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martes, 11 de marzo de 2025
Malaquías, el marino desterrado y los cantos de sirena
Una
lejana voz llamó a Malaquías desde la angustiosa oscuridad que envolvía la
nave. Había algo familiar en ella, como
si perteneciera a alguien con quien hubiera hablado, hace no mucho tiempo, pero de un tono más estrangulado y gutural que la de una típica voz.
Intentó ignorar el sonido, pero la familiaridad le carcomía, y, se encontró
poniéndose los zapatos y el abrigo para poder encontrar la fuente. Mientras
subía por la escalerilla hasta la cubierta del barco, el sonido, audible por
encima de las olas y el aullido del viento, le rodeó. El ritmo del canto
aumentó hasta alcanzar un crescendo que no cesaba de crecer y crecer pero no
terminaba de llegar a su punto cúspide. Malaquías Gabor se agarró a las jarcias
del Rosa de Jericó, el cual, se dirigía hacia el este del mar del Norte, en la
noche más oscura y temible que se recordaba. Respiró el aire fresco y salado. Seguía con el omnipresente mareo, que
parecía ir a menos, como si quisiera darme una tregua a tanto tinnitus. No
obstante, algunos de aquellos sonidos de la voz incorpórea le inquietaban. Se
alegró de estar de nuevo sobre la cubierta y lejos del hedor de interior de la goleta con quince marineros sin lavar
y de las horribles raciones de comida que enmohecían lentamente. A
través de la cacofonía de sonidos, recordó a los viejos marineros de las
tabernas locales que contaban historias de sirenas, las cuales, llamaban desde
las profundidades y atraían a los marineros hacia una tumba acuosa. Nunca había dado crédito a aquellas
fábulas, leyendas y mitos; los marineros borrachos no eran el tipo de personas
a las que uno da crédito cuando trata de distinguir la ficción de la realidad. La
idea de una mujer perdida en el mar embravecido le hizo inclinarse y mirar por
encima del borde del barco para encontrarla. Hacerlo era una temeridad, pero
sus pies no atendían a razones y le acercaron al pasamano de estribor.
Buscó frenéticamente el siguiente trozo de cuerda al que agarrarse mientras el
temporal arreciaba. La única diferencia entre el cielo y el mar eran las olas
que chocaban contra el casco del barco. Malaquías forzó la vista para
aclimatarse a la oscuridad y escudriñó las aguas en busca de alguna señal de
alguien que pudiera haber sido arrojado por la borda.
Lo
más probable era que aquellos sonidos no fueran más que el viento deformando,
por los gritos, de algún miembro de la tripulación. Era una respuesta mucho más plausible que una sirena pidiéndole que
saltara a la muerte. Algo salpicó a medio metro de donde el Rosa de Jericó
cortaba el agua. Seguro de que alguien flotaba en el mar, miró a su alrededor
en busca de una cuerda suelta o algo lo suficientemente largo para que la pobre
alma pudiera agarrarse, pero lo único que encontró fue un tablón de madera.
El canto se hizo más fuerte, como si emanara de su propio cráneo. Malaquías no
oía nada más. El sonido del viento y las olas casi había desaparecido. El
tablón que tenía en la mano no era lo bastante largo como para ser útil a alguien
que estuviera en el mar; sin embargo, juró que vio una mano etérea que lo
alcanzaba desde las aguas. Cuando gritó
pidiendo ayuda por la cubierta vacía del barco, su boca se movió y sus cuerdas
vocales se tensaron. La mayor parte de la tripulación estaba abajo, durmiendo,
y ni siquiera él podía distinguir sus propios gritos entre el canto. Cuando el
volumen amenazaba a Malaquías con la locura; todo se volvió mortalmente
silencioso. El mutismo le sorprendió y, mientras se llevaba involuntariamente
las manos a los oídos, dejó caer el tablón al agua. Se introdujo los dedos
empapados en los canales auditivos, esperando encontrar en ellos la sangre de
los tímpanos reventados cuando los retirara. Pero, observó que no había nada. Un
extraño halo de luz azul verdosa flotaba en la superficie del agua, donde hacía
un momento había estado la mano. La luz
se transformó muy lentamente, en la
forma de una mujer hasta la cintura, en medio del mar embravecido. Parpadeó,
incapaz de moverse. No podía ser la mujer que conocía. Estaba muerta. No lo
dudo, por un instante. Recordó como las bestias de sus compañeros le habían
atado las manos a las rocas y los pies, y de seguido, la empujaron desde el
puente.
Él,
se había quedado a la orilla del río, sacudiendo la cabeza en señal de condena
silenciosa —no de la bruja acusada, no
creía en esas tonterías—, sino de la gente enloquecida de su pequeño
pueblo, que se apresuraba a ejecutar a cualquiera que no comprendiera lo que
ellos creían. Su asesinato fue el
catalizador de su marcha desde el Nuevo Mundo, para volver, a las refinadas y
razonables costas de Inglaterra. Su mirada se cruzó con la de ella y un relámpago
de frío recorrió su espina dorsal hasta llegar a su cerebro. Los pelos de
la nuca le hormiguearon y se levantaron como escarpias. Sus manos se aferraron
con tanta fuerza a la barandilla del barco que el dolor empezó a subirle por
los antebrazos. Recordó, el día de su
ejecución, estaba tan delgada y pálida como la mayoría de los campesinos
desnutridos de la ciudad, y su piel, parecía media talla más grande en los
bordes. Sus ojos tenían semicírculos oscuros, pero las pupilas estaban
dilatadas por una excitación feroz. Ya no era una víctima, era una depredadora.
Su boca esbozó una leve sonrisa, lo que hizo que su rostro resultara aún
más amenazador mientras miraba sin pestañear. La mente de Malaquías se agitó y
buscó una explicación racional en todos los estudios y artículos científicos
que había leído o escrito. Lo que encontró fue arrepentimiento. Debería haber ayudado a aquella mujer
cuando tuvo la oportunidad. En cambio, su actitud altanera y su indiferencia
habían permitido la muerte de otro ser humano. Ninguna ayuda que ofreciera
ahora expiaría su complicidad en el asesinato. El remordimiento era brutal y en ese instante, sus manos se soltaron de
la barandilla y su cuerpo se incorporó bruscamente, con la mente atrapada en el
cuerpo de una marioneta. No pudo
romper el contacto visual con la mujer espectral mientras doblaba las rodillas,
apoyaba los brazos en el agarradero y se lanzaba de cabeza hacia las gélidas
aguas. No había nadie cerca para quedarse de brazos cruzados y presenciar
el horror mientras ella lo envolvía y se hundían en las oscuras aguas.
FIN
Dedicado a Gene Hackman enero 1930/febrero 2025 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
Miranda
1948 by Ken Annakin
Splash
1984 by Ron Howard
The
Lighthouse 2019 by Robert Eggers
domingo, 9 de febrero de 2025
La abducción de Ercilio
Estaba
todo planeado, no solo el viaje sino que Ercilio Puertas iba a cometer un
delito. Mientras tapaba su coche, con
una lona. Su mente repasaba los detalles y cómo asegurar sigilosamente aquella
cosa y escapar sin ser detectado. No era una cuestión de codicia ni de extrema
necesidad, sino el deseo de llevarse algo que le fuera útil. La carretera
era el autovía AP-68 una de las más largas del nordeste y que unía dos
territorios con fundamento. Allende de su final, Ercilio, la veía: larga e
infinita. El coche había sido preparado
para un viaje hacia el oeste, mucho más lejos. No volvería en muchas semanas.
Eso formaba parte del plan, no sería fácil encontrarle. El sol de la mañana emergía
a sus espaldas, proyectando las sombras de los penetrantes árboles de hoja
perenne sobre la carretera, creando un efecto caleidoscópico de sombras y
luces. Ercilio repasó, de nuevo, el
plan. Punto por punto. Todo dependía de no ser detectado, de escapar y
desaparecer antes de que se perdiera el ente. Le estremecía la idea de que lo
descubrieran, de sentirse culpable, de sentir los dedos acusadores que lo
señalaban, que le gritaban al admitir su fechoría, de poner en peligro su
carrera de registrador de la propiedad.
El
tráfico aumentaba a medida que Ercilio se acercaba a una circunvalación de la
ciudad. De momento se concentró en conducir con cuidado, olvidando su búsqueda.
Unos camiones ruidosos se pusieron
delante de su Lexus hibrido: haciéndole frenar en el último momento. Les gritó
y lanzó abominaciones. El indicador de combustible le reclamó que aprovechara
la primera oportunidad para llenar el depósito; una vez hecho esto, agarró el
volante y pisó el acelerador, a fondo, para adelantar a un camión tras otro. Con el
puño en alto, gritó: «Ya verán. No tienen
ni puta idea de con quién están tratando, no tengo escrúpulos, estoy planeando
el mayor atraco de este asqueroso país». Sus peroratas fueron ajadas al
silencio por la grandeza del viento. Las
nubes se acumulaban en el cielo y el día se volvía gris y sombrío. Ercilio se
dirigió a su destino, la primera parada del viaje. Miró las señales de tráfico
para encontrar alojamiento. Advirtió uno adecuado y salió de la autopista a la
altura del territorio foral. Ahora, sentía alivio y un pequeño regocijo, por el
hecho, de haber abandonado la carretera durante un día. Su cuerpo se
quejaba del largo viaje y lo único que quería era estirar piernas, exhalar aire
puro de los abetos del bosque; que bordeaba la salida de la autopista y dar un
largo paseo. Pronto, pensó, raudo.
Otra vez aquella
cosa le producía una tremenda comezón. Al
día siguiente seguiría conduciendo hasta llegar a las montañas de Llodio, en
busca de paz y consuelo. Recordaba lejanos veranos con la familia de subida al monte Ganekogorta. De repente: ¿Le atormentaría el recuerdo de sus actos y
le privaría de esa intención? ¿Se estaba
poniendo en peligro de cargar para siempre con la culpa? No, esa cosa bizarra e inexplicable estaba
ahí para que cogerlo con la mano y aprenderla. La haría suya. Llegó la mañana y
Ercilio dejó que el agua caliente y calmante de la ducha masajease sus
músculos. Contempló por enésima vez los detalles del plan — confiado en que podría ocultar el hecho
de que faltaba el objeto. Tiró todas las toallas usadas— la alfombrilla de
baño y un par de toallitas faciales usadas, quedaron amontonadas en el suelo
del cuarto de baño. Dando por hecho que
la chica de la limpieza las recogería. No quiso contar todo lo que acopió en la
habitación. Una vez vestido y con la maleta hecha, de nuevo, se dirigió con
decisión al cuarto de baño y cogió una toalla y un paño secos, doblados con
mucho arte, y los escondió cuidadosamente en el fondo de la maleta. Buscó
furtivamente por el pasillo, salió y escapó a la penumbra de la mañana como
alma que persigue el diablo.
FIN
Dedicado
a David Lynch enero 1946/enero 2025 In Memoriam
Fotogramas adjuntados
D.O.A
(1949) by Rudolph Maté
Lost
Highway (1997) by David Lynh
In
a Lonely Place (1950) by Nicholas Ray
miércoles, 8 de enero de 2025
El abogado, la modelo y el diez por ciento: la ley son pruebas
Es
bien sabido que todo el mundo odia a los abogados, pero no todo el mundo sabe
que los abogados odian a sus clientes —esto,
es una confidencia que les hago, de uno de mis mejores amigos y letrado de
pedigrí— de una manera oculta, profunda y tenaz. En esta guerra interminable, sin cuartel y sin piedad, hay una tierra que no es de nadie: el pacto de la cuota de litigios, gracias, a la cual, se paga al abogado, en
función de cuánto dinero puede hace ganar al cliente. El campo en el que se aplica
con mayor frecuencia: es el peritaje de vehículos por siniestros. Hay casos como
la investigación de un antiguo accidente de coche; luego trabajar en la gestión
de catástrofes es, en cierto modo, divertido. Una especie de regreso a la
infancia. Hay una tabla, y, en las abscisiones, aparece la edad de las víctimas, luego, en las órdenes, tenemos: la gravedad de la lesión, expresada por porcentajes. El punto de encuentro se halla, en la cantidad que debe de reconocerse en concepto
de indemnización. Es un poco como jugar a hundir barcos, aquello de, tocado y hundido. Soy
abogado y me quedo con el diez por ciento, de mis trabajos. No es mucho. Tal vez por eso, hace un par de años, Vanessa vino a verme. Era una
mujer hermosa y gélida como el amanecer en un glaciar. Me dijo que había
un siniestro que atender y que usted había venido en nombre de una amiga suya; que no estaba muy familiarizada con la ley y los abogados. Fue una práctica
fácil, para empezar. Lo dijo —textualmente— “para empezar”. Tremendo. Lo noté enseguida, aunque, de vez en
cuando, le di un significado diferente al que tenía. Quizás porque, en ese
momento, perseguía más mis fantasías que mi cartera. La chica en cuestión
estaba en la cola de una de esas interminables serpentinas, que, como el
puromoro, serpentean eternamente por nuestras carreteras, cuando la
atropellaron. Curiosamente, la jurisprudencia asume que la culpa es de quien conduce,
porque la ley no está hecha para los conductores; se podría pensar que nuestro
legisladores todavía tienen, el cacumen, por aquellos caminos rurales recorridos, en un Ford
Modelo T de los tiempos de Capone.
Se
trataba de un daño sin valor, de hecho, su baremo máximo eran unos 700 euros; entre el daño
biológico y el daño al automóvil. Lo que importaba era la doble firma en el
documento NIF, del que, como era de esperar, se derivaba la responsabilidad
exclusiva del útil. Me dije que si la
amiga se parecía un poco a Vanessa, ningún varón heterosexual, al ver el número
de categoría, en el modelo, tendría dificultades para firmarlo. Pero había algo que
no encajaba y vi el affaire, como un pequeño problema, que ronroneaba mi
occipital —el porqué de esta historia y
los intereses que se traía Vanessa, al acudir a mí — era otro. El mismo
día, del impacto, la chica se iba a un desfile de modas. Si hubiera
causado una buena impresión, habría sido contratada, indefinidamente. Además,, el sueldo
habría sido muy, pero que muy sustancioso. Sólo que el golpe afectó su
comportamiento. Como resultado, mi pobre cliente había sufrido un gran daño por
la pérdida de oportunidades de trabajo. Vanessa
podría haberme proporcionado, incluso en un eventual juicio, todos los
elementos necesarios y suficientes para probar la pérdida sufrida y la merma de
ingresos padecida por su amiga, pero habría sido una causa larga, compleja y evidentemente: costosa... ¿No habría sido conveniente
ponerse de acuerdo con el seguro?—Advirtió.—Por supuesto, respondí. Las
compañías de seguros siempre están dispuestas a dirimir causas de este
tipo; en última instancia, el coste recae sobre la empresa y la empresa son los
demás. Empero, hay muchísimas modelos en la ciudad»— me interrumpió «Y, aún más,
aspirantes a modelos». —Me miró a la
cara. «Y todas las que conozco conducen»— concluyó. No había nada más que
decir, salvo que mi parte, ya es de sobra conocida, era el diez por ciento, lo que establecí hace mucho tiempo.
Empezó
muy bien, y luego mejor. Vanessa había dicho la verdad: había muchas modelos en
la ciudad y las aspirantes a ejercer ese trabajo eran multitud. Las recibía, les daba un vistazo a sus papeles, muchas miradas a sus
clientes, y las despedía para volver a trabajar. Después de ese primer
encuentro, y durante mucho tiempo, no volví a ver a Vanessa. Obviamente,
decidió que yo no era, lo suficientemente fiable. Y, de hecho, lo era. Mi
clientela lo corrobora. Completé con éxito todos los trámites y nunca pedí más
del puto diez por ciento. Sin
embargo, desde un lejano rincón oscuro de mi mente, me recorría un soplo helado, como
en estos días de enero por los Dolomitas, que me daba escalofríos en la espalda y
estornudos glaciares. La vida seguía como los días y los años. Nuevo año, por cierto, 2025. Hasta que
conocí a Sara. No era tan hermosa como las demás, quizás porque tenía un
aspecto un poco triste, con esa mirada de estatua maltratada, por el
olvido, durante siglos. Una pena. La vi enseguida y supe que nunca la olvidaría; pase lo
que pase. Sé lo que os estáis
preguntando, porque yo también me lo pregunté: ¿me había enamorado de ella? No lo sé. No lo creo. Lo más
probable es que se tratase, solamente de dos solitarios, cuarentones, pero ya
había tratado con las separaciones. Demasiado tiempo para mi cuarta década. Lo
suficiente como para saber que tal combinación no forma una pareja. No por
mucho tiempo. Además, era una clienta y
los abogados odian a sus clientes. Ya lo sabían. Así que, me asaltan las dudas.
No. No sé si la amaba. Todo lo que sé es
que cuando estaba con ella, ese hálito de aire gélido, ya no se notaba. El
soplo del helor, se había desvanecido.
De
todos modos, para Rufus Green, eso no significaba nada. Tenía demasiadas cosas
en su cuerpo, esa noche, todas de primera. El
pirata de las empresas extraterritoriales sólo se llevaba lo mejor y ¡Ay de los que le faltaran el respeto!
Así que cuando vio el arañazo en el parachoques de su último modelo, Lotus
Evora, el sujeto RG, saltó sobre Sara y la golpeó vilmente. Cuando terminó,
sólo quedaban fragmentos de la pobre estatua. Pasados unos cuatro meses, Vanessa vino
a mi estudio con los angustiados padres de la desgraciadamente asesinada, Sara.
Mirándolos, pensé que ni el escritor de ciencia ficción más imaginativo podría
creer en un vínculo de parentesco. Sin embargo, los documentos decían lo
contrario y la verdad procesal se basa principalmente en las evidencias. Así que los
documentos esgrimidos reafirmaban sus declaraciones. En cuanto a la
otra verdad, no lo sé. Tenía que asistirlos y ser parte civil en el juicio por
asesinato que estaba a punto de comenzar. Los jueces habrían sido muy severos y
posiblemente, hubieran dado una pena capital junto a una enorme indemnización
monetaria. No eres el pirata de las
empresas offshore; si no tienes un tesoro en alguna parte. Mi porcentaje habría
sido el de siempre y no había nada más que decir. Hoy ha terminado el juicio y
ha finalizado bien. ¿Se pueden
imaginar lo contento que estoy? Mientras, espero a Vanessa que me acaba de
informar sobre la obtención de un cobro emitido por los padres de Sara: la
pareja infeliz está demasiado postrada para manejar esa gran cantidad de dinero
obsceno. En lo que a mí respecta, no hay
problema. Estoy dispuesto a darle a Vanessa lo que es correcto. Y se lo he
puesto muy fácil. Lo dicho, por aquí, en mi escritorio tengo seis balas del calibre 38.
Y, evidentemente, mi humilde diez por ciento.
FIN
Fotogramas
adjuntados
Anatomy
of a Murder (1959) By Otto Preminger
The
Gingerbread Man (1998) By Robert Altman
Cape
Fear (1962) By J. Lee Thompson
The
Veredict (1982) By Sidney Lummet
martes, 26 de noviembre de 2024
La noche más oscura en Valencia: 29 de Octubre 2024
Término municipal de Chiva, 18:00 horas de la tarde, mientras camino, escucho el sonido del río que desemboca en la pequeña cascada, una asonancia que siempre me ha gustado. Normalmente, se acerca al oído, casi todos los otoños, donde la lluvia hace acto de presencia y siempre es bienvenida entre los lugareños de la villa. Cuando puedo, vengo aquí a dar un paseo, a solas, una vuelta a respirar aire puro, cerca del río, que se le llama Poyo, o el Poyo. Por estar en esta rambla que llega hasta la huerta de Valencia. La cosa como el que no quiere; se puso rara. Llovía con un tono cínico, imponiendo una traidora amabilidad, pero enfurruñada en pura rabia. Por aquellos días, sufría jaquecas muy fuertes producto de una galopante presbicia. La vista, se había divertido mucho con el negro sobre blanco. Las lumbreras de la meteorología decían que llovería, con fuerza e intensidad. Precipitaciones de récord. Pero, creen qué tenemos un servicio meteorológico como en USA, después del desastre del Katrina? Ya quisiéramos. Bueno, la realdad es que la lluvia comenzaba a encabronarse. De repente, comenzó a llover con una potencia descomunal y aquello era el diluvio universal. El riachuelo del Poyo se parecía a la cuenca del Ganges en pleno monzón y cada vez, más cerca de todos nosotros. Viendo lo que pasaba en Utiel y Requena, evidentemente, Chiva, tenía el miedo dentro del cuerpo. ¿Y quién no? 18:30 horas de la tarde en una urbanización de las afuera de Chiva. Koldo y Ángela discutían de menesteres domésticos —¿No me estarás acusando de confundir a Marisa con la limpiadora? (Le cambió la voz y renovó sus quejas de que yo solía “imaginarme cosas” e ignorar los problemas reales). —Comencé a canturrear, aquello de… “por el camino de Bonanzaaa…” Sorprendentemente, la puta rambla del Poyo, quería parecerse al puto Ebro, cuando la Pilarica le llora al cielo porque los cultivos aragoneses están secos. El agua subió por el escalón que separaba la cocina del resto de la casa y llegó al salón. Teníamos que actuar, salvar lo que pudiéramos, pero Ángela no pareció darse cuenta y seguía arriba, haciendo sitio, donde guardar las cosas de mayor valor… De la maldita mudanza. No llevábamos en tierras valencianas ni un día y no me lo podía creer.—Por un momento, las imágenes del viejo Bilbao de los 80, hicieron mella en mi mente…
—Joder, Ángela ¿No has visto cómo sube? ¿No te das cuenta que el caudal, está llegando el agua al linde de la orilla del puto barranco? —Si, sigue lloviendo así, vendrá el ejército a sacarnos de aquí y como tarden más de la cuenta; seremos carne de mortaja de pino. —Puta lluvia! Esto no es llover… Es Dios echando contenedores del cielo. ¡Venga, Koldo! No te pongas nerviosito, que en esta tierra, cuando llueve cae la del pulpo...—Tela, guapote. Ángela, qué en mi tierra, yo era pequeño y cayó la del calamar en el 83. —Ya lo, sé, cariño. Claro que sé cómo se lía…—Esto se está poniendo muy feo. Horroroso. Estate atenta que nos marchamos, en nada. 19,00h en la carretera del barrio de la Torre dirección Benetusser. Batiste, mira, a través del retrovisor de su volquete. El riachuelo ya estaba por encima de las aceras e inundando partes bajas del barrio. Vio el gallinero de su amigo Tomás, en el corral de su casa solariega, y el agua, ya estaba a una altura de casi 30cm: las gallinas estaban acurrucadas alrededor del gallinero y sacando el pico para no tragar agua. Batiste, no se lo pensó, dos veces y masculló: —voy a dejar salir a por las pobres. Y a ver si las puedo dirigir hacía la carga. A ver, si tenemos suerte, y por lo menos, tendremos huevos del gran Tomás.—Sacó, una sonrisa, muy suya.
— Su
mente le preguntaba:¿Y dónde las vas a
tener? ¿En tu casa? Intenta llamar a Tomás. El agua arrastraba con fuerza.
Y se volvía repetir en su interior: —¿Por
qué esta repentina lástima? Además, puede que deje de llover y el agua no
suba, más.
Ahí,
volví hacía Valencia y pasé por Picaña. Me bajé y comprobé el caudal; intenté
agarrarme a la barandilla del puente que resbala—Pensé, la hostia! Se acaba de romper el puente y la corriente
me lleva. ¡La puta madre qué me parió! la furia de la rambla del Poyo venía
cómo un Nilo envenenado. —Perdí el equilibrio y
me caí al agua, que golpeaba, a través de mis poros. Los ojos se llenan
de agua, los pulmones se colapsan, el corazón palpitando.
Dando vueltas, revolcándome, rodando con derrubios: cañas, gatos muertos, pedruscos y un montón de broza que me agitaba. Haciendo de mi viaje, por la escorrentía, un bicho raro, envuelto en un montón de ropa, en la lavadora. Vueltas y más vueltas. El cuerpo, daba tumbos por todos mis costados. Salgo a la superficie, jadeando por aire, el cuerpo se golpea contra un risco y la salvaje corriente del Poyo me empuja, sobre la gran roca, salvándome de un destino inevitable. Mire mi reloj sumergible y eran las 19,20h. El agua estaba, a punto, de engullirme en sus fauces…—Ya no vi nada más.
19:30h Chiva
Koldo:—¡El agua está en la cocina! —Su mirada era sombría.—No dije nada. ¡Cariñooo. Qué, el agua está en la cocina!
Corrí
hacia allí. El río había invadido la cocina. Vi el gallinero sumergido hasta
las trancas. Las gallinas se habían ahogado.—Érase una vez un gallinero —dijo
un tío que no sé de dónde salió, pero su acento era colombiano— Y se quedó con
la mirada ida.
—¿A ver, tú,
quién coño eres? — Yo soy Ezequiel Barrientos, un mozo de carga de mudanzas y
mi compañero era el conductor del transporte, Gabriel
González, que se ha ahogado en el
barranco.
—“Esta inundación
llegará lejos”,
dijo. Y no estaba mirando el agua, estaba mirando a Ángela.
—Ángela,
venga, “vístete y coge lo más importante”
Vamos a subir al tejado.— dije.—Llueve tanto, que las gotas duelen en la cara. —¡A
ver, tú, Ezequiel, tira para arriba y estate atento! Qué la suerte, no se te va
a presentar dos veces seguidas. Ezequiel: —puedo darme una ducha, cuánto me
gustaría ducharme en una bañera. Ángela intervino: —Tú, flipas, tío. Te crees
que es momento para ducharse, en la bañera, gilipollas!
Koldo:—Contrólate,
tío. Está lluvia tiene muy mala pinta. Por favor, tranquilízate, estás todavía
con el susto dentro del estómago. Bebe un poco de agua. —De acuerdo. ¡No problem.
Man!
Y
volvió a mirar a Ángela. Tenía una mirada zaina
y lúbrica. —No hacía nada por disimularla. Creo que seguía con el golpe
de su compañero en el cuerpo.—Koldo, controlaba todo. Vamos, Ángela. Te llevaré arriba. Deja el álbum de fotos y
todo lo que hayas cogido. Vámonos. ¡Koldo, está cayendo el agua a chorros del
techo! Corre, corre… Koldo, hizo una pequeña pausa, antes de salir hacía el
tejado.
Me quité los zapatos empapados y contemplé consternado el patio trasero de la casa de mi padre. Llovía y llovía y, de repente, algo llamó a la puerta de la cocina. Abrí la puerta. Era el cuerpo de un gato. Lo aparté con el pie e inmediatamente cerré la puerta. El agua subió por el escalón que separaba la cocina del resto de la casa y llegó al salón. Teníamos que movernos, lo más rápido posible, y ponernos a salvo con lo imprescindible. ¡Aquí, ya no estamos seguros! —Ángela, vamos, corre y tira para arriba. Ella, no pareció darse cuenta y seguía arriba, haciendo sitio al ajuar de sus padres. —Koldo: ¡Sera posible. Deja la mierda de las cosas de la familia, que has cogido. Suéltalas! No podemos llevar nada encima. Si nos rescata un helicóptero, ya podemos darnos con un canto en los dientes. Arriba cagando hostias. —Por favor, salgamos por el ventanuco y quedémonos en el tejado. Vamos a pedir ayuda.—¡Me cago, en mi estampa! No tengo cobertura. ¡Menuda mierda!
Chiva 20:00h En el tejado de la casa de Koldo y Ángela, que estaba muy inundado. Koldo, en un momento, que quiso guardar su móvil, fue arrastrado por la corriente del maldito Poyo.—Ángela, gritaba, fuera de sí. Koldoooo! Durante horas, largas horas, el agua corrió a lo largo de las calles húmedas y se recogió en las cada vez más anchas, que crecieron y el asfalto se ahoga entre la inmensidad del caudal del Poyo. Los arroyos se convirtieron en ríos y los estanques en lagos. Lagos, como la hermosa albufera, parecían un océano, quienes lo vieron. El cielo abrió sus esclusas y regó las playas de los ángeles de las nubes: el oscuro y pesado firmamento descargaba el diluvio universal. La lluvia enjuagó la suciedad de las paredes de las casas, las hojas sueltas del césped, el calor del aire. El cielo vigilaba a las personas que pasaban despiadadamente por todo lo que no el dinero era para medir o comprar algo.
No
tenía ningún valor que se pudiera comprar o vender. Sólo servía sobrevivir y seguir
adelante. —Ángela se quedó mirando a Ezequiel (el mozo de carga). Lo miraba
como se observa un objeto roto, con la misma indiferencia. Los años en la
profesión le habían enseñado a eliminar la empatía y a mantener el desapego, a
ser capaz de intervenir con calma, sin compartir el dolor. Empero, Koldo, donde
estuviera su mente; sabía que era diferente. Sufría contigo. Era el hombre más
fuerte del mundo y el tío que mejor encajaba los golpes. Ángela, se tragó su
amarga tristeza y pasó a formar parte de esas heridas que enmarcaban su rostro,
idénticas a esas marcas moradas en tus muñecas y brazos. En un instante me
convertí en tu propio dolor. Mientras, Ezequiel, no podía mirarla.
Sedavi
20:00h Batiste.
Dentro
del agua y con dos gallinas en las manos, más muertas que vivas. Se podría decir
que la corriente del barranco lo había ingerido y desde Benetusser llegó a
Sedavi. Un viaje al corazón de la furia del agua. Un barranco que arrastraba
todo tipo de porquería vegetal, sapos y demás bichos que surfeaban, mientas
Batiste, evocaba sus últimas palabras, entre visiones del propio ahogamiento.
Se dejaba leer, lo siguiente:
Hombres
crueles se habían cruzado en tu camino, decidiendo que eras la presa más fácil
de atrapar. Llovía y a esa hora el parque estaba desierto. Nadie había oído tus
gritos, nadie había presenciado la tragedia de un gorrión mutilado por una
manada de lobos hambrientos. Así, sin motivo alguno, una violencia bestial te
había aplastado y cubierto de tierra, como si quisiera enterrarte para siempre.
Así, sin razón, el gorrión se había convertido en la comida de lobos
desalmados. A medida que el agua sube, comienza a gotear sobre el borde del
puente. Mis pies comenzaban a tragarse su
fría y peligrosa crecida de la maldita lluvia. El río parece crecer, llevando
ira y frustración, mientras se precipita por el borde del puente llevándose la
grava de la carretera. El agua llega hasta los tobillos, pasando rápidamente
sobre mis pies descalzos, entumeciéndolos, intentando llevarme río abajo. Mi
agarre empieza a aflojarse, comienzo a sentirme seguro en las garras de este
hermoso monstruo, casi como si fuera parte de su rugiente fuego. Mis rodillas
son consumidas por el agua creciente, haciéndome un semoviente, más, del
furioso torrente, abandonado, a mi propia fortuna.
Picaña 22:00h
Nadie
sabía nada de nadie. El caos y el horror de la tragedia era inasumible. Una ola
mortal, un desborde salvaje de más de 600 litros por m2. Malditos meteorólogos,
putos satélites y putas Apps. No estábamos en la época de la IA. Todo estaba
bajo control. Alguien puede recoger a Batiste. Un vecino de Picaña, lo auxilió
y pudo reanimarlo. Cuando despertó, el pobre héroe dijo: Cae agua, como cubos
enteros encima de la cabeza. Todo se inundaba y nadie estaba a salvo. Lloré
amargamente, pensando en cómo la desgracia podía golpear al azar, como un
asesino ciego que dispara al montón, sin saber exactamente a quién va a dar. Me
tumbo en la roca: frío, temblando, pero totalmente unida a este arroyo, un
arroyo al que he acudido desde que era un niño: un arroyo que me salva de mi
realidad. Un arroyo balbuceante donde derramo mis secretos.
Chiva
22:30 Ángela desgañitándose… —Koldo, dónde estás? Koldo, respóndeme. Ezequiel, —le
dijo, Sra. Se oye un helicóptero. En apenas 15 minutos fueron rescatados por el
helicóptero de la UME. La mirada perdida bajo una manta térmica, de Ángela era
indescriptible, mientras se escuchaba el rotor. De fondo, a Ezequiel hablaba, a
gritos con uno de los auxiliares del rescate.—Sí, Sr. Pero, no le escucho si no
tiene audio de casco. Lo ojos de Ángela se quedaron mirando el rastro de la
riada y como si quisiera hablar su corazón decía: “El agua corriendo bajo mis pies, subiendo más y más bajo el pequeño
puente; como una bañera a punto de desbordarse.” El agua viene en grandes
masas, difícilmente, yo no entiendo de drenajes. Más que el deseo de esperar,
Algunas cosas, que sí —deseas ver la lluvia— vienen con mimo y cariño… Siempre
es bien recibido. Pero este diluvio. Maldita lluvia! Y maldigo a todos los
cabrones qué fueron incapaces de ver esta desgracia. Y maldigo a Dios, por
quitarme al hombre de mi vida, Koldo. A ti, siempre te gustó surfear, en tu
añorado Cantábrico. Pero, no te merecías morir como has muerto. Ni tú, ni nadie
de esta tierra, de la que te enamoraste…
Día
30 de octubre en Paiporta. La lluvia dejó de caer y lo que se veía era un
cuadro de los más negros de Goya. Los cuerpos de los ahogados a veces salen a
la superficie por sí solos, pero esto depende de las cualidades del agua. La
putrefacción de la carne produce gases, principalmente en el pecho y las
tripas, que inflan el cadáver como un globo. Lo digo yo por mis conocimientos
como Antropólogo y Arqueólogo. En aguas cálidas y poco profundas, la
descomposición es rápida y el cadáver sale a la superficie en dos o tres días.
Pero el agua fría ralentiza la descomposición, y las personas que se ahogan en
lagos profundos, a 30 metros o menos, puede que nunca salgan a la superficie.
El peso del agua inmoviliza sus cuerpos. Pocos jefazos con un montón de
estrellas hablaron así a la población. Hoy 26 de Noviembre, casi 30 días
después, Valencia es un lodazal, con algunos lugares, algo más limpios, por el
esfuerzo de sus habitantes y los voluntarios que llegaron por su cuenta y
riesgo. Sólo tenemos lágrimas e
impotencia. Únicamente, nos queda eso que siempre nos ha hecho ser diferentes:
las ganas de volver a inventarnos. Gracias a todos los valencianos que han
soportado el mayor desastre natural de esta jodida España. Gracias, a todos los
voluntarios de todos los rincones de España y del resto de Europa. Gracias a
los cuerpos de rescate: bomberos, ejército y resto de las fuerzas del estado (especialmente, los que han actuado al
margen de la burocracia). En la noche más oscura y desgraciada de l´horta
Valenciana y las tierras altas de Utiel/Requena y la Hoya de Chiva y Buñol. Por
todos, los que nos dejaron, tenemos que seguir, adelante, porque es parte del
ADN valenciano. Es algo que llevamos todos lo que nacen en la tierra del Turia,
aunque vivas en Sidney. Esto es una manera de hacer las cosas; con un estilo
diferente a todo lo que he conocido. Los valencianos de carne y hueso, no las
castas senatoriales y gentecilla de San Jerónimo. Por eso y porque, este pueblo,
es increíble. No nos doblegaran. A pesar, de los pesares. Amunt! Valencia.
Dedicado
a todos los damnificados por la tragedia de la DANA del 29 de Octubre 2024
Fotogramas adjuntados
The Rains Came (1939) By Clarence Brown
The
Day After Tomorrow (2004) By Roland Emmerich
Rain (1932) By Lewis Milestone
Carlos
García Pozo Camí d’Orba 10 (Benetússer) Valencia
miércoles, 23 de octubre de 2024
Besos mudos en Provenza
Existe el mito que dice que los jardines cercanos a Gordes están llenos de hectáreas de flores plantadas —equivalente— al número de muertos enterrados en las catacumbas de Sénanque. Las olas de prímulas amarillas, pequeñas campanillas de bruja y corazones sangrantes apestan con el dulce olor de la muerte, llegando a conseguir, divinos efluvios a lavanda en los primeros días de mayo. Días antes, en los que unos nazis sedientos de sangre reventasen medio lugar. —Aquí estás, amor de mi vida, confinada por la tisis, el toque del rey, la peste blanca, para darle un nombre más sencillo: muerte lenta. Toda aquella pasión por la vida y sin miedo a morir: cuando, te matabas de hambre, fumando cigarrillos como las estrellas de cine que adornan las portadas de tus revistas. Te espera la belleza en la muerte; tu recompensa a la escasez y la ingenuidad. ¿Sientes un brillo febril en tu delgadez etérea? Ahora, piensas ¿Y por qué luchábamos en la resistencia? Preguntas complejas, respuestas cobardes. Lo siguiente: el silencio. El médico dijo que estarías más cómoda en el sanatorio de la abadía, esquemática palabrería para suavizar el golpe, cuando el hecho de salir de casa, en estos tiempos significa no volver.—Te prometo que lo superarás, inseguro de mí: hablo contigo o conmigo mismo. El reposo en cama, el aire fresco y la comida sana dicen que remedian esta enfermedad debilitante. Tiras del borde deshilachado del edredón bajo la barbilla, con las uñas cuidadas y el pelo arreglado. —Además de tu flaqueza, es imposible saber qué ha invadido tus pulmones, quién ha osado y llegado a inventar este turbio veneno que tapona tus alveolos y los corrompe día a día. Empero, resuellas, áspera y profundamente, y el pánico vuelve a apoderarse de mí.
—¿Qué
puedo hacer, Dios. Di algo, ayúdame? Pregunto, suplico, a la desesperada.
“Camina conmigo”. —Eres demasiado orgulloso para decir, empuja con toda tu alma.
A
mediados de julio, te envuelvo en una manta de punto, que hiciste, cuando tenías fuerzas para apretar
las agujas. Te sentía, en tal alta estima, esa habilidad tan tuya.
Pura
y auténtica, como tú. Pero ahora, te digo: “no más”, por miedo a que un ligero
esfuerzo sobrecargue tus apáticos pulmones. Te llevo en silla de ruedas por la
pasarela de madera que va del pabellón de las mujeres a los jardines, de la
abadía provenzal, y me pides, con la voz rota, que vaya más despacio. Una
fuente burbujea en un reservorio reflectante. Los lirios flotan en el estanque;
sus anchas y planas almohadillas sostienen los pétalos blancos y rosáceos,
flores en forma de copa que se abren como manos acogedoras por las tardes y
vuelven a cerrarse al anochecer. Ni Chagall lo hubiera pintado mejor.—¿Es el
traqueteo de la desvencijada silla que te atraviesa lo que te hace pedirme que
camine más despacio? “Eso no”, me dices. Y sé que es el tiempo el que necesita
ir más despacio, desenrollarse poco a poco entre nosotros. Sólo tienes
diecinueve años; la infamia de la tuberculosis no sabe de morales ni otras
entelequias más profanas. Me siento impotente, una vez más, durante mi visita
quincenal. En los bailes y las fiestas, estoy solo, echando de menos tu risa
gutural; el tenor nocturno como si hubieras estado gritando por encima de la
banda del pueblo. Los chicos de la pandilla, preguntan por ti, y yo invoco tu
sonrisa y les digo que estás en un viaje paradisiaco por el océano. Tu alegría
reside en mí, y te veo con un vestido de lentejuelas y largos guantes blancos,
girando, dando vueltas. En realidad, el aburrimiento casi te mata, haciendo
cola detrás de la ruina que invade tu cuerpo, cada uno esperando su turno en tu
tarjeta de baile como solían hacer los chicos.
Las
rosas blancas, que celebran los nuevos comienzos, endulzan el aire con su verde
rumor de vida mientras trepan por los enrejados que enmarcan los bancos de
madera, invitando a los visitantes a detenerse y reflexionar. Y lo hago.
—“Llévame
de vuelta”, dices, sabiendo lo que te espera.
Un baño tan caliente que quema la piel fina o lo bastante frío como para dejarte temblando. Las toallas raídas envolverán tu esquelético cuerpo, con los omóplatos nudosos y salientes. Pienso en cómo, siendo niños, jugábamos en el lago. La fotografía descolorida, que sería del 34 o el 1935, de ambos, haciendo el tonto en un muelle de Marsella. Estudiantes de segundo y tercer curso como mucho. Con el pelo recogido en coletas, yo pronto destinada al lago por tus brazos extendidos. Confiaba en que siempre estarías ahí, justo detrás de mí, como en la fotografía.
Aquí se sujeta a los niños para que estén tranquilos y descansen. Nada de damas, nada de jotas, nada de lectura: ni tarots diabólicos. El esfuerzo pone a prueba sus pulmones moribundos. Demasiado cansados para luchar, demasiado inocentes para cuestionar, resignan sus brazos para que los obliguen a ponerse chaquetas hacia atrás. Los recién nacidos aúllan mientras se los llevan y se los presentan a sus padres y hermanos, mientras las madres se quedan con los pechos pesados y el corazón roto luchando por sobrevivir. Y, sin embargo, se sienten dichosas porque sus bebés estén libres de esta enfermedad. —¿Qué puedo hacer para ayudar? Me desespero, temiendo su respuesta.—“Quítame el dolor, bobo”
Dos años llevas, inerte y desvalida, tendrás que aprender a caminar de nuevo. Si alguna vez sales, claro, pero sé que nunca lo harás. Con los codos destrozados y los talones sangrantes por esta cura de reposo, yaces sobre sábanas blancas almidonadas, completamente rígida porque estás —convencidísima— que has perdido la batalla, del mismo modo, que el sol se ha puesto, un día más. Me cuentas las nuevas lesiones, tu voz apenas audible por encima del seco estertor. El médico me enseña el nuevo tubo, que han conseguido, más flexible, por donde te realizan las transfusiones de sangre. Pero en la cara del galeno, observo la expresión: desesperado. "Qué puedo hacer para ayudar?”. Ahora es más urgente.
"Por favor", —suplican tus ojos, y tu voz es débil: el peso de la muerte sobre tu pecho.
—“Sí",
digo, pero ¿cómo?
Ya
no tienes los rizos suaves y lisos, el champú es demasiado agotador. El maldito
silbido del aire, que entra y sale, de tu tráquea, sin aliento ni candor. El compás de la sangre oprimiendo esa vena que es el camino de una vena sarpullida por la aguja de un torpe vampiro; que transfunde sangre fría y sin brío. Éste, blasfema, en su redundancia: una armonía fúnebre y grotesca del abismo. La cirugía es tu última opción. Pero estás demasiado
cansada para preocuparte, ni yo intentaré convencerte. Soy egoísta y me alivia
que tu viaje esté a punto de terminar. Me tumbo a tu lado, tocando tu muslo
huesudo, que se apoya en mi costado. Te cojo de la mano y espero, a los días de
las flores de primavera, mientras tus besos mudos me dicen que ya no estás aquí.
FIN
Dedicado a Antonio Skármeta Noviembre
1940/Octubre 2024 In Memoriam
Fotogramas adjuntos
The Mortal Storm (1940) By Frank Borzage
A Hidden Life (2019) By Terrence Malick
Arch of Triumph (1948) By Lewis Milestone
Charlotte Gray (2001) By Gillian Armstrong
sábado, 21 de septiembre de 2024
Arkam y Soren: solteros ingenuos, multiusos y serviciales
Soren
era típico soltero que se acercaba a la inquietante edad de los 35 años,
demasiado joven para ver lo que te queda
de vida y demasiado mayor para no haber encarrilado tu existencia por el camino
de Bonanza que decía el profeta de Cádiz. Estaba harto de su vida monótona, apática, y sin emociones. Ya no sabía qué hacer; solo quería algo para cambiarla. A
veces, pensaba en la muerte como un remedio para dejar de sufrir. Como todas
las noches, iba a su bar de toda la vida, un local que con el tiempo había
derivado en un sitio mucho más chic —sin dejarte la piel por un par de copas— y
tomarse su Martini con un chorrito de Absolut. Siempre, soñando y esperando,
que en una de esas noches le sucediera algo. Soren era un eterno soñador —con
alma de perdedor— a la espera de ese milagro que pudiera cambiar su aburrida y rutinaria vida. Esa noche, la temperatura
era tan agradable, que invitaba a salir con la copa en la terraza del local.
Soren se sentó en una mesa fuera del bar. De repente, vio un coche a lo
lejos, muy grande y de un oscuro reluciente: una limusina. El coche disminuyó
la velocidad y terminó por detenerse. Una mujer bajó, con ademanes, muy elegantes.
Aquella fémina era la hembra más hermosa que Soren había visto, en sus tediosos
treinta y tantos. Muy alta, pelo negro, azabache, muy largo y liso, que
terminaba recogido, por la gracia, de un coletero. Sus ojos eran de un azul
acero tan intenso que —cualquier terrestre—, que la mirase: se quedaba encantado. Un cuerpo agraciado
envuelto en un vestido de satén negro y unas sobrias caderas, las cuales, se apoyaban en un cinturón formado por aros
metálicos unidos por unos engarces gigantes de acero. Sus alucinantes pies,
iban calzados por unos hermosos zapatos negros de Prada, con hebillas metálicas
circulares y tacones muy altos que alargaban,—aún más— sus interminables
piernas. Se dirigió con elegancia hacia el bar y se sentó en la mesa junto a Soren.
Él,
estaba deslumbrado por semejante visión,
no tenía más ojos que para ella. La mujer pidió una copa de Chardonay Château
Puech Haut. Soren, la miraba sin cesar y ella notó esa mirada casi
desvergonzada, de un hombre inmaduro. Lo miró y le devolvió la mirada. En ese
momento, Soren, se sintió avergonzado de haber sido sorprendido por ella. Ella,
en cambio, no parecía en absoluto disgustada. Al contrario, se levantó y, con
paso felino, puso un pie delante del otro, sosteniendo la copa de vino en la
mano; se dirigió hacia él. Soren no sabía qué hacer o cómo resistir la
situación. No estaba listo para alguien como ella. Se decía para dentro de
él:—No es verdad, esto es un sueño. Cuando la mujer estuvo delante de él, puso
las manos sobre su mesa e inclinándose hacia delante, casi tocándole los
labios, sonó una voz grave y etérea:”—¿Le molesta?”. Él, avergonzado, respondió,
tartamudeando a trallazos: —“No, no, no, en absoluto, qué no. Siéntate, por
favor”. La mujer se acomodó. Era simplemente maravillosa. Pasaron casi toda la noche hablando mucho y descubriendo tanto de los intereses comunes que concertaron
una cita para la noche siguiente y otras más, que llegaron a posteriori. Soren
estaba tan obsesionado con esa mujer misteriosa que empezó a pensar que su vida
podría haber tenido un giro interesante, hace mucho más tiempo del deseado. Se
preguntaba: —¿por qué ahora y no antes? Lilin, así se llamaba esa visión. Hasta
que en una de las largas veladas nocturnas de copeo, Soren, se lanzó.
Preguntándole si podían verse durante el
día, pero ella respondió que estaba muy ocupada durante las mañanas. Lilin, se
dio cuenta que esa respuesta le había hecho mella. Observó, una luz triste en
sus ojos y le propuso pasar la noche en su casa, en la próxima cita. Soren
sintió la emoción y la adrenalina del niño, en el día de Reyes, ante su primera
cita intima, de verdad.
Había llegado el día en el que iría a verla y estaba ansioso por la sensación de ese encuentro, algo más congenioso. Esperaba a que cayera la noche. Mientras tanto, se cambió de ropa varias veces para ver qué le quedaba mejor. Estaba indeciso, como un adolescente, el día de su primera cita con la chica más encantadora de la clase. Finalmente, se dirigió al bar y, como todas las noches, se sentó a la mesa, de costumbre, y pidió su Martini, de turno, tocadito con unas gotas de Absolut. Pocos minutos después llegó la enorme limusina. Lilin, bajó la ventanilla y, asintiendo, llamó a Soren. Él, se levantó, dejó el dinero del Martini sobre la mesa y se dirigió, frenético, hacia el automóvil. Subió, cerró la puerta y el chófer comenzó a conducir con firmeza y garbo. Lilin lo acomodó de inmediato, le ofreció una copa y le dijo que estar a su lado le daba una sensación de nueva vida. Después de una hora de viaje, por diferentes itinerarios que Soren, desconocía y nunca hubo recorrido, pues, nunca los había visto; llegaron a las proximidades de una villa aislada. La puerta se abrió y el coche entró. Después de recorrer la avenida iluminada, se dirigió hacia la entrada y se detuvo delante. Soren y Lilin bajaron de la limusina. Algo, extraño, no paraba de rondarle, por la cabeza a Soren. Y es que a lo largo del trayecto, nunca pudo verle la cara al conductor que tan bien condujo hasta la misteriosa villa. Visto y no visto, cuando mirando por la ventanilla —medio bajada— del lado del conductor, vio un perfil con una profunda cicatriz en la cara. Luego, entraron a la casa, pues, el portal estaba abierto. Se encontró con una villa de dos pisos, con un estilo muy Bauhaus, muy grande y grandes vanos y espacios. Un escalón lateral se le presentaba. Soren le preguntó a Lilin si alguien más vivía allí. No podía creer que ella viviera sola en esa casa tan grande. Y le pregunto:—Vives con alguien, más. —“No, sólo yo y el mayordomo”, y dijo de nuevo con un suspiro: —“Nunca hay nadie que me haga compañía”. Lilin lo puso en el sofá del gran salón.
Una
figura masculina, vieja y temblorosa les trajo una bebida. Soren se maravilló
de la edad del mayordomo. Por un momento, pensó en Sunset Bulevard y Eric Von
Stroheim —“tendrá
más de cien años”. Pero inmediatamente después se dejó distraer por las curvas
de Lilin, quien, después de ofrecerle un Martini con Vodka y ponerlo cómodo, le
invitó a unirse a ella en su habitación. Ella fue hacia la escalera y comenzó a
subir. Llegó a la habitación y dejó la puerta abierta. Soren todavía no se creía semejante invitación. Él también se
dirigió hacia las escaleras, pero su atención se sintió atraída por los ruidos
que provenían del jardín. Miró por la ventana y vio a un hombre cavando un
hoyo. No se dio cuenta y él también subió. Llegó a la habitación y abrió la
puerta. Lilin estaba acostada en la cama, parcialmente envuelta en una sábana
de seda negra que dejaba entrever su hermoso cuerpo desnudo. Él se desnudó y se
acercó a ella. Empezó a acariciarla. Ella se dejaba llevar, parecía gustarle. Pero
en un momento dado, Lilin lo alejó de sí y, mirándolo a los ojos, dijo: —“Sabes,
Soren, mi belleza tiene un precio” y diciendo esto lo besó en los labios.
—Soren
abrió los ojos. Sentía que se le acababa el aliento. No entendía lo que estaba
pasando. De repente, notó una enorme debilidad y se desmayó. Cuando se
despertó vio a su lado ropas de mayordomo. Se miró en el espejo junto a la cama
y vio reflejada la figura de un anciano, que podría tener unos ochenta y cinco años. Se
quedó espantado hasta que la voz de Lilin, procedente del salón, dijo: “Soren,
tráenos un par de Matinis con Vodka”. Soren bajó las escaleras con mucha
dificultad. Vio a Lilin en el salón hablando con alguien. Tomó la botella, dos
vasos, los puso en la bandeja y se acercó a ellos. También entonces vio un tipo
extraño de perfil con una gran cicatriz y reconoció, en el huésped, al
conductor. Lilin, mirando a Soren, le dijo:—Cariño! “Te presento a Arkam, él es
mi súcubo”. Arkam se levantó, tomó el saco negro que había detrás de la puerta,
por el que se podía ver el cuerpo podrido del viejo mayordomo, y se dirigió al
jardín. Había un agujero muy jugoso de unos dos metros bajo tierra. Lilin
aseveró:—Nadie los hace tan perfectos como el sagaz Arkam, te lo juro. Bizcochín, nos lo
vamos a pasar de miedo!
FIN
Dedicado
a John John David Souther Noviembre 1945/Septiembre 2024 In Memoriam
Fotogramas
adjuntados
The Queen of Spades (1949) By Thorold Dickinson
Blade af Satans bog
(1921) By Carl Theodor Dreyer
The Entity (1982) By Sidney J. Furie
Suspiria (1977) By
Dario Argento