El abogado, la modelo y el diez por ciento: la ley son pruebas
Es
bien sabido que todo el mundo odia a los abogados, pero no todo el mundo sabe
que los abogados odian a sus clientes —esto,
es una confidencia que les hago, de uno de mis mejores amigos y letrado de
pedigr× de una manera oculta, profunda y tenaz. En esta guerra interminable, sin cuartel y sin piedad, hay una tierra que no es de nadie: el pacto de la cuota de litigios, gracias, a la cual, se paga al abogado, en
función de cuánto dinero puede hace ganar al cliente. El campo en el que se aplica
con mayor frecuencia: es el peritaje de vehÃculos por siniestros. Hay casos como
la investigación de un antiguo accidente de coche; luego trabajar en la gestión
de catástrofes es, en cierto modo, divertido. Una especie de regreso a la
infancia. Hay una tabla, y, en las abscisiones, aparece la edad de las vÃctimas, luego, en las órdenes, tenemos: la gravedad de la lesión, expresada por porcentajes. El punto de encuentro se halla, en la cantidad que debe de reconocerse en concepto
de indemnización. Es un poco como jugar a hundir barcos, aquello de, tocado y hundido. Soy
abogado y me quedo con el diez por ciento, de mis trabajos. No es mucho. Tal vez por eso, hace un par de años, Vanessa vino a verme. Era una
mujer hermosa y gélida como el amanecer en un glaciar. Me dijo que habÃa
un siniestro que atender y que usted habÃa venido en nombre de una amiga suya; que no estaba muy familiarizada con la ley y los abogados. Fue una práctica
fácil, para empezar. Lo dijo —textualmente— “para empezar”. Tremendo. Lo noté enseguida, aunque, de vez en
cuando, le di un significado diferente al que tenÃa. Quizás porque, en ese
momento, perseguÃa más mis fantasÃas que mi cartera. La chica en cuestión
estaba en la cola de una de esas interminables serpentinas, que, como el
puromoro, serpentean eternamente por nuestras carreteras, cuando la
atropellaron. Curiosamente, la jurisprudencia asume que la culpa es de quien conduce,
porque la ley no está hecha para los conductores; se podrÃa pensar que nuestro
legisladores todavÃa tienen, el cacumen, por aquellos caminos rurales recorridos, en un Ford
Modelo T de los tiempos de Capone.
Se
trataba de un daño sin valor, de hecho, su baremo máximo eran unos 700 euros; entre el daño
biológico y el daño al automóvil. Lo que importaba era la doble firma en el
documento NIF, del que, como era de esperar, se derivaba la responsabilidad
exclusiva del útil. Me dije que si la
amiga se parecÃa un poco a Vanessa, ningún varón heterosexual, al ver el número
de categorÃa, en el modelo, tendrÃa dificultades para firmarlo. Pero habÃa algo que
no encajaba y vi el affaire, como un pequeño problema, que ronroneaba mi
occipital —el porqué de esta historia y
los intereses que se traÃa Vanessa, al acudir a mà — era otro. El mismo
dÃa, del impacto, la chica se iba a un desfile de modas. Si hubiera
causado una buena impresión, habrÃa sido contratada, indefinidamente. Además,, el sueldo
habrÃa sido muy, pero que muy sustancioso. Sólo que el golpe afectó su
comportamiento. Como resultado, mi pobre cliente habÃa sufrido un gran daño por
la pérdida de oportunidades de trabajo. Vanessa
podrÃa haberme proporcionado, incluso en un eventual juicio, todos los
elementos necesarios y suficientes para probar la pérdida sufrida y la merma de
ingresos padecida por su amiga, pero habrÃa sido una causa larga, compleja y evidentemente: costosa... ¿No habrÃa sido conveniente
ponerse de acuerdo con el seguro?—Advirtió.—Por supuesto, respondÃ. Las
compañÃas de seguros siempre están dispuestas a dirimir causas de este
tipo; en última instancia, el coste recae sobre la empresa y la empresa son los
demás. Empero, hay muchÃsimas modelos en la ciudad»— me interrumpió «Y, aún más,
aspirantes a modelos». —Me miró a la
cara. «Y todas las que conozco conducen»— concluyó. No habÃa nada más que
decir, salvo que mi parte, ya es de sobra conocida, era el diez por ciento, lo que establecà hace mucho tiempo.
Empezó
muy bien, y luego mejor. Vanessa habÃa dicho la verdad: habÃa muchas modelos en
la ciudad y las aspirantes a ejercer ese trabajo eran multitud. Las recibÃa, les daba un vistazo a sus papeles, muchas miradas a sus
clientes, y las despedÃa para volver a trabajar. Después de ese primer
encuentro, y durante mucho tiempo, no volvà a ver a Vanessa. Obviamente,
decidió que yo no era, lo suficientemente fiable. Y, de hecho, lo era. Mi
clientela lo corrobora. Completé con éxito todos los trámites y nunca pedà más
del puto diez por ciento. Sin
embargo, desde un lejano rincón oscuro de mi mente, me recorrÃa un soplo helado, como
en estos dÃas de enero por los Dolomitas, que me daba escalofrÃos en la espalda y
estornudos glaciares. La vida seguÃa como los dÃas y los años. Nuevo año, por cierto, 2025. Hasta que
conocà a Sara. No era tan hermosa como las demás, quizás porque tenÃa un
aspecto un poco triste, con esa mirada de estatua maltratada, por el
olvido, durante siglos. Una pena. La vi enseguida y supe que nunca la olvidarÃa; pase lo
que pase. Sé lo que os estáis
preguntando, porque yo también me lo pregunté: ¿me habÃa enamorado de ella? No lo sé. No lo creo. Lo más
probable es que se tratase, solamente de dos solitarios, cuarentones, pero ya
habÃa tratado con las separaciones. Demasiado tiempo para mi cuarta década. Lo
suficiente como para saber que tal combinación no forma una pareja. No por
mucho tiempo. Además, era una clienta y
los abogados odian a sus clientes. Ya lo sabÃan. Asà que, me asaltan las dudas.
No. No sé si la amaba. Todo lo que sé es
que cuando estaba con ella, ese hálito de aire gélido, ya no se notaba. El
soplo del helor, se habÃa desvanecido.
De
todos modos, para Rufus Green, eso no significaba nada. TenÃa demasiadas cosas
en su cuerpo, esa noche, todas de primera. El
pirata de las empresas extraterritoriales sólo se llevaba lo mejor y ¡Ay de los que le faltaran el respeto!
Asà que cuando vio el arañazo en el parachoques de su último modelo, Lotus
Evora, el sujeto RG, saltó sobre Sara y la golpeó vilmente. Cuando terminó,
sólo quedaban fragmentos de la pobre estatua. Pasados unos cuatro meses, Vanessa vino
a mi estudio con los angustiados padres de la desgraciadamente asesinada, Sara.
Mirándolos, pensé que ni el escritor de ciencia ficción más imaginativo podrÃa
creer en un vÃnculo de parentesco. Sin embargo, los documentos decÃan lo
contrario y la verdad procesal se basa principalmente en las evidencias. Asà que los
documentos esgrimidos reafirmaban sus declaraciones. En cuanto a la
otra verdad, no lo sé. TenÃa que asistirlos y ser parte civil en el juicio por
asesinato que estaba a punto de comenzar. Los jueces habrÃan sido muy severos y
posiblemente, hubieran dado una pena capital junto a una enorme indemnización
monetaria. No eres el pirata de las
empresas offshore; si no tienes un tesoro en alguna parte. Mi porcentaje habrÃa
sido el de siempre y no habÃa nada más que decir. Hoy ha terminado el juicio y
ha finalizado bien. ¿Se pueden
imaginar lo contento que estoy? Mientras, espero a Vanessa que me acaba de
informar sobre la obtención de un cobro emitido por los padres de Sara: la
pareja infeliz está demasiado postrada para manejar esa gran cantidad de dinero
obsceno. En lo que a mà respecta, no hay
problema. Estoy dispuesto a darle a Vanessa lo que es correcto. Y se lo he
puesto muy fácil. Lo dicho, por aquÃ, en mi escritorio tengo seis balas del calibre 38.
Y, evidentemente, mi humilde diez por ciento.
FIN
Fotogramas
adjuntados
Anatomy
of a Murder (1959) By Otto Preminger
The
Gingerbread Man (1998) By Robert Altman
Cape
Fear (1962) By J. Lee Thompson
The
Veredict (1982) By Sidney Lummet
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