Walter Benjamin: aquel hombre sabio que amaba las puestas de sol lisérgicas de Ibiza

mayo 03, 2023 Jon Alonso 0 Comments


 


Hoy siento un pequeño cosquilleo a la altura de esófago, pues, no todos los días se tiene el placer de hablar de unos de los mayores genios del pensamiento filosófico y literario. Además, no todo el mundo sabe que el maestro Benjamin fue un viajero consumado. En sus últimos años de vida, hasta su desgraciado final. El maduro profesor quiso hacer lo que siempre le gustó a lo largo de su vida; observar y escribir. Lo que nunca me imaginé fue un día en Ibiza —en aquellos años— donde la libertad afloraba en cada poro de tu piel, iba a ser que un zumbado guiri de Friburgo, me llevase al lugar donde vivió el gran Walter Benjamin, en San Antonio (Ibiza). Ya ha llovido mucho, de aquel año 1984, cuando con apenas 15 años, me curraba 16 horas al día, al servicio de todas las huestes del turisteo. Sin embargo, WB, andaba centrado en el proyecto crítico de ubicar un umbral entre el París del siglo XIX y el Berlín del siglo XX que revelaría una afinidad entre dos épocas. Juntos, constituyeron los parámetros de la modernidad. Estas épocas representan para Benjamin la piedra angular del fascismo y ofrecen valiosas pistas para una interpretación de la crisis histórica del tiempo y actúan como presagio para las generaciones futuras. Benjamin asoció el surgimiento del terror fascista con el colapso del origen que separaba a los muertos de los vivos, un umbral que se había vuelto cada vez más ambiguo con la guerra colonial global y el llamado a la movilización general de la población civil. Estaba fascinado por el proyecto de recopilar relatos de los muertos por venir, ya sea en el caso del suicidio heroico o de los trágicos cuerpos desechables que el nacionalsocialismo finalmente erradicó al declararlos indignos de vivir. Entonces se hizo difícil identificar a un solo líder en la maquinación de este nuevo sistema de violencia que brotó del cuerpo del Estado. Eventualmente, Benjamin reconoció al flâneur como una figura improbable del conspirador, así como su contraparte posterior, las nauseabundas camisas pardas fascistas destruían a su paso todo tipo de concepto de inteligencia humana. Esta interpretación del flâneur se explica por la fascinación que Benjamin sentía por Baudelaire, un personaje en la frontera entre el héroe y el matón. El espectro de la multitud nunca está lejos de esta escena de peligro físico. Allá por el invierno de 1932 no le impidió quejarse sobre lo que parecía ser una oportunidad perdida: el centenario de Goethe estaba arrancando y, “como la única persona además de a lo sumo dos o tres que saben algo sobre el tema, por supuesto tengo ninguna participación en él”.Y concluye, con un comentario de soslayo vistazo a la posibilidad de conocer a Scholem en algún momento de la curso de su próxima visita de cinco meses a Europa: “Planes que no puedo hacer. Si tuviera algo de dinero, me largaría antes de que pase otro día”. Como sucedió, después de todo fue llamado a participar en el Goethe centenario contribuyendo con dos artículos: una bibliografía comentada de obras significativas sobre Goethe desde la época del poeta hasta el presente y un ensayo de revisión sobre estudios recientes de Fausto, en un número especial de Goethe del Frankfurter Zeitung. La ganancia inesperada le proporcionó ingresos suficientes para escapar de Berlín. De su viejo amigo Felix Noeggerath, el “universal genio” a quien había conocido por primera vez en la Universidad de Munich en 1915, me enteré de un lugar de vacaciones único en el archipiélago balear frente al costa este de España, un retiro isleño virgen que ofrece algo como el polo opuesto a su actual existencia metropolitana, y el posibilidad de vivir prácticamente con nada. La renovación del contacto con  Dos piezas de este tipo derivadas de historias contadas en el mar y en la isla son “El pañuelo” y “La víspera de la partida”.

 

 


 

La primera de estas piezas, que aparecería en el Frankfurter Zeitung de noviembre, y que medita sobre el “declive en la narración” y la relación del arte de contar historias no  sólo a una cierta ociosidad sino a la sabiduría o "consejo" (a diferencia de “explicación”), anticipa directamente el ahora famoso ensayo de 1936, “The Storyteller”. Desde Barcelona cogió el ferry a la isla de Ibiza, la más pequeña y (en ese momento) menos turística de las Islas Baleares, donde, en su llegada a la ciudad de Ibiza, capital de la isla y principal puerto, supo por Noeggerath que ambos habían sido víctimas de una estafa. Noeggerath no solo había sugerido Ibiza como el objetivo del viaje de Benjamin, sino que aparentemente le proporcionó los medios para prolongar su estancia allí, poniéndolo en contacto con un hombre que le prometió alquilar su apartamento en Berlín mientras estaba fuera; este mismo hombre también había alquilado una casa en la isla a los Noeggerath, quienes generosamente le ofreció a Benjamín una habitación. Benjamin se había decidido rápidamente por estos arreglos y contaba con los ingresos mensuales para su subsistencia en España. Al final resultó que, su subarrendador y propietario de Noeggerath era un estafador. Ocupó el apartamento de Benjamín durante una semana. Antes de huir de la policía, que lo arrestó más tarde ese verano. No sólo no se pagó el alquiler de Benjamín, sino que la casa que el estafador había alquilado a los Noeggerath ni siquiera le pertenecía. Después, cuando se descubrió la estafa, Noeggerath obtuvo permiso para  vivir sin pagar alquiler durante un año en una casa de campo de piedra en ruinas fuera del pueblo de San Antonio, cuya vivienda accedió a acondicionar a su por su propia cuenta, mientras que Benjamin encontró alojamiento por 1,80 marcos por día, comidas incluidas, en una “pequeña casa campesina en la bahía de San Antonio Noeggerath es solo uno de los giros sorprendentes en la vida de Benjamin en esta vez. Aunque ambos habían estado viviendo en Berlín durante años, habían perdido completamente el contacto el uno con el otro; ahora, la mera mención de Ibiza, por parte de Noeggerath, Benjamin hizo las maletas y huyó de la ciudad para lo que sería la primera de dos largas estadías en la isla española. A pesar, de la devaluación del marco. La situación de la economía alemana era paupérrima, pero compararla con la pobreza de un país como España, lo marcos daban para muchos chupitos de hierbas de la tierra. Eso, se tradujo, en fantásticas noticias para Benjamin, quien por entonces, su bolsillo sólo acumulaba polilla. La adversidad se estaba cebando con él y gran parte de la población, de origen judío. Realmente, es tremendo que un intelectual de su talla que pertenecía a una de las familias más ricas de Berlín estuviera con la soga al cuello. Empero, las bondades, (permítanme el sarcasmo) de la nazificación, trajo, en muy pocos años, el exterminio de la raza judía, gitana, negra, discapacitados y LGTBI. Él, acabó perdiendo su apartamento en Berlín por “violaciones del código” entre el subterfugio de los supuestos estafadores, y su trabajo para los muchos periódicos alemanes, que colaboraba. Así como sus historias de radio para niños, serían finiquitados. Su hermano Georg, un ferviente comunista, sería internado en un campo de concentración en 1933. Volviendo a su viejo amigo Noeggerath, Benjamin, no dudo, al aceptar la invitación. Sin duda, las drogas eran importantes para Benjamin, versado en las divertidas excelencias del hachís —que ya había probado— en el Berlín, a finales de los años 20. Confirmaron su aproximación a la realidad y la revolución, al arte y la política, un acercamiento moldeado y agudizado por su experiencia en Ibiza. Permaneció en la isla dos meses, regresando por otros seis en el verano de 1933. La hermosa y primitiva Ibiza fue para Benjamin, además de un lugar apacible y retirado, un sitio, donde poder reflexionar respecto a su propia vida —rememorando su pasado y tratando de hacer planes para un inminente futuro pleno de incertidumbre—, un espacio ideal para la indagación y el estudio de unos de los asuntos que más le preocupaban: las relaciones entre lo antiguo y lo moderno.

 

 


 

En aquella “pobre isla del Mediterráneo”, el mundo parecía seguir siendo como había sido siempre, y sólo había empezado a verse perturbado por la presencia de viajeros que, como el propio Benjamin, llegaban de un mundo en crisis, un mundo en el que la experiencia de lo nuevo había desplazado, a menudo de forma traumática, cualquier otra experiencia surgida de la tradición. Inalterable durante siglos, ignorada por el resto de Europa, Ibiza empezó en los años treinta a convertirse en foco de interés para los viajeros y lugar de refugio para otros. En 1932, sin embargo, todavía estaba al margen del comercio internacional y la modernidad en general, cuyas comodidades simplemente no existían allí. Benjamín no tenía quejas. Por el momento, disfrutó de una especie de satisfacción realzada por el esplendor del paisaje, el "más intacto" que jamás había visto. Tristemente, se enterró en su pasado remoto, escribiendo sobre su infancia en Berlín. Sin embargo, también escribió satíricamente y al detalle de su entorno. Ese otro “pasado remoto”, o al menos eso le pareció, este “puesto de avanzada de Europa” aparentemente intacto por la modernidad. Aquí, pudo enfrentar de frente su idea central sobre la modernidad, la cual, atrofiaba la capacidad de experimentar el mundo y contar historias. En el esplendor alucinatorio de Ibiza, con su futuro lanzado al viento, Benjamin formuló los que yo consideraría sus textos principales —sobre el narrador y sobre la facultad mimética— además de inventar nuevas formas para el ensayo como género cruzado que vinculaba ilusiones,  figuras de pensamiento, narración de cuentos y etnografía. Casualmente, cuando uno recurre a este género cruzado, en los que los escritos más conocidos de Benjamin pierden gran parte de su oscuridad. Leer su famoso ensayo “The Storyteller”, por ejemplo, es experimentar lo que el teórico literario Ross Chambers confesó una vez: “Cuando leo a Benjamin, creo que es el material más brillante que he leído. Cuando termino de leer, no puedo recordar nada”. Pero si lees las propias historias de Benjamin, como “El pañuelo” o su relato ficticio de cómo toma hachís en Marsella, entonces en un instante entendemos “El cuentacuentos”. Benjamin, a través, de la técnica del viaje, que consistía en recolectar y crear historias a través de una mezcla de “figuras de pensamiento” regidas por un interés galopante por la mímesis, una sensibilidad hipertrofiada por las similitudes. Esto no es diferente a lo que Proust pretendía con mémoire involontaire, pero esta destreza de viaje era histórica y cósmica tanto como personal. Este Benjamín ibicenco, casi pages isleño, el Benjamín narrador, se encuentra varado como una ballena, un narrador fuera de la historia, practicando lo que él mismo decía muerto. Se levantaba a las seis o las siete, nadaba en el mar y miraba a lo lejos. Luego se refugiaba en la maleza del bosque. Leía, garabateaba y tomaba el sol apoyado en el tronco de un árbol. Así pasó muchos días largos privados de casi todo, de “luz eléctrica y mantequilla, licor y agua corriente, coqueteo y lectura del periódico”. Hacia las dos volvía a almorzar con sus anfitriones y jugaba un rato a las cartas o al dominó antes de irse a perder el tiempo al café. A las nueve de la noche, o a las diez y media a más tardar, se retiraba a su habitación —habitación que compartía con “trescientas moscas”— y se sumergía en un libro. Leer las propias incursiones de Benjamin en la narración es sumergirse en la emoción de cruzar géneros y ver al crítico convertirse en practicante, como con los cuentos que absorbió mientras viajaba en tercera clase en el barco Catania durante once días desde Hamburgo a Barcelona en ruta a Ibiza en 1932: cuentos fertilizados por la monotonía de la vida del barco, luego recreados en otra forma por Benjamin. También están los episodios etnográficos a modo de cuento que aparecen en sus cartas desde Ibiza a Gretel, Adorno, y la escultora Jula Cohn. Una carta a Cohn, escrita en el cuadragésimo cumpleaños de Benjamin y titulada “In the Sun”, fue destacada por su amigo Gershom Scholem, un estudiante de toda la vida de la Cábala judía, por su “misticismo” y “poesía”: Es obvio, que el hombre que caminaba sumido en sus pensamientos no era de aquí; y si, cuando estaba en casa, le venían pensamientos al aire libre, siempre era de noche.


Con asombro recordaba que naciones enteras —judíos, indios, moros— habían construido sus escuelas bajo un sol que parecía hacerle imposible pensar. Este sol le quemaba la espalda. La resina y el tomillo impregnaban el aire en el que sentía que luchaba por respirar. Un abejorro le rozó la oreja. Apenas había registrado su presencia cuando ya estaba absorbido por un vórtice de silencio. Este extraño que caminaba sumido en sus pensamientos era el hombre que antes había reclutado la “intoxicación” para la causa revolucionaria con el argumento de que podía abrir la "esfera de la imagen largamente buscada" y, por lo tanto, inervar el “cuerpo colectivo”. Así, era el hombre que en ese mismo ensayo (“Surrealismo: la última instantánea de la intelectualidad europea”), publicado en 1929, dos años después de haber probado el hachís por primera vez, había advertido contra el hechizo del misticismo y las drogas, abogando en cambio por una “iluminación profana” que reconocía el misterio de lo cotidiano, la cotidianidad del misterio. ¿In the Sun logra esto? ¿Fue realmente escrito sobre drogas, como sugiere Valero, o es una intoxicación metafórica y no real, y esta distinción importa? El contrapunto al sol era la luz de la luna, como en la nota de Benjamin de 1932 “Sobre la astrología”: En principio, los acontecimientos en los cielos podrían ser imitados por personas de épocas anteriores, ya sea como individuos o como grupos. El hombre moderno puede ser tocado por una pálida sombra de esto en las noches de luna austral en las que siente, vivas en sí mismo, fuerzas miméticas que creía muertas hace mucho tiempo, mientras la naturaleza, que las posee todas, se transforma para parecerse a la luna. La mimesis fue fundamental para la teoría del lenguaje de Benjamin, tal como lo fue, creo, para su teoría de la historia. En Ibiza, Benjamin peleó contra el gato y el perro con su nuevo amigo, el pintor Jean Selz, sobre ciertos aspectos de esta teoría. Benjamin había contratado a Selz para que lo ayudara a traducir su ensayo sobre la infancia en Berlín al francés, a pesar de que Selz no sabía nada de alemán. Cuando Benjamin afirmó que la forma de una palabra estaba relacionada con su significado, Selz explotó: “Si la palabra cacerola pareciera un gato en un idioma determinado, dirías que es gato”. “Podrías tener razón”, objetó Benjamin, “pero solo se parecería a un gato en la medida en que un gato se parece a una cacerola”. Durante esta primera estancia en Ibiza, Benjamin formó una relación con Olga Parem. Ambos, decidieron, explorar la isla  y dieron largas salidas a pie y en barco. Sin embargo, tan pronto como él le propuso matrimonio, ella lo dejó. Incluso en nuestro tiempo, cuando según Benjamin hemos perdido gran parte de la capacidad de percibir la similitud, la facultad mimética sobrevive vigorosa como “la expresión más consumada del significado cósmico”, dada al recién nacido “que aún hoy en los primeros años de su vida evidenciará el máximo genio mimético al aprender el lenguaje.” La mímesis no es menos crucial para la historia misma, como lo atestigua su oracular “Tesis sobre la filosofía de la historia”, escrita poco antes de su muerte en 1940, que combinaba un giro anarquista del marxismo con el misticismo judío: “El pasado puede ser aprehendido sólo como una imagen que destella en el instante en que puede ser reconocida y nunca se vuelve a ver.” El truco está en “retener esa imagen del pasado que inesperadamente se le aparece al hombre señalado por la historia en un momento de peligro”.




En sus dos ensayos sobre la experiencia de (solo) una noche fumar opio con Benjamin en lo alto del puerto de Ibiza, Selz recuerda que Benjamin incluso acuñó un término especial, en francés, sería mêmite, para todo esto y señala que para Benjamin esto estaba vinculado a “un sentimiento de felicidad que saboreaba con especial cuidado”. (Tal goce es una faceta significativa, no menos desconcertante, de la mémoire involontaire de Proust, y podemos señalar que Benjamin cotradujó dos volúmenes de Proust a fines de la década de 1920). Si bien, lo más importante de leer los textos de Benjamin escritos bajo la influencia de las drogas, es cómo puedes volver a leer en todo su trabajo gran parte de esta misma mentalidad de “drogas”; en sus días de estudiante universitario, discutiendo largamente con la filosofía de Kant, afirmó, según Scholem, que “una filosofía que no incluye la posibilidad de adivinar a partir del café molido y no puede explicarla, no puede ser una filosofía verdadera”. Eso fue en 1913, y Scholem agrega que tal enfoque debe ser “reconocido como posible a partir de la conexión de las cosas”. Scholem recordó haber visto en el escritorio de Benjamin unos años más tarde una copia de Les paradis artificiels de Baudelaire, y que mucho antes de que Benjamin tomara drogas, habló de “la expansión de la experiencia humana en alucinaciones”, que de ninguna manera debe confundirse con “ilusiones”. Kant, dijo Benjamin, “motivó una experiencia inferior”. Yo creo que Walter Benjamin era feliz en aquella barca así un exilio que duró hasta el día que se marchó a Niza donde se planteó quitarse la vida al vislumbrar el ascenso al poder de los nazis. De ahí se marchó a París donde buscó el apoyo de otros filósofos marxistas como Adorno o Horkheimer donde malvivía con lo poco que cobraba como profesor. El plan era cruzar a España, luego a Portugal y finalmente subirse a un barco y llegar a Estados Unidos. Su amigo y compañero de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, le había conseguido las visas necesarias para estar de tránsito en España y para entrar en Estados Unidos donde lo esperaba. Su muerte, la cual, llegó por una sobredosis de morfina autoadministrada —hay cierta polémica, al respecto—  Benjamin tomaba morfina por sus continuos desajustes coronarios, ya que padecía cardiopatía isquémica. Un vez certificado el fallecimiento en la villa de Portbou, todos sus amigos e incluso lugareños aportaron dinero, para celebrar su entierro, en un cementerio católico, con el aval del médico que dio como causa del fallecimiento, por aneurisma cerebral. De algún modo, se evitaba el acercamiento de la Gestapo y la policía de Franco. El 26 de septiembre de 1940 falleció, en Portbou, uno de los hombres más inteligentes y buenos que habitaron este planeta y adoraba las puestas de sol en la hermosa Ibiza.

 

                                Dedicado a Harry Belafonte marzo 1927/ abril 2023 In Memoriam

 



Fotogramas adjuntados


Walter Benjamin fumándose un porro

Walter Benjamin jugando al ajedrez con  Bertolt Brecht en Dinamarca

Walter Benjamin en la barca del pescador Tomás Varó junto a Jean Seltz y Paul-René Gaugin

Walter Benjamin tomando un refresco en la terraza del Migjorn en Ibiza con el matrimonio Seltz y unos amigos franceses

Walter Benjamin con Margot Von Brentano, Valentina Kurella, Walter Bejamin, Gustav Glick, Bianca Minotti, Bernard Von Brentano y Elisabeth Haytman en la celebración fin de año 



 


 Bibliografía consultada y recomendada

 

Walter Benjamin: A Critical Life  By Howard Eiland &Michael W. Jennings  2014 Ed. The Belknap Press

 

Experiencia y pobreza: Walter Benjamin en Ibiza  por Vicente Valero 2017 Ed. Periférica

 

Sobre el hachis: Protocolos de experiencias con drogas by Walter Benjamin 2014 Ed. José J. Olañeta  

 

 

 

 



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