La verdadera historia del mestizo Eric Urrutia

 


Dicen que cuando hay una  fiesta y aparece un arma, o la policía, está, suele acabar, de igual modo, que la anteriores. Los perdigones de un cartucho de escopeta aumentan, exponencialmente, la probabilidad de dar en el blanco. Tienden a extenderse más, cuanto más se alejan del arma, a modo de acto desesperado, pero de una eficacia realmente letal. Mi abuelo siempre decía que si había que tirar de cartucho, había que llevar los de posta del 18—Esos acaban con la cabeza de un jabalí gigante. Sí, el abuelo, era cazador y tenía el gatillo fácil. Es obvio, que lo dicho por el viejo, va por del tipo de experiencia del tirador, todo haya que decirlo: nunca disparé a un jabalí ni a nada que tuviera delante. Ni siquiera sostuve un arma, pero una vez recibí un disparo, en mi propia casa, unos años después de comenzar la universidad. Mi compañero de cuarto, un chaval de un barrio terrorífico la lío parda. Era tarde en la noche de un frío otoño, donde, esa oscuridad, inundaba el ambiente y me dejaron fuera. Al ras. Sonaba el teléfono, pero no contesté. Saqué la llave de repuesto de debajo del tapete en la parte de atrás y cuando abrí la puerta había un doble cañón en mi cara. Nos reímos de ello tomando una cerveza apenas diez minutos después. No sabía que tenía la escopeta. Me dijo que la usaba para las palomas y que solía matar a más de cien de ellas, al día. Deberíamos irnos alguna vez—dijo. Asentí y me hundí un poco más en el sofá, mi corazón todavía latía con fuerza. El vidrio, tiene una característica muy peculiar y es que cuando se deja caer con suficiente fuerza, se hace añicos, pues como diría Newton, se cae. Eso, es gravitatorio. Yo, apenas, tenía nueve años. Cada fragmento del suelo era un recordatorio de lo que acababa de hacer, una promesa de lo que estaba por venir. Era el vaso con biseles blancos de mi abuela. Ella no era pobre, pero todavía no me había dado cuenta. Pisé uno de los fragmentos, a propósito, para que ella no se enojara tanto conmigo. Aunque, debí haberme cortado un nervio, porque al principio no lo sentí, sólo vi cómo la sangre comenzaba a acumularse lentamente. El dolor vino después. Todavía puedo sentir un cosquilleo si pienso en ello... Cuando levanté el pie y lo miré: la forma en que mi talón se separó en dos trozos. Me entraron arcadas y acabé en urgencias. Catorce puntos y funcionó. Afortunadamente, la abuela no estaba enojada conmigo. Me pregunto qué se siente al no pisar los cristales después de romperlos, dejar de lado los nervios sin tener que cortarlos nunca. Y qué viene después si no es el jodido dolor. Creo que mi cerebro ha llegado a un punto de agobio exagerado y todavía, va a ser peor, ya que esto va a más: Un cerebro después de que lo atravesara una bala.




Cadáveres en medio de un claro, después de que los cuervos hayan llegado a ellos. Y los cuervos, esos animalitos tan sagaces y orgullosos. La limpieza no es necesaria, pero ayuda. Hay algo revelador en ello. Eso es lo que recuerdo haber sentido primero: ese podría ser yo. Me acerqué lo suficiente para ver que era un pavo. Había mucha menos sangre de la que esperaba, pero había plumas por todas partes. Y huesos... Oh! Los huesos todavía andaban recubiertos de pellejos de carne. Al instante, me di cuenta, que posiblemente, podría haber ahuyentado a algo más grande que los cuervos. Después, estaba corriendo. Lo más rápido que pude a través de un campo de maíz en Nuevo México, me quedaban dos meses para los trece años. Así es la vida —dijo mamá cuando le conté tales hazañas. Y entonces, corroboré que tenía razón. Cuando volví al día siguiente, el cadáver ya no estaba. El cráneo era todo lo que quedaba, limpio y pulido. Jugué con él y cuando terminé lo tiré contra un árbol para ver si se rompía. Sólo ahora, después de ver las innumerables siluetas con tiza de los chicos negros, asesinados en las noticias, puedo mirar hacia atrás, al prado, al cráneo de pavo que vuela blanco por el aire, y ver la mancha. Han pensado que el alma se parece a las gotitas asperjadas después de un estornudo. ¡Salud! Un cuerpo convertido en cenizas. Tiré a mi mamá al viento demasiado pronto. Eso es lo que dice todo el mundo. Así es como ella quería que se difundiera mi heroica. Al menos tenía ese tiempo. El momento de decidir. Ella ni siquiera tenía cincuenta años. Subimos una pequeña montaña detrás de la propiedad que tenía la abuela en Arizona, llegamos a la cima y la arrojamos. Estaba tan apretada en la urna que se pegó a ella. Cuando terminamos de esparcir sus cenizas, toda la familia la teníamos bajo nuestras uñas. No me di cuenta hasta que mi hermana lo señaló. Estaba demasiado ocupada mirándola dibujar patrones en el viento. Seguía ensimismada en una especie de estado pseudotrance, lo suficiente, para fingir lo atareada que estaba para decir; que no quería dejarnos, aunque estaba demasiado ocupada. Nunca sabré la razón de por qué hostias andaba allí. Lo poco que quedaba de los Urrutia se quedó en un pequeño montón de hojas después que una ráfaga de viento que las hubiera disipado al libre albedrio. Dicen que los dientes de león son buenos para estimular el apetito. Uno de mis colegas del equipo de futbol me regaló uno después del partido, le rompió el vástago y me lo entregó. Éramos diez. Media respiración es todo lo que necesitas, inhalar o exhalar. Mandé las semillas a volar. Algunos de ellos aterrizaron en su cabello y nos empezamos a reír a mandíbula suelta. Sacó un diente de león y me lo soplé. Al final, todo el mundo estaba enfrascado en una guerra de dientes de león. Esa fue la última vez que vi a Armando, al final de la temporada.




Su papá lo recogió y, cuando se iban —su padre— me preguntó si yo era negro. Sí, he dicho. Afrovascoamericano,—se nota? Man. Él, asintió y me senté a soplar más dientes de león hasta que llegó mi propio padre. Observando lo que para mí eran miles de sus semillas flotando, girando y desapareciendo en la nada. Le di a mi papá el mismo asentimiento que me había dado el viejo de Armando. La sonrisa gingival, era tan arrebatadora, que en el fondo, era todo lo que necesitaba. Él sabía cosas de mí. Cuando sonreía parecía idiota, pero cuando fruncía el ceño: era demasiado listo, como para tragarse cualquier milonga. Unas semanas más tarde, terminó arrestado y encarcelado por tercera vez. Después de eso no lo vi con tanta frecuencia. La simiente del diente de león permite que el aire fluya a través de él y crea una burbuja de baja presión de aire llamada anillo de vórtice. Es un vuelo eficiente, lleno de propósitos y anhelos, pero para mí por entonces, eran tan solo pequeñas semillas blancas indefensas, la parte de mí que nunca podría ser, volando con el viento. Veía desde el ras del suelo a los mosquitos del césped mientras corretean por un campo de hierba. De repente, empezaron a caer horrorosos frijoles de mezquite. Aunque no es tiempo de amantes, tampoco es momento para recomendar los mezquites. Dicen que son cancerígenos. Por un montón de razones diferentes. Las razones, cuando las miras, cambian de posición y expectativa. Teníamos veintitantos años. El momento no era el adecuado. Estaba enrollado con una chica muy hermosa pero muy exigente: a punto de mandarme a paseo e iba a dejar un amante por otro. Bueno, lo mejor de todo, es que era una chica de color; una hermosa pantera. Pero una un pantera devoradora. Había aprendido una buena lección. Otro día conocí a alguien con mucho feeling. Nos reunimos en un campo de fútbol por la noche. En las gradas habían muchas parejas fumando hierba y apenas se decían una palabra. Le dije que iba a entrar en un coche. Ella dijo—Es tuyo?—No. —Idiota ese coche al que acabas de romperle la ventanilla para meterte dentro, es el mío.  Abrí la puerta y me puse a limpiarle los vidrios. Ella no podía dejar de reír.—Venga, bobo Deja de limpiar. Cuando me fui nos rozamos las yemas de los dedos y le pedí disculpas por los siguientes dos años mientras ella estuvo en mi órbita. Cada vez que la veía era una sensación de éxtasis permanente. Ella nunca me pidió que dejase de verla ni me dijo nunca que ya no me quería. Al contrario, le parecía que todo lo que hacía estaba bien. Igual, me estaba mintiendo a mí mismo. Si me iba a ir por alguien, habría sido por ella. Eso lo tengo muy claro. Además, tendría un millón de razones más; que no vienen a cuento. Una de ellas, es que yo era negro. Un negro demasiado blanco y ella era blanca muy pelirroja. Nos amábamos con locura. Me fijo en las gotas de agua son un espejo después de pasar el pulgar por las cerdas de un cepillo de dientes y mi cara dentro de ellas. La luz cuando choca con algo, difiere, en una intensidad, relativa, volviéndose arrítmica y celestial. Luego, partiendo de esa premisa física, todo lo que veo es parcial. Todo corre, muy deprisa. Lo suficientemente delicado como para pasar los dedos por un haz. Demasiado tierno como para quemarse.





                                                                                                  FIN





                    Dedicado a Mario Tascón Ruiz Noviembre 1962/Octubre2023 In Memoriam






Fotogramas adjuntados

 

Take a Giant Step (1959) by Philip Leacock

The Chase (1966) by Arthur Penn 

The Wind of Change (1961) by Vernon Sewell

American History X (1998) by Tony Kaye

 






Aquel sótano de mi tío Herminio en Guadalajara y el Año Nuevo


 

Estoy sentado en el sótano de mi tío Herminio que falleció por culpa de eso que nos tuvo acojonados a todo el mundo, el puto Covid 19. Aquí, en Guadalajara, la vida es muy parecida a un sitio como Fargo, aquel lugar del film de los Coen. No sucede nada que sea, lo más de lo más cool, de la última revolución cultural post Avant Garde. Pero, el sótano de mi tío es un lugar fascinante, tiene una colección de más de 5000 vinilos, todos cuidadísimos, con sus fundas y ordenados cronológicamente; Rock, Blues, New Wave, Hard, Glam, Heavy, Punk, PostPunk, Techno o Synthpop de USA y UK. Un festín. Hoy es Nochevieja y hemos quedado mi novia y yo para montarnos nuestra propia fiesta particular. Olga está triste porque ha traído una botella de vino con una foto de un perro, que se encontró por el arcén de la A-2, ya hace como 4 meses que murió envenenado, por algún desalmado. Aquel perro era un setter inglés pequeño muy bello. La crueldad es intolerable. Esta es una ciudad que nunca pasa nada, pero a veces, piensas cuando te vas a la cama, en las noches de luna llena que te encontrarás con algún hombre lobo. Es mi chica, y yo, su chico. Nos amamos, jadeamos y saboreamos nuevos orujos en una tienda de licores unos días antes de las vacaciones navideñas. Olga tiene un problema, es alérgica al gluten y determinados tipos de alcohol —dependiendo de su origen no puede beberlos— a pesar de su alergia, siempre hay algún licor de Baco que congenia con ella, caso del vodka. Además, no sería capaz de probar una gota de whisky de malta delante de ella, cuando ella tiene reacción a este maravilloso brebaje.



La cosa, como que la fiesta iba por la New Wave y el Syntpop, me dio por alisarme el pelo y Olga se hizo un cardado a lo Martha Davis de The Motels que estaba atómica. Bebiendo y bailando como diría la ingeniosa de Alaska. Pasaban las horas y mis padres estaban en una aldea de la España vacía y perdida, de la provincia de esta solitaria ciudad. De repente, comenzaron a llegar amigos y amigas de la época de la escuela secundaria. Aquello fue, inicialmente, muy sorpresivo, pero con el paso del tiempo, comencé a ponerme muy nervioso y empecé a gritarles y maldecirlos. Hubo un momento de silencio —sonaba Personal Jesus de los Depeche Mode hasta que la aguja reproductora se salió fuera del surco del vinilo. Sentí una influencia tan mala como buena, que finalmente parecía que la energía fulgurante de las rimas de Martin Gore, en la voz del inefable David Gahan habían convencido, a la platea, quien estaba al mando del sótano mágico. Lo que nos hizo, estallar en una larga carcajada y todos nos emborrachamos, de la misma forma en que te duermes; a pierna suelta. Fue un pedal del 29. Aquello se fue caldeando y la temperatura corporal disparo la libido. De facto, me vi con un top encima de mi cabeza y tenía la polla de un bobo de 8 de la EGB en la planta del pie. Miré entre el pasmo y la perplejidad. Recordé un reportaje, de un magazine que hablaba sobre un estudio que decía que mucha gente se expresa mejor sexualmente cuando estás ebrio. ¡Vamos que es una experiencia, a medias, eso es, no me sale el palabro, ya, algo no muy histórico ni vital! Volviendo al keller que dicen los alemanes;  las cosas se suavizaron en ese instante —que deberían de hacerse— y son más difíciles cuando no se sospecha que debemos de hacerlo, y todo se descontrola y se recela; en la forma que tu primer beso fue negligente y la primera vez que golpeas una pared. Algo que terminará pasándote factura, en tus nudillos, y no es nada baladí.



Me que quedé dormido y soñé que llegó el deseado momento de la víspera de Año Nuevo con mi novia, y luego esa gélida mañana cuando nos despertamos juntos. No sé cómo decirlo… La cosa como el que no quiere terminó sacando y expulsando del sótano de mi difunto moderno tío ochentero; a más de 50 personajes de aquella EGB. Se preguntarán: ¿Qué coño han estado hablando todas esas personas? Porque éste es el mejor momento que mi novia y yo hemos tenido en mucho tiempo, y tal vez fue todo porque finalmente acabé bebiendo como un cosaco en la vieja Polonia y no me hacía sentir estúpido por estar borracho, o alejarme de un beso y pidiéndome que regresara directo al baño, donde un pequeño saltamontes, en el oído me susurra: “cúrratelo con la Gillette lo mejor que sepas, para rematar el  trabajo, con una cepillada de dientes gloriosa. Recuerda que hay que pasar el limpiador por  la lengua y frotarla con fuerza; huele a alcohol y ese hedor le molesta, campeón”. A la mañana siguiente, echaba de menos a todo ese puto tropel de la EGB, porque en Guadalajara todos nos conocemos y la gente, se junta en cualquier sarao; entierros, fiestas patronales, elecciones generales o profesiones de Semana Santa.




Decididamente, vamos al puto McDonald's, pero Olga y yo no nos quedamos mucho tiempo, porque tenemos que regresar a mi casa a ver Walking Dead con mi madre —qué bobo, si no habrán llegado de su fin de año— o lo que sea que tengamos que hacer durante las vacaciones de invierno del instituto en Guadalajara. Ni siquiera creo que McDonald's estuviera sirviendo nuggets de pollo todavía. Luego, lo más probable es que tuvieran las patatas camperas fritas del menú en el desayuno; que es mucho menos satisfactorio. ¿No sé por qué cojones les cuento este embrollo de las putas patatas? Creo que es por un asunto relacionado con la inflación o la hinchazón de huevos. Pero, sigo dándole vueltas al principio de año y compruebo, lo curioso que me resulta ver a la gente estar haciendo un gran drama por conseguir que el desayuno se sirva todo el día, aunque nunca obtengan un almuerzo por la mañana. Finalmente, cojo mi Smartphone y entro en Google, donde leo: estrella de fútbol femenino, de Zambia, ha sido encontrada muerta en su humilde casa. Dicen, las últimas noticias que se había ahorcado, ante las constantes vejaciones y reiteradas violaciones del entrenador de la selección nacional. Me quedé estupefacto y muy triste. En esta tierra, se ven volar las golondrinas, bandadas de golondrinas, en un largo viaje hacía la vieja África. Aquí en el congelador de mi pueblo, sólo nos quedamos los zombis, mi novia y el puto McDonald´s. Así son las cosas, cuando llega un nuevo año.



                                   Dedicado a Martin Duffy mayo 1967/diciembre 2023 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

El extraño viaje (1964) by Fernando Fernán Gómez

Buffalo 66 (1998)  by Vicent Gallo

Lásky jedné plavovlásky (1965) by Milos Forman

Thirteen by (2003) Catherine Hardwicke 






En las fauces del blanco invierno depredador

 



La tormenta lo había pillado desprevenido. Después de que lo dejaran en la casa, se dirigió rápidamente por el patio trasero directamente hacia la orilla del lago helado. El cielo parecía tan bajo que casi podía alcanzar y tocar el vientre embarazado de las nubes sobre su cabeza mientras salía de la granja. Había un silencio casi extraño en el paisaje del Monte Whittlesey que estaba vestido de blanco por la nieve. Una extraña inquietud lo había alejado de las rancias rutinas de la vida urbana hacia la naturaleza abierta de esa tarde. La invocación de la soledad y el consuelo de su propia imaginación se inspirarían en la grandeza tranquila y cristalina del paisaje invernal. Parecía un tirón irresistible en su alma. Esa llamada, a menudo, lo convocaba a salir y alejarse de sus semejantes en sus frecuentes visitas al antiguo hogar ancestral. La nieve estridente crujió bajo sus botas cuando en el hielo del lago, bastón en mano, lo golpeaba hasta hacerlo romper. El lago estaba extrañamente desprovisto de actividad humana ese día. Sin embargo, era una tarde de lunes a viernes. La mayoría de las personas, naturalmente, estarían en sus trabajos o acurrucadas, en sus cómodas casas, en lugar de estar en el exterior, donde el frío ártico penetrante cortaba el rostro. Las pocas cabañas de pesca en el hielo que mostraban columnas de humo saliendo de sus chimeneas estaban al lado opuesto de la cuenca. La mayoría de la media docena más o menos que había cerca estaban libres —en un día laborable— al final de la tarde. De vez en cuando, el sonido de un coche que pasaba por el pueblo, por la carretera frente al lago o el canto de un pájaro invernal rompían el mutismo. Por lo demás, el silencio fue ininterrumpido excepto por la cadencia de sus propios pasos. Todavía estaba demasiado cerca de lo que necesitaba para escapar. La cortesía parecía una película grasienta adherida a su piel. El área cercana al pintoresco pueblo se sentía tan contaminada por la invasión de la humanidad; como su corazón. Su alma exigía la pureza del desierto. Alargó más el paso, dirigiéndose deliberadamente al promontorio; que apenas se veía en el horizonte al otro lado del lago. Sabía que se acercaría más a lo que buscaba una vez que, pasase por la casa de bombas, que extraía el agua potable del lago antes de enviarla a la planta de tratamiento. No había más cabañas o casas visibles a lo largo de la orilla después de ese punto. Forzó sus sentidos para encontrar el momento en que los sonidos de la misericordia ya no mancillaran el desierto. Su espíritu se sentía manchado por la inmundicia de la vida urbana ordinaria en los apartamentos del complejo de viviendas subvencionadas. Una vocecita dentro de él, habló de lo que necesitaba, le aseguró que los bosques helados podrían limpiar las manchas.

 




El bocado del aire de febrero sabía a pureza. Los cristales de nieve espiritual podrían formarse alrededor de los granos de los recuerdos sucios, convertirse en hielo y nieve. Luego acabarían barridos por el aliento del invierno, dejándolo purgado a su caminar. Al menos ese era el pensamiento que —se había apoderado de él— mucho antes de llegar a la casa de la que había salido hacía el lago helado. No parecía tanto una noción como una compulsión. Era incontenible, un impulso primitivo, que lo empujaba hacia adelante sin razón ni motivación consciente. Era solo la necesidad instintiva de sentirse libre, nuevamente, sin las restricciones de las costumbres de la civilización. El fuerte estampido de un “crack rugiente” se estremeció a través del hielo bajo sus pies. Le recordó la enorme profundidad de la cuenca del lago que estaba cruzando bajo su capa de hielo vidrioso. Había estado pescando en el mismo hielo la semana anterior y ya sabía que esa capa tenía más de medio metro de espesor. Aun así, caminar sobre una profundidad tan imponente que su fondo sombrío estaba eternamente desprovisto de luz era desconcertante. En realidad, nunca abandona por completo los pensamientos de uno, sin importar qué tan seguras sean las estadísticas que le digan; el espesor del hielo. Estoicamente, caminó más y más lejos del pueblo hasta que finalmente estuvo ensimismado con sus pensamientos. Más allá, en la lejana orilla derecha, el sonido de dos motos de nieve arrancando señaló la partida del último de los pescadores, mientras regresaban a sus casas y hogares a la hora de la cena. Con satisfacción, escuchó los sonidos mecánicos desvaneciéndose en la distancia. Ahora, la paz dichosa de la soledad lo envolvió, por fin, con sus brazos. Fue un pensamiento hermoso. Sintió que la tensión que había estado cargando se desvanecía. Se detuvo y simplemente respiró el aire helado, disfrutando del sabor fresco y helador del frío. Escudriñó los troncos oscuros y distantes de los árboles a lo lejos en las orillas, ramas de hojas perenne veladas en una penumbra violeta, y sonrió. Finalmente, era solo él y la naturaleza. Fue entonces cuando empezaron a caer los primeros copos. Sabía que el pronóstico del tiempo anunciaba nieve, pero esperaba que se mantuviera hasta después del anochecer, y así, dar por concluida su caminata. Sería una tontería continuar con el anochecer acercándose rápidamente y la nieve cayendo. Como si de un suspiro se tratase, decidió dar la vuelta para regresar a la casa. A pesar de la lógica obvia, solo lo hizo con una punzada de arrepentimiento. No había viento, pero muy pronto empezó a nevar con mucha fuerza. El cielo se llenó con el tamizado silencioso de enormes copos casi del tamaño de bolas de algodón que caían a la deriva.





Sombríamente, notó lo lejos que estaba la orilla más cercana, casi un kilómetro, por donde caminaba. Ya estaba oscurecido y  la neblina blanca se dejaba notar. Pero eso no importaba. El camino de vuelta me resultaba familiar. El lote de madera primigenia de la familia se extendía a lo largo de la orilla norte del lago, que ahora estaba a su derecha: después terminó por darse la vuelta. Los senderos forestales que conocía de memoria eran un camino fácil de regreso a casa y una apuesta más segura para orientarse. Desorientarse en medio de la creciente tormenta sería un asunto complicado. No tenía sentido arriesgarse a dar un rodeo tan farragoso. Empero, la nueva nevada estaba haciendo, que cada vez, fuera menos seguro pisar el hielo del lago. Giró a la derecha y se dirigió hacia la lejana línea de árboles. Como si percibiera sus intenciones. El clima se intensificó repentinamente, arrojando nieve como si la naturaleza misma estuviera tratando de bloquear su camino. La visibilidad disminuyó rápidamente hasta que todo más allá de unos pocos metros, en todas las direcciones, no era más que un mar blanco. Era como si el cielo lo envolviera en un capullo suave. El cielo era blanco. El hielo era blanco. La nieve era blanca. Todos los colores del mundo se desvanecieron en un interminable vacío acromático. Su aliento humeaba blanco frente a él, como si el fuego vivo de su espíritu estuviera tratando de escapar para unirse a ese mundo etéreo de alabastro. Ese concepto era un poco más inmaculado de lo que esperaba. A su alrededor, en todas direcciones, no había nada más que un ominoso velo de espeluznante y plateado silencio, puntuado, sólo por los sonidos de su propia respiración y el crujido de la nieve nueva bajo sus pies. Todavía estaba bastante seguro de su porte. Aun así, era profundamente desconcertante caminar a ciegas hacia un destino que solo estaba adivinando. Todo sonido fue amortiguado por la cortina de nieve. Era como si hubiera salido del mundo y entrado en algún pasadizo metafísico. Ese tipo de caminos con historias eran del tipo que podía dejar a un vagabundo en cualquier lugar, en cualquier mundo, si supieran cómo discernir los caminos correctos. Su alma se abalanzó sobre la idea; se aferró a él con fiereza. Oh, ¿Qué tan maravilloso sería emerger del estancamiento de su existencia mundana a un reino de hadas como todas las viejas historias hablan? Seguramente, no podría haber mayor reivindicación de su espíritu melancólico que si pudiera demostrar de una vez por todas que había más en la vida que una existencia banal desprovista de magia y grandeza real. En el corazón de plata del invierno, realmente se sentía como si un sueño tan sublime pudiera existir. Si supiera lo suficiente de las viejas costumbres, podría rastrear esos pasos secretos. Tal vez podría realizar ese sueño.





El concepto ardía dentro de su corazón. ¿Qué tan maravilloso sería evitar el insensible mundo de los hombres y ser parte de algo más antiguo, más salvaje? ¿Podría el blanqueamiento elemental realmente borrar la mancha de la humanidad? Tal vez, como respuesta al amargo anhelo de su corazón. Un áspero grito de advertencia de un cuervo anunció su acercamiento repentino a la costa prácticamente invisible. Los troncos del bosque primitivo de abetos se erguían, como las imponentes columnatas, de un templo pagano de medianoche, todavía borroso a través de la nieve que se interponía. De repente, una gran mancha oscura en el hielo apareció frente a él. Era algo no blanco ni plano: como el resto de la capa de hielo, estaba rojo. Sintió que el aliento se le atascaba en la garganta. Una descarga eléctrica corrió por su columna, congelándolo en seco. El cadáver mutilado y helado de un ciervo yacía extendido en una sección de seis metros del hielo delante de sus ojos. Sus miembros fueron desgarrados. Las costillas astilladas yacían abiertas hacía el cielo como los arbotantes de una catedral profanada; un sacramento mundano que lentamente se lava con la nieve fresca. Aunque vuestros pecados sean como el tarquín, como la nieve serán lavados. La escritura familiar saltó espontáneamente a su mente. Esa caligrafía sagrada parecía más siniestra que reconfortante a la luz del espantoso descubrimiento. Parecía que la naturaleza misma estaba tratando de ocultar su lado mentiroso debajo de una mortaja blanca y suave, un depredador astuto arrullando, a su presa con una falsa seguridad. En todo el sitio, las huellas reveladoras de las patas, contaban la espeluznante historia de lo que había sucedido de manera demasiado vívida. Su sangre se congeló cuando se dio cuenta de que, sin darse cuenta, había caminado directamente hacia lo que parecía ser una matanza de lobos. Su corazón sufrió un vuelco ante las espantosas implicaciones. Sin embargo, su mente se rebeló contra el concepto. No debería ser posible. —Ya lo dijo mi padre… “En febrero cara de perro; mataste a mi abuelo en el leñero y a mi abuela en el lavadero”. La blancura se apoderó de él, perfectamente limpia y salvaje. Levantó la cara hacia los acogedores brazos de la nieve y aulló.

 


                                                              FIN



                                           Dedicado a Tony Bennett agosto 1926/ julio 2023 In Memoriam





Fotogramas adjuntados

 

On Dangerous Ground (1951) by Nicholas Ray

Misery (1990) by Rob Reiner

Fixed Bayonets (1951) by Sam Fuller

Fargo Tv (2013) by Noah Hawley











Aquella larga y congelada espera del autobús 292


 

Pasó otro minuto y aún no había señales del 292, así que saqué otro Chester y me lo metí en la boca. Observé que el hombre había hecho lo mismo, al mismo tiempo, con el mismo giro de muñeca que había aprendido en operaciones especiales, en la sierra de Guadalajara, como si me estuviera imitando. Saqué mi encendedor, lo encendí y alumbré mi cigarrillo. Dio un tirón hacia mí y de repente, me asaltó. ¿Tienes fuego? —preguntó. Claro,—dije, y le entregué mi encendedor. Cuando terminó de encender su More extra menthol, me tendió el encendedor y me dijo: Hola, soy Roberto. —Tomé mi encendedor y dije: —Hola, Andrés. Volvió a poner la mano en la cadera, se giró y miró hacia la noche. Realmente quería ocuparme de mis propios asuntos. Estaba contento con mis cálidos pensamientos, y no quería nada más que olvidar mis manos heladas, mis dedos de los pies entumecidos y mi tardanza. Me miré las botas y pateé un poco la nieve que cubría la calle. Cuando me volví para buscar el autobús calle abajo, vi a Roberto fumando. En no más de tres caladas, el cigarrillo llegó al filtro. Me quedé embelesado por su acercamiento: el humo salía de su nariz, de su boca, de sus oídos, de su sombrero. Sus ojos parecían estar enfocados en un punto, de algún lugar, en la distancia. Arrancó la punta del cigarrillo, se lo metió en el bolsillo, sacó otro cigarrillo y se lo metió en la boca. Luego sacó un puñado de encendedores del bolsillo de su abrigo. Su abrigo no era más que el exterior de una vieja chaqueta de esquí sobre un jersey de lana verde, negro y rojo.




No con cremallera, pero aleteando holgadamente, por los costados. Encendió el cigarrillo. Antes de dar tres bocanadas, él había destruido dos cigarrillos enteros. El autobús apareció por la carretera. —El autobús llega temprano, dijo.— No, es tarde, dije. Está previsto que llegue a las seis y cincuenta y nueve, dijo, y se puso la manga del abrigo sobre el reloj de pulsera. Son sólo las seis y cincuenta y tres. Sí, me encogí de hombros. —Me voy a casa, dijo. —¿A dónde vas? A cenar, dije. El autobús rodó hasta la acera, con sus frenos rechinando y el motor resoplando. Me subí primero. Mientras caminaba hacia la parte de atrás, me decía a mí mismo; por favor, no te sientes a mi lado, por favor, no te sientes a mi lado... Supuse que Roberto era un hablador compulsivo, y yo, quería un poco de soledad. Había otro tipo en el autobús, muy atrás. Parecía un poco sombrío, así que tomé asiento en la última fila de la platea mirando hacia adelante. Roberto estaba parado al frente del autobús. Llegas temprano, le dijo al conductor del autobús, quien dijo:— No, llego tarde. —No es bueno llegar tarde, dijo Roberto. Nunca llego tarde, continuó; Fumo tres cigarrillos por la mañana después del desayuno y llego directo a la parada del autobús a las siete y cuarto. No puedo permitirme llegar tarde, tengo un régimen. Llegar temprano no es tan malo. El conductor lo ignoró. Roberto continuó hasta que el conductor dijo: —escucha, amigo, siéntate. Sólo siéntate, tengo que conducir el autobús. Roberto se quedó allí por un momento con la boca abierta. Se movió a los asientos en la parte delantera e hizo ademán de sentarse, dobló las piernas y colocó el trasero sobre un asiento. Pero el autobús se detuvo —con un nuevo frenazo— que dejó un chirrido penetrante. Volcándose hacia un lado y golpeándose contra el suelo en su rodilla izquierda. —Ahhh!, dijo. El suelo estaba sucio de aguanieve y sus pantalones se empaparon. Maldito cabrón! —dijo en voz alta.



Caminó de regreso a la parte delantera del autobús. El conductor le espetó:— tienes que asegurarte de estar sentado o aguantando, amigo. ¿Qué quieres que haga? —dijo Roberto. Parecía enojado, como si pudiera gritarle al conductor o golpearlo, pero se dio la vuelta y volvió a dónde había tratado de sentarse, y se sentó. Miró hacia la parte trasera del autobús y me llamó la atención. Tenía algo enrojecida la cara y aparté la mirada rápidamente. Solo me ocupaba de mis propios asuntos, y nada de eso me preocupaba. Aun así, sentí que había entrado en una tragedia inevitable. Negué con la cabeza y me reí por dentro. Estas cosas siempre me pasan, a mí. Siempre caigo en malas situaciones. Soy demasiado sensible. Cada vez que veo a alguien luchando, empiezo a sentirme solo y angustiado. Mis propios problemas parecen superficiales. Odio sentir pena por la gente, porque el mundo no es perfecto y no puedo sentir pena por cada bastardo desafortunado con el que me cruzo. No me gusta este ambiente inestable. Mi imaginación comienza a correr por todos los escenarios. Palizas, robos a mano armada, sangre y tripas: este tal Roberto podría haber tenido la idea de aplastar la cabeza del conductor del autobús o seguirme fuera del autobús y tratarme brutalmente. Cuanto más miraba mi propio reflejo en la ventana, más incómodo me sentía. Miré a Roberto y vi que ahora tenía la mirada fija delante de él, por las ventanillas laterales. Su rostro aún estaba sonrojado, pero parecía tranquilo. Bien, pensé. No hace falta que nadie se ponga violento.



 

Pasó un minuto en silencio. Noté que Roberto se parecía mucho a mi amiga Úrsula. Eso no es tan malo, excepto que Suli es una mujer. Me encontré mirándolo de nuevo. Vi su reflejo en la ventana e imaginé que, en lugar de mirar hacia la oscuridad, me estaba mirando a mí mientras miraba su reflejo. Tenía una expresión fría en sus ojos. Pensé que tal vez estaba perdido en sus pensamientos, o que sólo era un idiota vacío, pero luego se volvió hacia mí y sonrió; se sintió realmente incómodo. Me quedé helado. Se levantó muy despacio sin quitarme los ojos de encima y caminó hasta la parte trasera del autobús. Miré por la ventana. Mi corazón se aceleró. Se detuvo en la puerta trasera. Podía ver su reflejo en mi ventana, mirándome, con esa sonrisa en su rostro. Tocó el timbre. El autobús se detuvo y la puerta trasera se abrió. Se sentía como si estuviera allí parado por una eternidad, mirándome con la puerta abierta. Me volví hacia él. —Gracias por la luz, Andrés, dijo, y se bajó del autobús. —Mierda, esa era mi parada. Cabalgué hasta el siguiente asidero para no tropezarme con él. Saqué la pequeña caja verde del bolsillo de mi abrigo y comencé a jugar con ella. El anillo de plata en el interior brillaba como una luna enjoyada. Mi corazón se hundió. Sí. La noche, una vez más, esa excusa,  para llegar tarde, pensé… “A buenas horas, mangas verdes”  ¿Por qué cogí el autobús?


                                                                                         FIN




Fotogramas adjuntados

 

The Wayward Bus (1957) by Victor Vicas

A Bronx Tale (1993) by Robert de Niro

The Night of the Iguana (1964) By John Huston

Paterson (2016) By Jim Jarmusch








Inspectores y náuseas bajo cero

 


Llevaban mucho rato de pie, en los escalones, dos tipos, en la mañana de aquel gélido  y crudo febrero. Después, de colocarme las lentes, observé a un hombre y una mujer. Ella, alta y huesuda, con el rostro enrojecido por el frío, había estado aquí antes. De repente se escucha: —“Hola, Ahmed”, y se acercó a la puerta.

Cuando abrió la boca, un diente frontal astillado se asomó. Lo había notado la primera vez que había pasado por allí; era una de esas cosas que una persona normal habría arreglado de inmediato. El hombre que estaba detrás de ella empañaba sus lentes con cada respiración. Ambos vestían chaquetas de invierno con capuchas grandes. Su auto compacto estaba estacionado en el camino de la entrada. —Ella no dijo ni una palabra. Sus mejillas se encendieron con un rubor no deseado. —Luchó contra el impulso de cerrarles la puerta en las narices.

—“¿Podemos entrar?” —dijo la mujer, y bajó los ojos, como si la imposición realmente le doliera, porque tenía mucho respeto por la privacidad personal.

Usaron un cierto tono, como si no creyeran que los entendías, y emplearon una manera fingida y halagadora. Tenías que estar seguro de no caer en la trampa. Se preguntó dónde lo habían aprendido, o si solo las personas con talento (actores prometedores como estos dos) encontraban trabajo en este campo. —Mauro babeaba en su muñeca, y notó que la sostenía como un escudo.

La mujer dio otro paso adelante. El hombre se quedó en las escaleras. Se quitó las gafas y las limpió con un paño. La mujer miró expectante a su colega y luego a ella. —“¿Qué tal si pasamos a charlar, Ahmed? “Murmuró algo en la respuesta, abrió la puerta de un empujón, y se vio a sí misma, haciéndose a un lado y permitiéndoles la entrada. —Sus chaquetas crujieron como cristal eslovaco.

Los colgaron en los ganchos sobre la bolsa de papel llena de correo, cartas que probablemente habían firmado ellos o alguien con quien trabajaban. Ninguno de los dos pareció darse cuenta. Se quitaron los zapatos, dejando al descubierto los calcetines; el suyo tenía un agujero en un dedo gordo del pie.

Y luego se movieron más adentro de la casa. Con movimientos silenciosos. Ávidamente. Incluso si se trataba de una visita puramente rutinaria, se acercaron a su botín con una excitación ardiente y mal disimulada. Se quedaron mirando en un cálido silencio, a través de sus ventanas sucias, absorbiendo la vista. Su perspectiva. Se dieron la vuelta y miraron la chimenea; su pequeño control remoto blanco estaba sobre la mesa de café a pesar de haberse acabado el gas y que ya no se podía encender. Miraron el cuadro de la pared del fondo, su cuadro, el que supuso que había sido robado cuando Albert, el cartero, se lo dio. Ya habían enviado a un tasador, que había revisado todo. —Ella los observó. —“¿Te importa si nos sentamos aquí?” preguntó la mujer, sosteniendo una mochila que tenía el logo de la Autoridad Francesa de Delitos Económicos.

 


—Ella asintió y trató de recomponerse, ordenar sus pensamientos. Se sentaron en el mismo sofá. —Se escuchó preguntar si querían café. Lidiando por tintinear neutralidad. Cortés, pero no demasiado. —“Claro”, dijo la mujer, sorprendida. “¿Por qué no?” Ella hizo una pausa. —Sintió una leve náusea. “Eso sería encantador", continuó. "Si no hay problema”. —La mujer miró a Mauro, que estaba sentada en el suelo con el cable. Sacudió la cabeza y cansadamente se hizo eco de las palabras de la mujer, en un tono que bordeaba el sarcasmo. Algo que debería moderar, para no ser tan descarado. —“No, no es ningún problema en absoluto”. No quería parecer desafiante. No quería demostrar que lo que decían o hacían la afectaba de alguna manera. Se suponía que debía ser indiferente. —Tan frío como el lodo helado de afuera. Encendió la máquina de café, que había llenado con los últimos granos del brebaje que le quedaban, de unos días antes de su última dosis, y el sonido ahogó todo lo demás. Preparó dos tazas, aliviado porque ninguno de ellos pidiera leche, ya que ella no tenía y no la había tenido durante mucho tiempo, aliviada de que hubieran dejado de curiosear. Pero ahora sus ojos estaban puestos en ella. La luz gris oscurecía y ensombrecía sus contornos. —No podía creerse que estuvieran aquí.

Rebuscó en la cocina y encontró un paquete de galletas que había estado en el armario desde que su cuñada Hannah las había traído. Las colocó en un plato japonés y dejó el plato y las tazas en una bandeja, que llevó y colocó sobre la mesa de café. Aunque vio que ellos vieron la perfección en ese acto, su presencia la hizo sentir como una niña. Se había movido por la cocina como si no fuera realmente suya, y habían seguido cada uno de sus movimientos. Probablemente debería vestirse, ¡Pero qué diablos! Su maldita bata, la bata de él, esa bata sucia donde los rastros de su piel se mezclaban con la leche materna y las heces de su hija, habían costado más que todo lo que llevaban puesto juntos.—Pero ellos sabían eso.

Sabían de cada una de sus posesiones. Quizás no estos dos, específicamente, pero alguien en algún lugar lo sabía. Tenían fichas de hasta la última corona.

Todo estaba documentado, cada una de sus compras, cada paso que había dado, o eso parecía. Fotos de ella en aviones y en la relojería. Entradas a Tailandia y Brasil, membresías en gimnasios, dermatólogos, relojes, joyas, autos, botes. El perro y el caballo; tenían cada uno su propia columna. —Eran peores que los policías.

 

 


Eran polis, había dicho Ahmed. La policía, la Autoridad de mil agencias: la Agencia Tributaria, la Caja del Seguro Social, la Autoridad de Delitos Económicos, la Fiscalía de Aduanas, la Dirección General de Migraciones. Todas las agencias gubernamentales trabajaron juntas y compartieron información sobre las personas de la lista. Cuando se dio cuenta de que era una de esas personas, leyó todo lo que pudo sobre el decomiso civil, y ella esperó a que él dijera: Es solo dinero. Pueden tomar lo que quieran; hay más en camino. —Pero nunca lo hizo. La mujer revolvió su café con una cuchara. —"Ahmed, siéntate", dijo. Se sentó en el sofá frente a ellos. El hombre tomó una galleta, se la metió en la boca y luego se lamió las migas de los labios. Podía oírlo masticar y tragar, y el aroma del café la desgarró. Debería haberse sentado para empezar, no debería haberles permitido ver que no quería sentarse.

Para pronunciar las palabras, se aclaró la garganta. —“¿De qué va todo esto?” — Dijo ella — “Sabes muy bien de lo qué se trata. Estamos aquí por el embargo de bienes”. —La mujer la miró preocupada y sacó una carpeta de plástico de su mochila. Sacó una página y se la entregó. —Ella lo tomó. —Miró a Mauro y su cable y luego al periódico, aunque no quería. —Y ponlo sobre la mesa. Usando dos dedos, la mujer lo empujó más cerca de ella. —La mujer la miró fijamente.

“Bueno, sí, de hecho lo haces. “No? Desde que se llevó a cabo esta investigación, hemos determinado que sí. Esto de aquí es su deuda con la Agencia Tributaria, que nos ha sido entregada para su cobro. Esto ya lo sabes. Se limpió una gota de café de la boca.

“Después de concluir la investigación, se le informó del resultado y desde entonces llamamos y enviamos cartas… Intentamos comunicarnos con usted. Y, por supuesto, esta no es mi primera visita”.

La mujer hizo una pausa. Cuando volvió a abrir la boca, sonaba más comprensiva. —“Y como hemos hablado antes, quería venir en persona, antes del desalojo, para asegurarme  que tenga claro lo que está por llegar”. —“Seguro.”




Fue todo lo que pudo decir. —Podía oírse a sí misma respirar. Un gorrión se posó en la barandilla de la terraza. Picoteó la madera.Los ojos de la mujer estaban muy abiertos, compasivos. —“Los bienes serán embargados para cubrir su deuda tributaria pendiente. Esto siempre ha estado en las cartas. Esa decisión se tomó hace mucho tiempo, pero creo que es importante que entiendas, realmente, lo entiendas, Ahmed, y, que va adelante”.

“De acuerdo entonces.”. —Mauro golpeó el suelo con el cable. Notó que la niebla se había disipado y que el viento azotaba los juncos secos. Un colimbo de garganta negra voló sobre el lago. Había un lugar desconocido en la ventana, pegajoso y blanquecino, que no había notado antes. Se quedó mirando el lugar durante un buen rato, hasta que se sintió obligada a volver su atención a la mujer. —“Se han evaluado sus ganancias y gastos de los últimos años, sus viajes y la propiedad de, entre otras cosas, esta casa.” La cual, está libre de hipoteca. “Observó cómo se movía el rostro de la mujer mientras hablaba. Sus poros a lo largo de los lados de su nariz estaban agrandados, algunos obstruidos.A regañadientes, se encontró con su mirada. —“Y los activos líquidos imponibles han sido evaluados, pero eso lo sabes.” También te han remitido a la Agencia Tributaria, empero aún no has realizado ningún pago. “Miró a la mujer, al papel sobre la mesa, y sintió que la habitación se movía. Cayó detrás de ella, el suelo se abrió, las paredes se separaron, miró a Mauro

—"¿Cuándo sucederá?”—preguntó alucinada.

—“Bueno, la solicitud está programada para la próxima semana, lo que significa que será, a ver…, en nueve días. Y en ese momento también confiscaremos un vehículo, es decir, su automóvil... El que está estacionado afuera, ¿correcto?—Supongo.” Uds. Saben más que yo. El gran pájaro blanco y negro se elevó en el cielo, con las alas extendidas. Uno de ellos parecía estar apuntando directamente hacia el cielo. El cristal a prueba de balas no dejaba pasar ningún ruido, pero se imaginó el grito del pájaro latiendo sobre el lago, sobre todo lo que había al otro lado del cristal. —“¿A dónde se supone que debo ir?”—No había querido decir eso en voz alta. Como para subrayar la humillación, la mujer no respondió. Algo surgió del vacío interior: Náuseas y vómitos. Se fue la luz y dejó de respirar.

 

                                                                            FIN


                                Dedicado a Lluís Llongueras mayo1936/mayo2023 In Memoriam                                                 

 

 Fotogramas adjuntados

 Our Dayly Bread (1934) By King Vidor

1923 By Taylor Sheridan (2023)

Mildred Pierce (1945) By Michael Curtiz

Places in the Heart (1984) By Robert Benton