El espectador cuchillo

julio 06, 2015 Jon Alonso 0 Comments






Se acercaba con paso lento hacia su viejo Seat Ibiza. La capa negra de asfalto dejaba de humear y parecía descansar tras el azote matinal. La luna nueva escondía la sombra del inquieto individuo. Finalmente llegó a la puerta del  automóvil. La abrió y se subió mientras contemplaba el tembleque de sus manos sobre el volante. Cavilaba su  achicharrada cabeza por la voluptuosa humedad —No se puede cambiar el destino. Y sintió una horrible debilidad que lo llevó hasta el suelo. Allí, imaginó yacer como parte de la tierra, percibía las cosas con inmensa calma tras el efecto de la benzodiacepina. Quiso despertarse y despertó en un solar lleno de basura y ratas como liebres de grandes. Entre aquel lodazal de tarquín, únicamente el pensamiento de su madre y las carreras con sus hermanas, por las calles del barrio desviaba la fetidez del inmundo barbecho. Aquel hedor era insufrible. Miró su cartera de cuero y descubrió su DNI; Ismael Tur. El amigo IT estaba en un lío muy gordo. No sabía que hoy iba a ser el día de la gran señal. La vieja pesadilla de antaño se hizo realidad; estaba delante de sus padres con un cuchillo en la mano y comenzó a deliberar a quien mataría primero; si a su madre o su padre. Decidió degollar el frágil cuello de la aturdida madre. Fue muy rápido como pegar un viejo click de Famobil. Su padre amordazado por un trapo lleno de lágrimas, lo fulminó de certero golpe de martillo.














Algunos trocitos de encéfalo se quedaron pintados en el suelo y la puerta del horno. Posteriormente, comenzó a trocear brazos y extremidades con un hacha Santoku. Luego, dividió en piezas más pequeñas las zonas blandas de estos, con un cuchillo Sashimi —excelsas hojas de cerámica Koyocera— y la precisión de un matarife del S. XIX. Separados y colocados en bolsas grandes, de contenedor de basura, los fue sacando con discreción al fondo del jardín del adosado y los enterró. Desde ese instante, todo lo que soñaba le ocurría. Por regla general, representaba el sueño donde alguien moriría. Andrés Tur creció matando y presenciando muertes el resto de su vida. Repetía en voz baja: — Y sigo aquí en estas cuatro paredes invisibles sin nada que hacer y sin nada que pensar… Sólo recordar porque llegué hasta aquí es irónico, soportar esto por tanto tiempo, y la verdad no me culpo, y mucho menos me arrepiento, ya que pasó lo que tenía que pasar y si tuviera la oportunidad de volver hacerlo lo haría. Aún recuerdo la primera noche de mi vida que vi la verdadera emergencia del auténtico asesinato. Fue delante de un televisor de plasma viendo la retrasmisión de unas imágenes en directo desde un país del medio Oriente donde unos soldados disparaban al aire y a todo bicho viviente.













Las imágenes se iban y volvían como si la cámara fuera recogida por un nuevo porteador. Se veían mujeres, hombres, niños, ancianos tirados frente al monumento de un triste dictador. Aquella carnicería en vivo fue un espectáculo fascinante y dantesco. Algo histórico que pasó gracias a la arrogancia de un triste dictador sin conocimiento de estrategia militar ni falta que le hizo; pues asesinar es sencillo. Demasiado. Tanto como asesinar para alguien sin remordimientos, a sabiendas que siempre quedaran las imágenes grabadas en un lápiz de memoria. Una ceremonia espeluznante y espantosa a los ojos de una persona común. Apagué el televisor y me fui a la habitación a rezar por las almas caídas y desaparecidas. Matar a alguien es como incinerar un objeto o hacer desaparecer algo por arte de magia. Aquello que desaparece no es el cuerpo sino el alma distinta al cuerpo, algo que entró desde un sitio inexplicable y por alguna razón, le tocó a mi hermano en aquel instante, delante de la estatua de aquel tirano, ante millones de personas en directo, y esa, es una de las cosas por lo que estoy aquí. 














Hablando desde la angustiosa soledad de mis cuatro paredes invisibles, la habitación de toda mi vida, la misma en la que sigo encerrado desde hace más de diez años con estas ropas tan grotescas. Me están escuchando. Lo sé, lo sé…, que hay micrófonos y cámaras observándome las 24 horas. No obstante, me provocan la misma indiferencia que la efigie de aquel dictador altanero que acabó con la vida de mi hermano. En el fondo, la soledad, tiene el mismo sabor que la sospecha de la captura. Luego, recuerden aquello de… cuando veas las barbas de vecino pelar, pon las tuyas a remojar…, ya que la historia, la mayoría de las veces se repite. A pesar de que la gente piense lo mismo, sobre estas cuatro paredes: invisibles. Sin nada que hacer, sin nada que pensar y sólo saber que hasta cuando tienes ganas de defecar estás siendo grabado. Resulta paradójico lo que yo pueda pensar, cuando me siento en esa taza metálica, porque hasta llegar aquí: mi sombra de atrocidades ha sido muy larga. ¿De verdad, creeen que tengo mucha imaginación? Pues, no sufran que muy pronto comenzará la diversión ¡Por cierto, tengan mucho cuidado! ¿Quién sabe? Igual el próximo en morir podrías ser Ud. o Uds , o tú o aquel o aquella...Todo es posible y factible desde estas cuatro paredes.



                                                                                       FIN








                                                Dedicado a  Chris Squire junio 2007/marzo 1948 In Memoriam





Fotogramas adjuntados



Das Kabinett des Dr. Caligari by Robert Wiene (1920)
Tightrope by Richard Tuggle (1984)
El hombre sin rostro by Juan Bustillo Oro (1950)
Peeping Tom by Michael Powell (1960)