“Barney Ross, mi amigo el escritor madero, JL y las sirenas de T. Browning”
Me
mosquea, no tener ningún amigo nacido entre mis cinco dedos de la palma
izquierda de mi mano, que sea nativo de la misma ciudad donde circunscribe mi
DNI. Miento hay uno y, nos hemos
reencontrado 30 años, después de abandonar el pupitre del 1º de B.U.P (cambiamos de coles y ubicaciones). La
misma villa, aquella, en la que una fría noche de finales de octubre completé
el alunizaje al zozobroso planeta tierra tras un sangriento parto, hace muchas
lunas. Los otros cuatro que ocupan esos tronos son forasteros —los eternos desconocidos— diría el maestro W. Wyler. Me
preguntó un individuo: ¿qué es ganarse un trono? —Aquel, que te presta dinero
sin decir para qué, el que te ayuda en un aborto con tu primera novia a los 16
años, el que está a tu lado en tu primera vomitona, el que va al hospital
cuando casi no la cuentas, el que acude a verte a la cárcel y al funeral de tus padres. Un granadino de correrías castrenses dixit:
"un amigo nunca pide la escopeta, el
coche ni se lo ocurre cuchichear con la media naranja del colega". Aún
recuerdo su mirada de Séneca. Más resumido. Aquellos reyes sin corona, que
cualquier cosa que hagas bien o mal: siempre está bien hecha. Evidentemente,
me han gustado los tíos de pocas palabras, bebedores y fumadores empedernidos.
De vez en cuando, alguna escapada del soporífero tedio —tres segundos— para cambiar de taburete, por lo de la circulación
sanguínea del glúteo medio. Es como el
síndrome del tenista, pero sin raqueta. Así son mis amigos. Me he acordado de
mi profesor de griego —ya nadie lo gasta—
tras el decretazo germano, y el inminente anuncio de derribo por defunción de
los dioses en la vetusta Acrópolis. Me
contaba, otrora tiempos, del pulcro y grosso C.O.U, que las sirenas son hijas
de Melpómene (la musa de la tragedia)
y de Aquelaos (dios de los ríos). La
sangre de Aquelaos está en Teresa Perales como la de Peleo en Barney Ross, derramadas
de “motu proprio” por Heracles y Zeus. En España y medio mundo no los quieren
porque los héroes deformes o con agujas en el codo son nocivos para las retinas
de los sufridos humanos de a pie. 21 medallas a lo largo de los últimos 12
años, —una menos que el tritón Phelps —lleva
ganadas la apestada hija de Aquelaos. En estas últimas paraolimpiadas de
los freaks que tanto amo y me deleitan, como a mi amigo Tod Browing. Lo ha
bordao, igual que la Mirella de Badalona. Ahora, la televisión de todos los
españoles —incorpora al ente—, la
última tecnología del imperio; HD (¡qué
imagen y sonido, la hostia!) está consiguiendo un record de invisibilidad
con sabor a tripa de sardina: tiene menos audiencia que una película de
Angelopoulos, (D.E.P) en el cine de
verano de la urbanización donde veraneaban los Aznar. La misma, que en una
noche blanca cultural, en el barrio húmedo de Zapatero. No me pregunten por la
de mi pueblo, que es el viaje a ninguna parte.
La despreciada emisión de los atletas parapléjicos de las ondas hercianas catódicos desde el olímpico de Londres es un bofetada a lo Glenn Ford. No quiere saber nada —de ella— el caprichoso engendro TDT. Ni quiere, ni dejan que la quieran como el perro del Hortelano. Cuando zapea Ambrosio, el del bar de la esquina, desenchufa la función o busca tertulianos anfetamínicos adictos al trankimazín en los intermedios para no infartar del mogollón de Baileys que chorrean en sus expressos. Los huevos se les esfuman —a todos— por obra de Houdini sin cortes publicitarios como los del León del congreso de los divinos diputados; el izquierdo, pues el de la derecha parece hembra, ya era hora (que sirviera de algo la cuota). La Sirena Teresa está proscrita menos para los vendedores de la Once porque no ven y nadie quiere una hija sin pies. Da igual que en estas vacaciones las familias hayan programado el DVD de “La sirenita” a la prole. Seguro que (alguno) estará tecleando en googlelandya “a to meter” para conocer a la criatura y cuando sepan que es de tal partido político, pensarán: qué se joda. Pues, queda poca SS y no queremos que nos dé un cólico nefrítico ni falten goteros de Nolotil en urgencias para un ombligo hambriento. Y es que ya lo dijo Cormac McCarthy, “No es país para viejos”. Da igual. Los héroes son los primeros apedreados y sometidos al tercer grado, que se lo digan a Barney Ross. Tampoco difiere mucho de su director: André de Toth, con un sólo ojo filmó Noir ionosférico con imágenes paridas por Caravaggio. Planos tan hipnóticos como, los Skyland de N. Foster, se gusta dibujar entre acero y cristal. A ese, como a Barney le dieron fuerte. La divina crítica, la del monopolio de su tocayo francés no le dio ni un colín porque no era tan trascendente como el bueno de Chris Marker. Mi viejo amigo, José luis de Tomas García ganó el Nadal en 1984 con una novela prodigiosa: “La otra orilla de la droga”, extraordinaria y adictiva, aún más, en estos ignorantes e inquietantes tiempos cibernéticos. Ahora es el cronista de los acontecimientos de su pueblo. JL, inventó el lenguaje que explotan los mascachapas del polígono del barrio de mi colega, donde pilla una hierba cojonuda. La misma, del saltimbanqui G. Deferr —qué piruetas se marcaba en el piso— le gustaba fumar y llenaba el medallero a los ávidos cabestros del sistema que lo jalaban.
Dicen
que los Ninis con un iphone la manipulan genéticamente; bien por ellos. Sirven
para algo. Mi colega Rómulo que lo está
consumiendo un carcinoma; la fumamos con mucho gusto. Pero claro, no se chuta,
en el silencio de la noche como Barney Ross. Aunque haya ganado un corazón
púrpura y la corona de los pesos ligeros & Welters. Menudas hostias daba.
La novela "la otra orilla de
droga" es el Pangea de esa confitura que tanto he lamido y vende la New Generation literaria como churros
mojados en ella: Nocilla, qué merendilla. Está rica y tiene mucho alimento. Hay
unos tíos muy majos en esa divina salsa negra de azúcar, cacao y avellanas, que
lo están bordando. Otros no me gustan,
pero se han currado un marketing que a Haro Tecglen le marearía y mi amigo D.
Draper, aplaudiría. Si Nebrija, le mandase un SMS a Umbral le diría: qué no son
mías las palabras, son cosas de chorbos en el Pleistoceno de la Cañada del
Real, que JL documentó. Me van a
decir que soy macabro, sensacionalista, extravagante, desproporcionado, pueril,
inmoral, obsceno, e intrínsecamente rebuscado. Me la trae floja como a
Faulkner. Él, sí que hubiera alabado a JLT por introducir: el baldeo, la sirla, el boqueras, el consumao, el colorao, irse de
najas, la chuta, chinarse del codo, un truja, el pusco, surai,
güil, la mui y mi preferida “arajai”, (un cura). No puede faltar un
clérigo o te buscas la ruina con los fundamentalistas de Intereconomía. ¡Que Roures está harto de mí, como se cansó
en su momento Luca de Tena! Son las postreras esencias del paraíso
germinadas por el Rodin (creo, que es más
Heródoto) de Manises. La última espantada del bypass acabó con un colega
del trono —especialista en subirme la
moral— poniendo un vídeo del Youtube (memorable)
lleno de hermosas sirenas paraolímpicas. Emocionados, fumábamos (con menos ahínco) y bebíamos cerveza
light por lo de los achaques (no pasan en
balde). Sonreíamos del mismo modo —que el madero escritor (JL)— tenía el
aura de McCarthy. Y se quedó redactando temarios para conductores de lecheras
en la puerta del Sol. No me pregunten donde estoy, no se lo voy a decir a
nadie. El león está hasta los huevos porque no encuentra sus pastillas ni la
jeringuilla para meterse el Edén en vena. ¡Teresa, tú sí que eres grande y con
los ovarios de una leona: Te quiero, campeona!
Dedicado a
mi viejo amigo, Angelillo. Dibujaba mejor que Escobar y bailaba como Ian Curtis
Bibliografía consultada y recomendada:
“Cautivos de
la sombra”, (1994) de Javier Elorrieta. Guion de Santiago Moncada y José Luis
de Tomás García (adaptación de la novela “La otra orilla de la droga”1984).
P.S.; les
dejo un clip de una obra maestra del inefable ADT “Monkey on my back” (Combate
decisivo) 1957.