Jeanne Eagels; una femme fatale rara avis

septiembre 03, 2014 Jon Alonso 0 Comments








No hay peor mentira que la verdad a medias, dicen los castizos: y es que los aforismos son un rato sabios. Nuestra querida Amelia Jeannine Eagles nació en Boston (Massachusetts); un 26 de junio, allá por 1890, si hacemos caso a todas la fuentes habidas a día de hoy. Aquel día no sabíamos que planeta reinaba —diría la coplista, de turno— pero estábamos ante un acontecimiento único y diferente, en el enrevesado mundo del teatro y el cine norteamericano. La joven Amelia Jeannie se trasladó con sus padres: Edward y Julia al Medio Oeste. De su madre se decía que era de origen irlandés y el padre español (al respecto, de la procedencia española, más de un cronista dijo que era parte, del espectacular caudal fantástico de esta criatura para imaginar historias), pues todo apuntó a una naturaleza teutona. Los Eagles como muchas familias emigrantes de principios del S.XX, no estaban para lanzar cohetes, con Amelia Jeannie la prole se extendió a seis vástagos. El dato de los hijos de la familia Eagles, también pasa al campo de las estimaciones y la multiplicidad de fuentes. Eduard Eagles fallece, y en ese preciso, instante, AJ decide tomar el nombre de Eugenia. Apenas, tenía 9 años y una buena hermandad a la que apoyar y remar contra el vendaval que se aproximaba. La viuda de 44 años se las ingenió como pudo para ir sorteando obstáculos. Eugenia Jeannie dejó la escuela y comenzó a trabajar. El detritus de Dickens comienza a apoderarse de esta crónica. ¿Empiezo a creer que la cuerda les suena o quizás la música de fondo? No estaba previsto, pero no se olviden, estamos a principios—insisto— del S. XX y obviamente, todo esto se va al garete cuando uno se mete en el hemeroteca de la Universidad de Missouri y se entera que a AJ, su padre, la mandó con un instructor local de vodevil, el cual,  le enseñó pasos de baile, a recitar poesías y—ocasionalmente— la presentó en alguna actuación local. Ella, que, precisamente, no es una de las mejores fuentes para dar fe de todo lo expuesto. En cambio, es  la protagonista de todos estos affaires. Chocante contradicción. Cuando comentó lo siguiente; mi primera obra donde actué fue a los siete años, en Sueño de una Noche de Verano, interpretando al travieso duende “Puck”, aunque en otras entrevistas dijo que su debut había sido con otra obra del ínclito Shakespeare, Hamlet. Eso sí, con el nombre de Eugenia. 















Lo mejor de todo, es que hay una partida de nacimiento, donde se lee que AJ nació en Kansas City (Missouri). ¿Van comprendiendo lo disertado hace unos momentos? Como viene siendo habitual en todas estas crónicas, al final se adjunta una extensa biografía. La cuestión es que con el tiempo, inicia su práctica en obras de teatrillos locales populares de medio pelo, de los condados de la profunda América. Por las noches, miraba la foto de su icono y diva a imitar; la actriz francesa Sarah Bernhardt. Hasta que apareció una compañía ambulante: la familia Dubinski, que manejaban un carnivale de varietés y similares. Jeannie Eagels y Morris Dubinski, el mayor de los hermanos, hicieron muy buenas migas. Tantas, como que acabaron casándose, probablemente en la adolescencia de la actriz. La cuestión es que engendraron un hijo. No obstante, se contradice la evidencia, pues son muchas las voces discordantes sobre la procedencia del neonato. Hay historias, que dicen, que el nene fue adoptado por amigos de la familia, y, otras aseguran que el bebé murió al nacer. Lo que fue cierto; es que ella se separó de su esposo y decidió probar suerte en el competitivo mundo teatral de Nueva York. Cuando AJ no estaba en el escenario, sólo tenía en mente una cota: ser por activa o por pasiva, actriz. Y, no una actriz cualquiera, sino la mejor. Evidentemente, ambición no le faltaba, tanta como instinto de supervivencia en una jungla llena de fieras. Se presentaba a todas las audiciones donde se reclamaba una bailarina o intérprete para espectáculos de cualquier índole. En poco tiempo ya estaba realizando pequeños papeles. Era una mujer de belleza cristalina y apabullante. Poseía una voz potente y diáfana. Hasta que el amo de Broadway Mr. Florenz Ziegfeld, le echó el ojo. Jeanne no tardó mucho en hacerse famosa. Su exquisita belleza dejaba patidifuso a todo aquel que la miraba. Para atraer un poco más al espectador, cambió el orden de las letras de su nombre, las luces en la noche resaltaban el nuevo Eagels, en detrimento de Eagles, en el teatro más exclusivo y caro de Nueva York; el Ziegfeld Follies. Sus chicas se consideraban las mujeres más bellas del mundo, y Jeanne Eagels era la nueva estrella del plantel del soberbio Florenz. 
















Cuando JE se impuso en el teatro, el cine acababa de instalarse en la nueva Babilonia; Hollywood. Todo el mundo quería a su lado a la hermosa Jeanne, el productor teatral y famoso empresario David Belasco, cayó locamente, enamorado de Jeanne Eagels tan pronto como  la vio por primera vez, entonces era una desconocida que solicitaba un pequeño papel en su teatro. ¿Cómo había dado un vuelco la vida de esta joven criatura de provincias? Del amanecer al crepúsculo se había convertido en la nueva reina de Saba, en la Selva del Showbusiness. De una punta del país a la otra, se hablaba de ella. Tan sólo tenía que agitar una de sus pestañas, para ver caer una lluvia de propuestas por el devenir de su rubia y hermosa cabellera. Hollywood llamó a su puerta y ella respondió. Divorciada de Morris Dubinsky y con más de 400 representaciones teatrales, se dice que estuvo casada brevemente con el actor John Barrymore. El departamento de publicidad de MGM, tenía en plantilla a ambas estrellas, pero fue vox populi su amor por los envases de vidrio largo, rellenos de agua de fuego, que la verdadera profundidad del contrato nupcial. No está claro del todo la documentación de la fusión en su momento y las endebles pruebas que refutaran esa unión. En 1917 actuó en tres películas, y había hecho dos. No paraba su actividad social. Rica y famosa, Miss Eagels de América iba a realizar su sueño. El fin de la guerra en Europa era sólo cuestión de semanas. Y solo pensar en Sarah Bernhardt generaba un estado de excitación inquietante. La rutina de trabajo continuó hasta 1920. En 1919 hace su quinta participación en  el cine, en un cortometraje, que al igual que sus anteriores filmes es considerado hoy día una joya arqueológica cuasi perdida. Se volvió a casar en 1925 con Edward H. Coy. Un zoquete que era agente de bolsa, pero se labró una gran reputación  cuando era mozo, siendo la estrella deportiva  de la Universidad de Yale. Este matrimonio duró tres años en los que las apariencias escondían todos tipo de trifulcas domesticas (borracheras, broncas subidas de tono y cuestiones administrativas con los arrendatarios de la vivienda). El asunto es que JE, volvió a la carga en 1927 para intervenir en Hombre, Mujer y Pecado (Man, Woman and Sin, Monta Bell, 1927)  producida por MGM, junto al  actor John Gilbert, con el que  tuvo algún tipo de romance o relación esporádica. Amén, de alguna enganchada y palabras subidas de tono. Así era el genuino y salvaje Hollywood: pasión, talento y celos.
















Durante este rodaje no paró de lanzar exabruptos sobre la actriz; que si era demasiado temperamental, poco disciplinada y caprichosa. Ella era así, una diva. Dejaba a todo el mundo plantado con un par de narices, mientras desaparecía durante largos periodos, sin informar al director. La prensa del espectáculo no paraba de frotarse las manos con el filón Eagles. Al final, Monta Bell estalló y pidió al estudio que rescindiera el contrato con JE, y, la cacelación fue de facto. La suerte para el estudio y los amantes al buen cine es que había suficiente metraje para editar el film, sin tener que hacer nuevos ajustes de casting y etcéteras. Empero, con lo que nadie contaba era con el recibimiento de la crítica, que la tildó de un rotundo fiasco. Esencialmente, por el poco fuste del actor John Gilbert. Todo este affaire acabo con una sanción muy contundente por parte del Actor´s Equity (el sindicato de actores), que inhabilitaron a la genial  Eagles con una suspensión trabajo por un periodo de 18 meses. Ya fuera cine o teatro. Ella  entonces volvió a enfocar su carrera en el cine, no sin pasar por una clínica de rehabilitación para oxigenarse. Lugar donde se le  diagnosticó, un trastorno bipolar. Tras sus continuados y excesivos cambios de humor. El tránsito de la alegría más extrema al desaliento más profundo, en cuestión de minutos era moneda de cambio, en nuestra querida Miss Eagles.Trabajaba duramente en sus películas. Así como los records de representaciones teatrales, habían hecho mella en su interior. Sufría insomnio y fatiga. Por lo que se le pautó un tratamiento para ese cansancio, el cual, derivó en una adicción politóxica y su problema mental no remitía. La cuestión, es que nuevamente en Hollywood, y, con su viejo amigo Monta Bell que ahora trabajaba para la Paramount. La vida es así, nunca sabemos que nos deparará. Bell, ahora en calidad de productor, la contrató porque sabía que era la mejor encima de un escenario y tenía algo que la hacía muy diferente al resto de las demás actrices de su época. Ese toque, a modo de un halo, muy especial; puro feeling innato. Así, que se puso manos a la obra en el proyecto de “The letter” (la carta) 1929, dirigida por Jean de Limur, adaptando el guión de la novela original de Somerset Maugham. El argumento del film trataba sobre la ocultación y el verdadero motivo que hacen de Leslie Crosby (Jeanne Eagels), esposa del señor de una plantación de caucho, asesine a uno de los trabajadores, interpretado por el actor Herbert Marshall. 















Ésta, hará lo que sea para no ser juzgada y evitar su pena capital. Una carta reveladora, es el affaire que puede llevar al traste los planes de la protagonista y ese será el propósito para que no llegue a manos de su marido el actor Reginald Owen. Ella y el abogado amigo de la familia (O.P. Heggie) deberán de evitar que la reveladora carta ponga al descubierto la treta. La carta fue un éxito de público y crítica. Se deshacían en loas a la Egels; era la dueña absoluta del firmamento. Todos los focos y flashes de la prensa querían el plano de su cara en las portadas de las revistas y periódicos de espectáculos y sociedad. Obviamente, estábamos ante el culmen de una carrera vertiginosa. Entonces, la Paramount le ofreció un nuevo contrato para realizar dos nuevos films. Sin embargo, Celos (Jealousy, Jean de Limur, 1929) y The Laughing Lady (1929). Todavía estaba penalizada por el castigo impuesto del sindicato de actores, el cual, se extinguía en otoño de 1929. Espacio de tiempo, que aprovechó para solucionar su persistente sinusitis crónica, en parte, provocada por su abusivo consumo de cocaína y heroína vía nasal. Dos semanas después de la cirugía volvió a su casa de NY para descansar. De repente, Jeanne tenía  unas ganas locas de salir, divertirse, beber y ver a todos sus amigos. Pero cuando ella estaba lista, su rostro se torció en una mueca espantosa y se desplomó sin vida en su cama. Era el 3 de octubre de 1929. Fue trasladada a un hospital particular en la quinta Avenida. Desgraciadamente, en la sala de espera sufrió una convulsión que le produjo un paro cardiaco definitivo. La prensa se cebó con las ayudas y la vida privada de la estrella. Se realizaron un total de tres autopsias a lo largo de un trimestre. Cada una daba unos datos difusos, en torno a la causa de su muerte. Llegándose a diferentes conclusiones, por parte del comité de patólogos forenses. Finalmente, se constató el siguiente veredicto; una sobredosis de alcohol y una mezcla de tranquilizantes, junto a otras drogas que consumía con asiduidad. 














Están fueron las tres sustancias que se encontraron y certificaron en la autopsia final; hidrato de cloral (un hipnótico), diacetilmorfina (heroína) y benzoilmetilecgonina (cocaína). Se sugiere que la inconsciente Eagels había recibido un sedante por un primer médico para su tratamiento, y a posteriori, un segundo facultativo sin saber que ella ya había sido sedada, le dio una segunda inyección. Causando de este modo, la sobredosis que la fulminó. Su muerte sorprendió a América que había perdido a Valentino, hacía relativamente poco, en 1926 con tan sólo 31 años. Más de  5.000 personas desfilaron ante su cuerpo para hacerle el mayor tributo teñido de morbo, en la misma capilla como el hijo del jeque dos meses antes. A continuación, los restos de Jeanne Eagels volvieron a su localidad de nacimiento, en Kansas City para el descanso final, de acuerdo a sus deseos, junto con su padre y su hermano fallecido unos meses antes. Extrañamente el olvido estará en su arte y talento, pero poco en sus andanzas y excesos. El mejor epitafio a esta extraordinaria actriz se resumiría en una frase; "Yo soy la mejor actriz del mundo, pero como todo el mundo, a quién le importa un bledo mi mayor fracaso." Así habló de sí misma Jeanne Eagels poco antes de su misteriosa y prematura muerte a la edad de 39 años. Entrando en el Olimpo de las femmes fatales, capaces de denigrar a tipos, como el mismísimo Hays. O, reírse en la cara del pedante, L. Howard, el llorón de John Gilbert, el trepa de Monta Bell y compañeras de artimañas y zarpazos, caso de la maníaca Mary Pickford, la leona de Gloria Swanson o la pobre desgraciada de Mae Murray y un largo etcétera del gremio. La vida, verdaderamente, no había escatimado mejor argumento que una vez más la realidad. Para mayor sarcasmo, la Academia de Hollywood la nominó a un Oscar en la categoría de  la mejor actriz post mortem. Ella desde la tumba estaría bebiendo y haciendo un chiste, sobre la vejez y los remordimientos de la pandilla del Hotel Ambassador.





















                                 Dedicado a Manuel Pertegaz (mayo1918-Agosto 2014) In Memoriam













Bibliografía consultada y recomendada

The rain Girl The Tragic Story of Jeanne Eagels  by Eddie Doherty Ed. Macrae Smith (1930)
On Stage; 200 years of great Theatrical Personalities  by Fabian Monroe H Ed. Mayflower Books, NY (1980)
Kansas City Post "Jeanne Eagles passes up Wales to play 'Rain" before mother April 10, 1925 p. 29