La extraña terapia de Alberto: Vol. 2

agosto 30, 2020 Jon Alonso 0 Comments

 


No son solo sus amigos y su familia, son completos extraños que ve caminando por las calles, trabajando en sus puestos de trabajo y otros que siempre van a los centros comerciales. No solo cree que existen, en realidad lo hacen, aunque en el otro mundo donde cree que vive, no puede verlos. Su hermana, Carla, está con él en el consultorio del médico mientras le explica estas cosas. El médico no puede ver su mano sujetando la suya. El Doctor no puede oírla cuando le dice a Alberto: “Todo estará bien. Solo está tratando de ayudar”. Ella se siente mal por él. Sabe que tiene suerte de no estar en la misma situación. Sería duro si viviera en ambos mundos como Alberto. Carla, le aprieta la mano, esperando que el médico pueda hacer algo para facilitarle la vida. —Tal vez él podría...—Quizás...— A lo mejor…Estirándose los dedos y casi llorando —ella no sabe qué le gustaría que sucediera para que su vida fuera más fácil. Seguramente para no sacarlo de ninguno de los dos mundos, perdería tanto y ella también podría perderlo definitivamente. Igual, el médico, sabe algo en lo que ella no puede pensar, por eso es médico, —¿verdad?—Entonces, Alberto, ¿sabes que otros no pueden ver a estas personas? ¿Sabes que no son reales? —Le pregunta el doctor Lasalle.

“No, son reales. Pero sé que otros no pueden verlos”.—Alberto corrige al Doctor. "Mmhmm..." —El doctor tararea mientras escribe en el tablero. —¿Y dices que ves algo más que aquellos con los que tienes una conexión personal, como fantasmas o figuras borrosas? Pero no son fantasmas. Los fantasmas están muertos, la gente que veo todavía está viva”.— Alberto lo reprende: "Pero sí, veo todo tipo de ellos todo el tiempo". Alberto le preocupa que haya sido un error, cuando tienes que reprender a alguien con tanta frecuencia, normalmente significa, que no quiere o no puede entenderte. —¿Estás viendo alguno ahora mismo? —Los ojos del Dr. Lasalle se levantan del portapapeles en el que está escribiendo para encontrarse con Alberto. Mientras se sienta en la mesa de examen, Alberto, se retuerce un poco. El papel se cruje debajo de él. No puede mentir, el médico solo está tratando de ayudar. ¡Humm, sííí! Mi hermana está aquí conmigo. ¡Joder!"Interesante. —¿Tus padres la conocen? —El médico parece capciosamente interesado en esta pregunta, como si realmente significara algo sobre su diagnóstico. —Bueno, la conocí en el hogar de acogida. Supongo que nadie le prestó atención allí. Pero ella sigue siendo mi hermana. No había pensado en su hogar de acogida durante mucho, mucho tiempo. —¡Ah, está bien!. El doctor anota algo en su tablilla.— Por cierto, Alberto ¿Cuál el nombre de tu hermana? Duda unos 30 segundos y le dice: —Se llama ¡Carlaaa! Sí, ese es su nombre: mi hermana Carla. —“Bueno, quédate tranquilo, Alberto. Vuelvo enseguida”. El Dr. Lasalle sale de la habitación y cierra la puerta con esmero. —Alberto, no tenías que hablarle de mí; no habría herido mis sentimientos. —Su hermana, Carla, le reniega. Los ojos de Alberto se encontraron con los de ella y supo que estaba mintiendo. Siempre estaba tan frustrada que los otros niños y niñas del hogar de acogida la ignoraban, no entendía aquel porqué, cuando era tan joven. Pero a medida que creció se dio cuenta de cómo funcionaba el mundo. Básicamente, hay dos mundos que viven al mismo tiempo, en el mismo lugar, por lo general, no pueden verse ni tocarse entre sí. Algunas personas dijeron que tenía que ver con átomos que vibraban a diferentes frecuencias, otros dijeron que tenían diferentes dimensiones, mientras que otros culparon a Dios. Nadie lo sabía con certeza. En los casos inusuales, algunas personas vieron ambos mundos. En el mundo del Dr. Lasalle, esas personas eran consideradas locas. Mientras que, en el mundo de su hermana, los entendían un poco mejor. Pero, a pesar de todo, los clasificaban como extraños.




Alberto era una excepción extremadamente inusual. En realidad vivía en ambos, podía tocarlos y ambos lo tocaban. Nadie había oído hablar de una persona tan extrema hasta entonces. El doctor regresó.—Muy Bien, Alberto. No hay forma de suavizar esto. Tiene un trastorno mental muy grave. La mejor noticia; es que ha aprendido a sobrellevarlo muy bien. Entonces vamos a probar una combinación de diferentes tratamientos. Incluirá la medicación que le recete y el asesoramiento de un muy buen neurólogo/psiquiatra que trabaja aquí en este edificio. El Dr. Ansorena y yo solemos colaborar juntos en varios casos. —El Dr. Lasalle mantiene sus ojos en Alberto para ver su reacción a la sentencia.

—Alberto suspira profundamente. Sin embargo, realmente no puede sorprenderse, ¿qué podría esperar cuando le dijo a un médico que tiene relaciones con personas que no puede ver? —Bien. Eso es todo lo que Alberto realmente puede decirle.El Dr. Lasalle le entrega a Alberto un papel con la escritura de su mano garabateada: "Lleva esto a la recepción y te darán la receta. Vamos a empezar con tres al día, una en la mañana, otra en el almuerzo y la última en la cena noche”. El Doctor habla lentamente, manteniendo su mirada, en Alberto, asegurándose de que está captando todas las instrucciones que tiene para él. “Lo más probable es que, cuando su cuerpo se acostumbre a las drogas, lo iremos aumentemos a cinco por día, y finalmente a ocho por día. Nuestro objetivo es equilibrarlo. Mientras tanto, trabajará con el Dr. Ansorena. Aquí, donde estamos, tan sólo, dos pisos más abajo. Ella lo ayudará a familiarizarse con los cambios que atravesará. —Si empiezas a sentirte raro de alguna manera, fiebre, dolor de cabeza, deprimido y no quieres hablar con el Dr. Ansorena al respecto, llámame. Éste es mi número personal; Le responderé en cualquier momento”. Le entrega otra hoja de papel más legible con nueve dígitos. —Quiero verte de nuevo en dos semanas, comprobar cómo va todo el proceso. Así que le programen una cita cuando obtenga su receta en la recepción, y mientras esté allí, puede concertar una hora para ver al Dr. Ansorena. ¿Alguna pregunta?" La cara de Alberto es ilegible. Incluso él no está seguro de cómo se siente acerca de todo esto. No quiere tanto que lo arreglen, solo... bueno, no está seguro. Le gusta su vida, solo desearía que la gente no pensara que estaba loco de mierda. —No, intentémoslo. Gracias Doctor. Carla se acerca; cuando Alberto se levanta de la mesa de examen. Ella está tan confundida como él —acerca de cómo se siente— con el tratamiento que le está ofreciendo el médico. Es bueno que vayan a intentar ayudarlo, pero a ella le preocupa cuál será el costo. —¿Lo hará como todas las demás personas que no pueden verla? Ella toma su mano con fuerza mientras salen de la habitación. —Mira, Alberto, están haciendo todo lo que pueden para ayudarte. —Carla intenta buscar consuelo, en sí misma tanto, como a su hermano.—Alberto asiente con la cabeza hacia ella. Carla sabe que no quiere que lo vean hablando con ella en un consultorio médico por todos sus rincones. Con esa cantinela en su cabeza… Ella se queda callada, mientras programan su cita con el Dr. Ansorena, mañana por la tarde, y la próxima con este médico. Dentro de dos semanas a partir de hoy. Posteriormente, le entrega a la asistente su receta y ella entra por una puerta en la parte trasera de la oficina. ¿A, ver? —Esto no es tan malo. —dice, pero ambos rostros muestran la preocupación que tienen dentro de sus mentes. La asistente/recepcionista vuelve con un pequeño frasco marrón de pastillas y repite las instrucciones de tomar las pastillas tres veces al día con las comidas.

—Él toma una respiración profunda y agarra el envase, en su mano. —lo guarda en su bolsillo. En el garaje público, dentro del vehículo, su hermana mira el frasco de pastillas, —No sabía que una palabra pudiera tener tantas por Dios. —Me pregunto; ¿cómo se pronuncia? —Sonríe mientras trata de mejorar el estado de ánimo. Al menos no muerden; —Él está en silencio, de camino a casa. Solo diciéndole adiós cuando ella sale del auto en su casa. Luego conduce a casa para comenzar su tratamiento.

 


En casa. La fortaleza de soledad.

Le resulta difícil entender cómo la gente puede sentirse sola. Esos momentos en los que puede estar solo, sin tener que responder, ver u oír a nadie más, son una bendición para él. Esos periodos no son los más felices, pero suelen ser cuando se siente más contento, casi en plena paz, con el mundo. Mientras sube las escaleras hacia su apartamento, revisa el correo; facturas y basura. En eso se han convertido los buzones del presente. Tira la basura al contenedor y se aferra a los sobres de publicidad sin abrir, mientras sube las escaleras. Unos cuantos cuatro zaguanes más tarde, llega al quinto, donde abre la puerta de un pequeño apartamento tipo estudio. Al entrar y encender las luces, ve  su devenir diario: un  gran desparrame de todas sus cosas. Algo que le hace sonreír, pues, le es familiar.—Hay cosas que no cambiarán, ni en 100 años. No es un desastre, pero tampoco está ordenado. Las cosas simplemente están agrupadas. Ropa apilada en la esquina del lado de la ducha, platos en el fregadero, cajas de Deuvedés, forman una torre al lado de la televisión y una estantería llena al azar de libros apilados por todas partes. Algren, Dickinson, Fante, Crane, Cheever, Lovecraft, Nabokov, Plath, Verlaine, Yates, Zamacois y otro montón de Cómics de Corben, Liberatore&Tamburini o Moore. Dejó los billetes sin abrir en una mesa junto a la puerta, junto con sus llaves y su cartera. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su puto lugar.— espeta en voz baja. Saca los frascos de píldoras de su bolsillo, los sacude—a modo sonajero— y luego comienza a dudar. ¿Qué me harán? ¿Cómo lo arreglarán cuando no se sienta realmente triturado? Nunca ha tomado buenas drogas en su vida; es decir, políticamente correctas. —Se pregunta cómo será. La etiqueta le recuerda que no debe tomarlos con el estómago vacío, por lo que abre su refrigerador y busca algo que le parezca bueno para comer.¿A ver qué maravillosas viandas tiene mi nevera? Estoy de suerte. —Vaya, hamburguesas sobrantes de McDonalds, y sobras en una caja de Telepizza —Huele bien. Se conforma con calentar un par en el microondas para acompañar la media empanadilla de espinacas que le había comprado Carla. Este es su festín de celebración, dando una nueva hoja de ruta en la vida, probando todo esto de lo correctamente "sano". ¡Ja,ja,ja!—Se troncha de la risa. Después que el microondas suene. La campanilla repica que ya está caliente. Coge la comida y se la prepara en la mesa centro del sofá. Comienza a reflexionar sobre qué DVD debería poner. The Goodfellas, no, porque es una película muy gamberra; con la que empatizo y me ha entrar la tensión y las ganas de las viejas costumbres. Full Metal Jacket de Kubrick no sería una mala elección. O revisar la original de HBO, True Detective, a pesar de la ridícula coleta postiza de Matthew McConaughey. —¡Joder! Qué tengo que cenar. —¡A la mierda, es noche de Donny Darko y punto! Desliza el disco en la Xbox y luego toma el control para iniciar la película. —Quince minutos, dos hamburguesas, media botella de zumo de piña y un cuarto de Schnapps de Coco.Sonriendo ante una película que ha visto decenas de veces. —¡Manda huevos!, Toma el frasco de pastillas que puso sobre la mesa. No se lo piensa dos veces, cuando abre la tapa, de seguridad, a prueba de niños. Sin embargo, en el fondo de su mente, la pregunta sobre qué significarán esto para sus vidas suspira por el destino. Lo ignora, adormeciendo su mente con las luces de colores en la pantalla. Apura el poco Schnapps que le queda.—Qué rico está el coco. Toma un trago de Zumo D. Simón y todo queda listo. Un momento que puede cambiar su vida para siempre, y está acompañado por un hombre con un disfraz de conejo llamado Frank.—Risas amargas. —Así es la vida. Durante la siguiente hora, tira la basura a la papelera, apaga las luces y se queda dormido en el sofá con la película encendida. Este sofá hace las veces de cama —por aquello de algún imprevisto— por lo que se pone cómodo y se recuesta. Sus  párpados van cayéndose, el sonido de la película de fondo, queda cada vez más lejos. Hasta quedarse dormido como un tronco. Se despierta de un sueño intermitente, no muy inusual, a bote pronto, agitado y desubicado.

 


Considerando que la pantalla del título de Donnie Darko estuvo en marcha toda la noche. Aún, se siente más atontado de lo habitual. Pero en este punto realmente no se da cuenta. Todo lo que Alberto hace es agarrar el controlador a la Xbox y hacer que reproduzca la película en lugar de repetir los sonidos de la pantalla de título. Él, yace, en su jodido sofá, sacudiéndose. Mira el frasco de zumo y recuerda sus nuevas "pirulas". Agarra el bote marrón de sus píldoras y lucha por abrirla en un plis. —Estúpidas tapas a prueba de niños. Una vez que finalmente abre la tapa, vierte su segunda pastilla en la palma de su mano y se la mete en la boca. Ahí es cuando recuerda que terminó su botella de Schnapps de Coco. Cuando la pastilla se vuelve amarga en su boca, se apresura hacia el fregadero y enciende la luz de la cocina. Intenta poner su boca bajo el grifo de agua, para tomar un sorbo. Empero el fregadero apesta y está hasta los topes de platos sucios. Es una lucha en balde. Al final aspira un pequeño trago y trata de tragar la amarga pastilla. Pero solo llega hasta la mitad. Recurre a coger un vaso del fregadero. Comprueba si puede identificar qué demonios había en él. Finalmente, ya que no puede, supone que debe haber sido agua. Lo pone debajo de la perspectiva de caída y bebe un buen churritón. Suficiente, para mover la maldita pastilla por su garganta. Inspira,  profundamente, habiendo superado su gran pelea de la mañana. Su mente sigue cavilando. Piensa que las pastillas no deberían empezar a afectarle realmente durante un par de días. Hasta que empiecen a fluir por su torrente sanguíneo. Vuelve a sentarse.  Pasan un par de minutos, muy lentos,  y un par de escenas de la película, con las que está muy familiarizado. Decide levantarse, de nuevo. Se dirige a la ducha. Todavía es demasiado temprano en la mañana. Aunque tiene la sensación de inquietud y que las cosas no están en sus sitio.—Es raro, no son iguales. Al abrir la ducha, por lo general tiene que jugar con las llaves para obtener la temperatura adecuada. Afortunadamente, hoy encuentra un agua caliente que no está ardiendo y se agradece. Tira su ropa a la pila que está de un cesto y termina cayendo en una montaña de trapos sucios. Alberto no encuentra razón para apurarse y deja que el agua tibia lo limpie. Se cepilla los dientes, se lava el pelo y se enjabona el cuerpo. Se queda observando cómo todas las burbujas, toda la suciedad y la mugre que tenía sobre él se arremolinan en el fondo de la bañera y desaparecen, por la rejilla del sumidero, para siempre. En lo más hondo de su ser, desea  estar deprimido, por perder una parte de él. Independientemente, de si fue sucio y no deseado. Empero descubre que no puede despertar la suficiente emoción como para sentir nada. Es como una fotografía congelada. Después de la ducha y tras quitarse mierda del pleistoceno. Toma una toalla y se seca poco a poco. Hoy está comenzando algo extraño, sin embargo, no sabe exactamente el porqué. De su pila de ropa sucia, oliendo entre las piezas de la montaña de ropa, coge unos calzoncillos, más limpios de lo imaginado. Unos pantalones y los calcetines más decentes. Se ha vestido y acicalado por completo. Hoy será otro día; comenzará yendo al parque con su bolsa de basura y llevará, a cabo la recolección de botellas y latas. Las cosas reciclables que todos tiran. Con todo ese tesoro, lo entregará en un garito, de un chatarrero y obtendrá algo de dinero. No mucho, pero suficiente para sobrevivir. Luego se reunirá con su hermana para almorzar y después irá a ver al Dr. Lasalle. A posteriori, de prepararse, hace una pausa sintiendo que ha olvidado algo vital. Se queda pensativo. Tan ensimismado que termina por encogerse de hombros y sale por la puerta. Los cielos son grises; un escalofrío recorre el aire. Su chaqueta, esa agradable y cálida comodidad de criatura que deseaba la última vez, eso era lo que estaba mancillando el cerebro.—Ya la tengo. ¡Genial! Después de caminar de un bote de basura a otro llenando su bolsa, encuentra un asiento en el banco. Aquí es donde su mejor amigo, Rai, suele quedar con él. Pensar en volver a Rai le empieza a producir un picor en el dorso de la mano, en la zona baja del pulgar. Es una sensación de pavor, de mal  presentimiento,  no le hace nada de gracia. Tiene muy claro que el Dr. Lasalle le dio todos esos medicamentos que toma para ayudarlo a mejorar. También que tendrá que apechugar con las consecuencias que todo ello implique. Se sienta y espera. El tiempo pasa, pero Alberto no se da cuenta. Bueno, él está al tanto; parece que no le importa. Quizás sea lo mejor; que Ray no aparezca. ¡Alberto no quiere tener que explicarle, porque cojones va al médico! El día se pone ventoso y un par de gotas de lluvia caen del cielo. Eso es todo, esa es la señal que estaba esperando. Ya no puede sentarse afuera. Necesita irse, no es nada divertido estar bajo la lluvia sin una chaqueta.—Una gran chaqueta como la vieja Schott motera de los 70 de Alberto.—Ésta, es mi mejor confidente. Nunca me ha dejado tirado. Continuará...

 

                           Dedicado a Chadwick Boseman y Justin Townes Earle DEP. In Memoriam


Fotogramas Adjuntados

My Way Home (1978) By Bill Douglas

This Is England "86" By Shane Meadows

Sommaren med Monika (1953) By Ingmar Bergman

Mommy (2014) Xavier Dolan 





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