La lluvia en Calais destapó el anhelo de venganza

mayo 12, 2024 Jon Alonso 0 Comments

 


A las afueras de Calais, la oscuridad nocturna se disipó más rápido que la niebla en una mañana de verano. Dejó al descubierto la solitaria figura de una mujer de mediana edad con el periódico del miércoles pasado sobre la cabeza para protegerse de la constante llovizna. Inspiraba el aire fresco y limpio, regalo de la tormenta que parecía marcharse. Sorprendía su penoso caminar por una estrecha calle que le seguía, paralela a un muro de almacenes abandonados, chapoteando, a través de los reflejos de los edificios en los charcos que rodeaban los adoquines rebosantes por las últimas tormentas. Mientras caminaba, cabizbaja, se debatía entre su complicada situación, que, por tercera vez en este año; le había hecho perder el trabajo y la habitación donde se alojaba. Todo se definía en una constante perenne. Ese palabro maldito: el pasado. Se dirigía a una iglesia local donde había oído que ayudaban a los necesitados. Un endeble grito rompió el silencio de la mañana. “Au secours”—Pronunciaba en francés de “un socorro desesperado”. Dobló la última esquina del almacén y se encontró con la escena. La voz gemía más fuerte. A unos cincuenta metros, vio la cabeza de un hombre en un agujero. Hacía señas con una mano mientras las yemas de los dedos de la otra luchaban por mantener su blanquecino agarre alrededor de un adoquín gastado y desconocido. Corrió hacia el hombre. Al acercarse se encontró con un gigantesco sumidero iluminado por las chispas de una confusión de cables subterráneos rotos; vio su cuerpo. Era un hombre de mediana edad, con el pelo ralo y blanco. En la calle, cerca de aquel boquete, había un maletín de cuero, algo que ella podría haber robado en circunstancias menos urgentes. —“Ayúdame”. Por favor. El hombre hablaba ceceando. Me dije—Joder! ¿Dónde había oído escuchado aquella voz?— Demasiados años.

 



 

Por debajo del hombre que luchaba por salir del agujero, el agua corría a toda velocidad, mientras el canal subterráneo de la ciudad se esforzaba por arrojar al mar, estos días de diluvio. Un penetrante hedor a cloaca le revolvió el estómago. Luchando contra las arcadas y el miedo a que la carretera siguiera cediendo, se arrodilló sobre los adoquines mojados y le agarró la mano. Sus dedos se encontraron y se apretaron con fuerza. Ahí, su mirada se deslizó por el brazo hasta su rostro y sus ojos. A la luz del amanecer, pudo ver que uno de aquellos ojos era azul y el otro verde. Azul y verde. Muy curioso. No hacía más que remover mis dendritas cerebrales. Aquellos inusuales ojos le obligaron a mirar mucho más de cerca la cara del hombre. Era, él, más viejo, más arrugado, pero sin duda él. Casi había renunciado a reparar el daño que le habían hecho. Un daño irreparable. Sí, hacía tantos años. Pero el destrozo seguía en su alma. Empero, su agresor estaba aferrado a ella en ese momento, suplicando por su vida. Mientras ella miraba fijamente a él. Los recuerdos reprimidos la inundaron y ahogaron todos los demás pensamientos. Por su mente pasaron imágenes rotas: una noche de luna llena, un cuchillo reluciente, burlas, rugidos, alientos a whisky, coñac. Un miedo indescriptible. Manos ásperas y callosas que le separaban las mandíbulas, una cuchilla que le rasgaba la lengua, sangre que le llenaba la boca y se le colaba hasta los pulmones, y sus piernas que se desplomaban sobre los adoquines. Se reían en ropa interior:—Judía pelirroja. Despierta, zorra, que viene lo mejor. Aquellos tipos eran alimañas, nada que pudiera parecerse a la condición humana: bestias. No pudo detener la embestida: esas manos peludas entre sus piernas, trozos de algodón metido en su garganta. Al borde la asfixia y sin quejidos. Toda resistencia a la violación de los leviatanes nazis fue en balde. Su frágil cuerpo golpeado con fuerza contra el pavimento y los cascos de los caballos desvaneciéndose en la noche. Más tarde llegaron voces apagadas: una sirena y pasillos iluminados que parpadeaban sobre su cabeza mientras las sombras se deslizaban cubriendo su mundo.

 



“Tira con fuerza” —dijo el hombre con el mismo ceceo apagado que antes había ordenado a los demás que le separaran las mandíbulas. Era el capitán Schneider. Increíble. No había la menor duda. Las frenéticas súplicas del hombre la devolvieron a la escena del sumidero y los ojos de dos colores diferentes se clavaron en los suyos. Se preguntó si se acordaría de ella, esa chica aterrorizada a la que había cortado la lengua, veinte años antes. Denisse Dreyfuss, era una mujer con los ojos gris acero, que todavía tenía abundante cabello, con muchas trazas canosas y recogido en una coleta. Habían pasado, por los menos, 20 años desde la masacre de Calais en 1940. Ya no era la hermosa joven de antaño, cuando,  pensando —erróneamente— que había traicionado a La Résistanc, con los alemanes, lo cual no era cierto. Aquellos malditos bastardos la destrozaron físicamente y mentalmente. Dos décadas entre las imágenes de ese día anhelado. Del cómo se vengaría, si se diera la ocasión y el azar se lo había puesto en bandeja. Clamaban unas plegarias sobre otras, exigiendo ser escuchadas. Se había imaginado llamándole a filas delante de su familia, atravesándole la garganta con una cuchilla, testificando ante un tribunal que le condenaba a cadena perpetua, drogándole en un café al aire libre y arrastrándole detrás del edificio, donde le infligía exactamente la misma herida: una lengua por otra. De repente, volvió al pavor del presente. Aquella mujer evitó los recuerdos, agarró la mano del hombre que la buscaba y tiró lo que pudo. Empero, era demasiado pesado para ella. Incluso podría haber resbalado un poco y ¡zas al garete! Recordó, de nuevo, aquellos años en los que pedir ayuda, igual que él ahora, y todo lo que recibió fueron portazos en la cara. La espalda de la gente que se daba la vuelta y esos niños que le arrojaban piedras y basura, mientras la señalaban: se reían y burlaban.




 

Los dedos del hombre se deslizaron aún más. Lo mejor que podía hacer, pensó, era retrasar su caída y esperar que alguien se topara con ellos antes de que ella desfalleciese. "Grita pidiendo ayuda"—le dijo. Con el tiempo se había adaptado a su lesión, pero en aquel momento volvió a emitir los mismos sonidos que en aquellos dolorosos primeros meses. Abrió la boca de par en par y vomitó ruidos indescifrables sin dejar de mirarle a la cara. Un segundo intento y vio lo que había soñado durante veinte años. Era imposible dejarlo pasar. Volvían todos los recuerdos. Los ojos del hombre se abrieron de par en par y de repente se entrecerraron. En ese desvanecimiento, se preguntó qué estaría recordando en concreto. —¿Se estaba arrepintiendo? ¿Sentía culpa por lo que había hecho? ¿Seguía creyendo que era una traidora? ¿O la expresión de su rostro era la constatación de que esta vez ella llevaba las de ganar? El agua brotaba y gorgoteaba como si la naturaleza quisiera al hombre para él, su propio cadalso. Miró al cielo despejado de la mañana y dio gracias a Dios por encontrarse en aquel lugar. Vio cómo sus ojos desorbitados iban transformándose del miedo a la muerte al terror de su certeza. Una suave paz la invadió y liberó una fuerza reprimida. La rabia y el ansia de venganza con la que había vivido durante años parecían evaporarse. ¿Debía intentar salvar al hombre? Ese pensamiento fue interrumpido por otro: ¿seguía siendo una amenaza? Mientras se aferraba al hombre y se preguntaba qué hacer… De inmediato se escuchó el ruido de los neumáticos sobre los adoquines. A la derecha, apareció un vehículo policial. Tiró, todo lo que pudo. Aunque, el hombre de los ojos de dos colores ya dejó de latir.

 

                                                  

                                                                                FIN

 


                      

                            Dedicado a Paul Auster febrero 1947/ abril 2024 In Memoriam



Fotogramas adjuntos

 

Behind the door movie 1919 By Irvin Willat

Death and the Maiden (1994)  By Roman Polanski

Shura (1971) By Toshio Matsumoto

The Debt (2010) By John Madden

 





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