia la confesión en todas sus formas, mostrando que está muy presente en la obra del autor, en particular cuando habla sin el conocimiento de estos personajes, haciéndolos "bestias de confesión". Un Torquemada de la descripción más minuciosa jamás llevada por un escritor de su época. No es menos cierto que el gran Emile Zola y toda su obra han sido objeto de numerosas críticas, acusándose en particular al autor de dejar demasiado espacio al cuerpo y al instinto, a la oscuridad y por qué no, a la basura. También es criticado por sus obsesiones feroces, sus inclinaciones literarias pornográficas y escatológicas. En realidad, no se puede negar que la obra de Zola se caracteriza por una exposición de los vicios, la perversión, la enfermedad, por un estilo crudo que reproduce fielmente la realidad en su versión más lóbrega. El autor de este estudio se esfuerza por mostrar que la literatura de Zola es ante todo una literatura de revelación. A Zola no le interesa mucho el misterio y los enigmas, su proyecto es decirlo todo, no esconder nada. Para ello, los personajes serían peones de su proyecto, que la mayoría de las veces se revelarían sin su conocimiento. El estudio demostrará que —al igual que en el psicoanálisis— a veces, es necesario observar el cuerpo y su movimiento para descubrir el alma humana. Zola, se movía como un pez en el agua, entre dos de sus grandes máximas a hora de expresarse y definir la auténtica confesión: la creencia religiosa y los síntomas de la histeria. En la obra de, EZ, la experiencia confesional, lejos de distanciar y condenar los pecados, los pone de manifiesto. Los manuales con fines educativos que se hacen leer a los seminaristas, por la admisión de debilidades y carencias eróticas, tienen como objetivo ayudar a los sacerdotes a recibir la confesión. Pero esta ciencia de la sexualidad pervierte a los sacerdotes y llama la atención sobre los detalles sexuales en el confesionario. Algo que pone de manifiesto el hecho —que en Zola— el acto de confesión  pretendía ser un acto de purificación para se convierte en un rito distorsionado, casi siempre con una dimensión del anhelo erótico. La confesión, en cuanto obliga a repetir con palabras el pecado, prolonga el placer culpable. Algunas mujeres obtienen placer de la confesión, de admitir el acto ilícito ante un oído masculino atento. Observamos,  como Zola, vincula la religión a la sexualidad, particularmente, en el despertar sexual. Así, la niña se convierte en mujer durante su comunión, que tiene lugar a la edad de la primera menstruación. Zola también denuncia la voluntad de la Iglesia de querer mantener adormecidos los deseos no reconocidos de las mujeres y frenar los instintos sexuales. De todos modos falla porque el cuerpo manifiesta lo oculto. La otra figura estudiada es la de la histérica que está muy presente en la obra de Zola. La primera es Adélaïde Fouque que anuncia otros casos en el árbol genealógico. Los síntomas de la histeria son un signo de deseos reprimidos. Zola se basará en escritos de su época, los tratamientos de Charcot y Briquet. La histeria es vista como una ruptura en la identidad sexual. El autor demuestra que la histeria de los personajes de Zola se manifiesta en formas de desconocimiento de la sociedad, en un rechazo al papel de esposa, de madre. La confesión prohibida causa sufrimiento y hace que la histérica pierda el control y pierda el control de sí misma. Sólo cuando llega la palabra para hacer la confesión, el personaje recupera la lucidez.



En la segunda parte, del análisis, vemos que el autor se detiene en el cuerpo observado por el escritor naturalista: un cuerpo hablante, un cuerpo confesional. La cara, en particular, lleva signos. Las marcas físicas primero revelan los efectos del linaje hereditario. La coloración o por el contrario la palidez son signos reveladores y fácilmente descifrables. El autor, lejos de limitarse a estos signos evidentes de traición del pensamiento por parte del cuerpo, demuestra también que el cuerpo a veces llega a contradecir la palabra. Entonces pensamos en el mentiroso que se sonroja. El colorido se convierte entonces en una admisión de culpa. Zola utiliza descripciones físicas para establecer varios aspectos de sus personajes: su herencia, su personalidad, pero también sus deseos a veces ocultos. Lo que podríamos definir como el cuerpo zoliano naturalista, demostrando, en muchos de sus personajes: actitudes, tics, posiciones. Definiciones que admite expresar lo indecible. Las confesiones silenciosas del cuerpo son momentos en los que finalmente sale la verdad. No es menos cierto, que en Zola,  también, es un medio para afirmar un concepto naturalista, la “omnipotencia de la sangre que marca la carne”. La novela naturalista tiene ese ardid de ennoblecer la descripción de los instintos y las pulsiones, en detrimento de los fenómenos del alma y el pensamiento. Si bien otorga gran importancia a la veracidad científica, Zola se desvía de ella, al desfigurar a algunos de sus personajes y destruyendo el sistema de medidas geométricas de la anatomía. Los cuerpos ya no son generosos vectores de confesiones. Evidentemente, Zola se preocupa sobre todo por mostrar la complejidad de sus personajes y, por tanto, el  laberinto personal de los hombres. Depurando brillantemente, sus descripciones físicas en dos etapas: “los atributos permanentes de la estructura sólida y las huellas fugitivas de la materia móvil del rostro”. Los rostros, lejos de ser armoniosos, se dividen para testimoniar la dificultad, incluso la imposibilidad, de una clasificación por fisonomía. Esta ciencia, desarrollada por Lavater a principios de siglo, tiene como objetivo descifrar el carácter de los hombres a partir de la lectura de los rasgos faciales. Por esta teoría sería posible distinguir al criminal, al marginal, al delincuente. Otras ciencias como la frenología (método de diagnóstico mediante la observación de la forma del cráneo) y la antropometría (todas las técnicas para medir el cuerpo humano), desarrolladas al mismo tiempo, tienen los mismos objetivos. Según estas ciencias, el cuerpo estaría marcado con una fatalidad. En el caso de la novela: La bestia humana, en la que Zola, se nutrió de estas teorías antes mencionadas, va en contra de ellas. El verdadero criminal de su novela, Jacques Lantier, parece normal. Su cuerpo no confiesa nada. El investigador, en representación de las instituciones, es víctima de todas estas teorías y encuentra un culpable dejándose engañar por signos físicos y fisonómicos. El cuerpo a veces puede ser engañoso. El criminal no necesariamente lleva las marcas de sus crímenes en su rostro. El error de juicio de Denizet cuestiona la lectura morfológica del cuerpo criminal. Y, al mismo tiempo, cuestiona la técnica de investigación positivista. Ahí vemos a un Zola que rechaza las teorías que harían del hombre un individuo teórico con un carácter determinado. En su argumento, juega con los detalles que se escapan y siembran la duda. Al mismo tiempo, Zola avanza la supremacía del escritor naturalista que, por sí solo, sabe leer las pistas corporales y analizarlas en su conjunto. Nuevamente, se vuelve a repetir en la fascinante, Germinal, para exponer otro aspecto del cuerpo y una nueva forma de confesión.



 

En esta novela, el campo léxico de la bestia, del animal, invade las descripciones de los menores. Zola va tejiendo la metáfora de la deshumanización de los trabajadores. Describe cuerpos heridos, dañados, desfigurados por el trabajo. El cuerpo se reduce muchas veces a una columna rota, como la imagen de la sumisión, de la resignación. Algo que podría definirse como esa particularidad de la obra de Zola en demostrar que todo aquello adquirido puede alterar lo innato. En cuanto, a las ciencias de la fisonomía, superpone la idea de un cuerpo en movimiento, transformado por la influencia del entorno, el trabajo, a veces incluso la emoción. Siendo más certeros en su profilaxis, el escritor naturalista, se detiene en la alienación de los individuos y la confesión a pesar de uno mismo. Zola se inspira en las teorías médicas de su época. Fue particularmente influenciado por la Fisiología de las pasiones de Charles Letourneau en la que se estudian los fenómenos del deseo y la voluntad. Armado con estas influencias, el novelista se esfuerza por revelar las "heridas internas del cuerpo humano", el todo por el todo en la disección de las almas. Zola cree que la mente está sujeta a la materia y concede gran importancia al instinto. Basa su trabajo en la idea de que los impulsos priman sobre el dominio de los personajes. Una confesión es, por definición, la revelación de una falta, el reconocimiento de una responsabilidad. La religión y la justicia ven en él una asunción de responsabilidad, mientras que Zola ve en él la expresión de la voz del otro, dentro de uno mismo. El paso del pensamiento al habla en la novela zoliana suele estar ligado a un acto patológico, que se produce cuando el personaje sale de sí mismo. Las escenas de confesión a menudo van acompañadas de brutalidad. El surgimiento del secreto es violento. Hasta que el autor se concentra en el metatexto (recepción, crítica). En el siglo XIX, el hombre de letras se convirtió en objeto de estudio para la medicina, pues nos preguntamos en particular por la figura del genio. La obra se estudia en su relación con su autor, como un retrato médico-psicológico. Tras las investigaciones de Lassater y Saint-Paul, el doctor Toulouse emprende a su vez un estudio sobre individuos que han demostrado una excepcional capacidad intelectual y creativa. Zola se dedica entonces a todo tipo de análisis: huellas dactilares, examen psiquiátrico, análisis de orina, audición, etc. Toulouse quiere, en particular, revelar lo que el cuerpo puede confesar sobre el autor. Aquí nuevamente cae un diagnóstico: Zola tiene un sistema nervioso “hiperestetizado”, lleno de pensamientos morbosos, obsesiones y envites. La investigación finalmente no revela mucho más de lo que ya sabíamos sobre el genio del naturalismo Made in France, en su momento muy publicitado. Podríamos detectar más confesiones aunque sólo fuera en los archivos preparatorios de Zola, ya que el autor recurrió a sus recuerdos para construir ciertos personajes. Creo que no procede. Obviamente, la investigación de Toulouse dio lugar a una fuerte polémica. El hecho de que el propio Zola ya fuera discutido en ese momento no es ajeno a esto. El estudio también es criticado por no decirlo todo, por un lado, porque el médico tiene cierta mesura nacida de su función. Desde otra óptica,  porque Zola participa en el trabajo, aderezando prólogos y un prefacio que contradice la objetividad del análisis. Y, finalmente, porque ciertos sujetos callan. El estudio parece ser un fracaso en su papel revelador. No se dice todo. Los análisis no logran contar las fantasías, los deseos del novelista. Toulouse también es acusado de dirigir su tema para cumplir con sus expectativas. El estudio científico y el “trabajo de pulcritud” impiden la admisión en la intimidad del escritor. En un principio, Toulouse se centró únicamente en el tema al negarse a analizar sus obras, a diferencia de Lombroso para quien las obras suelen decir más sobre el autor. Finalmente Toulouse cambiará de opinión y también estudiará la obra para comprender al autor. Empero, quien se suma a la polémica es la perspectiva de Max Nordau quien, por su parte, abordará la obra y la depravación del autor. Según él, en las novelas se detecta la decadencia del autor y sus perversiones. Sin embargo, en el siglo XIX, la crítica literaria se analizaba desde un ángulo médico, desde Sainte-Beuve quien interpretaba la obra en relación con el análisis psicológico del autor.

 



Zola está de acuerdo con este pensamiento. Ya que para SB,  la autopsia crítica de la obra revela los signos distintivos de la personalidad del autor. Nuevamente, disfrutamos de la metáfora de la disección: el crítico con su bisturí busca en la obra, el estilo, el ritmo narrativo, las construcciones para captar lo íntimo. Según el crítico Deschanel, en quien también se inspira Zola. Incluirían desde factores ambientales, somáticos y psicológicos muy significativos que marcan la obra y son huellas que dejó en la obra el autor. El crítico naturalista con su microscopio concibe la obra como la extensión corporal del artista. La obra es una confesión. En sus reseñas, especialmente en sus retratos de Stendhal y Flaubert: Zola se confiesa y no escatima en ambages. Ya que manifiesta sus inclinaciones, sus incomodidades, sus impresiones. La "anatomía literaria" de Zola se convierte en una mirada sobre sí mismo, un examen de su propia personalidad. Cuando Zola era un joven y desconocido empleado de la editorial Hachette, entró en contacto con Duranty, quien publicó La Cause du Beau Guillaume con esa firma en 1862, cuando el propio Zola ni siquiera había publicado sus Contes a Ninon. Más tarde, Zola rindió un breve homenaje a esta figura interesante y olvidada en la historia de la ficción francesa moderna, citando de Le Realisme la fórmula que tanto anticipó el programa de los naturalistas: "El realismo apunta a una reproducción exacta, completa y honesta del mundo social". Eso del puto entorno, de la época en que vive el autor, porque tales estudios están justificados por la razón, por las exigencias del interés y la comprensión públicos, y porque están libres de falsedad y engaño. Esta reproducción debe ser lo más sencilla posible para que todos puede entenderlo". Aunque la primera ficción de Zola era demasiado poco ortodoxa para Hachette, quien rechazó una de las historias de los Contes a Ninon, y aunque su primera novela, La Confession de Claude, en 1865, ultrajó las mojigaterías del Imperio, aún no había producido una gran obra, que lo pusiera  a la cabeza de los realistas, ahora bautizados como naturalistas, de acuerdo con sus teorías científicas. Ese trabajo fue L'Assommoir, publicado en 1877, y el primer gran éxito de los veinte volúmenes de la serie Rougon-Macquart. Sin embargo, todavía es por motivos morales y no estéticos por los que se impugna el realismo. En los países de cultura anglosajona, el término es sinónimo, en la mente popular, de literatura desagradable y casi podría decirse obscena. Hasta tal punto es aceptada esta convención, incluso inconscientemente, por aquellos que teóricamente saben mejor, que una obra francesa que no es declaradamente realista, que trata de condiciones psicológicas y espirituales más que físicas y materiales, puede emular impunemente las más extrañas aberraciones de los tan criticados naturalistas. El final de este genio y algunos coetáneos y compañeros de viaje literario fue un despropósito. La clave científica de la vida es una ilusión, y cuando una teoría ilusoria se une a un estilo execrable, el resultado es una conclusión inevitable. Sin embargo, a los escritores no les quedó ni un ápice menos impropio, en el sentido de los moralistas, que aquellos a los que atacaban, romper el hechizo del naturalismo, no produciendo novelas "realistas" a la manera de Rhoda Broughton, sino arrojando por la borda la absurda convención que fue la verdadera ofensa de Zola contra la literatura. Los nombres que perdurarán de ese período, entre la muerte de Balzac y el ocaso de Zola en los últimos años de la década de los noventa, son los de escritores como Flaubert, los Goncourt y Maupassant, cuyo genio trascendió las limitaciones del dogma realista. El affaire Dreyfus, le pasó una factura que acabó con su vida. Incluso, su viejo amigo de toda la vida Paul Cezanne muy molesto con la publicación de L’oeuvre por el paralelismo con su personaje central, el pintor Claude Lantier, y su excesivo parecido con el propio PC. Zola insistió que era una recreación de un alter ego, propio, más cercano a Manet. Pero, ya nada fue igual, entre ellos. Entre improperios y asediado por las deudas. Había vuelto de un exilio, que se convirtió en una pesadilla. El 29 de septiembre de 1902, es decir, 120 años después. Su esposa y el de madrugada se sintieron indispuestos. Cuando Zola intentó ayudar a su esposa Jeanne Rozerot se desmayó y todo fue en vano. Fue enterrado un 5 de octubre, entre una cantidad inmensa, de gente y curiosos que despedían a una de las mayores bestias de la literatura universal y de los mejores escritores galos de su generación. El escritor Anatole France (Nobel de Literatura) dejó un discurso que acababa con las siguientes palabras: “No le compadezcamos por haber padecido; envidiémosle. Erigido sobre el cúmulo de ultrajes que la estupidez, la ignorancia y la maldad hayan jamás provocado. Su gloria alcanza una altura inaccesible. Envidiémosle, su destino y su corazón le concedieron la mayor recompensa: ha sido un momento de la conciencia humana”. Pasó seis años enterrado en el cementerio de Montmartre, en París. Hasta que el 4 de junio de 1908, sus cenizas, fueron llevadas al Panteón, mausoleo reservado para los más grandes de la república francesa. Donde recibió honores como un grande de la patria, DEP, maestro, genio y figura.

 




                                                Dedicado a Robert Morse mayo1931/mayo2022 In Memoriam


Fotogramas adjuntados

Au bonheur des dames (1930) by Julien Duvivier

La curée (1966) by Roger Vadim

Teresa Raquin (1953) by Marcel Carné

La faute de l'abbé Mouret (1970) by George Franju








0 comentarios: