El
conde Lucien de Trémoille estaba observando el oscurecer del sol, desde la
lejanía de una línea marcada por un horizonte fútil y difuminado. Miró la hora
en su reloj de faltriquera Édouard Bovet: marcaba las seis horas y treinta dos
minutos. Apostado junto al lado del hueco de la ventana del torreón, el cuadro de su abuelo Gerard de Trémoille contemplaba el claustro del
salón. Su criado, Darcy seguía dando los últimos retoques a la mesa del
comedor. El conde se impacientaba, pues Sir Bedford era hombre de estricta y
pulcra puntualidad. De repente, un carruaje tirado por cuatro corceles negros a
toda velocidad se presentó en los portones del Castillo. Un hombre alto y con
sombrero de copa bajó del coche. Era Sir Bedford junto a su amada, Lady Hellen
de Hamilton. Se abrió la compuerta y tras ella, apareció la figura del
encorvado sirviente Darcy, el cual, les dio la bienvenida. — Por aquí,
excelencia. Sir Bedford—Espetó—Nos conocemos de algo…—No lo creo, excelencia—¿Alguna vez ha servido en Ginebra?—No, señor. (El tono no era el más
amigable) —Bien, le habré confundido—Por favor, el Conde de Trémoille les
espera. Hellen estaba temerosa y notaba el frío en sus hombros. Apretó con
fuerza la mano de su prometido.—Ah!, por fin mi amigo Richard (saludó con gran
ímpetu el conde) y miró de un modo impúdico a Lady Hellen—Encantado, Lady
Hellen de Hamilton; a sus pies...(reverencia incluida).
Cariño,
este hombre es mi buen amigo el Conde Lucien de Trémoille con quien estoy a
punto de cerrar un gran acuerdo para la construcción del nuevo hospital en
Manchester, del cual no he parado de hablarte por el camino... (El conde los
acompañó hasta el interior del comedor y les situó en las sillas de caoba con
motivos medievales rematadas, en sus cabeceros por unas pequeñas gárgolas). Una
vez sentados, la pareja de invitados dirigió su mirada hacia arriba. De donde
colgaba una lámpara de araña que la remataba unos engarces, los cuales,
sostenían unos enormes cirios que iluminaban todo el salón —Bueno, espero que el
menú sea del gusto de Uds. (Sir Richard Bedford hizo una pequeña broma) —Tengo
un hambre de lobo. ¡No sé tú, querida pero yo podría comerme un jabalí entero! (Hellen, seguía ensimismada y espantada de los ojos del Conde). —Lobos,
curiosos animales... Dicen que son capaces de devorar en menos de un minuto un
cordero cuando están hambrientos— Por supuesto, querido Lucien… No tengas la
menor duda (risas) —¿Ud. No tiene hambre Lady Hellen? —Darcy estaba sirviendo la
sopa de col lombarda, que dejaba un tono cercano a la sangre del cerebro.—No…
No tengo mucha hambre—Je, je (sonreía Sir Bedford). —El viaje en el carruaje ha
sido un poco movido…—Está deliciosa, querida—¿Lucien qué contiene esta sopa?
Está riquísima—Es una sopa de coles de los Urales con frambuesas salvajes de mi
jardín y murciélago cocido — ¡Qué cojones has dicho, murciélagos! Sir Richard se
levantó casi vomitando y en ese instante le increpó al conde —Esto es
ignominioso, no sé qué mierda de broma se ha sacado Ud. de la manga...
—Vamos, Richard…Ya no me tuteas…—¡No
cabrón, no quiero verle en su puta vida!—Puta vida (una risa macabra sonaba con
candor por el eco de las paredes del castillo, ja,ja,ja,ja)—¡Ay, pequeño
Richard cuánto has de aprender! Ipso facto, comprobó que Lady Hellen no
estaba—¡Hellen, Hellen dónde estás cariño! Vámonos de aquí, no soporto a este
majadero. Darcy (interpeló) —Sir Richard, mi amo es un poco juguetón, no
tardará en aparecer…—Y Ud. Deme mi sombrero, bastón y abrigo…(Menuda gente) Ya
sé de qué demonios lo conozco, cuasimodo. No era Ginebra, fue en el embarcadero
del Támesis—Puede que tenga buena memoria—. ¡Hellen, Hellen dónde estás...! No
lo repito más. (Todo colérico veía como la gente desaparecía de su entorno)
—Dónde cojones estará el puto cuasimodo de marras (mascullaba, Sir
Berdford cada vez más agobiado)—Hola, cielo (Lady Hellen de Hamilton apareció
con un tono de voz extraño) Dónde estabas —Arreglándome, cielo—Sir Richard notó
algo, extraño. Como si no se tratará de la misma mujer. Un olor a azufre y un
aliento fétido. Su rostro, a pesar del tono piel pálida de nuestra querida Lady
Hellen; éste, se había vuelto más blanquecino tirando a un azulado violáceo.
Los ojos sin brillo. Su verde turquesa se tornaba en un gris gélido.— Apártate,
de mí. (No pudo evitar una mueca de espanto) —la joven se giró extrañada. -¿Qué
ocurre, estás bien? Sir Berdford se debatía entre el miedo y la
compasión.
Dedicado a Ramiro
Pinilla septiembre1923- octubre 2014 in
Memoriam
Fotogramas adjuntados
Drácula by TodBrowning&Karl Freund (1931)
Black Sunday by Mario Bava (1960)
Nosferatu: Phantom der Nacht by Werner Herzog (1979)
Queen of the Damned by Michael Rymer (2002)