Edgar Allan Poe y su prisión de fantasmas. Moncloa mata a Hume, Platón y D. Saturnino

abril 04, 2022 Jon Alonso 0 Comments

 

Hace 40 años, el profesor de filosofía, en mi primer día de clase. Estábamos en 3 de BUP. Dijo lo siguiente: “A veces la gente me pregunta, por qué hago Filosofía, les digo, y observo en su cara atención. Ah! me dicen: una materia muy profunda, ¿no es cierto? Eso no me gusta nada, pero absolutamente nada.” La aseveración era del filósofo inglés John Wisdom. Así comenzaba la clase del desaparecido D. Saturnino. Qué quieren que les diga, cuando vives en un país, donde ir al supermercado es más caro que comprar drogas a tu camello. No quiero hablar del hombre de Hugo Boss, adicto al Jet del erario público, con servicio de whisky de Malta y Pingus del Duero, vendiendo humo por Europa. Hablamos de los monederos de los paisanos patrios. Nooo! Hoy no toca. Ni el "No a la Guerra de Ucrania." Todo montajes del vil liberalismo… Vayamos a cuestiones más peregrinas. A ver, Uds., se han hecho preguntas, que en más de una ocasión, la respuesta es compleja. Algo así como: ¿Qué impulsa a algunos seres humanos a producir arte? ¿Qué se esconde en el alma de quienes deciden fijar en una sábana blanca o en una paleta esas sensaciones que envolverán emocionalmente a millones de individuos desconocidos para ellos? ¿Quiénes son los grandes hombres que han escrito páginas que nos han conmovido, ayudándonos a mirar dentro de nosotros mismos, hasta el punto de pensar “yo también tengo ese sentimiento, pero aún no he podido concentrarme en él”, de dónde vendrá ese grado de la percepción de un estado superior? No es fácil de responder, pero sin embargo es interesante profundizar en esta pregunta, aunque será imposible dar respuestas precisas. Pero hablar de Poe son palabras mayores. Sin embargo, gracias a la versatilidad de su sutil prosa (característica que comparte, por ejemplo, con pensadores de la talla de Descartes, Rousseau, Hume o Montaigne) y a la aparentemente sencilla trama de sus cuentos, es fácil pasar por alto el contenido filosófico de sus obras. Si reparamos en uno de los apuntes que constituyen Marginalia (conjunto de anotaciones que Poe redactaba en los márgenes de las obras que leía y consultaba), topamos con una máxima que tendría muy presente a lo largo de su vida: «Las palabras —sobre todo las impresas— son armas asesinas». Sin embargo, al leer las diversas memorias de las que, en un momento u otro, Poe ha sido el tema, parece que han intervenido otras causas. Todos y cada uno, incluso las estimaciones más generosas del genio de Poe, están impregnadas de una curiosa antipatía hacia él como hombre, y este prejuicio, sin duda, ha sido en gran parte responsable de la ausencia de una demanda seria por parte del público de una representación justa del autor en sus obras. Sólo podemos partir de la consideración de que casi todos los grandes artistas han tenido vidas muy difíciles, a menudo desesperadas: las tragedias, internas y de otro tipo, a menudo nos paralizan, nos llevan a encerrarnos en nosotros mismos, pensando que nunca podremos volver atrás. Del agujero negro en el que hemos caído. En cambio, es precisamente de los pliegues de esos meandros que algunos logran encontrar fuerza e inspiración, enfrentando la tristeza, la angustia y hasta los demonios más aterradores.

 


Edgar Allan Poe es sin duda uno de los escritores más vilipendiados por el destino, su corta existencia se caracterizó por las pérdidas, las personas que más amaba no le sobrevivieron: el camino de su vida lo llevó contra precipicios que lo horrorizaron y lo fascinaron, de los cuales siempre pensó en tirarse. Deprimido, alcohólico, aterrorizado y al mismo tiempo orgulloso de su locura hasta el punto de considerarla “más sublime que la inteligencia”, cabalgó todo su malestar con aires de genio, convirtiéndose en el iniciador de la novela policiaca, de la literatura de terror. Todos los escritores de estos géneros, que llegaron después de él, se reconciliarán con su obra. La unión de diferentes tradiciones narrativas genera con Poe un canon literario preciso, marcando el camino de manera indeleble. Es el menos americano de los escritores de su país, su descendencia, sus viajes, su cultura tan “gótica” lo sitúan en Europa, no es casualidad que el relativo éxito que obtiene en la vida le alcance justo en nuestro continente. De su lado, hay que decirlo, hay una imaginación tan ferviente que parece sobrenatural, una imaginación inmensa y sobre todo una mezcla de ingredientes impecable: imposible aburrirse, difícil cerrar uno de sus libros antes de leer el final. Así, su fantasía es precisamente la de Coleridge; su poesía precisamente la de Shelley y Keats; sus “fugas oníricas” precisamente las de De Quincey y sus “poemas en prosa” las de Maurice de Guerin; y sus temas —que, como dice Baudelaire, se refieren a “la excepción en el orden moral”— precisamente los de Chateaubriand y Byron, y del movimiento romántico en general. Es, entonces, en términos de romanticismo que debemos buscar la realidad en Poe. No debemos esperar de él el mismo tipo de tratamiento de la vida que recibimos de Dreiser o Sinclair Lewis y la preocupación con la que parece inducir a error a la crítica estadounidense moderna sobre él. En otras palabras, no debemos esperar de él “realismo” en un momento en que el realismo aún no había llegado. Desde el punto de vista naturalista y sociológico moderno, los escritores europeos que he mencionado anteriormente no tenían más conexión con sus respectivos países que la que Poe tenía con América. Sus escenarios y sus dramatis personae, las imágenes mediante las cuales expresaban sus ideas, eran tan diferentes como las de Poe de las imágenes del naturalismo moderno, y apuntaban a través de ellos a dramas diferentes, cuyas moralejas eran verdades diferentes. ¿Habría que buscarlas en las realidades que trató de expresar? La clave se encuentra en la frase de Baudelaire sobre “la excepción en el orden moral”. La excepción en el orden moral fue el tema predominante de todo el movimiento romántico. Es absurdo quejarse, como siempre lo hacen nuestros críticos, de la indiferencia de Poe hacia los grandes intereses de la sociedad, como si esta indiferencia fuera algo anormal: una de las características principales del romanticismo fue, no solo una indiferencia hacia las demandas de la sociedad, en el fondo, una rebelión exaltada contra ellos. La figura favorita de los escritores románticos era el individuo considerado con simpatía desde la perspectiva de su inconformidad hacia las convenciones o la ley. Y en esto, Poe es absolutamente fiel a su tipo: sus héroes son los hermanos de Rolla y Rene; de Childe Harold, Manfred y Cain.




Como estos últimos, son individuos superiores que persiguen curiosidades o fantasías extravagantes; aploman abismos de disipación; o disfrutar de pasiones prohibidas (Poe hizo uno o dos experimentos con el clásico tema romántico del incesto, pero sus especialidades eran el sadismo y una curiosa forma de adulterio que nunca tuvo lugar hasta después de la muerte de la mujer a la que el héroe le fue infiel). Y, como en el caso de los otros héroes románticos, el drama de su situación surge de su conflicto con la ley humana o divina. Sin embargo, la perversidad de Poe, el terror vertiginoso que engendra —debido a cualquier inestabilidad nerviosa y a cualquier circunstancia desafortunada— tienen su poesía y su profundo patetismo —desde esos versos de uno de sus mejores poemas en los que cuenta cómo el destino de su vida posterior se le apareció incluso en la infancia mientras contemplaba— “la nube que tomó la forma (cuando, el resto del Cielo era azul) de un demonio a mi vista”; a esa terrible imagen del condenado, “enfermo, enfermo de muerte con esa larga agonía”, cuando “primero (las velas) tenían el aspecto de la caridad, y parecían ángeles blancos y delgados que me salvarían; pero entonces, de repente, una náusea mortal se apoderó de mi espíritu, y sentí que cada fibra de mi cuerpo se estremecía como si hubiera tocado el cable de una batería galvánica, mientras que las formas de los ángeles se convertían en espectros sin sentido, con cabezas de llamas. Y vi que de ellos no habría ayuda. Y es la “larga agonía” de su experiencia moral lo que le da al William Wilson de Poe su intensidad y sinceridad superiores a las del Doctor Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson. En la historia de Stevenson, es la mitad noble de la doble personalidad, la que, pagando el precio de su propia destrucción, triunfa sobre el mal; mientras que, en el de Poe, es la mitad del mal la que da muerte al bien y la que incluso es obligada a contar toda la historia desde su propio punto de vista. Sin embargo, ¿la realidad de William Wilson no nos hace estremecer ante la presencia del abismo mucho más fácilmente que la fábula melodramática del Doctor Jekyll y Mr. Hyde? Llegados a “los crímenes de la Calle Morgue” nos muestra su increíble lucidez, como un fino escritor de misterio que traza los contornos de una historia tan increíble, muchos de nosotros, descubrimos el terror sobrenatural. Nos enseña a no confundir lo extraordinario con lo abstruso, o, peor aún, con lo imposible: el análisis y la razón conducirán al lector, a través de la primera novela policiaca de la historia, a un laberinto de hipótesis a descartar, de elementos "erróneos". , de callejones sin salida. ¡Un crimen terrible que, al parecer, sólo puede ser obra del diablo! Cuando parece que no hay más camino por recorrer, el protagonista, un no investigador, un antihéroe, demuestra que la inteligencia, si va acompañada de una apertura de mente excepcional, ¡Puede gobernar el Caos! Uno no puede dejar de fascinarse con el lúcido viaje mental del joven Dupin, padre de todos los "colegas" que llegarán, desde Sherlock Holmes a Poirot, pasando por Nero Wolfe y Maigret, todos le deben algo... incluido el fenomenal efecto —sorpresa del epílogo—, cuando el lector, dándose una palmada en la frente, dirá "¡No es posible!" justo cuando se da cuenta de que, en cambio, es exactamente lo contrario, ¡la solución era una y solo una!

 

 



Empero la esquizofrenia de Edgar Allan Poe es evidente en la increíble variedad de su vena literaria. Caso de “La máscara de la muerte roja”, donde nos transporta a un lugar completamente diferente (¿o "no-lugar"?), como si el autor utilizara una parte de su cerebro totalmente diferente al de la historia anterior. El hecho de que la aterradora historia tenga como tema una terrible pandemia lo hace todo más angustiante, dados los tiempos que hemos vivido: Poe no especifica el período histórico, no nos dice dónde ocurre la tragedia, podemos imaginarnos un siglo entre la Edad Media y la invención de la electricidad (todo transcurre a la luz de enormes candelabros) y un lugar en el centro del Viejo Continente, pero nada más. El autor nos conduce por los pasillos donde estamos celebrando una fiesta en la que los invitados exhiben máscaras grotescas, como para burlarse del destino de los débiles cuando son fuertes. Nos lleva a entender que el epílogo tendrá lugar en la última sala, la negra, en la que nadie se atreve a entrar, mientras el tiempo lo marca el tañido de un reloj que parece querer recordar a todos el verdadero motivo de segregación, unos instantes de conciencia temerosa antes de sumergirse de nuevo en la música y la alegría desenfrenada. Así que el momento del epílogo inevitable trae consigo un misterio que quedará sin resolver, aunque habrá que sacar muchas conclusiones: cuando se pierde el contacto con la realidad el miedo se convierte en pánico, mientras que el control absoluto de los acontecimientos es pura ilusión, hasta el punto de presenciar la genuflexión del dinero y el poder ante la Muerte. Prisionero de sus fantasmas Poe transforma su locura en filosofía: su dolorosa vida se ha convertido en un largo poema hecho de inteligencia, pesadillas, terror, simbolismo y sobre todo un desesperado grito de auxilio imbuido de una dulzura conmovedora. Es muy posible, el hecho de ser visto como un personaje de enorme inteligencia, molesto para el mediocre poder político. Piensen muy bien, quien es ese necio que vive en el confort del capitalismo de Moncloa y recuerden, que no es amigo de las escopetas (por eso de la berrea y la cierva), aunque el estilete de la mantequilla la maneje entre bastidores de lujo: secciona las femorales del empirismo de (Hume), la lógica  (Wittgenstein) el racionalismo (Oakeshott), el historicismo (Popper), el monismo moral (Berlin), el auge del animal laborans (Arendt), el relativismo (Strauss), el gnosticismo (Voegelin) y el capitalismo (Marcuse). Por no nombrar a los boses Platón y Sartre. Este personaje, es idéntico a aquellos de los Gangs of NY, no sería la primera vez que secuestran a un genio de las letras, para acabar en una zanja sin cruz. ¡Bendito seas E.A. Poe! Quién sabe si no tendremos una nueva obra oculta: el hundimiento de la Moncloa. 213 años, seguimos saboreando la gloria de los que sobreviven al paso de los siglos, gracias a su talento y la enjundia de tan magna obra.

 

 





                                              Dedicado a Javier Imbroda enero 1961/abril 2022 In Memoriam




Fotogramas adjuntados

The Tell-Tale Heart (1941) By Jules Dasin

The Haunted Palace 1963 by Roger Corman

The Raven Año (1935) By Lew Landers

Revenge in the House of Usher (1982) By Jess Franco 

 







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